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Insurrección
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Insurrección

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Una historia de conflicto y de paz; dos visiones y una verdad. El choque de dos mundos: el mundo de la dualidad, la alta política, el narcotráfico, la traición y la muerte, y el universo de la mente iluminada, algo que toda la humanidad añora. Un viaje mágico entre una gavilla de ocho personajes, extraños, diferentes, desalineados cada quien a su manera. Sin embargo, centrados sobre el puente que unifica y corrige la mente errada por medio de la única condición que pone fin al conflicto: el perdón. Más que una gavilla, el petit comité de avanzada a un evento de unificación sin precedentes, que la humanidad ansia y anticipa: escuchar la voz que proclamara que lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 may 2018
ISBN9780463049990
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    Insurrección - Christopher Godoy

    Sinopsis

    Una historia de conflicto y de paz; dos visiones y una verdad. El choque de dos mundos: el mundo de la dualidad, la alta política, el narcotráfico, la traición y la muerte, y el universo de la mente iluminada, algo que toda la humanidad añora. Un viaje mágico entre una gavilla de ocho personajes, extraños, diferentes, desalineados cada quien a su manera. Sin embargo, centrados sobre el puente que unifica y corrige la mente errada por medio de la única condición que pone fin al conflicto: el perdón. Más que una gavilla, el petit comité de avanzada a un evento de unificación sin precedentes, que la humanidad ansia y anticipa: escuchar la voz que proclamara que lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado.

    La fuente de inspiración y perspicacia espiritual de esta historia deriva de Un curso de milagros, ejercicios, y manual. Un curso de milagros internacional representa a millones de maestros y estudiantes del curso que individualmente o en centros de sanación o grupos de transformación están descubriendo la paz de la mente iluminada, algo que toda la humanidad añora.

    Un curso de milagros es un documento de dominio público, el lector es libre de leer y compartir parte o todo el documento sin en el permiso de ninguna persona. Si desea apoyar las actividades de Un curso de milagros internacional, por favor póngase en contacto con cims@jcim.net o visite http//jcim.net.

    Toda la novela es una obra de ficción y un producto de la imaginación del autor.

    Toda acción de ataque y de defensa genera una reacción y propaga la conciencia del ataque justificado. La conciencia y el mundo solo pueden cambiar bajo una visión, la del amor. En aquel mundo, el del tiempo, la muerte y lo incompleto, el perdón es la condición necesaria para poner fin al conflicto y regresar al amor. Entre tanto, la visión de ese mundo imposible perdura en la mente errada, los nuevos pensadores y verdaderos líderes se hacen presentes con un único mensaje: el amor, que es la raíz de nuestro potencial.

    Los líderes del futuro están ¡AQUÍ! y contemplan una visión, la de unicidad; es el despertar.

    Introducción

    Desierto de Chihuahua, México, 1993

    La choza se sentía como una tumba egipcia de la Antigüedad, construida para el cadáver de un alma que viviría por toda la eternidad de un mundo paralelo. Aire seco con aliento a confinado pesaba sobre el oscuro espacio. Cubierto en sangre, Lucas, abruptamente, abrió la majestuosa puerta —una puerta infinita— y penetró en la habitación con torpeza. Entre tanto, una brisa de aire fresco vulneró el sello de encierro. Lo que parecía una paz antigua y sagrada instantáneamente se quebró, abriendo paso al peso de la demencia del mundo externo, que entraba sigilosamente acomodado sobre los hombros de Lucas.

    La habitación era sencilla, una chimenea central de piedra dividía la cocina del comedor. La campana estaba tapizada con imágenes descoloridas de santos e ídolos. Por debajo, en la base residuos de candelas consumidas, yacían oraciones petrificadas en estalactitas de cera. En el comedor podía verse una mesa redonda de madera rústica con ocho sillas, vacías. Todo estaba cubierto por una capa de polvo gris plata que brillaba como ceniza volcánica. La choza tenía pocas ventanas y otra puerta a una habitación, que se usaba como área para dormir, y acomodaba hasta veinte inmigrantes con sus hatillos. En la entrada del dormitorio descansaba una mesa sencilla, con una gaveta, que se usaba esporádicamente como escritorio.

    La madera seca y deshidratada dentro de la chimenea explotó de pronto en una candente llamarada que parecía estar ansiosa por doblegar la oscuridad de la habitación. La suave luz materializó de manera instantánea los rasgos de Lucas, inconfundiblemente mexicanos; atributos que le habían costado la vida y ahora lucían revestidos de pánico.

    Luego de iniciar el fuego, Lucas absorbió la calidez de la llama como una esponja, y su mente les dio permiso a los músculos del abdomen para bajar la espalda a descansar sobre el suelo. Con la tensión muscular en reposo, la mente de Lucas se inundó de recuerdos, como un cabezal frenando abruptamente, luchando por detenerse antes de un abismo con una carga imposible de contener.

    Lucas tragó fuerte y cerró los ojos antes de exhalar. Armándose de valor, exhaló suavemente por la boca, y un pequeño agujero por debajo de su corazón burbujeo con aire, sangre y líquidos internos. Un temblor corrió por su espina dorsal, producido por el charco de sangre fría que se formaba entre su espalda y el suelo. El pequeño orificio en su pecho era, en realidad, una perforación de salida de más de ocho centímetros que le atravesaba la espalda.

    Inhalando alientos cortos con dificultad, Lucas se enfrentó a su propia mente exigiendo respuestas: «¿Por qué?». Pero era un asunto sencillo, él era un pinche mexicano y un güero lo había agarrado en curva al otro lado de la frontera.

    «Ya me cargó el payaso, ¿qué ha pasado? ¿Qué será del chavito?, ¡ay, Dios!, pobre Sebastián…», pensaba Lucas.

    Un estruendo fuerte en la chimenea hizo que Lucas girara a ver, encontrándose con una chispa lanzada desde la luz en su dirección; parecía un cometa penetrando en la atmosfera acelerado por la fuerza de la gravedad. Sus párpados se abrieron. Realizando el eminente divorcio entre su cuerpo y su mente, Lucas asimiló la pequeñez de su identidad, ante la repentina expansión de su conciencia, al mismo tiempo que su cuerpo moría. Y entonces experimentó la sensación involuntaria de sentirse consciente de su verdadero ser.

    A pesar de no encontrarse con sus antepasados, ni ante un túnel de luz, Lucas encontró un fresco sentimiento de liberación, y el alivio de toda la adversidad y la penuria del cuerpo humano. Se sentía desanudado, como un esclavo desatado del poste donde lo azotaban.

    —Me lleva la rechingada. Ay, güey, pero si voy a morir, ¡pues aquí esta, cabrón!

    »¿Sebastián? ¿Dónde estás, mijo? —expresó con un tono sereno, desde la profundidad de su agonía.

    El cautiverio de su mente se levantaba como una cortina mostrando todo un mundo nuevo por atrás de una ventana. Su mente liberada del espejismo y las leyes del tiempo se expandía sin titubear. Con el desvanecimiento de percepción a través de los sentidos corporales, un río de sabiduría antigua inundó su mente. Sus pensamientos ahora radiaban seguridad, al darse cuenta de que, pese al ataque mortal a su cuerpo, su mente estaba ilesa y a salvo. Ya no sentía la necesidad de defenderse, de manera que su indefensión creció y al mismo tiempo también creció su sentimiento de paz.

    El principio del fin constituye el acceso a la sabiduría subconsciente, aun sin entender cómo se obtuvo.

    Como un fotógrafo profesional enfocando su lente telescópico en dirección de un acontecimiento repentino y único, la vista de Lucas enfocó la gaveta abierta del pequeño escritorio, que parecía el dedo de una mano apuntando en su dirección, diciendo «¡Eeeey, güey…, sí, tú! ¡Ven aquí!».

    Reconoció el llamado y se puso de pie manifestando en su rostro el dolor físico esculpido en su cuerpo. Liberando un suspiro lento de coraje, con determinación, caminó hacia la silla enfrente al escritorio y se sentó de golpe. Sacó de la gaveta ya abierta un lápiz con punta sosa y un cuaderno con hojas castigadas por el tiempo y el encierro. Las hojas vacías lucían bajo el lápiz en su mano como un suelo deshidratado bajo una nube omnipotente llena de agua mágica.

    Como los oídos de Lucas estaban tapados, desvanecían el sonido de su respiración como si tuviese el cuerpo del océano por encima de él. Sus sentidos corporales se reducían exponencialmente mientras la sangre abandonaba su cuerpo. No estaba seguro de si aún seguía con vida o estaba ya experimentando las experiencias cercanas a la muerte. Sentía que era Lucas, pero no lo era, su mente continuaba expandiéndose infinitamente.

    En un elevado estado de conciencia, penetró una visión dada por otra dimensión y por otra mente.

    Penetrar: acceder a información subconsciente que el intelecto consciente no puede percibir.

    Lucas sintió que sus primeras palabras salían desde la profundidad de un nudo en su estómago; empezó a escribir:

    Sebastián, algún día, mirando hacia atrás, verás este fragmento en el tiempo bajo otra luz. Hasta que ese día llegue, escucharás estas mismas palabras de mil maneras, miles de veces. Cuando deposites tu fe en ellas, se multiplicarán tus milagros por millones. Estas son las palabras que dicen la Verdad y harán que las pesadillas de la humanidad y sus símbolos del miedo se desvanezcan bajo su luz. Esta visión dotará de alivio a muchos.

    Aun atrapado entre dos mundos y luchando con los espejismos del ego, sombras y recuerdos se escabulleron de la mente de Lucas.

    Como el cuerpo humano conocido como Lucas, el Coyote, Lucas había sido un buen hombre, criatura, individuo…: aquello, esa sombra oscura que proyectaba la mente errada y que ahora conducía su vida al filo de las palabras que dejaba a Sebastián.

    Nunca le había hecho daño a nadie, pero llevaba por dentro un temperamento explosivo: una mecha corta y peligrosa. Lucas era como una intersección sin señalización. Esa misma ira había desencadenado una serie de sucesos que lo habían conducido a tener ese hoyo en su pecho y a que el líquido vital se escapase por el boquete en su espalda. El mismo líquido que quedaría grabado en el suelo de la choza; la huella de una de muchas sombras del ego.

    Como un cadáver momificado dentro de una tumba de la Antigüedad, llena de tesoros, con ningún valor para un muerto, Lucas había escondido y acumulado ira a lo largo de su existencia humana. Siempre irritado, especialmente después de largas noches de insomnio. Una densa ola de ansiedad lo columpiaba durante la noche, llevándolo a tierra por la mañana. A merced de las constantes amenazas e impredecibles cambios de destino y suerte que repartía al azar e injustamente la vida. Relaciones agridulces y pasajeras, igual que todos los obsequios temporales que el mundo le había ofrecido, solo para arrancárselos sin piedad. Era un constante ataque sin misericordia, paz y tranquilidad; para Lucas siempre se había tratado de un asunto imposible de contener.

    Las cosas de la vida mantenían sus mecanismos de defensa en máxima alerta, transformándose en antagonismo. Las cosas de la vida: el drama, todo lo que le salía mal, lo mantenía a la defensiva, en actitud hostil, listo para un arrebato. El enojo honesto y justo en nombre de la autopreservación abría la puerta a un ataque justificado. El cuerpo de Lucas mantenía a su mente en un estado permanente de temor para certificar su propia sobrevivencia. Su mente permanecía como una pistola con bala en recámara, cegada y lista para atacar. El miedo era su mecanismo natural de defensa. No podía dominar el miedo porque, como su creador Lucas, creía en él. Vivió su vida esposado a espejismos del pasado y del futuro.

    Luego de la sorpresiva y repentina muerte de su pareja, Lucas había permanecido en un estado de cólera y confusión por años. Los sensores de su cerebro habían estado ordenando a sus glándulas a liberar fuertes descargas de adrenalina, mientras las hormonas de estrés instaban a su hígado a repartir más azúcar, disparando por su cuerpo una mezcla explosiva de ira que nublaba su habilidad para razonar. Este problema provocaba tanto a su mente como a su cuerpo, gran cantidad de tensión y esfuerzo. Porque su mente era incapaz de contener el miedo del cuerpo; atrapado e inundado por ira, Lucas se convertía en un incendio forestal fuera de control.

    En una tarde calurosa y durante una agitada discusión con un vigilante fronterizo entre el otro lado y la eternidad, la rabia de Lucas ardía con la intensidad del sol de mediodía.

    Se habían cruzado en el camino, cerca de la frontera entre México y Estados Unidos, en el Estado de Arizona, en una zona infecunda. Sus marcados rasgos mexicanos habían provocado insultos que, a su vez, habían propagado la chispa de la tragedia.

    Al principio había sonado como un petardo explotando a la par de su oído. Sorprendido, Lucas no sintió dolor. Entonces se dio cuenta de que le habían pegado un tiro mortal, y una descarga de pánico viajó a alta velocidad desde su pecho hasta su mente.

    La intención de un contraataque se detuvo tan rápido como habría entrado en su mente; su único deseo era regresar con vida al suelo que ahora sostenía su último fragmento de tiempo en el mundo material. Después de seis horas de andar por el desierto pensando en la herida mortal, Lucas cruzó, de milagro, la puerta que había esculpido con sus propias manos. Aquella puerta mágica, con un rótulo absurdo que parecía estar en el mundo equivocado, que se columpió y quedó fuera de lugar con el paso de Lucas y la sombra de la muerte un paso por atrás. El rótulo rezaba:

    ¡Bienvenido, te hemos estado esperando!

    Efectivamente, ella, una luz suave y poderosa lo esperaba, pero no para hacerlo recordar, sino para hacerlo olvidar.

    El rótulo había sido un regalo de Laura, su pareja durante cuarenta años, ya difunta. Igual que la puerta infinita y el rótulo absurdo, el corazón de ella y el de él latían como uno solo. Su ausencia lo habría discapacitado, dejándolo en un estado de amargura y soledad permanente. Las raíces que irrigaban su cuerpo con vida, se iban secando y muriendo poco a poco. Extrañaba todo, hasta el sonido de su silencio, el olor de su cabello, la ternura de sus ojos y el deseo que ella le provocaba de ser un mejor hombre. Su vida pasó a ser solo un retrato colgando en la pared, una distante memoria que ya no podía ver con claridad. Todo lo que hacía le recordaba de ella; su calor nunca se iba, pero la memoria de su rostro se desvaneció, pues era demasiado doloroso para retenerlo.

    En el eterno momento del ahora y dentro de esa luz mágica, había llegado el momento de soltar, de dejar ir.

    Con un fuerte suspiro, Lucas exhaló aire, liberándose de los recuerdos que corrían por su mente. Su respiración era corta y rápida, sus órganos vitales ya sentían y sufrían por la falta de flujo sanguíneo, su pulso se debilitaba. Su cuerpo se preparaba para entrar en shock, justo antes de apagarse por completo. Cerró los ojos un breve instante para alejarse del mundo material y enfocó su intención. Al abrirlos nuevamente sintió su visión como si viniera desde un mundo de paz eterna; continuó escribiendo a Sebastián:

    Sebastián, este es el momento más difícil de mi vida y también el más trascendental, ahora comprendo que esta nota es la razón de mi ser. Recuerda siempre que estas palabras están siendo dadas a través de mí, pero son para ti…Tú sabes que yo no hablo así, esta chingadera hasta me cuesta escribirla. ¡Pero es la neta!

    No conviertas al cuerpo en tu hogar, el cuerpo parece ser todo, pero en la realidad no tiene ningún valor. La libertad nunca te vendrá mientras te visualices como un cuerpo. Buscar la verdad ahí es buscar en un sitio donde nunca podrás encontrarla.

    El cuerpo atrapa a la mente y le esconde la verdad. La mente solo es libre cuando no se refugia erradamente dentro de un cuerpo. El miedo no podrá jamás entrar en una mente libre; por lo tanto, jamás será capaz de atacar. Pregúntate: ¿cómo puede una mente ser físicamente atacada y agredida? Camina el planeta en tu vulnerabilidad e inocencia, eso te liberara del cuerpo.

    Desde una remota esquina de esa mente insatisfecha, la que ha creado todo un universo ilusorio y un sistema de pensamiento errado, observaba el ego, el maestro de la ilusión de la oscuridad de la mente humana, aquella voz que nunca termina de juzgar y dice a cada individuo o fragmento de mente cómo actuar y qué sentir; en aquella triste tarde celebraba y gritaba con su voz errática al aire:

    ¡Ja, ja, ja! Pierdes el tiempo, Sebastián es un perdedor. Yo, así lo creé…; su única misión es fracasar, le dejaré que me entretenga por un tiempo y luego me aseguraré de que cumpla con su destino. Pero no antes de traerme a los demás traidores aquí, a esta pinche choza, donde morirán, como tú. Coyote. Ja, ja, ja!

    * * * * *

    Veracruz México. Cuatro meses después

    Sebastián parecía estar congelado en el tiempo y en un estado de divina inocencia. Sus ojos verdes esmeralda brillaban como una agüita; una canica de vidrio transparente que pareciera contener el universo. Repentinamente su mandíbula tembló y una catarata salada de lágrimas se desplomó sobre la carta de Lucas. Una catarata temporal con el potencial de convertirse en un río de luz inflexible e infinita. La verdad en sus manos y tan cerca como el largo de un brazo… En ese universo, el imposible donde el tiempo y la muerte se situaban, una fuerza no vista incorporaba la intención de Sebastián en otra dirección: hacia lo eterno.

    Desde su nacimiento hasta la edad de tres años el cerebro de un niño pasa por un impresionante periodo de desarrollo, generando más de setecientas conexiones neurales por segundo. Les es difícil diferenciar entre lo real y lo fantasioso; por ejemplo, creen que sus padres pueden leer sus pensamientos. El cerebro del infante continúa desarrollándose durante su niñez y vuelve a encontrar otro crítico y acelerado periodo de evolución entre la edad de diecinueve años. Hay científicos que han descubierto que la etapa previa a la pubertad es la más crítica y la que más afectará al resto de la vida.

    En la Misión La Verdad, su nuevo hogar, un Sebastián de trece años leía la carta de Lucas con animosidad.

    Cautivada por Sebastián, la madre Valentina, una monja católica y su tutora, lo observaba con curiosidad, intentando descifrar qué podía estar pasando por su mente. Observaba en la profundidad de sus ojos cómo chispeaba una extraña sed de propósito y una poderosa fuerza que lo alentaba.

    Sebastián era apenas un adolescente, pero la madre Valentina veía que con él había una presencia grandiosa que absorbía como una esponja las últimas palabras de Lucas:

    Sebastián, la defensa no es más que otra forma disfrazada de ataque; es el estado más desesperado de la esperanza y viene con el precio más elevado. No tienes idea de la devastación que ha provocado en mi propia vida, saboteando la santa paz que nos otorga Dios desde nuestra creación. Si dejas que se apodere de ti, nublará tu mente y te convertirá en su esclavo, engañándote y arrebatándote tu estado natural de existencia y tu derecho de nacimiento.

    Defenderse es una señal de debilidad, mientras que la vulnerabilidad es la fuerza que reconoce un poder tan grande que el ser atacado no podría ser más que una noción absurda. Sebastián, debes caminar en este mundo ilusorio con quietud y con paz, eso te dará la fuerza para encontrar y cumplir con tu destino. En este camino estarás poderosamente acompañado y protegido.

    Sebastián, eres un niño ahora, pero conforme te conviertas en un hombre valora y deposita tu fe en estas palabras. La sabiduría volverá poco a poco a tu mente y crecerá tu poder, podrás cambiar el mundo empoderando a todas las mentes que buscan respuestas, y les ayudarás a encontrar la verdad. El cuerpo jamás tendrá la fuerza para retenerte como su esclavo.

    Carga sobre tus hombros la bandera de libertad —de la mente que no se aferra al cuerpo— como tu regalo a todos los seres que se sienten desamparados y permanecen atados de manos y pies ante el miedo. Encuentra la voz de Dios en ti y deja que abra la puerta a tu mente y de tu corazón.

    Con la gracia y virtud de un maestro poniendo su primer pincelazo sobre un lienzo en blanco Lucas firmó la carta:

    Te quiero con todo mi ser y siempre estaré a tu lado.

    Lucas, tu padre

    Lucas había sido atacado con un arma de fuego, una bala expansiva había atravesado su pecho…

    ¡Ja, ja, ja! Es lo que cuerpos llamados hombres hacen…atacar y defender, para eso yo los he creado. ¿Qué más hay para hacer, pues? ¡Ya está ahí, muere!

    El cuerpo de Lucas finalmente se detuvo, en un estado de descanso horripilante, testimonio a la dualidad de los obsequios que ofrece el mundo material. La vida que por gracia había entrado en su cuerpo, y no por la carta, lo abandonó de forma poco elegante: Dejando atrás un mundo de dolor, tragedia y fealdad. La boca de Lucas permaneció abierta y rígida, al igual que sus ojos sin vida. Sus labios se pusieron de un color morado-verde, su cadáver se pudrió sobre un oscuro charco de sangre fría. El cuerpo sin vida fue encontrado tres meses después, y no fue agradable para la vista.

    Sin embargo, su mente finalmente liberada encontró quietud y paz; doblegando para siempre la voz en su cabeza, dejando atrás el errático cuerpo de pensamientos y comportamiento equivocado que lo había definido como Lucas, el Coyote. Su mente ahora en quietud estaba habitada por la paz, más allá de la percepción y de su comprensión humana.

    Habitada por una voz mágica que el ego, aquella noción de oscuridad en el universo de la Luz, repentinamente percibió. El mago de la ilusión identifico una amenaza: la Voz de la verdad le hablaba —por medio de Lucas y de la carta— a su archienemigo: una monja loca y sus fans.

    Y así el ego se situó en el desierto de su mente; en el desierto de Chihuahua y en aquella choza donde la había escuchado era donde también la debía callar. Entre tanto, el drama, aquella necesidad que lo hacía real, abría una nueva función de circo: la de siempre, aquella mala obra donde todos pierden y todos mueren. La ilusión más grande era la de la separación y el yo. El yo que se desubicó e imaginó lo imposible.

    ¡Ja, ja, ja! Shhhhhttt…, Lucas, ¿estás bien? Te ves pálido y enfermo, güey… ahora voy por junior. ¡Ja, ja, ja!

    Capítulo 1. El Toro Furioso y la monja loca

    Cinco a.m. La madre Valentina Godoy clama por la humanidad:

    Gracias, Padre, por tu plan para despertarme del sueño macabro que yo misma he tejido. Me encuentro frente a la puerta donde el sueño termina con llave en mano. La creación es como Tú la has hecho, ayúdame a despertad a la verdad donde el espejismo que percibo se desvanecerá en tu luz y la memoria de mi creador regresará a mi mente libre de error.

    Hermano, perdóname como yo te perdono a ti, quedando libres de todo conflicto. Vengo a liberarte a ti como tú me liberarás a mí, regresaremos como uno a nuestro hogar, y así vendrá también el mundo entero con nosotros.

    * * * * *

    Desierto de Chihuahua, México. El día antes

    La creación se mantiene inafectada; la mente ilusoria es la única observadora de su espejismo.

    La camioneta Jeep Gran Wagoneer clásica color azul lucía gris bajo la luz de la luna llena. Joselito activó el parabrisas para barrer las capas de polvo que le hacían difícil distinguir el camino. Frunció el ceño haciendo pequeños sus ojos, forzando la vista para maniobrar por encima del terreno arenoso, tapizado con piedras sueltas al azar. Las luces del solitario vehículo sobre la inmensidad del desierto lo hacían parecer un submarino explorando la profundidad del océano. Sobre la marcha y bajo la penumbra de focos atenuados por un velo de arena, Joselito localizó una profunda zanja donde el suelo había sido erosionado; su respiración se disparó. El hombre a su costado parecía estar cansado, pero aún apuntaba una pistola a su cabeza.

    En la fracción de segundo en que el hombre parpadeó y bostezó, instantáneamente el instinto de Joselito se accionó: pisó el acelerador a fondo, provocando que la camioneta saltara sobre la profunda fisura y lanzando a su captor hacia adelante, perplejo y perdiendo el equilibro.

    Todo pasó en minutos: Los movimientos rápidos de Joselito fueron tan naturales como una tos reflexiva. Con su mano izquierda cogió el cañón de la pistola levantándolo hacia el techo de la camioneta, con su mano derecha descargó un golpe seco sobre la muñeca de su captor, obligándolo así a soltar el arma. La pierna derecha de Joselito, ya en posición acertó un puntapié al centro de la cara del hombre. Este sorprendido pero no doblegado ni superado físicamente, cogió a Joselito entre las piernas con la fuerza de una prensa hidráulica y se lanzó hacia el volante con el hombro derecho, provocando que el Jeep girase sin control 180 grados, ahogándose con un fuerte zumbido del motor.

    Joselito de inmediato se posicionó por encima del hombre envolviéndole el cuello con su poderoso brazo. El hombre quedó mortalmente vulnerable y bocabajo, con su rostro sofocándose contra el asiento. Usando su propio peso y la brutal fuerza de su brazo, Joselito empezó a estrangular a su captor, que ahora pateaba en desesperación contra la puerta luchando por respirar. Descargaba golpes cada vez con menos fuerzas, agobiado por la impotencia de sentir por primera vez cómo la vida empezaba a abandonar su cuerpo. Segundos antes de perder conocimiento, el hombre logró tirar la manecilla de la puerta del lado del piloto. Con un último aliento de energía, empujó las piernas contra la puerta de su lado, lanzándolos a ambos fuera de la camioneta y haciéndolos caer con un golpe seco sobre la arena del desierto Chihuahua.

    Tosiendo y cogiendo oxígeno, rápidamente rodó para alejarse. Joselito saltó sobre sus pies y asumió una postura de ataque. El hombre se puso de pie, aunque no tan rápido, pero sin quitar la vista de Joselito ni por un segundo.

    La primera luz del día empezó a romper las oscuras sombras de la noche sobre Chihuahua. La mirada de los dos guerreros se enganchó gracias a la ira. Ambos sabían que iba a ser una pelea hasta la muerte. Joselito se arrancó la camiseta para mostrar el tatuaje de un toro furioso que cubría completamente su pecho. Los músculos de su abdomen se tensaron como nudos en un lazo; pateó arena hacia atrás con la planta de un pie como un toro justo antes de atacar, su seña particular antes de una pelea profesional.

    Su contrincante balanceó la cabeza de lado a lado e hizo tronar los huesos de su cuello para que volvieran a su lugar. Se insultó a sí mismo entre dientes, sin justificación para su descuido, y por haber permitido que lo pillasen por sorpresa en el segundo que había bajado la guardia; había sido un error sin precedentes. Entre tanto bajó la mano derecha para hacer un puño, y entonces sintió un bulto sobre su muslo en la bolsa exterior de su pantalón militar. Instintivamente dedicó una sonrisa torcida a Joselito, dando la pelea por terminada.

    —Nunca debiste de haber hecho esto, Joselito, el Toro Furioso —se mofó con uno tono condescendiente lleno de sarcasmo—. Aún no había decidido si matarte o no. Me empezabas a caer bien, tenemos muchas cosas en común. Ahora tú has decidido por mí, y has definido tu destino, escogiste mal, amigo.

    —No soy tu amigo, pinche colombiano, y dile hola a Dios por mí —respondió Joselito viciosamente y entre dientes.

    Ya no estaba de humor para hablar más tonterías. Había sido secuestrado, obligado a conducir durante horas por el desierto, su camioneta clásica y siempre bien cuidada estaba sucia; tenía que abrir el gimnasio a las cinco de la mañana y no tenía ni idea de dónde estaba. La pesadilla acababa ahora, el hombre estaba en buena condición física y peleaba sucio, pero no era un contrincante para su habilidad y su entrenamiento.

    Antes que el hombre pudiese decir otra palabra, Joselito, en una barrida perfecta, le quitó el soporte de sus piernas, desplomándolo como un saco de patatas. Joselito cayó de nuevo sobre su espalda, como un toro atacando la capa roja del matador, cogiéndole el brazo izquierdo y elevándolo, mientras que su rodilla punzaba la parte trasera de la cabeza del hombre, enterrándole la cara en la arena. Doblando hacia abajo la muñeca del hombre y manteniendo el brazo rígido, lo giró con brutalidad.

    El hombre, al escuchar el inconfundible sonido de su hueso desencajándose, gritó y se retorció sumido en dolor. Tomado por sorpresa por segunda vez, su cara se transformó en algo vicioso y mortal.

    Con el brazo derecho sacó de la bolsa del pantalón su otra Glock, ya con bala en recámara, solo tenía que apuntar y disparar. La colocó por encima de su propia cabeza y disparó. Al hacerlo, la rodilla de Joselito explotó en millones de pedazos, como si fuera una granada de fragmentación.

    La detonación dejó al hombre con un perpetuo e irritante silbido en su oído.

    Lisiado de por vida, para Joselito aquello fue como un golpe mortal: su carrera como peleador profesional se habría acabado.

    El Toro Furioso rodaba desalmado sobre el suelo arenoso gritando de dolor, con las manos sobre el hoyo donde una vez había estado la rodilla, aunque ahora parecía que un predador prehistórico le hubiese arrancado de una mordida un trozo de pierna. Sobre el suelo habían caído partes de su rodilla en una masa de sangre y huesos triturados que parecían vomito de perro.

    El hombre, ahora de pie, lucía como si acabara de conquistar la cima del Everest. Tronó su mandíbula varias veces tratando de aliviar el silbido en su oído, que aún lo agobiaba; mientras, su brazo derecho colgaba como el péndulo en un reloj de pie. El tipo caminó despacio en dirección a Joselito con su pistola apuntando al centro de su rostro y le habló como un perro rabioso.

    —¡Como te decía amigo, tenemos muchas cosas en común, pero hay una gran diferencia que nos separa y mucho!:

    »¡Tú eres un peleador profesional; yo nací para matar!

    * * * * *

    Al mismo tiempo en Veracruz, México

    Solo lo eterno es verdadero; nada más existe.

    Un agudo rechinar, liberado por bisagras de hierro forjado y corroído, partió el cálido aire de la madrugada, como la bocina de bruma de un faro advirtiendo peligro. Mientras tanto, la antigua puerta se abría poco a poco y los primeros rayos de luz de la madrugada penetraron ansiosamente en la oscura habitación, materializando una pequeña y robusta silueta que brillaba como una moneda al fondo de un pozo de los deseos.

    Estirándose y bostezando dentro de una luz llena de partículas suspendidas, salió de la habitación como la mano de una artista guiada por una fuerza creativa invisible: lista para esculpir la naturaleza humana en esplendor. En sosiego, la madre Valentina anticipaba en este día la colisión de dos mundos, con la aprehensión de quien sabe que la inconsciencia ha llegado a su punto de hervor y que la eminente insurrección de seres conscientes va a resultar irreprimible. Aquella gavilla que extrañamente se unificaba y se conformaba, uniendo a unos y a otros en un destino que aún no eran capaces de concebir. Algunos de ellos aún no se conocían siquiera. Pero no quedaba tanto para que se cruzaran sus caminos… pronto llegaría. Había aparecido sin explicación del cómo, pero sí del por qué, y no era un asunto del destino: era un asunto de certeza. Y así en esa mañana que estaba por llegar, Valentina sería una más en un grupo de ocho rebeldes: una insurrección contra lo común, contra lo de diario, contra el ego; y pronto el mundo se uniría a esta insurrección y la seguiría.

    Desde el rincón de una solitaria y desilusionada mente enferma, el ego, el observador sigiloso pero omnipresente en el caos, la contemplaba y trataba de penetrar en aquella mente acallada, una mente eterna e infinita:

    ¡Buenos días, vieja y decrépita monja loca! ¿Lista para fracasar de nuevo? ¡Ja, ja, ja! Al menos ponte un poco de maquillaje antes de salir a asustar a los niños. A alguien se le olvidó informarte de que hoy no es Halloween… ¡Ja, ja, ja!

    Veracruz, nombrada por el conquistador Español Hernán Cortés, quien desembarcó sobre la suave arena blanca del caribe mexicano en Viernes Santo, que también es conocido como la vera cruz, o la verdadera cruz, plantó su reclamo en nombre de la Corona española sobre la misma región que ahora habitaba Misión La Verdad, la obra social de la madre Valentina Godoy.

    La suave brisa marítima encontró y acarició su rostro mientras marchaba descalza por el rústico corredor del antiguo edificio colonial, su misión y el hogar de 33 niños huérfanos.

    A sus 83 años, la madre Valentina sostenía su pequeño cuerpo de un 1,55 metros recto como el mástil de una bandera. Sus penetrantes ojos, frecuentemente rojos y acuosos, como si hubiera llorado, se convertían en un abismo de chispas celestes bajo la luz del sol. La valentía y el buen sentido de humor eran las virtudes que mejor la definían; era temerariamente radiante. Los dobleces de la edad y de la resiliencia desaparecían de su rostro cada vez que sonreía. Sus brillantes dientes y el largo cabello blanco trabajan en conjunto con sus ojos para irradiar un aura de luz que cautivaba a toda persona que se encontrase cerca de ella.

    La madre Valentina reía y lloraba con frecuencia, sus emociones las llevaba a flor de piel: sentía mucho y muy profundo. Sin embargo, ni su quietud ni la ternura de su corazón interferían con la certeza de su carácter. Ella vivía en un estado permanente de amor incondicional, y a través del amor comprendía el poder del Perdón.

    Con sus pensamientos y su proceder en perfecta alineación, había construido su vida sobre un cimiento sólido, y su obra y caridad estaban sustentados por la misma roca, y definían su destino y el de toda persona que tocaba con su amor incondicional.

    Ella no era un mensajero, era un capacitador; retenía el conocimiento y el criterio para ser un maestro de Dios. Con miles de páginas de refrescantes y controversiales documentos escritos por ella, frecuentemente se arriesgaba a la furia de su propia organización religiosa. Pese a que la habían juzgado muchas veces por desafiante e insubordinada, era imposible de controlar y nunca comprometió su fe; esta era para ella un asunto de alta certeza. Cómoda en su propia piel, se sujetaba con firmeza a su devoción; la voz del Espíritu Santo, la divina inspiración que ocupaba todo espacio vacío en su mente.

    Nunca se doblegó ante los ídolos de la muerte, el miedo o la tristeza; esa negociación era un asunto imposible en el que nunca había claudicado. Liberaba sus pensamientos todo juicio, y así dejaba ir las percepciones que la humanidad tenía controladas, etiquetadas y clasificadas. Para ello, se liberaba del pasado y hacía espacio para el presente. Su humilde capacidad de observar acomodó hueco suficiente para que la sabiduría divina regresara a su mente. Y al invadirla el conocimiento, recuperó su visión y la armonía de su estado natural de ser.

    Solo una ley gobernaba la vida de la madre Valentina: La ley del Amor, la única ley que realmente existe. Sus pensamientos simples y directos eran una eminente amenaza para el ego. Un asunto de alta gobernanza.

    La madre Valentina inspiraba a sus alumnos y a sus seguidores a profundizar en sus almas y buscar la chispa divina que despertase sus mentes durmientes, la que podría llevarlos cambiar al mundo. Su doctrina hacía tambalear los cimientos del sistema de pensamiento de la religión convencional y los de su orden.

    Por medio del ojo humano juzgas erradamente, porque no entiendes lo que eres, lo que juzgas y a quién condenas. El ego es la incansable voz en tu cabeza que distorsiona la verdad, mientras sueña lo imposible.

    ¡Ja, ja, ja! ¡A mí nunca me vas a silenciar, monja loca, yo te hice y soy tu dueño!

    Todas las mañanas a las cinco la madre Valentina Godoy oraba por la humanidad, llevando a luz las sombras de juicio y condena que alimentan la demencia y distorsionan la sabiduría; transformaba la visión Divina en espejismos y el conocimiento en percepción.

    Porque el mundo material no ofrece más que la derrota y siempre termina en dolor, pérdida y muerte, la madre Valentina había elegido invertir en el amor y no en los juguetes y las victorias temporales que ofrecía el mundo del ego.

    El perdón era para ella la llave para abrir la puerta al mundo verdadero, donde no existe la dualidad y los espejismos se desvanecen ante su luz. La madre Valentina comprendía que no había nada que defender, solo tenía que permanecer firme en la certeza de su vulnerabilidad, bajo la luz de la ley del Amor.

    En este día en especial, no rezó sola. Lo hizo en la compañía de sus fieles guardianes, ángeles guardianes con forma humana, un musulmán y un monje budista: Omar y Salvador, y juntos pidieron una señal.

    ¡Ja, ja, ja! ¿Bromeas? ¡Mira el traje de esta loca y sus dos mascotas! ¿Batas blancas? ¿Y esos dos? ¿Tus enfermeros? Bueno, van tres, si añadimos a Sebastián y quitamos a Lucas… ya perdí la cuenta. ¡Un extraterrestre y un niño elefante! Me haces lucir tan mal…como si yo también fuera un enfermo mental… ¡Ja, ja, ja!

    Sin embargo el ego el creador del miedo no podía separarse de su juguete y de su creación; aunque una mente acallada le preocupaba, la unificación de mentes acalladas lo petrificaba. Sigilosamente, el ego preparaba una emboscada para la gavilla, y uno por uno los llevaría a aquella choza en el desierto de Chihuahua, donde desde ya esperaba su brazo ejecutor: Una aguja escondida entre la arena.

    Capítulo 2. El rótulo

    Cinco a.m. La madre Valentina Godoy clama por la humanidad:

    Si busco paz, no puedo fracasar en encontrarla; es tu regalo para mí y es eterno. Tu paz no puede ser percibida donde hay ira, porque la ira proclama que la paz no es real. Quien justifica ira bajo cualquier circunstancia, proclama la paz como un disparato sin significado, como si creyese que esta que no puede existir. Por eso el perdón se convierte en la condición necesaria para encontrar la paz de Dios. Que más que ira puedo conllevar a un ataque. Hoy elijo tu paz, Señor.

    * * * * *

    Día de la insurrección, Desierto de Chihuahua, México

    La frontera entre México y los Estados Unidos de América se desarrolla desde el golfo de México en 3200 kilómetros y a lo largo del curso natural del río Bravo del Norte, partiendo grandes extensiones de desierto, antes de llegar al océano Pacifico; el desierto de

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