La Sociedad de los Sueños
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En un mundo donde todo es calculable, medible y explicable. Donde la razón tecnócientífica se vanagloria de poder observar y explicar desde la trayectoria de los planetas más lejanos hasta el comportamiento de las partículas subatómicas y la sinapsis de las neuronas como base material de nuestros pensamientos. En ese mundo organizado hasta el detalle por el pensamiento racionalista moderno iniciado por Descartes, el lector quedará atrapado desde el inicio con estas dieciséis historias apasionantes acerca del tiempo, los sueños, el amor, la religión. Algunos de estos cuentos están basados en sueños y sucesos reales. ¿Género fantástico? ¿O atisbos de otra realidad humana no mensurable, calculable ni explicable por la razón científica? ¿Es posible que haya pasado desapercibido el hecho de que todo el edificio de la Filosofía moderna racionalista occidental, fue creado principalmente sobre la base de las ideas de Descartes, a partir de tres sueños que tuvo?
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La Sociedad de los Sueños - Carlos Piñeiro
Prefacio
Mayo de 2020. Pandemia. Confinamiento. Todo se altera radicalmente. La ciudad es un fantasma sin cuerpos. Es de noche. Estábamos disfrutando de lo que se convertiría en un nuevo rito para afrontar esta anormalidad. Compartíamos una copa de vino entre dos amigos de toda la vida a través de las pantallas del celular. ¿Qué estabas haciendo? Estaba leyendo un libro acerca de los sueños. ¡No te puedo creer! Yo también estaba leyendo un libro sobre los sueños. Pura sincronicidad, como diría Jung.
El vino hacia su efecto. Nos alejaba de la cotidianidad tan extraña en esos días y nos acercaba a otro mundo. El argumento de una novela distópica surge sin saber bien de donde. Los personajes empiezan a tener rostro ante nosotros. Una copa más… Tenemos que escribirlo. Mejor que sea un libro de cuentos, atravesados por un hilo común. Nos acordamos del Decamerón, donde unos jóvenes se van al campo a narrar historias en medio de la epidemia de la peste negra.
A la noche siguiente, uno de nosotros lee un cuento recién escrito. Está basado en un sueño real. Nos encanta. Pasa una noche más y el otro responde con otro cuento. El rito del vino ahora incluye lectura de cuentos y de algunos ensayos sobre los sueños. Surge una duda. ¿Se puede escribir esto a duo? ¿Por qué no? Si tenemos una amistad que comenzó cuando teníamos seis años. Tenemos que hacerlo.
Habíamos pasado muchos años hablando de esta extraña y fascinante dimensión del plano onírico. Esa noche de mayo algunos sueños surgieron desde lo más profundo de nosotros como una revelación que sentimos como mandato de escribir este libro. Algunos de estos cuentos están basados en sueños, hechos y sucesos reales. Sucesos difíciles de creer en este mundo. Un mundo donde todo es calculable, medible y explicable. Donde la razón tecnocientífica se vanagloria de poder observar y explicar desde la trayectoria de los planetas más lejanos hasta el comportamiento de las partículas subatómicas y la sinapsis de las neuronas como base material de nuestros pensamientos. En ese mundo organizado hasta el detalle por el pensamiento racionalista moderno iniciado por Descartes, nacieron estas dieciséis historias apasionantes acerca del tiempo, los sueños, el amor, la religión. ¿Género fantástico? ¿O atisbos de otra realidad humana no mensurable, calculable ni explicable por la razón científica? ¿Es posible que haya pasado desapercibido el hecho de que todo el edificio de la Filosofía moderna racionalista occidental, fue creado principalmente sobre la base de las ideas de Descartes, a partir de tres sueños que tuvo?
Preguntas que abrirán más interrogantes en estos cuentos. El lector podrá decidir si son solo relatos fantásticos, o señales brumosas de otro plano de la realidad.
I. El sueño de Foucault
El alma, prisión del cuerpo.
La visibilidad es una trampa.
–Michael Foucault
Hay un muro. No debería haber un muro aquí. Pero lo hay. Trata de sortearlo. Comienza a caminar a tientas hacia su derecha. Trata de ver el fin del muro, pero todo alrededor es una niebla espesa y grisácea. No puede ver más allá de unos centímetros. Siente que le falta el aire, comienza a caminar más rápido; más rápido; se agita, siente cómo la desesperación se va apoderando de su cuerpo y de sus sentidos; cada vez se le hace más difícil respirar. Entonces para abruptamente. Recupera el aliento. Se dice que es absurdo, que no puede dejarse ganar así por un miedo irracional. No hay nada que temer. Respira hondo. Comienza a recobrar el aplomo. Hay niebla y hay un muro. Un muro que debe terminar en alguna parte, así que es solo cuestión de tener paciencia y encontrar la salida. Ya más tranquilo, recomienza la caminata. Camina y camina. Se está habituando a avanzar a tientas y hasta comienza a gustarle; es como andar a ciegas; cada paso puede ser un pasaje a algo inesperado y sorprendente. Sabiendo que en cualquier momento puede recobrar la visión, sus sentidos comienzan a agudizarse. Siente un olor dulzón, como a tierra mojada. Casi es feliz. Ahora frunce el ceño. El olor está mutando; se torna ácido, casi putrefacto. Se inquieta. ¿Cuánto ha caminado? Horas. Algo anda mal, ha perdido la noción del tiempo. Le duelen las piernas. Toca el muro, un muro rugoso. Quizá no sea muy alto. Comienza a escalar; apoya un pie sobre una protuberancia saliente y después una mano; ahora, otro pie. ¡¡Ahhh!! Un grito desgarrador brota del muro. El corazón casi se le sale del pecho, pierde equilibrio y cae al suelo. No se ha hecho daño, pero está asustado. Instintivamente corre hacia el otro lado del muro. Da unos pasos y choca violentamente contra otro muro. Está sin habla, a punto de llorar. No puede ser, no puede ser, no es posible. Toca el muro temeroso, con los ojos entrecerrados debido a que no ve nada a causa de la niebla. Este muro es distinto. Es rugoso, tiene algo que lo cubre. ¿Son ramas? ¿Plantas? Está mojado, pegajoso; algo se le pega en la mano y no puede despegarlo. Intenta, pero es en vano. También se le ha fijado un pie. Siente que el hedor se hace más penetrante; ya es casi insoportable. Se le ha atorado la mano izquierda tratando de zafar la derecha y tiene una comezón punzante en la nuca que se hace cada vez más intensa; le pica con desesperación y retuerce todo su cuerpo tratando de rascarse, de restregarse contra el muro, pero le es imposible. Casi vomita del olor y la piel le pica tanto que se la arrancaría. Por fin, logra rascarse y siente un alivio inmenso. Se rasca cada vez más fuerte; más fuerte; casi se hace daño. Algo anda mal; se rasguña con tanto frenesí que comienza a sangrar; ya no le pica, le arde, pero no puede parar de rascarse y rasguñarse cada vez con más fuerza. Quiere parar. ¡No puede! Está sangrando. ¡Basta! ¡Basta! Pero la mano no obedece la orden. Insiste autónoma y furiosa mientras una masa gelatinosa se le pega al cuerpo. ¡No! Grita horrorizado. Toma conciencia de que no ha podido liberar sus manos, totalmente presas de la masa pegajosa. ¡No es su mano la que lo sigue lastimando sin piedad! ¿De quién es? Empieza a llorar y a gritar. En su desesperación oye un eco, un eco que viene de todos lados. No es un eco, es una especie de risa, si puede llamarse así a ese sonido que nace como arrancado del suelo y de las paredes. Algo le sujeta el tobillo. Intenta liberarse. Es como una raíz, pero no. Le sujeta todo el pie con destreza y firmeza como si fuera... ¡¿Qué es?! Es una mano. Una garra inhumana con una fuerza increíble que aprieta cada vez con más tenacidad; ya casi le revienta la pierna mientras la nuca ya no tiene piel y la mano se ensaña con sus huesos y con sus arterias. No soporta el dolor; intenta chocar su cabeza contra el muro. Pero ya no hay muro; solo piel, manos y esa masa pegajosa. Y hay una ráfaga de viento negro, una especie de aliento nauseabundo que sale de ese muro que no es un muro que ahora se mueve al ritmo de ese aliento que ensordece y retuerce el estómago. Otra mano ha tomado su otro pie; y otra, su muñeca. Y escucha o siente un chasquido sordo y un dolor agudo que le atraviesa todos los huesos. Se ha quebrado su pie y siente la sangre que corre hasta la tierra, de la cual siente surgir miles de manos o lombrices o raíces; y siente algo como unos dientes que le arrancan parte de su pie. Y su cuello está a punto de quebrarse; y grita; grita y llora hasta que no tiene voz, pero su masa de cuerpo casi aniquilada no cesa de intentar el grito mudo y sordo: «Quiero, quiero, quiero...».
Abro los ojos, trago saliva y logro respirar. Es de noche; sin embargo, la luz de la luna se filtra por la ventana. Puedo divisar el techo del cuarto, que logra tranquilizarme. Ya no hay muros con manos; ahora solo hay un techo, el techo reconocible de mi cuarto. Los límites reconocibles y tranquilizadores de una realidad que no se sale de sus códigos y de sus leyes. La realidad. ¿La realidad? Ese feroz interrogante cotidiano. Ese lejano sinsentido incomprensible. Me quedo mirando el techo, buscando formas en la penumbra, hasta que me duermo.
A la mañana siguiente, se levanta con ganas. Se mira en el espejo, anuda su corbata, se calza el traje. Sin embargo, no deja de hacer gestos para amoldar su persona a la máscara social. Como si el cuerpo lo rechazara y no se dejase envolver en esa tela áspera. Mueve el cuello, le aprieta demasiado el botón de la camisa. Mira el reloj. Ya es tarde y se decide a ir a la oficina de una vez. Sale, por fin, a la calle. Es el mismo trayecto de siempre. Llega al edificio de siempre, a sus oficinas en el distrito neurocientífico edificado en la ex Reserva Ecológica de la ciudad. Los guardias lo saludan amigablemente mientras, con un gesto casi de autómata, mira hacia el lector facial de seguridad y se dirige hacia uno de los molinetes de la entrada. Se enciende la luz verde. Con su pierna derecha presiona sobre la barra de acceso y entra. Está adentro.
Es el año 2061. El profesor Sebastián Gueta está preocupado. Cincuenta años antes esto no significaba nada. Una mala pesadilla, una mala noche. Pero ha pasado mucho tiempo. Y, ahora, estos sueños son perseguidos. Son un delito. Una prueba irrefutable de desadaptación. Desde que el gran Panóptico de Sueños fue instaurado a escala global, soñar así puede ser muy peligroso. El Panóptico registraba los sueños de todos los ciudadanos, que eran analizados por un ejército de psiquiatras del Ministerio de Seguridad Neurocientífica. Allí se descubrían todo tipo de personas desviadas, agresores sexuales, enemigos de la sociedad. De acuerdo con el nivel de alarma, las personas podían recibir desde una pena de terapia forzada en un centro de reeducación neurosocial hasta ser recluidas en una prisión. Como psiquiatra investigador del Ministerio, podría borrar el registro de esta pesadilla. No quedaría ningún rastro de esa mala noche. Pero Gueta nunca había tenido que recurrir a esto. Su vida era apacible, tranquila. Tenía acceso a muchos privilegios y a todos los vicios que esta sociedad le permitía. No podía entender por qué, pero ahora tenía que hacer algo. Si bien la pesadilla no tenía escenas de violencia hacia terceros, sí tenía signos de destrucción y era ominosa. Si fuese analizada, sería observada minuciosamente por los censores. Así que, a pesar de los riesgos, se impuso con fuerza en su mente lo que tenía que hacer. Simplemente borraría el registro electromagnético del sueño. Con esta convicción, cerró la puerta de su despacho y, con una velocidad maquinal, como guiado por una fuerza exterior,