Aprovéchate de mí
Por Xóchitl Lagunes
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Aprovéchate de mí - Xóchitl Lagunes
TÍRATE
Me pongo los audífonos y aprieto el play de la lista de reproducción que escuchaba en la mañana, cuando venía camino al puesto. Aunque la canción apenas empieza, la reconozco enseguida. Ya sé que es cover, que originalmente la tocaban Los Tres, pero no importa, Cafeta la arregló y para mí con ellos suena mejor.
Cierro los ojos y en vez de cantar bajito me quedo callado para sentir la música. Eso es lo mejor de guardarla en el celular: te pones los audífonos y las canciones se van directo al cerebro, sin filtros. No hay ruidos de conversaciones, de carros o de música que no quieres escuchar. Las canciones entran y se descomponen como líneas de un estambre de muchos hilos, y de uno en uno se van adonde tienen que terminar. Algunas ahí en los oídos, otras en las yemas de los dedos, otras más en la garganta. Por lo general así se reparten, pero las canciones buenas también se quedan en la nuca, el tabique de la nariz, bajo los párpados y hasta detrás de los ojos. Esta rola es de esas. Nunca la escucho de pie o caminando, cada que empieza me quedo quieto, y si puedo me siento para disfrutarla como se debe: con los ojos cerrados y sin tener que saber de otra cosa.
Desde hace dos años trabajo en un puesto de barbacoa que se pone los fines de semana al final de San Roque casi en la entrada de Galaxia. Es el más grande de por aquí y no me puedo quejar. Aunque solo me pagan cuatrocientos pesos por los dos días, con las propinas junto cuatrocientos más, y siempre me dan de comer. Con lo que saco me alcanza para mis pasajes y casi todos mis gastos de la escuela, y si lo estiro suficiente me puedo pagar algunas salidas al cine, zapatos o ropa.
El puesto tiene un área para despachar la carne, otra para el consomé y otra para mantener caliente un enorme comal en el que varias mujeres echan tortillas de masa azul y preparan tlacoyos y quesadillas. Entre cinco meseros nos repartimos tres mesas en las que caben hasta veinte personas en cada una con las sillas bien pegadas entre sí. La gente empieza a llegar desde las siete de la mañana y terminamos de atender a las tres de la tarde. Luego tenemos que doblar unas lonas rojas muy pesadas que sirven de manteles y techo, lavar las sillas, las mesas, los cinco molcajetes gigantes, la freidora, el comal y un montón de platos, vasos y cucharas.
El puesto ocupa dos locales de un conjunto de siete que construyeron apenas hace cinco años, y por los que han pasado varios negocios que nunca tardan en quebrar. Solo dos hemos estado aquí más de un año: el puesto de barbacoa y la dulcería que está a un lado. En el puesto somos un montón; en la dulcería nada más dos: Manuel y su esposa, Elena.
Estoy en una silla de plástico porque ya terminamos y falta poco para hacer la limpieza. Mientras los demás comen yo escucho música, siempre elijo escuchar música… No mames. Nomamesnomamesnomamesnomames, viene para acá, Manuel viene para acá. Camina despacito hacia mí con su sonrisota, como si todo en la vida estuviera bien. Pinche güey, nadie le puede creer esa cara de felicidad. Ya vio que estoy sentado. Ya vio que hay una silla vacía aquí junto. Se va a sentar... Nomames que se va a sentar junto a mí... Se sentó. Me saluda:
—Quihubo, Santi, cómo te va.
Separa los labios y deja ver sus dientes. Pinche güey, si supiera cómo me pone. Si supiera cuánto me gusta su sonrisa, pero me da en la madre cuando me la dirige porque no sé qué pensar.
—Bien, Manuel, ya terminamos —me quito un audífono.
—Qué bueno, nosotros también ya nos vamos como en quince minutos. Es sábado y el cuerpo lo sabe.
Lo observo y sonrío. Mi cuerpo lo sabe también, sabe todo del tuyo, aunque no quieras acercarte. No, aplácate, Santiago, o tu cuerpo quetodolosabe te va a traicionar.
—Eso está bien, Manuel, ¿cómo vas a quedarte tarde en sábado? Para eso eres jefe.
Me sonríe de nuevo. ¿Por qué me sonríe? Si supiera de la punzada que me atraviesa la boca del estómago cada vez que se me acerca o me habla, chance y no lo haría tan seguido. Ulises, quien corta la carne y es encargado del puesto, ya nos vio y desde lejos le hace una seña.
—¿Lo vas a esperar? —le pregunto a Manuel y señalo a Ulises.
—Sí, Santi, vamos a echar humito.
Mi papá fumaba, pero yo no. Si fumara tal vez Manuel vendría a buscarme más. Pero entonces yo no me fumaría un cigarro completo, mejor le pediría del suyo. Él lo encendería y le daría la primera fumada, luego me lo pasaría y lo pondría en mi boca para que me llegara con su sabor, como un beso de papel arroz. Se lo regresaría y él se lo quedaría entre los labios para sellar un código cuyo significado solo él y yo conoceríamos… Nomamesnomamesnomames, ya se me paró. Pensar en su boca húmeda, en su saliva caliente, siempre me da este resultado. No quiero que se dé cuenta, qué vergüenza. Me inclino para disimular mi erección, y el audífono que no traigo puesto cae y queda suspendido delante de mí.
—¿Qué oyes? —me pregunta y observa el cable entre mis piernas; lo jalo y me muevo para que el pantalón no me apriete.
—Café Tacuba.
Me dice que los conoce y no me sorprende.
—¿Te gustan, a tu edad? —me pregunta.
—Soy fan, ya hasta fui a verlos en vivo.
—Órale, qué chido, ¿qué canción es?
—Tírate
.
Entrecierra los ojos y entiendo que no la identifica. ¿Cómo dice que sabe quiénes son y no conoce Tírate
? Le paso el audífono que tengo colgando, desbloqueo el celular y regreso la canción para reproducirla desde el inicio.
—Tienes que poner atención para que le entiendas —le advierto—, o no va a tener chiste que la escuches.
Me dice que sí con la cabeza y escuchamos:
He encontrado cosas buenas para soportar
el calor del hambre cuando me voy a acostar.
Y si me dices que te vas,
que no lo quieres intentar
entonces abre la ventana y tírate.
Cuando el ritmo acelera, Manuel lo marca con el talón derecho. Tiene unas arrugas chiquitas en la frente y sus pestañas son largas y chinas. En la parte acústica abre los ojos y me dice que está chida, intensa.
—Tírate, nomás eso, tírate
Santi. Así debes hacer en la vida, si no, no tiene caso.
—¿Cómo? —no le entiendo.
—Pues sí —me contesta—, el chiste es aventarte, dejarte caer, si quieres tirarte al vacío.
—No es lo mismo tirarte que dejarte caer, Manuel.
—No importa, esta es la buena, hay que tirarse, nomás eso —me lo dice con la mirada seria—. ¿La canción es de ellos?
—No, la canción original es de Los Tres, un grupo chileno que se deshizo en el año dos mil, pero en el dos mil dos Cafeta sacó Vale Callampa, que fue su tributo a Los Tres, y de ahí salió esta versión de Tírate
.
Me mira con una ceja levantada. Me caga. Como si le sorprendiera que sé cosas.
—¿A poco sí muy conocedor de Café Tacuba?
—Pues sí, ya te dije que hasta fui a verlos en vivo.
Ulises se acerca y llama a Manuel. Él se levanta y me dice:
—Chida la rola, Santi, luego me la pasas.
No sé si se está burlando o en serio le gustó, pero me vi muy pendejo explicándole la historia de una de mis canciones favoritas. Me guardo los audífonos y el celular en la bolsa del pantalón y voy a buscar mis cosas para hacer la limpieza e irme a mi casa.
Todo el tiempo lo observo, quiero ver qué tiene de diferente, por qué cada vez que está cerca de mí es como si se me resbalaran los calzones. Convivo con otros hombres en la escuela y aquí en el trabajo, y con nadie más me pasa. Cuando se me acerca es como si el piso y las piernas me temblaran, y mi corazón bombea sangre muy rápido a cada parte de mi cuerpo. Tun tun en mi pecho, tun tun en mi cuello, tun tun en mi boca, tun tun en mis párpados, en las piernas, en las yemas de los dedos y debajo de mi estómago. Las manos me sudan frío y una punzada me atraviesa el pecho y la espalda. Me dan ganas de decirle que cuando está junto a mí es como si despidiera un calorcito que me envuelve. A veces, cuando no lo veo, lo imagino cerca, caminando junto a mí en la calle o sentado en la misma mesa que yo en la biblioteca de la escuela. Lavo el piso con fuerza y conforme la espuma se junta bajo la escoba me pregunto si él no se da cuenta. ¿No sentirá que anda conmigo, aunque