Sombras en el arcoíris
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Sombras en el arcoíris - Mónica B. Brozon
Diferente
Jerónimo me dijo que llegaría temprano. Por eso me subí desde las ocho, en cuanto terminé de ver Hora de aventura y de cenar mis tres donas. Nunca me como tres, si acaso una o una y media, pero ahora estaba renerviosa.
¿Qué pensará Jero que significa temprano? Son las nueve y diez. Intento leer, pero no puedo concentrarme, así que saco mis hilos y sigo tejiendo mi pulserita de nudos con los colores del arcoíris. Esto es mejor porque, mientras hago nudos, puedo pensar en otras cosas. Mientras leo, no. O bueno, sí, pero entonces llego al final de la página y me doy cuenta de que no entendí nada.
¡Llegó! Oigo el ruido destartalado que hace su carcacha. Recién sacó su permiso y mis papás le dieron un auto viejo y grandote que no corre mucho y está hecho de una lámina gruesa y pesada. Que por seguridad. Él luego luego lo bautizó como El acorazado por una película supervieja que le gustó.
Guardo mi pulserita, me meto en la cama y apago la luz para oír mejor. No sé por qué escucho mejor sin luz. Será porque no veo nada y los poderes de todos mis sentidos se me concentran en los oídos.
—¿Qué onda? —saluda Jero a mis papás, que se quedaron viendo una película cuando terminó mi programa.
Ellos le contestan. Luego ya no oigo muy bien, parece que bajaron la voz.
Ya no se oye tampoco la película.
Me acerco a la puerta de mi cuarto, pero apenas llegan sus voces. Creo que se fueron a la cocina. No, pues así cómo. Claro que el trato con Jero no era que podía yo estar de chismosa en su conversación. Sólo que me subiría temprano. Me meto de nuevo en la cama y froto mis pies-paleta-helada contra la cobija. Siempre están refríos, pero ahora peor; yo creo que son los nervios. Se me van pasando poco a poco, porque no oigo gritos ni trastes rotos. Tampoco el motor carcachoso de Jero arrancando para irse a otro lugar. Respiro hondo pero calladito, para no perder ningún sonido. Mis pies agarran calor y, como siempre me pasa también, automáticamente se me empiezan a cerrar los ojos.
Sueño con el hornito mágico que me trajo Santaclós hace años. Es un sueño-recuerdo. Jero y yo hacemos pasteles: ése es el recuerdo. Y nos salen bien buenos: ése es el sueño. La verdad es que todos los pasteles que hicimos con ese horno nos supieron a harina cruda.
El toquido clave que tengo con Jero —un golpe fuerte, una pausa, dos golpes seguidos cortos y luego otro fuerte— se mete un poco en mi sueño. Un momento después, el rechinido de la puerta me saca del sueño, justo cuando muerdo uno de los pasteles que tiene merengue rosa y una cara feliz. En realidad estoy mordiendo una