NO HABÍA CONOCIDO a alguien como Athena.
Medía un metro de alto a pesar de ser adulta, pesaba apenas 18 kilogramos y era peculiar en muchos otros aspectos. Podía cambiar de color y forma, probar sabores con la piel, salivar veneno, escupir tinta y moverse a toda velocidad impulsada por los chorros de agua que expulsaba de un sifón ubicado en un lado de su cabeza. Esto sin mencionar que era capaz de pasar su cuerpo invertebrado y guango por una abertura del tamaño de una naranja. Su cabeza no coronaba su cuerpo, como la mía. Ese espacio estaba ocupado por una parte conocida como manto que contiene los