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La Traición: Dragones de Durn Saga, #9
La Traición: Dragones de Durn Saga, #9
La Traición: Dragones de Durn Saga, #9
Libro electrónico251 páginas3 horas

La Traición: Dragones de Durn Saga, #9

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Información de este libro electrónico

La Traición es el libro nueve y el final de la serie más vendida de Kristian Alva, Los Dragones de Durn Saga.

La ciudad de Miklagard ha sido destruida y saqueada por la Red de las Sombras. El Alto Consejo de Miklagard se ha dispersado y muchos de sus miembros están ahora muertos. Los jinetes de dragones buscan desesperadamente a su líder, secuestrada mientras se desarrolla un siniestro complot en el bosque de Everwood.

Frente a tanto caos y muerte, ¿cómo derrotarán los jinetes de dragones a un viejo enemigo cuya intención es destruirlos a todos?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2021
ISBN9798201904753
La Traición: Dragones de Durn Saga, #9
Autor

Kristian Alva

Kristian Alva is a bestselling fantasy author. Her books have reached #1 in Juvenile Fantasy on Amazon UK and Amazon Australia. When she's not writing, she enjoys reading all genres, especially epic fantasy. She lives in Nevada with her family.

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    La Traición - Kristian Alva

    Libros de Kristian Alva

    Libro 1: Dragones de Durn

    Libro 2: El Retorno de los Jinetes de Dragón

    Libro 3: El Emperador Inmortal

    Libro 4: La Maldición Balborita

    Libro 5: La Ascensión de los Maestros de la Sangre

    Libro 6: La Redención de Kathir

    Libro 7: Enemigos en las Sombras

    Libro 8: La Destrucción de Miklagard

    Libro 9: La Traición

    Novelas

    El Nido

    La Bruja de las Cavernas(próximamente)

    Nydeired(próximamente)

    Trilogías

    Los Dragones de Durn (Libros 1-3)

    Las Crónicas de Tallin (Libros 4-6)

    Magos Rebeldes (Libros 7-9)

    Aviso de Copyright

    ©2021. PRIMERA EDICIÓN. Byzine Licensing.

    Este libro contiene material protegido por leyes y tratados sobre Copyright nacionales e internacionales. Cualquier reimpresión no autorizada de este material está prohibida. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida sin el consentimiento expreso por escrito de la empresa editora. Impreso en los Estados Unidos de América.

    Dragon Stones Saga es una marca registrada ® en los EEUU.

    Editor: Moisés Serrato

    Traductor: Mario Gómez

    Descubre más sobre la autora en su página web oficial: www.KristianAlva.com.

    Dedicado a mis hijos, los dragoncitos más dulces de todos.

    MAPA

    Capítulo 1. Vidar

    DESPACHO OFICIAL DEL ESCRIBA DEL NORTE

    POR ORDEN DEL JEFE DE CLAN VIDAR

    Lady Mislava,

    Hemos capturado a la jinete de dragón. Transportarla ha sido una tarea difícil. No tenemos suficiente poción de la flor del sueño para mantenerla sedada durante todo el viaje.

    La carreta ralentiza nuestro avance, pero no puedo arriesgarme a transportarla a caballo. Incluso atada y amordazada, es peligrosa.

    Su rango de habilidades mágicas complica las cosas. Además de ser maestra en pociones, es experta en muchas otras disciplinas. Los hechizos de sueño raramente funcionan con ella, y cuando lo hacen solo tienen efecto temporal. Custodiarla es agotador. Durante su captura atacó a mis hombres, hiriendo gravemente a dos de ellos.

    Hemos dejado atrás a la dragona. Con todo el respeto debido a vuestra opinión, capturarla fue un grave error. Es sanguinaria e imposible de controlar. Difícilmente sobrevivimos al intentar atarla. Aine, una de mis mejores hechiceras, se quedó para vigilar a la criatura. Vuestro telépata Finis y otros dos hombres la acompañan.

    Tal como ordenasteis, no maté a la dragona, pero le di a Aine y a los demás permiso para defenderse en caso necesario.

    Los jinetes de dragón nos están buscando activamente por el bosque de Everwood. He visto a ese monstruoso dragón blanco sobrevolándonos varias veces. Es gigantesco, mucho más de lo que nadie podría imaginar. Cuando ruge, el suelo tiembla bajo nuestros pies, asustando a nuestros caballos. Me veo obligado a usar constantemente hechizos de camuflaje para evitarlos. Estoy agotado, y los guardias también. No podemos viajar por los caminos principales, y dudo que podamos llegar al río Orvasse para la fecha que nos fijasteis.

    Hay una ruta muy transitada que atraviesa las llanuras. Mi única esperanza es encontrar una caravana de comerciantes y pagarles para ocultarnos en una de sus carretas. Me he comunicado mediante pájaros mensajeros con algunos de mis hombres. Nos esperarán en la frontera oriental. Una vez lleguemos a la costa, me haré con un transporte seguro y me encontraré con vos antes de la próxima luna llena.

    Respetuosamente,

    Vidar

    SELA SE DESPERTÓ DENTRO de una carreta, atada de pies y manos. Era una carreta sólida pero de pequeño tamaño, usada por los granjeros para transportar ganado.

    El espacio era incómodo y bochornoso, y el sudor le goteaba por la espalda. Podía estirar las piernas, pero incluso si lograba desatarse no tendría suficiente espacio para ponerse en pie.

    Inspeccionó el interior del vehículo. No había manchas de sangre, objetos volcados ni indicios de lucha. Las tablas del suelo estaban limpias; todo indicaba que la habían metido en la carreta estando ya inconsciente.

    Tenía la boca seca, y sentía su lengua el doble de grande de lo normal. ¿Cuántos días habían pasado desde que la tomaron prisionera? Estaba desorientada y había perdido el sentido del tiempo.

    Intentó librarse de sus ataduras, sin resultado. Eran cuerdas encantadas. Por mucho que se retorciera y luchara, no se soltarían.

    Su ropa, cubierta de mugre y sudor, estaba desgarrada en varios lugares. Tenía la túnica manchada de sangre, que le había empapado un costado casi hasta la cintura. Pudo sentir una corta línea de puntos en las costillas, pero no recordaba la herida ni qué la había provocado. Su mente era un ovillo enmarañado.

    Trató de comunicarse con su limitada telepatía, pero se sentía aturdida. Una barrera mágica, creada por sus secuestradores, le impedía usar cualquier hechizo.

    Sus recuerdos eran borrosos, distorsionados por el dolor que le atravesaba el cráneo. Recordaba haber sido emboscada por Vidar y sus hombres, seguido de mucho ruido y gritos. Luego alguien la golpeó en la nuca. No tenía ningún recuerdo después de eso. El único rostro que recordaba era el de Vidar, con sus coléricos ojos color ámbar mirándola fijamente.

    Estaba tan desconcertada por el hecho de que Vidar lograra capturarla con tanta facilidad. La habían tomado por sorpresa, pero aun así, tenía la capacidad para defenderse un poco mejor contra esos bandidos. Una punzada de vergüenza atravesó su mente.

    Su piedra de dragón había desaparecido, al igual que su daga y espada. Un relámpago de ansiedad la invadió. Sin la piedra de dragón, contactar con Brínsop sería casi imposible. Su dragona estaba con ella cuando les tendieron la emboscada, y debido a los hechizos de custodia no podría contactar con nadie más. No sentía ninguna conexión, ni siquiera un leve destello de los pensamientos de Brínsop.

    Una sensación de pánico brotó en su garganta.

    ¡No! No podía abandonarse a tales pensamientos. Debía recuperar el control de sí misma. Respira hondo, pensó. Concéntrate. Se obligó a centrarse en el presente.

    Inspiró lentamente para serenarse y escuchó durante unos instantes. Podía oír voces de hombres en el exterior.

    ¿Cuándo vamos a parar a comer? Me muero de hambre.

    "Todos nos morimos de hambre, Borgir. Ten paciencia. Ya no falta mucho".

    ¡Has estado diciendo eso durante las últimas cuatro horas!

    Por los dioses, ¿es que nunca dejas de quejarte?

    ¿Quejarme? ¡Ahora verás lo que es quejarse!

    Sela escuchó gritos y maldiciones, seguidas del sonido de un puñetazo y un fuerte gemido.

    Otra voz masculina se elevó sobre las otras, irritada e imperiosa. ¡Callad, imbéciles! ¡No quiero oír ninguna queja más de nadie! ¡¿Entendido?! ¡Tenemos que alejarnos de aquí lo más posible, y aún nos falta mucha distancia por recorrer!

    Sela se paralizó inmediatamente. Reconocía esa voz. ¡Vidar estaba con ellos! La estaba transportando personalmente, no había delegado el trabajo en ninguno de sus esbirros. Era una tarea peligrosa para un jefe de clan; si los atrapaban, la pena de muerte sería su castigo.

    Las voces cesaron, quedando solo el ruido de los caballos y las ruedas de la carreta.

    Se preguntaba por qué la habían llevado viva. ¿Por qué no matarla y terminar con eso? ¿Era por un rescate, por venganza? ¿Esperaban poder sonsacarle información? Su corazón palpitaba a toda prisa pensando en lo que Vidar podría hacer.

    Repentinamente, la carreta chocó contra un bache del camino, haciéndola sacudirse violentamente. El costado de su cabeza golpeó contra una banda metálica en una de las paredes, y la fuerza del golpe empañó su visión. Sintió cómo un mareo la invadía, y todo se volvió negro.

    Cuando volvió a despertar, la tenue luz que entraba desde la claraboya se había teñido de naranja intenso; el sol se pondría pronto. Trató de acercarse más a la ventana. Los brazos y las piernas le hormigueaban al moverse.

    Atada como estaba, tuvo que arrastrarse como una oruga, arqueando lentamente su cuerpo arriba y abajo. El bamboleo de la carreta le dificultaba mantener el equilibrio, pero logró incorporarse sobre las rodillas bajo la ventana.

    Una limpia brisa flotó en su dirección, transportando el embriagador aroma del invierno, y Sela inspiró profundamente. Aquel aire frío le sentó de maravilla, aclarándole la mente con su helada agudeza y calmando sus destrozados nervios.

    Estirando el cuello e inclinando la cabeza, se las arregló para mirar por la ventana con un ojo. Parches de esponjosa nieve salpicaban el suelo. La pálida luz del sol se filtraba a través de los árboles, moteando las ramas cubiertas de nieve. Los rayos del sol estaban a su izquierda, lo que significaba que se dirigían hacia el este, pero no tenía ni idea de a dónde la estaban llevando.

    Los guardias cabalgaban estrechamente alrededor de la carreta. Podía distinguir la oscura silueta de Vidar cabalgando al frente, liderando a todos los demás. Oía los cascos de los caballos chapoteando en el barro. El estrecho camino de tierra estaba enfangado, y desaceleraba su progreso. Un dulce olor a tabaco impregnaba el aire, mezclándose con el familiar aroma del cuero y los caballos.

    En ese momento resonó un aullido entre los árboles, y Vidar dio un fuerte silbido en respuesta; había traído sus lobos con él.

    Sela pudo ver claramente un guardia al costado izquierdo, con las mangas de la túnica remangadas hasta los codos, revelando los intrincados tatuajes alrededor de sus velludos brazos; las marcas de la Red de las Sombras. Eso significaba que todos los guardias eran potencialmente magonatos, quizá tan poderosos como el propio Vidar. Aquella posibilidad se grabó fijamente en su pensamiento.

    Un rugido ensordecedor resonó en lo alto, haciendo que el grupo se detuviera. El sonido era tan potente que parecía capaz de partir el bosque por la mitad. Varios de los caballos relincharon aterrorizados, y los guardias maldecían mientras trataban de sosegar a sus monturas.

    Vidar giró su caballo y vociferó una rotunda orden: ¡Acercaos unos a otros! ¡No tengo bastante fuerza para camuflar a la bruja y a todos vosotros al mismo tiempo! Los guardias se apresuraron a obedecer, juntando a sus caballos hasta que estos trotaron casi hombro con hombro.

    Un rayo de luz crepuscular cayó sobre la frente de Vidar, y Sela vislumbró su rostro por un instante. Su demacrado aspecto la asombró. Había esperado que estuviera algo desaliñado por el viaje, pero era mucho más que eso; parecía completamente extenuado. Sus ojos color ámbar estaban enrojecidos y bordeados por profundas ojeras moradas. Tenía las mejillas pálidas y hundidas, el cuello y el rostro impregnados de sangre y sudor. Una capa de barro seco cubría toda su ropa, desde las botas hasta el nudo de la capa.

    Sacando un pañuelo sucio del bolsillo, Vidar se limpió la frente con mano temblorosa. Tras bambolearse un instante en la silla, volvió a dar la vuelta a su caballo y continuó su camino.

    Sela se apartó de la ventana y se apoyó contra la pared, pensando. Aquel enorme rugido solo podía provenir de Nydeired. Los jinetes de dragón la estaban buscando. Por aquel aspecto desmejorado, podía notar que la fuerza de Vidar se estaba desvaneciendo. No podría aislarla con su magia mucho más tiempo, pronto se vería obligado a detenerse y descansar.

    Y entonces ella haría su movimiento. Aquello le infundió un rayo de esperanza. Aunque trató de mantenerse despierta, el agotamiento pudo con ella y cayó dormida. Cuando recuperó el conocimiento, la carreta había dejado de moverse.

    Ya era totalmente de noche. Podía oír el flujo de un riachuelo y los familiares sonidos del montaje de un campamento. El olor a madera ardiente llenaba el aire. Y algunos guardias hablaban en voz baja.

    ...Lord Vidar necesita descansar, ya venía exigiéndose demasiado. Los caballos también están cansados. Llevamos dos días viajando a toda prisa.

    ¿Y qué hay de la jinete de dragón? ¿Qué vamos a hacer con ella?

    Seguramente siga durmiendo. Vidar le dio una buena dosis de poción del sueño anoche, se la puso en su odre. Apenas estuvo algo consciente, tomó un trago y empezó a quedarse dormida. Desde entonces no la he oído ni respirar. Seguro que se despertará pronto, pero le daremos otra dosis y listo. Cada vez que pida agua, Vidar quiere que la mezclemos con la poción.

    Sela sintió una llama de furia en su interior, pero al menos ya sabía cómo la estaban drogando. Pasaron unos minutos, y pudo oír cómo caía un tablón de madera frente a la carreta. Cerró los ojos rápidamente, fingiendo dormir. Las puertas del vehículo se abrieron hacia afuera. Había un guardia en la entrada, sujetando firmemente el mango de su espada. Era un hombre de mediana edad, con mechones plateados en el cabello. Llevaba cota de malla sobre una túnica pardusca. Además de la espada, tenía una daga prendida del cinturón.

    ¡Levántate!, dijo el hombre hoscamente. Es hora de que comas. Órdenes de Lord Vidar. Aunque la tenía a su alcance, el guardia no trató de tocarla.

    Sela parpadeó repetidamente, simulando despertarse de un profundo sueño. Miró al guardia con expresión confundida. ¿Quién eres tú?, preguntó.

    ¡Mi nombre no importa, levántate y basta!, le espetó el custodio. No me obligues a sacarte de ahí a rastras.

    Dando un gemido, Sela rodó por el suelo y llegó a medio camino de la puerta. Entonces se detuvo, jadeando como si se hubiera quedado sin aliento. No puedo moverme atada con estas cuerdas. Vas a tener que ayudarme.

    Él resopló, molesto. No tengo permitido tocarte.

    Sela gimió nuevamente, esta vez más fuerte. Apenas puedo moverme. ¿Cómo se supone que voy a bajar de aquí yo sola?

    El hombre hizo una pausa, dudando sobre qué hacer. Uno de los otros guardias, un hombre fornido con bigote rubio, intervino en la conversación. Desátala, Voren. ¿Qué va a hacernos? No puede luchar contra todos, somos diez y ella solo una.

    Voren no se movió. Observaba a la jinete con desconfianza.

    Ella le sonrió inocentemente. Tu amigo tiene razón, no os causaré problemas.

    El guardia suspiró, exasperado. Oh, al diablo. Agachándose, tiró de ella, colocándole el brazo alrededor de la cintura para ayudarla a descender a saltitos por los escalones de madera.

    Cuando Sela llegó al tablón al pie de la carreta, se tropezó y cayó sobre la nieve cenagosa, rodando por el suelo y dando aullidos como muerta de dolor.

    Algunos guardias rieron. Voren se dio una palmada en la frente. Oh, por todos los cielos.

    Mirando por el rabillo del ojo, la jinete contó al menos a otros cinco guardias en los alrededores. No se veía a Vidar por ninguna parte, pero había varias tiendas montadas a lo largo de la linde del bosque. Los guardias vigilaban por turnos, y Vidar probablemente estaba descansando.

    El rostro de Sela exhibía un rictus de dolor. Creo que me he lastimado la espalda.

    Voren se inclinó y la agarró del brazo, poniéndola en pie. Ella bufó quejumbrosamente. Mugrienta y cubierta de barro, debía tener un aspecto lamentable. Así era precisamente como quería que la vieran.

    El guardia la tomó entre su brazo y la llevó a rastras hasta el tocón de un árbol, donde la hizo sentarse. Ella se desplomó como una muñeca de trapo, dejando caer la cabeza.

    Con cuidado, dijo él. No vayas a caerte.

    Sela gimió, cerrando los ojos.

    El guardia chasqueó la lengua audiblemente. Estaba claro que ya había tenido suficiente. Voy a desatarte, pero será mejor que no intentes nada raro. ¿Entendido?

    Sí... sí, susurró ella roncamente, tratando de sonar lo más dócil posible.

    Agachándose, el hombre murmuró un rápido contrahechizo y retiró las cuerdas que aprisionaban las muñecas y tobillos de la jinete. Se quedó parado frente a ella, dispuesto a vigilarla, aunque pareciese inofensiva.

    Sela se frotó la irritada piel de sus muñecas. Me muero de sed... ¿tienes algo de agua?

    El guardia asintió lentamente, como recordando que debía volver a sedarla. Ah... sí. Puedo traerte un poco. Espera un momento.

    La jinete lo vio caminar hacia uno de los caballos y meter la mano entre las alforjas. Aunque estaba de espaldas a ella, alcanzó a vislumbrar una pequeña botella de líquido rosa en su mano. Acto seguido el guardia pasó detrás de la carreta, y tras un minuto volvió con un odre a medio llenar.

    Aquí tienes algo de agua, dijo, tendiéndole el odre con expresión indiferente.

    Gracias, dijo ella, sonriendo agradecida. Eres muy considerado.

    Inclinando el odre sobre sus labios, Sela se llenó la boca tanto como pudo. A continuación dio un salto y escupió el agua directamente al rostro del guardia.

    ¡Mis ojos!, gritó él, cubriéndose la cara con las manos.

    Como maestra en pociones, sabía que el jugo de la flor del sueño era cáustico para los ojos. Incluso diluido, era un irritante que causaba un ardor similar al de las guindillas; el guardia estaría ciego durante varios minutos. Sela le propinó una patada en la rodilla, que se dobló con un sonido de dislocación, y el hombre se desplomó en el suelo.

    Los demás acudieron raudos a ayudar a su compañero caído, que se retorcía de dolor. Uno de ellos saltó sobre Sela, armado con escudo y espada, y la jinete dio una ágil voltereta hacia atrás como una acróbata.

    ¡Skellr-Bresta-Elta!, gritó. Un haz enfocado de energía golpeó el pecho del guardia, haciéndolo caer con fuerza. Aquel esfuerzo la fatigó considerablemente. Podía sentir el peso de las protecciones mágicas presionándola, tratando de impedirle usar cualquier tipo de hechizo.

    Otro guardia llegó hasta ella. Era un hombre alto y corpulento, de frondosa barba. Tiene aspecto de guerrero, pensó ella, muscular y peligroso.

    Sela tensó el cuerpo al ver cómo la espada de su enemigo quedaba envuelta por una intensa llama blanca. Incluso en su estado de fatiga, reconoció el encantamiento; un letal hechizo de transmutación que tornaba armas normales en mágicas. Un único contacto de la espada encantada contra su piel desnuda podría calcinarla completamente, o como mínimo dejarla muy malherida.

    Era un hechizo muy poderoso, pero de corta duración. Encantar permanentemente un arma precisaba habilidades únicas, que la mayoría de hechiceros no poseían. Dependía de la fuerza del encantador, pero un hechizo de transmutación duraba aproximadamente un minuto. Una vez agotada la magia, su adversario quedaría débil como un bebé. Se arriesgaba considerablemente al atacarla de aquella manera.

    Puesto que Sela no tenía ningún arma, hizo lo primero que le vino a la mente. ¡Rhond-fastr!, exclamó, alzando un escudo mágico. La barrera brilló durante un instante y luego se encogió, formando una superficie plateada plana que flotaba sobre su antebrazo. La fuerza de los hechizos de custodia vibraba a través de su ser, haciendo que le costara un gran esfuerzo invocar incluso aquel pequeño escudo defensivo. Se sentía torpe y pesada, y sabía que no podría mantenerlo por mucho tiempo.

    El guardia descargó su resplandeciente arma hacia ella, golpeando el escudo con un intenso impacto que estremeció el brazo de la jinete hasta el hueso. La onda de choque la hizo caer de rodillas.

    El escudo

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