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La m de las moscas
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La m de las moscas
Libro electrónico271 páginas5 horas

La m de las moscas

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Información de este libro electrónico

El cuento que le da título a este libro narra la historia del verano en que las moscas invadieron una ciudad. Causaron rumores en los clubes, alteraron la economía y la política, provocaron una huelga y revelaron las dinámicas de una sociedad entera. Publicado originalmente en 1970, «La m de las moscas» es el primer libro de ficción de Helena Araújo, escritora de cuentos, novelas y crítica literaria. Con ingenio y feroz sentido del humor, la autora bogotana retrata personajes cansados de las expectativas y la farsa, que se observan, toman distancia y anhelan lo inesperado. Coedición digital Laguna Libros – eLibros.
IdiomaEspañol
EditorialeLibros
Fecha de lanzamiento28 abr 2022
ISBN9789585474994
La m de las moscas

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    La m de las moscas - Helena Araújo

    La m de las moscasLaguna Libros - MinculturaLa m de las moscasHelena Araújo

    La m de las moscas

    © 1970, del texto: Helena Araújo

    © 2022, de la presente edición: Laguna Libros

    © 2022, de la presente edición digital: Laguna Libros, eLibros Editorial

    © 2021, de la colección: Ministerio de Cultura

    Calle 9 n.º 8-31, Bogotá D. C., Colombia

    www.mincultura.gov.co

    Coordinación editorial: Pilar Quintana

    Edición: Natalia Mejía E.

    Transcripción: David Espinosa

    Traducción del portugués: Ángela Cuartas

    Corrección: Gustavo Patiño Díaz

    Comité asesor: Adriana Rosas Consuegra, Adriana Villegas Botero, Alejandra Jaramillo, Álvaro Castillo Granada, Amalia de Pombo Espeche, Ángela Inés Robledo, Camila Charry Noriega, Diana Patricia Restrepo Torres, Felipe González, Gloria Susana Esquivel, Graciela Maglia, Lina Flórez, Luz Mary Giraldo, Margarita Valencia, María Orlanda Aristizábal, Paloma Pérez Sastre, Silvia Castrillón, Yijhan Rentería

    Diseño de la colección: Tragaluz editores S. A. S.

    Diagramación y producción: Laguna Libros

    Foto de portada: 2011, Philippe Maeder

    Impresión: Xpress

    Primera edición: Tercer mundo, Bogotá, 1970

    Segunda edición: Ministerio de Cultura, Bogotá, 2021

    Tercera edición: Laguna Libros, Bogotá, 2022

    ISBN 978-958-5474-99-4 (epub)

    ISBN 978-628-7547-00-1 (impreso)

    ISBN Biblioteca de Escritoras Colombianas 978-958-753-424-5

    Hecho en Colombia / Made in Colombia

    Queda prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

    Angélica María Mayolo Obregón

    Ministra de Cultura

    José Ignacio Argote López

    Viceministro de Fomento Regional y Patrimonio

    Adriana Patricia Padilla Leal

    Viceministra de Creatividad y Economía Naranja

    Claudia Jineth Álvarez

    Secretaria general

    Ángela Marcela Beltrán Pinzón

    Directora de Artes (e)

    Diana Patricia Restrepo Torres

    Directora Biblioteca Nacional

    María Orlanda Aristizábal

    Coordinadora Grupo de Literatura

    Vanesa Morales, Ángela Amarillo,

    Daniela Mercado, Felipe Martínez,

    Cristian Velásquez, Carlos Cómbita

    Integrantes Grupo de Literatura

    CONTENIDO

    Presentación

    Prólogo

    De esta edición

    La m de las moscas

    La m de las moscas

    (o el más incómodo de los veranos)

    El buitrón

    El tiempo de las flores

    Rodillijunta

    Glosario

    La autora: Helena Araújo

    Biblioteca de Escritoras Colombianas

    Su vida, Francisca Josefa de Castillo

    Una holandesa en América, Soledad Acosta de Samper

    Déjennostranquilas, Sofía Ospina de Navarro

    Los hijos de ella, Amira de la Rosa

    Autobiografía de una uña, Emilia Pardo Umaña

    Mi Cristo negro, Teresa Martínez de Varela

    Ángela y el diablo, Elisa Mújica

    Acá empieza el fuego, Emilia Ayarza

    Ninguna voz repetirá la mía, Meira Delmar

    El nombre de antes, Maruja Vieira

    Mi capitán Fabián Sicachá, Flor Romero de Nohra

    La m de las moscas, Helena Araújo

    Sail Ahoy!!! (¡Vela a la vista!), Hazel Robinson Abrahams

    Dos veces Alicia, Albalucía Ángel

    Tengo los pies en la cabeza, Berichá

    El oficio de vivir, María Mercedes Carranza

    La mujer que sabía demasiado, Silvia Galvis

    Mido mi cuarta y me paro en ella, Amalialú Posso Figueroa

    PRESENTACIÓN

    Desde los tiempos de la Colonia, cuando se escribieron los primeros textos en lengua española en nuestro territorio, pasando por los albores de nuestra historia republicana y bien entrados en la modernidad, las escritoras han estado relegadas a un lugar marginal dentro de la tradición literaria de Colombia o se las ha excluido del todo por prejuicios que apenas en la historia reciente se han comenzado a derribar.

    Como es de esperarse, los procesos de reconocimiento e inclusión de las mujeres en nuestra literatura han aumentado y seguirán haciéndolo en su importancia y complejidad. Colombia es cuna de estupendas escritoras, como bien podrán comprobarlo quienes lean esta Biblioteca de Escritoras Colombianas, conformada por dieciocho títulos de las autoras más relevantes del país desde la Colonia hasta las nacidas en la primera mitad del siglo XX.

    Con esta colección, el Ministerio de Cultura busca rescatar y promover el trabajo de nuestras escritoras, en respuesta a las necesidades identificadas en un estudio que supuso el diálogo con un comité de especialistas conformado por escritoras, editoras, académicas, libreras y gestoras de lectura.

    Si bien el común denominador de la Biblioteca de Escritoras Colombianas es el enfoque de género, su piedra de toque es la diversidad. Entre las dieciocho escritoras reunidas en la colección hay mujeres que escribieron sus obras en condiciones y épocas diferentes, atendiendo a temas disímiles en distintos géneros literarios y con perspectivas estéticas y sociales ricas en contrastes. Las hay de la región Andina, de la costa Caribe, del archipiélago de San Andrés y Providencia, del nororiente, del suroccidente, del Pacífico y del Eje Cafetero; hay escritoras mestizas, negras, raizales e indígenas; privilegiadas y excluidas; amas de casa y profesionales; religiosas y laicas, y también en condición de discapacidad.

    En el mundo de hoy, donde cada día se hace más obvia la urgencia de reconocer, reivindicar y respetar los derechos de la mujer, resultan fundamentales tareas como esta de rescatar libros de autoras sobresalientes que están descatalogados o que no han tenido el reconocimiento que merecen y ofrecérselos a los lectores en bellas y pulcras ediciones prologadas por especialistas.

    Quiero agradecer a quienes hicieron posible esta Biblioteca de Escritoras Colombianas: a las escritoras, por supuesto, y también a las prologuistas, a los equipos de edición, corrección e impresión, así como a los herederos y familiares de las escritoras ya fallecidas, por su generosidad, y al equipo del Ministerio de Cultura. El entusiasmo y el compromiso que todos ellos aportaron a este proyecto auguran un porvenir próspero para las mujeres en la literatura colombiana.

    ANGÉLICA MARÍA MAYOLO OBREGÓN

    Ministra de Cultura

    PRÓLOGO

    LA LENGUA ANDRÓGINA DE HELENA

    ¿Qué defiende una mujer cuando defiende a las mujeres? ¿Acaso lo femenino es, estrictamente, una cosa mujeril? Y si no, entonces, ¿qué es, de qué depende?

    Todas las personas que existen sobre la Tierra han sido paridas por una hembra. Es contraintuitivo que las mujeres tengan que rebelarse y alzarse para reclamar su legitimidad, pero, aun así, es lo que ha ocurrido desde que las quemaban vivas, acusadas de practicar conjuros y brujerías durante el Medioevo, pasando por el sometimiento al que la mayoría fueron reducidas en la Independencia y la Revolución Industrial durante los siglos XVIII y XIX y por la censura y el ninguneo todavía generalizado del siglo XX —en el que también las quemaron[1]—, hasta llegar a nuestros días, que, así mismo, fueron los de Helena Araújo (Bogotá, 1934-Lausana, 2015), una mujer estudiosa, versada —hablaba español, inglés, francés y alemán— y con una gran capacidad de memoria y fluidez para el análisis. Escribió crítica literaria sobre las obras de muchos autores nacionales y extranjeros, pero, principalmente, de mujeres. En una entrevista con María Clemencia Sánchez, publicada en la revista Lingüística y Literatura, en 2011, Araújo dijo:

    Me interesa especialmente la construcción de la identidad de las mujeres, quiénes somos, de dónde somos, por qué somos de ese modo y no del otro, cuáles son las razones privadas y cuáles las razones sociales, históricas, que nos determinaron. (p. 249)

    En otra entrevista, esta vez realizada por la autora al dramaturgo y novelista suizo Max Frisch, publicada en su segundo[2] y reconocido libro de crítica La Scherezada criolla (1989), ella le preguntó si creía que la escritura femenina daba lugar a una nueva forma de expresión, a lo que él respondió:

    Es cierto que en el lenguaje hay un poder coercitivo, a veces inclusive un poder político. Y llega a ser instrumento de dominación. Con respecto a la mujer, me parece que se expresa en un lenguaje que le ha sido impuesto y que la obliga a una actividad verbal que no corresponde a su sentir. (p. 252)

    Tal vez fue ese tipo de respuesta lo que la motivó a definir ese encuentro como «electrizante», pues refleja eso que afirman Paloma Pérez Sastre y Claudia Ivonne Giraldo sobre la búsqueda de Araújo de «otra lengua que transforme la sintaxis y contradiga las reglas de la gramática de un discurso usado para nombrar un mundo en donde ellos hablan y ellas escuchan» (2005, s. p.). Este silencio ha condicionado sistemáticamente a las mujeres a la represión, el encierro, la simulación y la sombra, elementos que Araújo emplea para componer las circunstancias que viven las mujeres de sus cuentos y novelas. Por ejemplo, Nora, protagonista de un cuento áspero llamado «El tratamiento» (2009):

    Por el momento se trata de disimular la ansiedad. Eso es, disimular, representar, fingir. Sí, sí, ¿por qué no fingir? Claro, hacerse la contenta, la activa, la optimista, andar sonriendo a toda hora. Y que nadie sospeche, por Dios. [...]. Si el tratamiento puede llamarse la tal «inyección especial». ¿De qué droga será, si tiene efecto tan fulminante? A Nora la estruja, la tumba, la sume en ese letargo y despierta aterrorizada. De solo pensar en lo que le espera, le sudan las manos y se le contrae el vientre. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo salvarse? ¿Cómo evadirse? ¿Cómo escaparse? (pp. 20-21)

    Nora anunció que quería separarse del marido, y su familia le prometió «unos días de descanso, una beca de estudios y una ayuda para conseguir la tutela de los niños» (2009, p. 22), pero en realidad fue encerrada en una clínica psiquiátrica porque no era posible que dijera esas cosas, a no ser que estuviera enferma. Continuó Araújo, en la entrevista con Sánchez:

    En Colombia, el proceso de acondicionamiento —aun en el siglo XX— principiaba desde la infancia: el régimen patriarcal y religioso nos enfrentaba a la disyuntiva de obedecer y someternos, o sufrir las consecuencias en forma de castigo. Debíamos elegir entre pagar el precio de la rebeldía o soportar el peso de la opresión. ¿El precio o el peso? La solución podía ser nefasta. (2011, p. 247)

    No solo a Nora le pasó eso. En su primera novela, Fiesta en Teusaquillo (1981), está Betty, otro personaje que «parece una cabra desde que se separó del marido» (p. 124). Esta novela transcurre durante una noche en los grandes salones que solían tener las casas del barrio Teusaquillo, en Bogotá, en los años setenta. Los invitados son todos «gente bien», expresión que, por cierto, en la misma entrevista, Araújo reconoció que no lograba integrar y la rechazaba. A la fiesta asisten señores con poder ejecutivo en las altas instituciones civiles, militares y eclesiásticas del país. Y las señoras, mientras ellos debaten sus intrigas políticas, se ocupan de chismorrear los detalles personales de quienes, como Betty, están ahí:

    —Lo siento por sus niños —dice Anita hija— porque se los quitaron. [...].

    —Ha habido rumores —dice Marielisa— de que andaba metida en un lío.

    —Pura maledicencia —dice Anita hija. (1981, p. 124)

    Lo interesante es que esta secuencia se repite por tercera vez. En «Esposa fugada», cuento que le da el título al libro, Emilia se empareja con Henry, un biólogo divorciado que considera que es una suerte que ella ya tenga hijos porque él es estéril, ante lo cual la narradora dice: «O sea, tenía hijos pero no los tenía, pues su marido se los había arrebatado mediante una maniobra judicial, en un país donde aún regían leyes como de la Inquisición» (2009, p. 66).

    Esta reiteración en la obra de Helena adquiere un matiz un tanto más crudo cuando nos enteramos de que eso fue lo que le pasó a ella:

    Helena Araújo tuvo que enfrentar a finales de los años sesenta un juicio ante la Corte Eclesiástica en el que se le acusaba de ser una mujer incapaz de dar a su esposo un hijo varón. Además de ser recluida en un lujoso sanatorio mental en Barcelona, pues la familia y el esposo la consideraron desquiciada cuando manifestó su deseo de separarse. (Vanegas Athías, 2012, p. 4A)

    Casi tres décadas después, Araújo escribió «¿Escritura femenina?», uno de los ensayos más representativos y agudos de La Scherezada criolla, y se preguntó: «¿Podrá algún día la mujer expresarse en un lenguaje propio?» (1989, p. 17), pues consideraba que la línea entre la represión y lo reprimido en las mujeres era muy delgada:

    Y sobra decir que esta represión en el discurso tiene mucho que ver con la represión de las pulsiones sexuales impuesta por una tradición religiosa que desde hace siglos ha impedido a la mujer reconocer su libido y asumir su cuerpo. Porque decir cuerpo es decir deseo, y en la sociedad patriarcal la mujer no sobrevive sino bajo la prohibición del deseo. (1989, pp. 21-22)

    Araújo plantea que lo que es inmanente a la mujer, aquello que define su esencia, nace precisamente de ese condicionamiento a la represión. Surge entonces la tríada entre literatura femenina, feminista y de mujeres. La primera es «aquella que se encuentra al margen del canon, la otra será toda aquella que tenga un compromiso político evidente con las sujetas mujeres y la otra será la producida por sujetas mujeres quienes no necesariamente asumen una posición política» (Garzón Martínez et al., 2014, p. 164).

    No siempre es fácil de diferenciar, o de entender, entre otras cosas, porque la mujer ha estado limitada, casi que exclusivamente a un solo rol: el de ser madre-esposa. Si bien esto ha cambiado notablemente en los últimos cincuenta años, Araújo habló de eso con Olga Cristina Turriago e Ignacio Ramírez en otra entrevista que le hicieron en 1989 en Lausana, ciudad suiza donde se radicó después de obtener, al fin, la separación:

    No se cree en la mujer sino en función de la maternidad. Los años pasarán antes de que los hombres acepten que nosotras podemos crear fuera de nuestro cuerpo [...]. Yo quería escribir viviendo, vivir escribiendo, pero estaba metida en una sociedad asfixiante. (1989, p. 165)

    No todas las mujeres nacen para ser esposas y mamás. La presión, la obligación, la falta de educación y de leyes feministas causan estragos corporales y espirituales que Araújo conoció y capitalizó en sus ficciones. Carlota, otra de sus protagonistas, quien le da el título a su segunda novela, Las cuitas de Carlota (2003), apodada «Zana» —porque es pelirroja y le decían «Zanahoria»—, sufre esa opresión que Yohainna Abdala Mesa describe bien: «Una falta de comunión con su ser mujer se anuncia en una maternidad que transcurre entre vómitos e incomodidades, además de la imposición del deber conyugal con su marido tenista, con quien no se entiende» (2006, p. 323).

    Julia Kristeva (Silven, Bulgaria, 1941), filósofa búlgaro-francesa a quien Araújo leyó y citó en sus ensayos, propone que «la revuelta contra los ordenamientos societales dominantes siempre será íntima, pues las transformaciones sociales, culturales y políticas suponen necesariamente la puesta en cuestión del propio sujeto» (Suniga & Tonkonoff, 2012, p. 8). A su vez, Araújo menciona que «en todo individuo hay una serie de procesos primarios que desplazan y condensan energía, y también hay una disposición estructurante de pulsiones» (1989, p. 21). Y sigue Kristeva:

    Así, no será sino a través de medios discursivos y performativos que le permitan explorar el «propio» cuerpo pulsional, romper el código vigente, encontrar un discurso más cercano a lo innombrable y a lo abyecto, esto es, no será sino a través del acceso a la dimensión semiótica del lenguaje y la práctica de la significancia que se producirán las verdaderas crisis y los verdaderos cambios. (Suniga & Tonkonoff, 2012, p. 9)

    Ese cuerpo pulsional del que habla Kristeva y que retoma Araújo, ¿qué cuerpo es? Como indica Luz Mary Giraldo (2006), «no se trata aquí de volver sobre discursos y discusiones debatidos, referidos a la madre-esposa, la bruja, la puta, la presa, la tonta o la loca» (p. 129), sino de algo menos binario y, si se quiere, más universal. Helena declaró: «Si aprecio el feminismo hoy en día es porque permite una salida a la virilidad de las mujeres. Y hay hombres de la nueva generación quienes, a su vez, están encontrando una salida para su feminidad» (Ramírez & Turriago, 1989, pp. 171-172).

    Con respecto a la experimentación —de fondo y de forma— con el lenguaje, que es algo muy presente en su escritura, Turriago y Ramírez le preguntaron qué pensaba al respecto, y ella construyó una idea con base en conceptos jungianos que llevó más allá, hasta el terreno indivisible donde la humanidad se expresa como un todo, y no como la partición de los cuerpos según su sexo, orientación e identidad:

    Yo creo que para mí [la experimentación] es una búsqueda del lenguaje andrógino. La idea de «ánimus» y «ánima». El «ánima» es tu ser femenino, el «ánimus», tu ser masculino. Yo creo que cuando hay receptividad en el lector es porque ese femenino mío es captado por ese femenino otro, y el masculino mío por el masculino otro. Así se llega a la plenitud de la sensibilidad, de sugestión, de expresividad. Es el lenguaje andrógino. Hoy hay muchas polémicas sobre el habla y la escritura femenina y creo que se llegará con el tiempo a la escritura andrógina, buscando una expresión total de la persona. (Ramírez & Turriago, 1989, p. 171)

    ¿Qué defiende una mujer cuando defiende a las mujeres? Hélène Cixous (Orán, Argelia, 1937), una de las pensadoras más influyentes de la actualidad, famosa por cuestionar toda noción de identidad fija y a quien Araújo también leyó y citó en sus análisis, piensa que la escritura femenina «no deja de hacer repercutir el desgarramiento que, para la mujer, es la conquista de la palabra oral —conquista que se realiza más bien como un desgarramiento, un vuelo vertiginoso y un lanzamiento de sí, una inmersión—» (1995, p. 55).

    La de Araújo no es una escritura condescendiente. Ella alcanzó «la madurez de la escritora ya apropiada del lenguaje a fuerza de violentarlo, de reescribirlo» (Pérez Sastre & Giraldo Gómez, 2005, s. p.), porque, quizás, esa voz del «ánima» mira y habla del mundo de otra manera, no solo a través de acciones, sino también de analogías, de recuerdos y de otros fenómenos psíquicos y del alma como la intuición y la imaginación que se manifiestan a través del inconsciente.

    ¿Qué defiende Elsa Arango, la protagonista de Fiesta en Teusaquillo, cuando habla así del matrimonio?: «Es como cuando me toca decir si perdí la virginidad casándome. Queda por aclararse si la virginidad es algo contante y sonante, también si se pierde o se gana al...» (1981, p. 5).

    No existe tal «expresión total de la persona» sin equilibrio entre las pulsiones femeninas y masculinas. El orden patriarcal de las cosas no es, como dice Diana Uribe (2020), «un destino manifiesto», no es el orden natural. Lo natural es libre y eso es lo que defienden las mujeres, su libertad.

    Ahora sí, después de adentrarnos en el universo de Helena Araújo, podemos hablar de La m de las moscas.

    «¿Y no es la libertad una ciencia que no esgrime sino quien trasciende su naturaleza?», se pregunta la cronista del relato que le da el título al libro. Abiertamente, la respuesta se trasluce en la propia literatura. Un experto llega del extranjero para visitar el Distrito y analizar la invasión de moscas, y luego del recorrido concluye: «Pug lu que veu lu únicu públicu que pgesta buen segivciu aquí sun las mujeres públicas que disfgutamus anuchi» (p. 81).

    Las prostitutas viven en un barrio llamado Santa María. Se ven afectadas de varias maneras por estos insectos y deciden entrar en huelga. Su lema es: «A ningún precio». Los hombres, privados de sus servicios y alborotados, comienzan a compararlas con sus madres, tías, hijas, sobrinas, esposas... hasta que, acorralados, declaran la ilegalidad del paro y les expropian las casas a las prostitutas.

    La autora defiende esa libertad en doble vía, no solo diciendo lo que no se suele decir, sino confesando esa «pesadilla» que muchas mujeres no pueden ni deben admitir. Beatriz, la niña protagonista de «Rodillijunta», cuenta la suya:

    Luego de noches atormentadas por la eterna pesadilla en que ella era tal vez sultana o tal vez deseaba serlo y para evitar la imagen lujuriosa se sujetaba con fuerza el pubis liso, el pubis que presentía hinchado como una fruta en maduración, y que por eso había que reprimir, que comprimir, que detener... (p. 243)

    Como si el deseo y el placer carnal no fueran también atributos femeninos. Como si el pudor, la castidad y el «qué dirán» no fueran mancilladas condiciones masculinas transferidas a las mujeres por medio de la culpa, que ha arrastrado durante siglos esa pesadilla. Pero la potestad de liberar las pulsiones es nuestra y no hay que pedir permiso: Helena Araújo lo sabía.

    NATALIA MEJÍA E.[*]

    REFERENCIAS

    ABDALA MESA, Y. (2006). Helena

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