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Dagburz. Tierra oscura
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Libro electrónico225 páginas3 horas

Dagburz. Tierra oscura

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Soy un viejo hechicero que ha vivido demasiado y que durante mucho tiempo fue seducido por la oscuridad. La luz la descubrí en las palabras. Hace un tiempo, encontré un texto que me hizo reflexionar y ha inspirado este manuscrito. Comenzaba así:

Me llamo Leirbag. He luchado junto a grandes magos, guerreros y elfos, pero nadie relata una historia sobre mí. Supongo que será porque a mi raza se nos considera salvajes, asesinos, deformes y una larga lista de adjetivos poco agradables. Pero yo también formo parte de las grandes historias que se convirtieron en legendarias. Si aún no has adivinado quién soy, te diré que soy un orco deleznable con ansias de venganza.

Dagburz, tierra oscura es una novela de fantasía épica que cuenta las batallas desde la mirada del ser más ruin de todos. Empleando una narrativa directa con un estilo singular, el autor pretende darle a la historia un enfoque diferente a los clásicos de aventura, pero respetando su esencia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2023
ISBN9788412715521
Dagburz. Tierra oscura

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    Dagburz. Tierra oscura - Jose Gabriel Alfaro

    Dagburz, tierra oscura

    Jose Gabriel Alfaro

    2.png

    Primera edición: octubre de 2023

    © Copyright de la obra: Jose Gabriel Alfaro

    © Copyright de la edición: Angels Fortune Editions

    Código ISBN: 978-84-127155-1-4

    Código ISBN digital: 978-84-127155-2-1

    Depósito legal: B 11011-2023

    Corrección: Teresa Ponce

    Maquetación: Celia Valero

    Edición a cargo de Ma Isabel Montes Ramírez

    ©Angels Fortune Editions www.angelsfortuneditions.com

    Derechos reservados para todos los países

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni la compilación en un sistema informático, ni la transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico o por fotocopia, por registro o por otros medios, ni el préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión del uso del ejemplar sin permiso previo por escrito de los propietarios del copyright.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, excepto excepción prevista por la ley»

    A mis hijos, por sus gritos inspiradores de las batallas orcas.

    Y en especial a Pili, mi brújula en esta gran aventura de ser escritor novel.

    Este libro es mi humilde homenaje a J. R. R. Tolkien por su extraordinaria obra literaria.

    «La fantasía es, como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano, pues a través de ella se halla una completa libertad y satisfacción».

    J. R. R. Tolkien

    PRÓLOGO

    La vida está llena de «personajes» que se conforman y siguen, sin cuestionar nada, las normas y los cánones establecidos. Otros aparecen, ante la mayoría, como inadaptados.

    El autor de este libro, maestro de pedagogía terapéutica —profesión que compartimos y que hace más de una década cruzó nuestros caminos—, muestra un interés especial por este segundo grupo.

    La narración, ambientada en el universo Tolkien de El señor de los anillos, del que Gabriel es un seguidor incondicional, cuenta las andanzas de Leirbag: un orco especial. En un mundo en el que solo se encuentra odio, lucha por sobrevivir, obediencia ciega y falta de razonamiento, el autor crea un protagonista repugnante del que se pueden extraer valores totalmente opuestos.

    Lo sorprendente de este libro lleno de batallas es que, entre toda la vorágine de acciones fantásticas violentas y rudas, se puede vislumbrar la salvación de una caída en la oscuridad de los instintos más primarios de supervivencia. Esto queda patente cuando el autor escribe:

    Con el paso de los ciclos lunares he aprendido que un ser infame, sea de la raza que sea, discute, grita sin razón alguna y piensa que su verdad es absoluta. Todo lo contrario de la criatura que, antes de discutir, reflexiona, piensa sus respuestas y, por último, habla.

    […]

    Una retirada a tiempo te permitirá volver a luchar. Una valentía estúpida te matará tarde o temprano.

    La historia te mantiene en tensión constante, trasladándote a cada combate y corriendo el riesgo de sentir en tus carnes los golpes, hachazos y heridas de flecha. Pero a la vez, también corres el peligro, o la suerte, de amar a algunos personajes por su lealtad, por su fidelidad a su naturaleza y, en el caso de Leirbag, por su capacidad de cuestionarse la delgada línea entre el bien y el mal.

    Por último, quiero agradecer a Gabriel la oportunidad de escribir estas líneas sobre una obra valiente y sincera que da cabida a aquellos seres que, invisibles para parte de la sociedad, tienen tanto que ofrecer.

    Ariadna Aurell

    PRÓLOGO

    No se me ocurre otra persona capaz de contar esta historia que no sea Gabriel. Pasé muchas tardes de domingo jugando al rol (Rolemaster y El señor de los anillos), en las que imaginábamos grandes aventuras mientras lanzábamos dados e intercambiábamos libros. De ahí viene Leirbag, un personaje oscuro y diferente, pero con un sentir y despertar que nos transmite una luz entre sombras.

    Se conocen historias oscuras en la literatura fantástica, aunque todas nos cuentan el relato de poderosos o de quien se vuelve recio. Sin embargo, casi ninguna crónica es vista desde la perspectiva del débil que juega un ínfimo papel, que aguanta las embestidas del destino y alguna flecha elfa. En definitiva, la historia de un personaje involucrado en una empresa mayor.

    Gabriel buscó siempre la mirada desde el otro lado, la distinta. Es ahí donde reside el encanto de este libro, que deleitará al lector con una narrativa sencilla que pasa de la más angustiosa caverna al más bello de los valles, acompañando a un personaje singular con quien disfrutar en cada párrafo.

    Es una novela que da esa visión al lector de literatura fantástica, la diferente. ¿Qué pensó aquel orco atravesado por una flecha, aquel que fue empujado a una batalla mortal? ¿Alguna vez te lo has planteado? ¿Cómo se preparaban para la batalla? ¿Cuál era la liturgia de los orcos para entrar en combate? ¿Te interesa? Entonces esta historia te cautivará.

    Firma un amigo y apasionado lector.

    José Antonio Remó

    PRIMERA PARTE

    La mirada de Leirbag

    Soy un viejo hechicero que ha vivido demasiado y que durante mucho tiempo fue seducido por la oscuridad. La luz la descubrí en las palabras. Ahora me escondo como una rata.

    En las edades remotas viví épocas en las que la filosofía y el arte fueron disciplinas veneradas por casi todas las estirpes, eran la piedra angular del mundo.

    Los altos elfos buscaban comprender la naturaleza y realizaban concilios con el resto de las razas a fin de tener una visión terrenal de Dagburz. Pero alguien sembró con sutileza la semilla de la ambición, un germen delicado, generando artimañas cocidas en las sombras como dejar de comerciar con los enanos o no sofocar alguna rebelión para derrocar cierto reinado y poner a un déspota en el trono.

    Mientras, los elfos ignoraban lo que pasaba a su alrededor e iban alejándose del orbe de los mortales, refugiándose en oasis convertidos en dadivosas urbes donde la imperfección no tenía cabida.

    En los siglos dorados, los enanos esculpían arte sobre la roca. Crearon obras magníficas como la desaparecida Ciudad del Milenio, una joya arquitectónica a la que se accedía a través de una estrecha garganta. Su fachada cincelada en la piedra mostraba una forja justo encima de un martillo y un hacha de guerra, todo rodeado de los escudos de las diferentes casas y rematado con una leyenda en el friso que proclamaba: «Lo imperecedero es el lenguaje de la montaña, nosotros solo somos meros invitados».

    Este enclave fue borrado de la faz de la tierra, y a los enanos, con el paso de las eras, les dominó la codicia por los metales preciosos, pasando de ser los invitados a los usurpadores de las cordilleras.

    Desde el inicio de los tiempos, los humanos colaboraban con los guardianes del bosque, los leshi, buscando el equilibrio entre el desarrollo de sus sociedades y la conservación de los hábitats naturales. Pero la esencia de la humanidad giró hacia el egoísmo. El poder se fue apoderando de los gobernantes y aparecieron las guerras. La conquista de territorios se convirtió en el objetivo principal, con la finalidad de amasar riquezas que disfrutaban una minoría.

    Todo este panorama fue cociéndose a fuego lento, así el poder oscuro manejó el tempo de los acontecimientos posicionando sus piezas en el tablero.

    Si tenemos en cuenta que en las primeras edades los filósofos y eruditos eran las figuras más destacadas, la involución hizo que los guerreros fueran los pilares que sustentaban los diferentes reinos.

    Dagburz sustituyó el conocimiento por la espada, una deriva que trajo como resultado la decadencia de la sociedad del presente, en la que los libros son un mal recuerdo de la cultura.

    En la actualidad nos encontramos en la Tercera Edad, la época del yo como lo único que importa. Cada raza ha tomado su propio camino. Los elfos, símbolo de la sabiduría, son idolatrados en apariencia. La verdad es que casi todos los temen, los odian o envidian su inmortalidad. Alejarse de la realidad ha contribuido a ello.

    Los tentáculos del mal afianzados durante centurias comienzan a expandirse sin visos de ser cercenados. Este continente se asoma al abismo y, una vez dentro, será devorado por las tinieblas.

    Es curioso que escribir estas líneas no sea para narrar cómo algún héroe salva del caos a los linajes mediante hazañas increíbles. Esta historia describe a un ser tan deleznable como brillante.

    Todos conocéis historias de grandes guerreros que lucharon con honor y valentía en batallas épicas, en las que realizaron gestas gloriosas que serán recordadas para siempre. Esos hombres se han convertido en héroes legendarios y, a través de los juglares o las crónicas antiguas, sus hazañas siguen vivas.

    También tenemos a magos, hechiceros o brujos que, con sus poderes, fueron capaces de derrotar a criaturas del averno y que, por medio de sus conocimientos, fabricaron armas y objetos mágicos que maravillaron al mundo y fueron codiciadas por todos.

    Los elfos, con el don de la inmortalidad, eran la raza más admirada y envidiada a la vez, ya que su elegancia, sobriedad y sabiduría les hacía ser juez y parte de todos los acontecimientos ocurridos a lo largo de los tiempos.

    No podemos olvidar a los enanos, orgullosos y tozudos, con sus temibles hachas y martillos de guerra fraguados en magníficas ciudades dentro de las montañas. Estas armas míticas eran transmitidas de padres a hijos, al igual que la pasión por los metales preciosos, aunque la avaricia causara su perdición.

    La casualidad hizo que una raza como los medianos fueran una pieza clave, gracias a su gran fuerza de voluntad, su constancia y, sobre todo, su sentido de la lealtad fuera de lo común.

    Las historias cuentan cómo el destino puso en sus manos un objeto a simple vista de aspecto insignificante, pero que los embarcaría en una aventura irrepetible que perduraría en la historia del mundo.

    Como es normal en estos acontecimientos, solo son recordados los héroes que hicieron posible el triunfo del bien sobre el mal. Por el camino se quedan relatos olvidados, ya que sus protagonistas no reunían cualidades admirables, sus acciones no fueron majestuosas o, simplemente, nadie pasaba por allí.

    Hace un tiempo, encontré un texto que me hizo reflexionar y me ha inspirado para empezar este libro. Comenzaba así:

    Me llamo Leirbag. He luchado junto a grandes magos, guerreros y elfos, pero nadie relata una historia sobre mí. Supongo que será porque a mi raza se nos considera salvajes, asesinos, deformes y una larga lista de adjetivos poco agradables. Pero yo también formo parte de las grandes historias que se convirtieron en legendarias. Si aún no has adivinado quién soy, te diré que soy un orco deleznable con ansias de venganza.

    CAPÍTULO 1

    Mi camino empieza en la oscuridad

    La verdad, no sé cómo nací. Pudo ser que una espeluznante bruja orca engañara con hechizos de amor a algún humano para obtener una noche de lujuria. Soy consciente, mi madre no sería perfecta o quizá fuera una asesina despiadada sin sentimientos por sus hijos, a los cuales consideraba simples engendros que ayudarían a mantener la raza orca. Pero, aun así, la emoción de conocerla no desapareció jamás.

    Lo único cierto es que a los orcos o trasgos, como más os guste, se les considera una raza de criaturas atrapadas en un odio constante hacia todo ser viviente, empezando por sí mismos. Por ello, somos asesinos sin escrúpulos, miserables. Solo sabemos matar, saquear, robar y torturar a nuestros enemigos. Pero desde que tengo conciencia no me dieron a elegir otro destino.

    Mi primer recuerdo es una inmensa cueva, con una cúpula tan grande que no se divisaba el final. En ese lugar siempre estábamos en penumbra y nuestra única luz eran las antorchas. En raras ocasiones, los minerales brillaban como si fueran las estrellas del firmamento. Disfrutaba de ese espectáculo esbozando una pequeña sonrisa, de manera inconsciente, acto que si era visto por mis superiores, significaba un duro castigo, como unas costillas rotas. Ahí lo diferente se pagaba caro.

    En sus profundidades había un lago subterráneo, tras un descenso por una escalera natural. Sus aguas negras provocaban que tu mirada se perdiera en la oscuridad. Según una leyenda orca, una bestia terrible moraba en su interior. Algo a tener en cuenta si te tocaba bajar para llenar los toneles, lo cual hacías de forma rauda. El miedo es una poderosa arma de control.

    La cavidad formaba un laberinto que, si no lo conocías, hacía muy fácil que te desorientases. Había pasadizos tan estrechos que solo cabía un orco. Todo ese entramado de callejuelas retorcidas proporcionaba una excelente defensa y nos permitía repeler o resistir cualquier ataque.

    Su eficacia como ratonera la comprobó una nutrida tropa de mercenarios humanos con intención de invadir la caverna. Las cabezas orcas eran un botín que se pagaba a peso. Éramos inmundicia que todos los reinos querían ver exterminada.

    Recuerdo con toda claridad cómo aparecieron, encabezados por un guerrero armado con un hacha a dos manos y cubierto de pieles. Aunque llegaron con facilidad a nuestros dominios y su rapidez de ataque era admirable, los gritos de alarma resonaron en la gruta. Vi una docena de orcos correr para repeler y dar batalla a los intrusos, pero fueron aniquilados sin problemas. Esa escaramuza dio confianza a los adversarios, aumentando su furia en combate. Cegados por la sed de sangre, no intuyeron lo que se les venía encima; esa avanzadilla de orcos solo era una maniobra de distracción.

    En ese lapso de tiempo, los capitanes habían preparado las defensas y, como fantasmas, desde los laterales comenzaron a salir orcos, lanzándose al combate para disfrutar de la carnicería. Consiguieron acorralar a los invasores en un pasadizo sin salida y un coro de ensordecedores alaridos se oyó durante un rato, pero poco a poco se fueron apagando hasta que llegó la calma.

    Cuando acudimos los refuerzos, pude contemplar los miembros descuartizados de nuestros enemigos y una sensación de orgullo recorrió mi ser. Si la violencia es parte de tu vida, la saboreas cuando la vives en primera persona.

    En cualquier caso, si la batalla se hubiera puesto fea, contábamos con una vía de escape: un túnel estrecho, largo y sinuoso, lleno de puntiagudas piedras con formas extrañas que ofrecían un paisaje terrible. Estaba orientado al oeste y discurría hasta llegar a un bosque, ocultando hábilmente la desembocadura bajo un arco rocoso. Su forma me recordaba a las puertas de una fortaleza.

    Pertenezco a una sociedad, en apariencia, poco evolucionada, donde el orco más fuerte y sanguinario se convierte en el líder del clan. Pero, cuando estás dentro de esta hermandad primitiva, te das cuenta de que existen muchos matices.

    Como, por ejemplo, el capitán Navi. No era un orco muy corpulento, pero, eso sí, las habladurías decían que fue uno de los más despiadados en combate, que incluso les cortaba la lengua a los subordinados para que no contaran sus secretos y siempre dejaba algún superviviente que narrara el terror vivido en la batalla.

    Los que estáis disfrutando de esta historia pensareis que cómo puede ser que este orco, a priori diferente del resto, sobreviviera en una comunidad donde la muerte, el asesinato y la sangre estaban siempre presentes. La respuesta es fácil: mintiendo. Lo más importante es adaptarse al entorno; pasar desapercibido es una virtud que muchos ignoran.

    En una sociedad tan extremista, los librepensadores eran erradicados sin contemplaciones, lección que aprendí de inmediato. Una ley fundamental del orco: mata antes de que te maten. No creáis que he sido un orco bueno y sensible, mi muerte hubiera sido inminente. Al contrario, me mimeticé rápidamente y comencé pronto a asesinar y odiar a toda criatura viviente.

    Desde el principio, nos entrenaron en el arte del combate, siendo la cueva un campamento de instrucción. Esa leyenda de que los orcos nacen de las profundidades de la tierra en parte

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