Delicioso sabor a ti
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Disfruta de este menaje de sensaciones.
Durante treinta minutos, diseminados a través de las veinticuatro horas de un día, muchas mujeres -María, Alicia, Paola, Dafne, Xiang, Minerva, Veronique, Candela, Loren, Elizabeth, Fátima, doña Leo...- sienten y expresan sexo. Inmersas en diferentes momentos eróticos, crean una atmósfera especial donde la consecución del placer es su único objetivo. Cada momento es incomparable y mágico.
De distintas edades y nacionalidades, cada mujer transmite las emociones de gozo y de disfrute que su cuerpo le pide. Todas, solas o acompañadas, en situaciones cotidianas, aportan frescura y normalidad al satisfacer sus deseos sexuales, nos comunican sus gustos y, libremente, de forma natural y espontánea, se dejan llevar por sus impulsos.
Esta amalgama de mujeres y de momentos, salpicados de pornografía con pinceladas histórico-artísticas y voces de cómic, confluye en un marco inigualable lleno de sensaciones sin límite, invitando al lector a sentir lo mismo que ellas sienten.
Juliette Souvignon
Juliette Souvignon nace y vive en España. Escribe poesía, narrativa, ensayo y teatro. Pasa largas temporadas en la playa, donde le inspira el azul mar. Delicioso sabor a ti es un libro de relatos del género pornográfico que, unido al cómic, adquiereuna gran importancia al enfatizar la expresión de la palabra. Viajera insaciable, Juliette recoge en estos momentos las esencias sexuales de los lugares que visita.
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Delicioso sabor a ti - Juliette Souvignon
Alcachofas y salmón
Vengo caliente. Me quito las bragas. Las tiro. Hora de comer. Entro en la cocina. Son las dos. Corto el salmón. Lo cojo con las manos y lo chupo dándole fuertes lengüetazos. A lengüetazos, me acerco al fregadero. Abro el grifo y un chorro de agua me salpica en la cara y en las manos ¡uhmmm! A la vez mi pubis se roza contra la manivela redonda del armario. Dos alcachofas, jugosas, muy jugosas, aparecen ante mis ojos y mis labios. Siento un dedo dentro que navega por mi lengua moviéndose hinchado como un pene. Saco la lengua y el dedo se desliza hacia mis pezones duros miel por mi piel suave. Cierro los ojos. Separo las piernas y me rozo balanceándonos sobre la manivela del armario. Su cuerpo me atrapa por detrás. Siento de nuevo sus dos manos sobre mis senos grandes y duros, y sus susurros se meten en mi oído con fuertes lametones acompasados con la punta erguida de su lengua. Gozo. Gozo entre las palabras y el ritmo de los dos cuerpos pegados y alborotados. Gimo, me sudan mis muslos y grito ¡aaaahhhh! Su saliva se desliza por mi cuello. «¡Joder! ¡Joder!», oigo. Su leche caliente me inunda, chorrea densamente. Mis piernas se impregnan y la sienten. ¡Uf! Sí, sí, la sienten, caliente, caliente. Se despega de mí. Toca las alcachofas. «Están jugosas», dice, «como tus entrepiernas», ríe.
Mojada por dentro y por fuera, María también ríe.
El tendedero
Siempre lo había pensado. Le daba morbo, pero… nunca lo había hecho.
—Apaga la lavadora, cariño.
—Ya está, ¿vienes?
Un noveno con vistas al mar. Espléndido.
La terraza amplia, con dos grandes sillones de mimbre y aluminio y una mesa azul marinero, era uno de los lugares más admirados del apartamento. Colocados a un lado permanecían los sillones y la mesa, al otro lado: un tendedero.
—¡Sácala de ahí!
—¿Dónde quieres que la ponga?
Mediodía. Hacía calor. Slips, bragas, sujetadores y un juego de sábanas. Sobre las dos y diez la colada quedó completamente cogida con grandes pinzas. Alicia se agachó a recoger una. En posición de cuclillas como estaba, miró hacia arriba y se encontró con la polla de Raúl erecta delante de su boca. Sacó la lengua. Suavemente empezó a moverla. Dejó la pinza. Compulsivamente, a ritmo cada vez más y más frenético movía la lengua, hacía círculos, la chupaba, le mamaba la polla. Raúl le cogió la cabeza y se la dirigía. De repente, detuvo la cabeza y empujó por el agujero de la boca, empujando y empujando hacia lo más adentro y profundo. Totalmente dentro, el chasquido de la lengua y la polla se habían unido. Se oía, se oía, se repetía: «polla, lengua, lengua, polla, hacia dentro, hacia fuera», hacia donde fuera. Los oídos de Alicia, los labios, la lengua, la polla, la arrastraban a un gran placer. Inmenso, ¡ooohhh! Y, seguía, seguía, y seguía el chasquido. Inesperadamente Raúl se la sacó, se la cogió, se la meneó y dijo:
—Te la voy a tirar en la cara, je, je, sé que te gusta.
Alicia sintió una avalancha de leche espesa y cálida sobre su cara, y se dejó caer, saboreándola, sobre el suelo de la terraza.
El monje
Tiraban piedras. Una encima de la otra. O, a veces cerca.
En su paseo por la montaña habían recogido un montoncito de piedras. De punta, sin punta, redondeadas, grandes, pequeñas, alargadas, más o menos lisas. Y ahora, descansando sentados en el suelo, jugaban con ellas.
Pietro, Miguel, Elías y Belén comerían allí. Miraron el sol: pasarían de las dos y media. Llevaban cantimploras, vino, gaseosa, sangría, cervezas, y una tortilla de patatas en un tapper, hecha con grandes huevos ecológicos. «Le dan el sabor ideal», decía Miguel. «Esos huevos son cojonudos», añadía Elías. «Va a estar de categoría», remarcaba Belén. «Está di peccato», bromeaba Pietro.
—Yo creo que aquí, entre estos pinos, podríamos comer…
—Bien, como están al lado del monasterio, nos podemos poner cerca de la pared.
—¡Perfecto, porque la sombra da justo ahí!
—Andiamo, andiamo.
Se sientan, abren el tapper, huelen la tortilla, sacan la bebida, abren la sangría, a Belén se le cae una poca y, para que no moje, Miguel se levanta, se acerca a la botella, saca la lengua y le da una