Las cartas de Blitz
Por Dan Santos
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La historia de la ascensión de Blitz al cielo de las mascotas, donde revolucionó las normas del mágico lugar. Este perro de la raza alemana Weimaraner, era un pillo adorable, al cual le importaba más el sufrimiento de otros que el suyo. Intensa y edificante, la novela ofrece sosiego a los que han perdido un entrañable compañero.
Dan Santos
Dan Santos began writing novels after a successful career as a US diplomat in Europe, Africa and Latin America. Before that, he served our country as an infantry officer in the US Army.His thrillers have the direct, no-nonsense style of his diplomatic dispatches and his words are neither shy nor politically correct. When things need to be said he writes them "loud and clear."Brother and sister vets love The Insurrection Series, the story of how Americans revolted against a dictator who took over after a cataclysmic terrorist act. Yet, his sentimental novella about a beloved dog, embrace the reader's heart and is on three Amazon best-selling lists. Letters from Blitz was recently translated into Spanish.Dan is working on a spinoff to the Insurrection Series, an organized crime thriller, and - by public request - the story of a boy and his dog.The rough streets of Brooklyn will always stay in Dan's heart, but he now lives with his family in the Maryland countryside, not far from the awesome Potomac River.
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Las cartas de Blitz - Dan Santos
Blitz odiaba no poder moverse. Le dolía el vientre. No tenía sensación en las extremidades. Creía haberse convertido en un tipo debilucho y feo, totalmente lo opuesto al Blitz de antaño. Le avergonzaba no poder controlar sus funciones fisiológicas. Mami y Papi lo tenían que asear constantemente y llevarlo en brazos de un lado a otro. ¿Qué clase de vida era esa?
No podía flexionar las articulaciones para disminuir las punzadas de dolor que le torturaban. Era imposible seguir así. Deseaba el fin, fuera lo que fuese; un fin como el que le había llegado a Lars y a Maggie. A donde quiera que ellos se hubieran ido habría de ser mejor que aquí.
Papi lo sacó a la terraza de madera que colindaba con el césped trasero. Sabia Blitz de sobra que sus cuarenta kilos era demasiado peso; hasta para un humano tan fuerte el hombre cuyas lágrimas mojaban su peluche. Aunque no se quejara del esfuerzo, se le escuchaba el respirar difícil y raspeado marcando sus pisadas indecisas.
El individuo del bulto marrón les aguardaba en la puerta corrediza de la terraza. Blitz recordaba que fue él quien vino a ocuparse de Maggie ese último día. Amenazante entre sus manos, Blitz recordaba que el enrollado de tela escondía los pinchos y líquidos que había usado con Maggie. Mami le decía «doctor». Papi lo miraba con rencor. Para Blitz, los ojos del galeno fulguraban fríos, malévolos. Pero el tipo era su única esperanza que hoy terminaría todo, tal como pasó con Maggie.
Tener que abandonar as sus humanos parecía inconcebible. Le pesaba en el alma no poder soportar un día más de debilidad, un día más de dolor y humillación. ¡Suplicaba que llegara el fin!
Habían extendido una de sus colchas en la terraza, en el mismo sitio donde había reposado Maggie por última vez. Cambiando de parecer cuando solo faltaban minutos, Mami mudó la colcha a la salita. Maggie los había dejado en un caluroso día de agosto, pero estos días de febrero llegaban gélidos, y Mami no quería que él pasara frio. Ella siempre decía que no le temía a la muerte, solo al frio que engendraba. Ya ni eso le importaba a Blitz.
Todo intento de cura había fracasado. Le habían metido en grandes máquinas que hacían ruidos extraños y salpicaban la oscuridad con destellos intermitentes. Humanos con batas blancas y expresiones serias examinaron cada centímetro de su cuerpo, sacudiendo sus cabezas al parparle el vientre. Papi se estremecía con cada inútil atropello de su física. Unas veces le inyectaban para hacerle dormir, y por esos momentos el dolor desaparecía, solo para regresar después de la intervención, al terminar el efecto soporífero del medicamento. Todos prometían que despertaría mejorado. Todos mentían.
Los ojos de Papi se escurrían con aire culpable, negándole esa caricia llena de amor y ternura que necesitaba tanto en ese momento. Por más que Blitz intentaba, no podía hacer que los ojos de su humano lo miraran. Él quería asegurarle a su humano que todo estaba bien, que él sabía que ya era hora, que no temiera el fin.
Papi no se atrevía a mirarle los ojos, como si el no mirarlo pudiera aplazar el dolor de la separación que temía y que se acercaba. El hombre que lo adoraba se resistía contra lo inevitable. Su niño peludo del alma se iría en breves momentos. Se paseaba de un lado a otro sin dirección, murmurando palabras que no venían al caso, aferrándose a tareas sin importancia, tomando cualquier oportunidad que demorara el temible momento. Con ojos enrojecidos, gimoteaba en silencio, torcía la cara.
Blitz quería obligarlo a entender. Ay, Papi, ¡si supieras cuanto te quiero a ti y a Mami! Cuanto no daría por poder emitir sonidos humanos para decírtelo. Él comprendía sus palabras, pero sus seres tan queridos no entendían sus gruñidos, ladridos, quejidos y aullidos. ¡No era justo!
Esos dos seres humanos que encarnaban su mundo entero finalmente se arrodillaron a su lado, acariciándolo, abrazándolo con más fuerza de lo que Blitz podía aguantar. El individuo del bulto marrón también se puso en cuclillas a su lado, silencioso, seleccionando una brillante jeringuilla. La llenó de líquido de una botellita blanca, elevó la aguja, mirándola detenidamente hasta que salieron varias gotas por la punta. Sin titubeo alguno la clavó en su cuello. Blitz sintió el tibio liquido invadirlo. Al tanto que oscurecía, no perdía de vista los ojos de sus humanos.
El líquido calentaba su cuerpo. Al menguar la frialdad, la luz también se escondía. En esos últimos momentos sintió los brazos de su familia humana aferrados a su cuerpo, las lágrimas empapando su peluche, las voces jurándole que lo amaban.
En el momento que llegó la absoluta oscuridad estalló una brillantísima luz blanca.
Blitz parpadeó rápidamente, mirando a su alrededor. Todo era de un blanco intenso, pero algo menos vivo que el estallido inicial. Su cuerpo yacía sobre un mullido suave y esponjoso, algo así como el algodón que ponía Mami bajo el árbol de navidad. De repente empezó a flotar, elevándose sobre un paisaje de blancas nubes. El panorama era bello, pero estremecedor.
Subconscientemente se dio cuenta que el dolor se había esfumado. ¡Qué bien se sentía! ¡Que sorpresa se llevarán sus papis! ¡Esperad! Se darán cuenta, ¿no? ¿Dónde estaban? Solo podía ver cielo y nubes. La mejoría del dolor entonces pasó a segundo plano. El no ver a nadie lo aterrorizaba.
Pero eso de tener miedo no cabía en una naturaleza arriesgada y valiente como la de él. Hartándose de las dudas y el temor, sacudió sus largas orejas, estiró las extremidades y enderezó la espina dorsal; primero cuidadosamente y después con más firmeza. ¡Hacía tanto tiempo que no se podía parar! Al principio bamboleó y temió caer. No obstante, se atrevió a dar un primer paso. Echó adelante. ¡Qué maravilla! ¡Sus patas se movían! ¡Podía caminar!
Con temeridad, extrajo de sus músculos aun fofos un poco más de velocidad. La memoria muscular respondió. Echó a correr como cuando era un cachorro.
Lo frenó la realidad. ¿Hacia dónde corría? Sus ojos color avellana enfocaron un punto negro en el horizonte. Vertió entonces sus fuerzas con decisión hacia el oscuro objetivo en ese océano de blanco y nebuloso. Mientras más se acercaba al punto negro, este cambiaba de color; primero grisáceo, después luciendo verdes y marrones.
Impulsado por el recuerdo fuerte y muscular de su juventud, daba saltos que culminaban en la clásica posición de juego; las delanteras hincadas y el trasero empinado, con la lengua colgándole de un lado del hocico. ¡Hacia tanto tiempo que no se sentía tan alegre, tan cachorro, tan pillo!
La negra e impaciente nariz apuntaba hacia el objetivo que ya tomaba forma. Lo marrón y verde tomaba la forma de una colina. Si, una colina. La empinada ladera le forzó a frenar, deteniendo su loco correteo.
Las nubes arropaban la colina; una colina que resemblaba a una isla centrada en la inmensidad de un nebuloso mar. Más calmado su ascenso, sintió sus plantas acariciar yerba húmeda. Una brisa tenue y delicada refrescaba cada buche de aire que tomaba. ¡Qué bien olía!
El inesperado perfume natural le hizo darse cuenta de que ya no jadeaba, aunque había ascendido la ladera a toda velocidad. Eso no había pasado desde mucho antes de su enfermedad. Sacudió una vez más sus orejas. Para que pensar en cosas feas. Pero ¡qué raro lucia todo!
Ya en la cima, sus ojos escudriñaron el horizonte, encontrando solamente otros puntos negros en la lejanía. Una soledad abrumadora se posesionó de su corazón al imaginar que pudieran ser otras decepcionantes colinas, solo colinas, nada más que colinas. ¿Dónde estaban todos?
La última vez que se había sentido tan solo había sido dentro de la jaula plástica en el vientre de la maquina voladora que lo llevaba a sitios distantes. Pero esta soledad mandaba madre. Dentro del avión, a pesar del ruido estruendoso, Blitz sabía que Mami y Papi estaban en el aparato. Tenía la seguridad que al final del viaje sus papis lo llenarían de besos y abrazos. ¿Pero aquí?
Con el rabillo del ojo atisbó algo cuadrado en la lejanía. Emprendió otra loca carrera hacia donde la blanca niebla terminaba en una extraña estructura.
¿Qué rayos