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Aún late el corazón
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Libro electrónico408 páginas6 horas

Aún late el corazón

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Es verano y pronto sonarán los gritos de felicidad de los estudiantes que se gradúan. La artista Cilla Fallander tiene un nuevo trabajo después del drama del pasado invierno como la nueva gerente de un centro comercial que va a reabrir sus puertas.

Pero las cosas empiezan a salir mal desde la primera noche y, durante los cuatro días de inauguración, los problemas continúan acumulándose. Todo esto hace pensar a Cilla que alguien lo está fastidiando a propósito, lo que conlleva consecuencias desastrosas para todos.

Al mismo tiempo, un hombre en otra parte del país planea algo oscuro. Durante mucho tiempo ha buscado a la mujer y al niño que una vez huyeron de él, y ahora finalmente ha encontrado una pista que lo lleva a Sundsvall.

“Aún late el corazón” es la segunda entrega de la serie sobre Cilla Fallander escrita por la autora sueca Susanne Fellbrink.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 feb 2023
ISBN9789180346030

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    Aún late el corazón - Susanne Fellbrink

    Quince años después

    Jueves, 23 de agosto a las 21:45

    Hace una tarde de agosto anormalmente calurosa, y la plaza de Sundsvall esta abarrotada de personas expectantes. La música se detiene y las voces de los presentadores del programa resuenan al dirigirse al público. La marea de gente sigue sus indicaciones y se dan la vuelta hacia el ayuntamiento de Sundsvall, situado frente al centro comercial. Pasan unos segundos y Cilla apenas se atreve a respirar antes de que la bola de fuego entre a toda velocidad desde el balcón, rugiendo como un cohete en su camino sobre la plaza, tal y como lo ha planeado.

    El tema musical, creado especialmente para la ocasión, empieza a sonar; en breve, Stina deberá saltar desde el pretil y, suspendida en el aire como por arte de magia, hará aparecer el nombre del centro comercial, el que va a lucir sobre la bonita fachada del siglo XIX.

    El público grita, lo que significa que la cosa va bien. Pero, de repente, ve cómo los pies de Stina penden del murete. «¿Qué está pasando?». La intro de Ciudad a la luz empieza a sonar y el coro masculino mira desconcertado a Cilla. «Stina no tenía que estar colgando por fuera del balcón, ¿no? ¿No tenía que colgar de más arriba?».

    Los espectadores vitorean y todos señalan con el dedo y aplauden hacia ella. Los focos están dirigidos hacia el edificio, moviéndose en un baile de espirales en la fachada, y, cuando apuntan a Stina, Cilla comprueba que tiene la cara azul. Unas manchas rojas van creciendo en su traje blanco y en las alas colocadas en su espalda. Tiene los ojos desorbitados e intenta pedir ayuda antes de desvanecerse y quedar inerte. Parece una muñeca de trapo, y Cilla entra en pánico.

    «Algo ha tenido que irse a la mierda por completo».

    Tres meses antes

    Miércoles, 9 de mayo

    Faltan 106 días

    Cuando Cilla aparca en la plaza de Fisktorget, junto al centro comercial, siente un cosquilleo en el estómago. Tiene por delante un nuevo reto y le apetece mucho. Le llena el cuerpo de energía positiva saber que tiene la oportunidad de crear algo que va a hacer feliz a mucha gente en Sundsvall; además, que alguien crea en ella es una sensación muy potente. Y Tim Larson, desde luego, debe creer en ella puesto que le ha confiado una enorme responsabilidad y hasta le ha dado vía libre. Es un compromiso enorme, teniendo en cuenta todo lo que está en juego. Cuando sube a la cocina de empleados, se sienta a esperar tras la puerta cerrada. Se retoca el pelo y corrige el brillo de labios mientras espera su turno. Katarina Frolén, compañera de Tim en la inmobiliaria Norrsidan, abre la puerta y le hace una señal a Cilla para que entre. Antes de pasar a la sala, Cilla nota que Katarina tiene la cara y el cuello muy rojos. Probablemente, a causa de las voces subidas de tono que acaba de oír a través de la puerta. El ambiente parece ser de todo menos bueno, y Cilla intenta secarse el sudor de las manos con discreción en los pantalones. Las cerca de veinticinco mujeres —y los tres hombres— que representan las tiendas del centro comercial están sentadas alrededor de la mesa. Se quedan en silencio y la examinan de arriba abajo, y a ella se le pasa por la cabeza que debería haberse esforzado en vestirse más a la moda. Todos parecen llevar las últimas tendencias de sus respectivas tiendas, y el jersey de angora verde chillón de punto que se ha puesto Cilla le pica e irrita su piel acalorada. Debe hacer unos treinta grados en la sala. Todos tienen la cara más o menos colorada y dentro huele a sudor mezclado con diferentes perfumes. La mayoría ha tomado asiento alrededor de las tres mesas de pino que, unidas, forman una larga, y los demás están semisentados en los alfeizares grandes y profundos de las ventanas del antiguos edificio de piedra.

    Cilla se pone al lado de Katarina sin saber qué hacer con sus manos.

    —Bueno, pues esta es Cilla Fallander, que va a ser la jefa de proyecto en la inauguración del nuevo centro comercial, en agosto. Pero, a partir de ahora, andará por aquí también, como una especie de gerente, podemos decir. Enseguida dejamos que os cuente más sobre sí misma.

    Todos miran a Cilla con recelo; todos menos la mujer pelirroja, que reconoce de la tienda KappAhl. Al menos sonríe hacia ella, alentándola, y le ofrece una taza de café. Cilla da un sorbo y, por supuesto, se quema la lengua.

    «Joder».

    Katarina se echa a un lado para que la atención se centre sobre Cilla en la sala de conferencias provisional (como si no tuviera ya las miradas de todo el mundo encima). Cilla no entiende del todo a qué se refiere Katarina con «Gerente del centro», pero no se atreve a confrontarla delante de la muchedumbre sentada ante ellas. Parece que a Katarina ya la han hostigado por algún motivo. Cilla piensa en las voces alteradas que acaba de oír hace un momento, cuando estaba sentada fuera, esperando. Eran frases inconexas que decían:

    «Gastos comunes desmedidos, no se hace nada en el edificio y ¿qué hacemos con el dinero recaudado en los baños?».

    —Bueno, entonces, ¿a quién tenemos aquí? —pregunta una mujer de unos cincuenta años, escudriñándola con sus ojos azules mientras se aparta el flequillo rubio plateado.

    Cilla se aclara la garganta.

    —Como ya han comentado, me llamo Cilla Fallander y soy la encargada de la inauguración en agosto —dice, con la voz más frágil que jamás le ha salido, y siente cómo las rodillas le flaquean. El ambiente que hay en la sala le absorbe las fuerzas.

    —Habla más alto —grita una voz.

    Cilla pone el peso sobre la otra pierna y hace un nuevo intento, pero el resultado no es muy diferente.

    —¿Vas a ser, además, gerente del centro? Estaría bien que se hiciese algo también durante el verano. El número de visitantes no se está incrementando, precisamente —sugiere un chico rapado, más joven, con un suéter de la tienda Stadium, mirándola fijamente. Cilla lo reconoce. Era el que estaba en la caja cuando le compró el casco para la bici a William la semana pasada.

    —Sí —responde ella en voz baja, esquivando su mirada.

    Su cerebro trabaja a ritmo frenético. Gerente del centro. ¿Qué hace uno de esos? ¿Qué se ha perdido?

    —Bueno, vamos paso a paso —comenta Katarina, sin mirar a los ojos interrogantes de Cilla.

    Cilla toma las riendas.

    —Vamos a tratar de encargarnos de que ocurran muchas cosas divertidas en el centro comercial durante la inauguración, y vosotros, que sois los profesionales de este edificio, tendréis que guiarme, y podéis comentarme vuestras peticiones. —Sonríe a todos los de la mesa. Tiene muchas ganas de que este grupo se sienta partícipe y sepa que ella no es del estilo «ordeno y mando». Que sepan que siempre está abierta a escuchar y quiere lo mejor para ellos. Pero lo cierto es que lo que más anhela, dadas las circunstancias, solo es caerles bien.

    Se oye un murmullo sigiloso y nadie le devuelve la sonrisa. Ni siquiera la mujer de la tienda KappAhl.

    Llaman a la puerta y entra Tim. Después de todo, es él quien le ha asignado esta tarea, y ella exhala, aliviada, al dejar de ser el centro de atención.

    —Perdonad el retraso —dice—. Pero veo que ya habéis podido familiarizaros con Cilla. ¡¿A qué es una chica encantadora la que hemos fichado?! —exclama, mirando alrededor de la sala. No recibe una gran respuesta, más bien solo medias sonrisas de cortesía—. Bueno, pues podemos repasar otro tipo de información —continúa, y mira a Katarina, que se acerca a su lado.

    Cilla se aparta y observa a todos los presentes mientras Tim y Katarina hablan. Muchos están con los brazos cruzados. Casi puede palpar la tensión que hay en el ambiente, y supone que hay conflictos de algún tipo sin resolver.

    Pero Tim y Katarina parecen formar un buen equipo y disfrutar trabajando juntos. Las escasas veces que Cilla ha quedado con Tim, le ha parecido que es un hombre justo y profesional que no tiene miedo de trabajar con mujeres con opiniones propias. Se lo ve seguro de sí mismo, está en forma y es descaradamente guapo.

    Le gusta.

    —Ahora tengo que irme a toda prisa a otro lado, así que espero que seáis amables y acojáis bien a Cilla —dice Tim, y asiente hacia ella antes de irse otra vez.

    La habitación se queda en absoluto silencio.

    ***

    Su corazón golpea con fuerza y trata de hacer contacto visual con Tim, pero él mira a todo el mundo excepto a ella. ¿Por qué la está evitando? ¿Por qué se comporta de manera tan extraña otra vez? ¿Y por qué tanta sonrisita y tanto hacerle la pelota a esa tal Cilla?

    Esto la hace sentir mal, muy mal, y percibe que quizá todo esté a punto de escapársele de las manos. Si era a ella a quien le iban a encargar los temas relacionados con la inauguración…, ¿no? Al menos, iba a participar, ¿no? Sobre todo, era él a quien podría…

    Katarina está ahí, como una hipócrita, con su traje de rayas con estampado de piel de tigre, haciendo como si nada. No puede haber sido todo pura palabrería por parte tanto de Tim como de Katarina, ¿no? «Va a merecer la pena», bla, bla, bla. Sí, y una mierda. Da otro sorbo al café y le devuelve una sonrisa falsa, pero Katarina no la mira.

    Cuatro años.

    Cuatro años ha estado a disposición de este centro comercial, aparte de su trabajo habitual, pero se ve que eso no significa nada.

    Mira a su alrededor para comprobar las reacciones de los demás, pero todos parecen estar superocupados escuchando al adefesio pelota. Todos menos Lotta, de la tienda Cubus, que está hurgándose las uñas plateadas con una maldita joya, y Louise, de H&M, que mueve la taza de café vacía de un lado para otro, rayando la madera con la cerámica, y la está volviendo loca. Jonas, de la tienda Stadium, juguetea con el teléfono y finge recibir un SMS muy importante y la nueva de pelo verde de The Body Shop sonríe todo el rato y parece tonta del todo, sentada en la ventana con su compañera. Sofie, de la tienda Åhléns, mira de reojo en su dirección, pero no piensa dignarse a dirigirle siquiera una mirada, sabe lo que va a decir. Mona, de la tienda Cervera, al menos le lanza una mirada de odio a la zorra. Parece que puede confiar en ella.

    Cuando la reunión por fin ha terminado, coge las escaleras y sale deprisa a la calle Centralgatan, hacia la estación de autobuses Navet para que le dé tiempo a coger el autobús a Granloholm. No quiere hablar con ninguno de esos malditos falsos. «Oh, eres tan buena. ¿Qué haríamos sin ti? Eres la mejor, sin más».

    El inusual aire frío de mayo le pega en la cara y refresca sus mejillas coloradas. Suspira al ver la nieve que ha caído. Como si por hoy no tuviera ya suficientes desgracias.

    O sea, que todo su esfuerzo no ha servido de nada. Todas las horas que ha estado llevando cajas con decoración de Navidad, ha subido escaleras, ha trabajado gratis y se ha ofrecido sin recibir siquiera un «gracias». Ay, sí, claro que sí, le dieron una caja de bombones Aladdin en la reunión de la Navidad pasada.

    Gracias por nada, vamos.

    El autobús se desliza en la nieve fangosa y ella se agarra al asiento de delante. Cuando mira fuera, a través de la ventanilla, remite lo peor de su ira y se transforma en un pesado nudo en el estómago. ¿Qué va a decirles ahora a mamá y papá? Su hermana echará leña al fuego otra vez mientras sus padres la miran con indulgencia, ladeando la cabeza, como siempre.

    Si tan solo hubiera podido mantener su bocaza cerrada hasta estar segura… Pero ya es demasiado tarde, tiene que inventarse algo otra vez.

    Cuando se baja del autobús, se tropieza con sus propios pies y suelta un taco al caer sobre su muñeca en la nieve semiderretida. «Nieve en mayo, qué locura», piensa antes de ponerse de pie con rapidez. Se arregla el pelo rojo recién teñido y se repasa el pintalabios para hacerse un selfi. El fin de semana anterior había estado sentada en el balcón a punto de derretirse, bebiendo vino rosado, y ahora esto.

    Tras hacer un buen puñado de fotos, por fin queda satisfecha con el ángulo, de manera que tanto la nieve del suelo como el puchero en primer plano salgan perfectos. «Lo que bajo nieve se oculta, en el deshielo aflora», escribe, una vez elegido el filtro que va a poner en Instagram.

    Entra en el apartamento vacío y va directa a la despensa a coger la botella de whisky y una copa. Tras dar tres tragos y poner muecas de desagrado debido al asqueroso sabor de la bebida, saca el teléfono. Sabe que no puede llamar a Tim a estas horas de la noche. Corre el riesgo de que su mujer lo oiga, pero es que necesita hablar con él, nada más. Escribe un SMS:

    Llámame en cuanto puedas.

    Mientras aguarda con la esperanza de que en esta ocasión él le devuelva la llamada, se acerca a la jaula que hay en el suelo y echa un poco de queso. Después, aparta todo el correo que hay encima de la mesa de la cocina y mueve de sitio la taza de té de esa mañana antes de poner en marcha el ordenador y buscar el nombre en Google.

    «Vamos a ver qué tenemos por aquí, señorita Cilla Fallander. Vaya, vaya con la señora». Aparecen varios artículos del Periódico de Sundsvall.

    «¿Artista de espectáculos? ¡Y una mierda! Venga, hombre…».

    Rellena el vaso de whisky y da unos buenos tragos más. ¿Por qué no llama? Quizá le haya contado ya a su mujer que quiere separarse. Tal vez en este preciso instante la señora Larsson esté llorando; más o menos como ha estado haciendo ella durante un año mientras esperaba disfrutar de las migajas. Pero ya se acabó la espera, él se lo ha prometido. Pensándolo bien, le ha prometido muchas cosas.

    Saltan notificaciones en rojo en la aplicación de Facebook y no puede evitar entrar y ver quién puede querer algo de ella.

    «Ah, el grupo GSCC parece haberse despertado esta noche».

    Grupo Secreto del Centro Comercial.

    El grupo está formado por algunos de los que trabajan en el centro comercial, y ella no sabe ni por qué se unió. Rara vez se trata algo emocionante y, en cualquier caso, ella nunca se manifiesta. Solo suele leer lo que los demás escriben para estar un poco al día. «Igual han escrito algo sobre la reunión de esta tarde». Hace clic y lee.

    Ella Andersson:

    Administradora, 9 de mayo a las 22:13 horas

    Bueno, y entonces, ¿qué tenemos que decir sobre la reunión de esta tarde? Tanto que han hablado sobre la importancia de la inauguración y van y contratan como jefa de proyecto a una chica joven de la zona que viene del mundo del espectáculo. Me preocupa. ¿Qué pensáis vosotros?

    Lotta Lindén:

    Estoy contigo, Ella. Pensaba que seleccionarían a alguien profesional ahora que de verdad habían prometido apostar por ello.

    Hasse Larsson:

    Sí, pero, en realidad, no lo sabemos, quizá sea más profesional de lo que creemos. Mi parienta estuvo la Navidad pasada en un show que la tal Cilla había producido y, al parecer, era muy profesional para ser un espectáculo local.

    Lotta Lindén:

    Pues, entonces, no nos queda otra que tener fe.

    Hasse Larsson:

    Espero que ponga en marcha algunas actividades incluso ahora, en verano, para que haya algo de movimiento. Nuestras ventas han caído de forma drástica en comparación con el año pasado.

    Sofie Stål:

    No daba la impresión, precisamente, de que se hubieran puesto de acuerdo sobre el tema, ¿verdad?

    Hasse Larsson:

    ¿A qué te refieres, Sofie?

    Sofie Stål:

    A que cuando Katarina ha dicho algo sobre que ella también iba a ser la gerente del centro, la ha pillado por sorpresa.

    ¿O solo me lo ha parecido a mí?

    Continúa leyendo la conversación. Ninguno de ellos parece tener opinión alguna sobre que, al parecer, ni la hayan tenido en cuenta para el puesto de jefa de proyecto, a pesar de todo lo que había hecho por ellos. Pero siente cierta satisfacción al ver que, con toda probabilidad, las cosas no van a ser tan fáciles para la Cilla esa. Vuelve a comprobar los SMS antes de dar el último trago del vaso y cierra el ordenador de un golpe.

    ***

    —Aquí esta tu oficina —dice Katarina, y da un paso dentro de la habitación—. No es que vayas a estar sentada aquí dentro muy a menudo. Estarás, sobre todo, recorriendo las tiendas —continúa.

    —Humm —dice Cilla, intentando fingir que la sigue.

    —Van a acristalar el patio interior y será tanto cafetería como restaurante —continúa Katarina; se inclina hacia delante y mira hacia el caos de las obras—. La torre del techo es una sauna muy chula. Te la enseñaré otro día, cuando tengamos tiempo. Ven y damos una vuelta al centro comercial, ahora que está cerrado.

    Anda a un ritmo vertiginoso con sus largas piernas, y Cilla se ve obligada a ir correteando para poder seguirla. Cuando vuelven a la cocina de empleados, Katarina saca una carpeta gruesa de su maletín y se la entrega a Cilla.

    —Esto es lo que incluye tu cargo. Léelo cuando tengas tiempo.

    —Por supuesto que lo haré, pero estaría bien si pudieras contarme algo más sobre lo que hace un gerente del centro. Pensaba que iba a ser solo jefa de proyecto para la inauguración.

    —Claro, eso es así, pero creo que te vendrá bien conocer a la gente de las tiendas y adquirir una visión de toda la actividad del centro para poder montar la inauguración de la mejor manera posible.

    Finalizan la reunión, y Cilla tirita al salir y encontrarse nieve en el suelo. ¿Qué diablos pasa? Hace nada estaba aquí el calor del verano. Cuando está sentada en el coche, aprovecha para llamar a su hermana pequeña, Jossan, y le cuenta en pocas palabras la reunión en la que acaba de estar.

    —Ya verás como seguro que sale todo bien —dice Jossan.

    —A lo mejor es cosa mía, pero no me sentí precisamente bienvenida por parte de los que trabajan en el centro comercial. Parecía que algo se cocía en el ambiente.

    —Espero de verdad que te lo estés imaginando. Ya has tenido suficiente drama en tu vida por un tiempo.

    —Exacto. ¿Puedes creer que esté nevando en Sundsvall?

    —¿Estás de coña? Yo estoy sentada en una terraza tomándome un vino rosado.

    —Creo que me piro a Estocolmo directamente. Es una locura que esté nevando en mayo. Hace tres días hacía un sol radiante y estaba en el porche de casa tomando el sol.

    —Seguro que la nieve desaparece tan deprisa como ha caído —comenta Jossan.

    ***

    Diez minutos después, Cilla gira hacia la entrada del garaje, en Haga. Es un honor para ella encargarse de ese trabajo tan emocionante que tanto tiempo ha estado esperando, pero una sensación extraña se le ha extendido por el cuerpo y no sabe determinar si es un cosquilleo de expectación que le pone la piel de gallina o si es malestar. Mete el coche en el garaje y cierra de forma minuciosa el cerrojo, ya más o menos arreglado. Antes de abrir la puerta, se sacude la aguanieve contra la escalera de hormigón.

    —¡Hola, ya estoy en casa!

    —Hola, cariño, estoy aquí dentro —responde su madre desde el salón.

    Cilla encuentra a Vera en el sofá con un libro entre las manos.

    —¿Quieres una taza de café antes de irte? —pregunta Cilla.

    —Locuela, si quiero dormir algo por la noche, no puedo beber café a estas horas. Los niños y yo nos lo hemos pasado muy bien hoy, pero ya están durmiendo tranquilos. ¿Qué tal te fue en la reunión?

    —Me fue bien. Lo único, que había mucha información que digerir.

    —Eso siempre pasa ante algo nuevo. Ya verás que va a ir muy bien, seguro. Piensa que ahora tendrás un salario fijo durante varios meses. Será un alivio poder relajarte un poco después del caos del año pasado con todos los espectáculos de Navidad, los artistas pirados y…, bueno, ya sabes, eso que le pasó a Bianca.

    —Seguro que va a ir genial —dice Cilla, y se gira hacia la tele.

    Algo le dice que la palabra «relajarte» no va a ser la mejor descripción para este puesto. Por otra parte, no tiene miedo a trabajar duro y sí ganas de ponerse manos a la obra.

    —Me voy a casa con papá. ¿Te haces cargo de cerrar bien con llave cuando yo salga?

    —Por supuesto —responde Cilla, y, cuando se va su madre, comprueba primero la manilla de la puerta del sótano antes de cerrar la puerta principal con llave.

    Cuesta creer que solo haya pasado medio año desde el drama que vivió el otoño pasado.

    Sube y echa un vistazo a los niños antes de sentarse en el sofá y abrir la carpeta gruesa que le ha dado Katarina. Punto por punto, va leyendo el índice, que está escrito a mano con una caligrafía historiada.

    «Publicidad. Limpieza. Eventos. Reuniones internas. Dinero recaudado en los baños. Comité de dirección. Cuidado y limpieza de suelos. Gestión de residuos. Retirada de nieve. Empresa de servicios de vigilancia y seguridad. Club de clientes. Redes sociales. Presupuesto…».

    Dios mío, pero ¿dónde se ha metido? Nadie le dijo nada de esto cuando aceptó el trabajo. Ella iba a contratar a los artistas para la inauguración, montar actividades divertidas y encargarse de todos los preparativos relacionados con el gran evento de cuatro días de duración en agosto. Un gran espectáculo con un presupuesto casi ilimitado en el que iba a ser tanto productora como directora. Pero esto va mucho más allá. ¿También va a encargarse de la gestión de residuos y el cuidado y limpieza de los suelos? Lee los epígrafes una vez más. Tiene que llamar a Tim y preguntarle.

    En ese momento, suena el teléfono a su lado y ve que es Henke.

    —Hola, cariño, ¿qué tal? —pregunta.

    —Bien —dice ella; bosteza, hojeando distraída la carpeta.

    —¿Qué tal ha ido el encuentro de esta tarde con toda esa gente?

    —Ha sido…, humm, interesante. Al parecer, el proyecto incluye ser una especie de gerente de todo el centro comercial. No sé ni lo que significa eso.

    —Suena raro, pero quizá esté bien.

    —Humm, eso espero. Tengo tantísimas ganas de que esto salga bien… Es una oportunidad entre un millón la que me han dado para demostrar lo que valgo. Bueno, ¿y qué tal te va a ti?

    —Estamos mezclando un nuevo tema y luego vamos a tomarnos una cerveza. ¿Los chicos están bien?

    —Están durmiendo. Mamá acaba de irse.

    Cilla empieza a contar cuántas semanas faltan para que se acabe el segundo cuatrimestre y Henke vuelva a Sundsvall. Aunque se ha acostumbrado a llevar todo ella sola durante las semanas que él está en Estocolmo estudiando, tiene ganas de que lleguen las vacaciones de verano. Después, solo quedará un año para que termine la formación de productor musical y para que la vida vuelva a la normalidad y puedan ser dos para todo.

    —¿Tenemos algún plan para el fin de semana? —pregunta Henke.

    —Tengo espectáculo de empresa el viernes, así que estaría bien que pudieras llegar a casa a tiempo.

    Cuando la conversación ha terminado, deja la carpeta a un lado y entra en Instagram. Bianca ha subido varias fotos del aeropuerto de París y Cilla se alegra al ver lo feliz que parece. Es lo mejor que Bianca podía hacer después de todo lo que le ocurrió el otoño pasado. Cambiar de aires y ser au pair en París, y evitar así los recuerdos.

    La pequeña y bella Bianca, que contrató como coreógrafa para los espectáculos de Navidad que montó el año pasado, pero que en mitad de todo fue la terrible víctima de una persona enferma.

    «Très chic, mademoiselle», comenta Cilla; deja el teléfono, reclina la cabeza y cierra los ojos. Hace ya mucho tiempo, pero algunas cosas las recuerda como si fuera ayer. Ella debía tener unos diecisiete años, igual que Bianca. O quizá dieciséis. Se levanta y abre el aparador que hay junto a la mesa del comedor; ahí piensa que estará el libro. El libro con todas las fotos de sí misma en París. Sí, está ahí, abajo de todo, debajo de los libros de cocina y los álbumes de fotos. Se mira a sí misma en el álbum polvoriento, pero pasa con rapidez la foto en la que lleva un collar de perro al cuello y un trozo diminuto de tela alrededor del cuerpo.

    ***

    Bianca sigue a todos los demás pasajeros a través de los largos pasillos del gran aeropuerto. Se topa con un montón de fotos de personas y bonitos edificios, probablemente, franceses. «Hola, hola, Mona Lisa».

    Y pensar que está de verdad en París… La que era la ciudad de los sueños de su madre, pero que nunca pudo visitar. La maleta verde militar que un vecino le ha prestado viene por la cinta, y tiene que luchar para cargar con ella antes de dirigirse a la sala de llegadas. Ha sido fácil reconocerla entre todas las demás maletas negras y lisas con ruedas. Cuando ve cómo los demás pasajeros se marchan con tanta facilidad con sus maletas rodando, siente vergüenza por su armatoste pasado de moda y entiende por qué el vecino podía prescindir de ella durante un período de tiempo largo. Su familia nunca ha viajado más allá de las fronteras de Suecia; pensándolo bien, casi ni tan siquiera más allá de Sundsvall. Quizá Bianca es la primera de la familia en volar. O, a lo mejor, su padre ha volado sin que ella lo sepa. Mira a su alrededor y ve que hay carros que pueden cogerse prestados para dejar maletas ridículas encima y no tener que cargar con ellas. Siente burbujas en el estómago a causa de los nervios. ¿Y si con la que va a vivir es una familia horrible? ¿Y si no entiende nada de lo que dicen? Sigue los carteles para encontrar un baño; ahí mete la maleta a presión en el cubículo y se sienta con las piernas a un lado para que quepa. Pero, por muy horrible que sea, no puede ser peor que su casa.

    Cuando sale a la entrada, ve a un hombre que está enfrente de ella agitando las manos con un cartel en el que pone su nombre. Es tal y como se lo había imaginado. Es tan bajo como ella y aún más delgado.

    Bonjour, Bianca, y bienvenida —le dice él, estrechándole la mano.

    Cuando habla, su prominente bigote se mueve de arriba abajo, y a ella le recuerda a un personaje de una comedia que ha visto alguna vez. Así que este es el padre de la familia con la que va a vivir y para la que va a trabajar. Salen hacia el coche y siente el golpe del calor que se posa en su cara como una manta mojada. Él la ayuda a meter la maleta en un pequeño Citroën rojo e inician el viaje en silencio hacia el bosque de Bolonia, o al menos a la zona aledaña, donde vive la familia. «Bueno, silencioso, silencioso…», Bianca está callada, pero el hombre dice tacos: ella sabe lo que significa «merde». Hace gestos feroces a todos los demás conductores con la mano en la que sostiene un cigarrillo. Con la otra, al menos, sujeta el volante. Bianca intenta pensar algo que tenga sentido con el léxico que tiene gracias al francés del colegio, pero llega a la conclusión de que no hay nada que pueda decir.

    Al menos, no en francés.

    Por el camino, pasan de largo un Ikea y ella traga saliva mirando hacia delante. Ya siente nostalgia.

    El asfalto parece vibrar del calor. Entran en la ciudad con las ventanillas del coche bajadas del todo. Ella absorbe los nuevos aromas. Huele un poco como en el parque de atracciones, a algodón de azúcar mezclado con incienso y a pan recién hecho.

    Cuando llegan al edificio donde la familia tiene su piso, Bianca primero se horroriza y luego se queda impresionada con la forma que tiene el padre de aparcar en línea. No entiende ni cómo es posible meter el coche en ese espacio tan pequeño. Si bien es cierto que empuja un poco hacia delante el vehículo de enfrente, al que da un golpe, y luego hace lo mismo con el de detrás. Pero entrar, entra.

    Arriba de todo, en el sexto piso sin ascensor, vive su futura familia. El padre menudito la ayuda a llevar la maleta grande y, al abrir la puerta de su piso, está completamente sudado. Bianca se queda fuera, mirando hacia la entrada con una mezcla de curiosidad y miedo centrifugando en su estómago.

    Bonjour, Bianca, y bienvenida a París —dice la amable mujer embarazada.

    Tiene la tripa más grande que Bianca ha visto en su vida, y ya ha tenido ocasión de ver bastantes tripas. ¿Y si son gemelos otra vez?

    —Yo soy Édith.

    Bianca se acerca a Édith para darle un abrazo, ya que se han escrito unas cuantas cartas, pero, en vez de eso, recibe tres besos en la mejilla. Derecha, izquierda, derecha.

    —Y yo soy Bianca. ¿Qué tal todo? —alcanza a decir en francés, por decir algo, mientras entra. Resulta que el piso entero es igual de grande que el salón de su casa en Sundsvall.

    Sin embargo, el perro, que se llama Tarzán, es más grande que ella y la cocina entera juntas. Las niñas vienen corriendo hacia ella y se esconden detrás de su grandota madre. La miran, asomándose a escondidas.

    —Yo me llamo Céline —dice la niña mayor.

    —Esta es Danielle y esta es Adèle —dice Édith, y dirige a las dos niñas gemelas delante de ella.

    El piso se distribuye en un pequeño

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