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Flor de Jade VI -Oscuridad II: Devastación
Flor de Jade VI -Oscuridad II: Devastación
Flor de Jade VI -Oscuridad II: Devastación
Libro electrónico955 páginas31 horas

Flor de Jade VI -Oscuridad II: Devastación

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Información de este libro electrónico

A veces existe un punto de no retorno

Una línea fronteriza que, al principio, solo se atisba al horizonte y sobre la que parece sencillo mantener la equidistancia. La aproximación no se nota en los primeros compases de avance, pero cada paso ganado en su dirección hace mucho más fácil el siguiente. Llegamos a un punto en el que la bordeamos y quedamos a las puertas de ese abismo. Tan cerca, que ese punto se convierte, entonces, en la última oportunidad que evita ser tragados por el monstruo. Pero... rara vez la inercia de los acontecimientos nos permite tener ese atisbo de lucidez.
En esa delicada frontera nos encontramos ahora...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 ene 2023
ISBN9798215468807
Flor de Jade VI -Oscuridad II: Devastación
Autor

Jesús B. Vilches

Jesús Barona Vilches (Cordoba, Spain, December 1976).A writer with an outstanding career in epic fantasy. He won the "Revelation Author in Fantasy Literature" prize in Málaga (2009) for El Enviado, the first volume of his epic saga. His studies in art history and his degree in history come together with his literary vocation in the creation of the saga "La Flor de Jade", which was first published in 2009 by a traditional publishing house and then in 2011 by an independent publisher. Since then, Vilches, who is based in Madrid and works with his usual illustrator Javier Charro, has become a committed defender of the new model of independent publishing, of the digital format and of a close relationship with his readers, without intermediaries. This commitment has crystallised in a policy of low prices for his digital works and in numerous gestures and online interventions in defence of the author's freedom to have direct control over his own work as a viable and dignified alternative to traditional publishing."The Jade Flower, his best-known work, is an epic pentalogy of classical inspiration, but with deep character work, plot and pacing that make it a standout in the genre. Its solidity is based on more than a decade of construction, with six volumes already published and the volumes that will culminate the author's epic opera still to come.In other areas of literature, he has ventured into romantic historical fiction with the "Irene" series, planned from the outset in the form of the "instalments" of yesteryear.He has also collaborated closely with the illustrators Luis and Romulo Royo in the multidisciplinary project "Malefic Time", writing the novel "Codex Apocalypse", published by Norma Editorial, which completes the vision proposed by the picture books.In the field of poetry, his books of poems include "Latidos" and "Antes gritará el silencio".

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    Vista previa del libro

    Flor de Jade VI -Oscuridad II - Jesús B. Vilches

    Oscuridad II Devastación

    Índice

    Ed. Especial Xº Aniversario

    Lámina de Portada (by Nekro)

    Prólogos

    El Horizonte de Sucesos

    Los Rostros Revelados

    Celdas en Gallad

    Capítulos

    Matar al Enviado

    Paz para los Señores de la Guerra

    La Carga a Cuerno

    La Nueva Siembra

    Los Vínculos que nos Definen

    La Verdad Intuida

    Terra Incógnita

    El Desafío y el Arca

    Desentrañar la Madeja

    Evolución-Extinción

    Punto de Arranque

    Apariencias que Engañan

    Diseño y Descartes

    El Código del Todo

    El Dilema Orco

    Caída y Máscara

    La Guerra que Merece Ser Librada

    El Cíclope y la Bandera

    El Dolor, el Sudor y la Brea

    Encuentros Cercanos

    Códigos Desencriptados

    La Piedra Restituida

    Divide Et Impera

    El Poder de la Convicción

    El Veneno en la Copa

    La Bestia

    El Ritual de la Ceniza

    La Memoria de Claudia

    44. Derribando Montañas

    45. El Don de Kaos

    Citas al Pie

    Ed. Especial Xº Aniversario

    Ed. Especial Xº Aniversario

    1ª Ed. Digital/ 1ª Ed. Papel

    DISEÑO E ILUSTRACIÓN DE PORTADA: NEKRO

    Copyright de la ilustración de Portada © 2017 Nekro

    Copyright de las ilustraciones interiores © 2020 Antonio Expósito

    ARTE EN MAQUETACIÓN DE PORTADA: NEKRO

    MAQUETACIÓN Interior: Vilches Indie Books

    CORRECCIÓN: Vilches Indie Books

    SOPORTE A LA MAQUETA EN E-BOOK: César García

    SOPORTE (Asesoría & Lectores Alfa): Jesús Tevildo, Buven Castilla, Estela Invicta, Luis Lupidii,, XIII Cohorte. Mención especial a: Pedro Camacho

    SOPORTE Histórico PATREON: Pedro Camacho Camacho; Yirko Hidalgo Moncada; María Duret; Corina Bowen; Victor J. Fuentes; Patry Roldán; Griselda Rodríguez; Manuel Árbol; Alberto Betancourt; Tony Madrid Valenzuela

    IMPLEMENTACIÓN DE LA EDICIÓN E-BOOK: Estela Invicta

    SOPORTE A LA EDICIÓN, PUBLICIDAD & REDES: Estela Invicta

    All rights reserved.

    A Fernando Carrillo Rodríguez, amigo y lector incombustible. Y a cuantos como él perdimos en estos años oscuros que nos ha tocado vivir.

    Gracias a por la cálida compañía

    Lamento mucho haber llegado tan tarde.

    Para ti también, papá.

    Espero que descanses.

    All rights reserved. Without limiting the rights under copyright reserved above, no part of this publication may be reproduced, stored in or introduced into a retrieval system, or transmitted, in any form, or by any means (electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise) without the prior written permission of both the copyright owner and the above publisher of this book.

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor.

    Ed. Especial Xº Aniversario

    (2011-2021)

    «Y con su nueva encarnadura ,

    el Séptimo alzará la hoja

    y comenzará la Siega»

    Heliocario, El Turdo. Aventuranzas

    La Oscuridad

    «Y con su nueva encarnadura,

    el Séptimo alzará la hoja

    y comenzará la Siega»

    Heliocario, El Turdo. Aventuranzas

    La Oscuridad

    EL HORIZONTE DE

    SUCESOS

    -Un Año de Oscuridad—

    Algo más de 9 meses tras la victoria Tuhsêk en Ghaubar-Kallahvha

    Presente

    A veces existe un punto de no retorno

    Una línea fronteriza que, al principio, solo se atisba al horizonte y sobre la que parece sencillo mantener la equidistancia. La aproximación no se nota en los primeros compases de avance, pero cada paso ganado en su dirección hace mucho más fácil el siguiente. Llegamos a un punto en el que la bordeamos y quedamos a las puertas de ese abismo. Tan cerca, que ese punto se convierte, entonces, en la última oportunidad que evita ser tragados por el monstruo. Pero... rara vez la inercia de los acontecimientos nos permite tener ese atisbo de lucidez. Cruzar esa frontera significa no poder volver atrás. No hay posibilidad de enmienda ni perdón.

    De esa caída al vacío es imposible salir.

    SALÓN DEL TRONO IMPERIAL

    Castillo Belhedor. Inmortalia

    Ciudad Imperio

    Maldoroth mira a Alexis fijamente

    A ún se encuentra sentado en la grada bajo el trono imperial. Golpea sus muslos con ambas manos en un gesto resolutivo y deja que huya un suspiro de resignación de su garganta.

    —Sin embargo... —su tono tiene tintes de aquiescencia, —sospecho que no has hecho este largo camino solo para escucharme ¿verdad? Estás aquí porque estás convencido de que todo lo que está ocurriendo es un macabro plan urdido por una mente enajenada, la mía; que solo busca la destrucción del mundo. ¿Me equivoco?

    Sus ojos traspasan al humano con pesada solidez.

    —Has venido hasta aquí para enfrentarte a mí y destruirme —deduce con acierto. —Aspiras a encontrar la redención de los tuyos con mi derrota. Y no te culpo. Crees, con ingenuidad, que si sales de este templo de la vanidad con mi cabeza en tus manos devolverás el orden natural de las cosas y demostrarás a todos que tú no eres la amenaza que ahora creen que eres; sino su héroe. Destruirme, detenerme, es lo único que crees poder hacer para volver a ganarte el aprecio de aquellos que ya te han condenado de antemano. Sin embargo, lo que no sospechas es que, devolver ese orden... eso, exactamente, es lo que yo he venido a hacer.

    Hay unos segundos de tenso silencio. Un silencio cobarde, indeciso…

    Maldoroth se levanta con tranquilidad. Incluso se permite sacudir sus togas antes de abrir sus brazos en toda su extensión. El gesto franco pretende invitar a Alex al enfrentamiento.

    —Yo no tengo intención de evitarlo, si ese tu deseo, muchacho. Así que... luchemos, si no tienes otra opción.

    He ahí el Horizonte de Sucesos para Alexis.

    Aquel instante que marca el fin de la aproximaci ón y el inicio del descenso sin retorno. Esa frontera tras la cual ya no hay marcha atrás. A partir de ese momento, jamás se puede regresar al punto inmediatamente anterior; como la luz no puede escapar al poder gravitatorio de un agujero negro después de cruzar su horizonte de sucesos.

    ...Y Alex es plenamente consciente de ello.

    En su mente, todas las luces de alarma se han encendido.

    Algo, como un griter ío de voces en su cabeza, le advierte que su próxima decisión, su próxima acción, puede cambiar el destino del mundo. La cuestión, sin embargo, entraña una trampa mortal.

    Dos posibles caminos para resolverla.

    Uno de ellos, solo uno, puede ser el correcto.

    La otra alternativa precipitará la luz hacia un abismo del que no podrá salir. La cuestión es… ¿cuál? ¿Cuál es la elección correcta? Le parecía tan clara, tan obvia cuando llegó a aquel lugar... pero ahora, ahora... ya no está tan seguro.

    Que su adversario le apremie con tanto descaro al combate… no hacer siquiera el intento de eludirlo o de tomar ventaja, le hace temer estar cayendo en una trampa.

    Aquel ser había pisado tiempos remotos.

    Esa criatura, de aspecto tan frágil como cualquier ser humano, puso en jaque a toda una Era, una vez. Ahora volvía a hacerlo. Su existencia era una obvia amenaza para todos. Estaba claro. Él estaba allí para enfrentar esa amenaza y vencerla. La opción era obvia: el combate.

    Combatirle... ¿Combatirle?

    En ese segundo dilatado hasta el infinito todas las preguntas de la humanidad parecen querer hacer malabares sobre una cuerda floja. Su próxima acción puede desencadenar el Juicio Final.

    Precipitar el Fin del Mundo.

    Alexis se ha preparado para enfrentarse a Él. Su adversario acepta el duelo. ¿Qué estaba mal? Todo parece discurrir por el camino planteado. El obvio. El consecuente. No obstante, aquel ser no se asemeja en absoluto a la especulación que había fabricado de él en su imaginario. Entonces…

    ¿No combatirle...?

    ¿Absolución? ¿Condena?

    ¿Qué precipitaría el caos y qué haría regresar el orden? Hay una trampa, está seguro. Pero... ¿dónde? ¿De qué saca ventaja su adversario? ¿Está la trampa en aceptar el duelo? ¿En seguir el orden de las cosas, tal y como habían sido formuladas?

    ¿Atacar...? ¿Es eso lo que realmente quiere aquel ser que ocurra...? ¿Es eso lo que debe pasar, entonces? ¿Es, el enfrentamiento, el escenario propicio para los intereses de Maldoroth?

    ¿...O no hacerlo?

    El movimiento inesperado le va a dar la ventaja a él y se la restará a su adversario. ¿Cuál es ese movimiento que nadie sospecharía de antemano?

    Duda....

    —¿A esto le llamas traer el Orden, Demonio? —le grita, enfurecido. Sorom parpadea desconcertado a su lado. —¿A masacrar todo lo que respira a tu paso? ¿A ocultar los cielos y cegar al mundo? ¿Condenarlo a una extinción lenta, gélida y oscura? ¿A esto? ¿A matarnos de hambre y frío... o a manos de nuestros propios vecinos y amigos, a los que tú has privado de sus tumbas y convertido en tus macabros títeres? ¡¿Ese es tu orden, Maldoroth?! ¿Esperas que me lo crea?

    Silencio. Un segundo de silencio que se hace eterno.

    —¿Por qué no me atacas, entonces, Alexis? —pregunta el Desollado, con la misma templanza que había presidido todo su discurso. —¿Qué te lo impide, criatura? Yo no lo estoy haciendo, desde luego. Estoy listo para nuestra inevitable confrontación.

    Su tono... aquel tono.

    Paternal, cálido... casi doliente. Alex aprieta los dientes. Crispa los puños. Se tensa, pero no acaba de decidir si abrir hostilidades es lo que debe de hacer. Sorom observa los duelos del muchacho con la angustia de saber que aquella batalla tiene que librarla en solitario.

    —¿Por qué no intentas acabar conmigo, muchacho? Soy la clara amenaza. Soy el caos encarnado —Maldoroth abre sus ojos, como aquel que descubre un detalle pasado por alto. —Es... por mi aspecto —presiente. —Te parezco ahora demasiado... inofensivo, amable, apuesto… ¿no es cierto? Cercano a ti y a lo que eres, con estos rasgos. Supongo que mi rostro no es lo bastante amenazador, ahora. Es... esta ilusión de humanidad que ves en mi —concluye su deducción, —la que no me presenta ante ti suficientemente peligroso. Curioso…

    No hay asomo de sarcasmo en sus palabras. Al contrario. Hay reflexión, análisis aséptico de la situación; deseo, incluso, de hacer el trance al muchacho mucho más llevadero.

    —Puedo quitarme esta máscara, si ello facilita tu decisión. Recordarte, de nuevo, mi rostro seco y desollado. Puede que así sea más fácil la elección para ti.

    Sus manos describen lentamente un leve gesto en el aire. Lentamente desaparece la ilusión que envuelve aquel cuerpo. Retornan los perturbadores rasgos de cadáver de su rostro real. Alex se tensa de inmediato. Sus brazos se cargan de poder.

    El ataque parece inminente.

    —¡Lo ves! Ya te lo advertí. La belleza ablanda el corazón. O, al menos, lo embriaga. Pero así, con este aspecto... queda evidente lo que soy: la muerte que galopa los vientos de la aniquilación —añade con teatralidad élfica. —Yo soy la devastación que ha de ser detenida. Y tú, muchacho; tú, solo puedes ser el Elegido que debe, que tiene que detenerme. Viejas profecías así parecen disponerlo ¿no es cierto? ¿Qué más necesitas para convencerte, joven humano?

    El duelo se cobra un último y agónico segundo de silencio, donde las miradas quedan prisioneras la una en la otra. Un segundo en el que nadie puede predecir el desenlace en el siguiente.

    —¡¡Respuestas, maldita sea, Maldoroth!! ¡Los motivos! ¡Las razones del caos!

    Alex escupe las palabras con rabia, pero disipa la energía mágica acumulada en su cuerpo.

    —No es tu rostro el que te señala como amenaza —le añade. —¡Tus actos lo hacen! Te presentas con gestos amables, pero has oscurecido el cielo y tus criaturas lo devoran todo, como una plaga. Tratas de sugerirme que no eres lo que las historias de los Jerivha dibujan sobre ti, pero me invitas a combatirte sin reparo porque... ¿según tú debería detenerte? —Alex bate la cabeza como sacudiéndose pensamientos. — ¿Qué juego es este, Demonio? Habla claro: ¿A qué has venido? ¿Qué pretendes? Todo esto... ¿qué es? ¿Un antiguo ajuste de cuentas? ¿Algún tipo de venganza personal? ¿O simplemente responde a tu naturaleza? Dime... ¿Eres o no esa amenaza? ¿Debo… o no debo combatirte? Aquí y ahora.

    —¿Qué te dice tu instinto, muchacho? —pregunta el Desollado. Alex, vacía los pulmones en un suspiro de furia.

    —¿Mi instinto? —Pregunta el hechicero con perplejidad. —No es una cuestión de instinto, criatura. Justo, al contrario. Es una cuestión de mantener la mente fría. En este tiempo he aprendido que nada es lo que parece, Maldoroth. Las verdaderas razones pueden estar escondidas a simple vista, pero nada es solo blanco o negro, ¡Nada! Y si lo parece, es porque alguien saca provecho al plantearlo de una forma tan simplista. ¿Lo sacas tú?

    Maldoroth mira al joven con intensidad e interés. Alex le apunta con su índice. Es casi un gesto de desafío.

    No se anticipa. Nadie, en realidad, puede anteceder aquella reacción, aquella actitud, en el joven. Una parte del leónida se siente recompensada. Ve en la inesperada exigencia de Alex, el reconocimiento silencioso a su propia influencia. A la búsqueda incansable de la verdad oculta, a pesar de las apariencias. Reconocimiento, que es explícito cuando Alex le devuelve, de soslayo, una mirada llena de significados, antes de continuar con sus demandas.

    —Todo tiene una enorme escalada en grises que me estas invitando a ignorar deliberadamente al animarme a combatirte, sin más. ¡Y quiero mi maldita escala de grises, Maldoroth! Quiero saber por qué estás haciendo esto y a dónde quieres llevar al mundo con ello. Siempre hay tiempo para combatir, si considero insuficientes tus respuestas. Estoy más que preparado para enfrentarme a ti. Te lo aseguro, Demonio.

    Y para reafirmar sus palabras, Alex aprieta sus puños, concentrando en ellos una desmesurada cantidad de energía. Todo a su alrededor se electrifica. Los cabellos del joven ondean como mecidos por el viento, y todas las filas de pesados bancos que llenan la sala del trono se elevan y quedan suspendidos a distintas alturas, ingrávidos. Los cabellos de Sorom comienzan a pujarse como si todo el lugar se llenase de corriente estática.

    —No soy un mago cualquiera —advierte con solidez. —Jamás te has enfrentado a un mago como yo.

    Maldoroth le observa con calma. Parece querer entrar en la mente de aquel joven a través de esa mirada.

    —No dudo que estás preparado para medirte a mí, muchacho —responde aquel, después de un breve silencio, sin alterar la serenidad en su voz. —No necesito la demostración de fuerza. Percibo un enorme poder en ti. Siempre lo he percibido.

    Alex cree entender la indirecta lanzada y abandona la actitud amenazante. Todos los elementos suspendidos caen a plomo, como una pesada lluvia. Por un instante, el estruendo es ensordecedor. Sorom, cuya reacción natural le ha llevado a encogerse por instinto, deja de percibir la estática y sus efectos en el ambiente.

    Maldoroth, sin desfijar la mirada de la figura crecida que tiene ante sí, retoma la conversación.

    —Pensé... que quedaba muy claro por qué debes aniquilarme, muchacho. El caos no tiene razones. Y yo soy el mal en su pureza. Soy un ser enfermo y sádico al que solo le motiva el sufrimiento ajeno. Estoy aquí para sembrar de muerte y dolor este mundo. Arrebatarle a los vivos todo lo que anhelan para luego desaparecer en la oscuridad del tiempo. ¿o no? ¿O no es eso lo que tú mismo pensabas de mi cuando llegaste hasta aquí? Es, de hecho, la única razón por la que estás aquí, frente a mí, en este preciso instante… ¿o me equivoco?

    La pregunta exige un silencio de cortesía. Silencio, que no es alterado por nada ni nadie en aquella enorme sala. Un silencio que es cómplice de una verdad tan absoluta como evidente. Y, desnudada la evidencia, solo cabe hacer una pregunta.

    —Dime... entonces... muchacho ¿Por qué...? ¿Qué ha cambiado dentro de ti para que aparezcan las dudas o los matices? Para que ahora te plantees, al menos, la posibilidad de no combatir; cuando has llegado hasta mi espoleado probablemente por esa única motivación.

    Esta vez no hay pausas. Alex casi escupe su respuesta.

    —¡Que tienes razón, Maldita sea! Que es demasiado obvio. Demasiado simple —asegura, casi con furia.

    Sorom no puede evitar sonreír.

    Ha hecho un buen trabajo con el chico, después de todo.

    Alex parece haber perdido la focalización en su antagonista, y su gestualidad comienza a delatar su propio debate interno.

    —Está claro que eres un ser inteligente, Maldoroth; si ese es tu verdadero nombre. No descarto aún que tu mente esté perturbada, pero, desde luego, es una mente brillante.

    Ya no le mira directamente. Su discurso es un discurso abierto. Empieza a moverse con mayor libertad, como el detective que entrelaza las pistas en su mente para atisbar la hipótesis más razonable. Su interlocutor, que en honor a la honestidad jamás reflejó una actitud hostil hacia el joven, se cruza de brazos y le escruta con curiosidad.

    —La destrucción o la simple venganza ciega son motivaciones primarias. No son dignas de una mente brillante. No pueden ser tus motivaciones, Maldoroth, Príncipe Desollado; Primero en recibir el Don de Kaos —añade, con grandilocuencia. —Hay algo más complejo detrás de esto que, ¡es cierto! se me escapa aún; pero mi intuición me advierte que existe. Está ahí, en alguna parte, y quiero saber qué es.

    Interesante... Totalmente imprevisto...

    —¿Debo deducir que prefieres... hablar a pelear? —El Desollado paladea aquella reflexión y mal esconde una sonrisa de estupor. —La última vez que estuve en esta misma encrucijada, quienes se encontraban frente a mí no dudaron cual debía de ser la actitud que seguir. Mis motivaciones no fueron algo que necesitasen conocer en ningún momento. Es más que probable que las dieran por supuestas.

    En ese instante detiene su discurso y observa con serenidad al joven y demandante hechicero que tiene delante. Aún está ahí, piensa.

    —Puede... —asegura con lentitud, —que la raza humana tenga un brote de esperanza, aún.

    Maldoroth baja los escalones del trono con mesura y pasa lentamente ante el joven. Alex no lo sabe, pero acaba de cruzar la línea divisoria. Acaba de parar la moneda.

    Ya no hay vuelta atrás. Ya no habrá vuelta atrás.

    —Sé que piensas que he venido a desatar la muerte sobre todos—. El Desollado no se vuelve para mirarlo una vez rebasada la posición de Alex. Al contrario, continúa su discurso dándole la espalda, en una muestra de actitud confiada. —Es lo que probablemente hayas escuchado... Y es la inevitable impresión que debo estar dando en estos compases iniciales, dolorosamente necesarios. Pero... lo cierto, es que mi motivación... es justo la contraria.

    Alex arquea las cejas como si estuviesen tratando de tomarlo por idiota.

    —Aunque te cueste creerlo, muchacho; lo que pretendo, todo lo que he hecho y queda por hacer, son pasos necesarios para desterrar definitivamente a la muerte de la ecuación de la existencia—. Hace una leve pausa, para potenciar el énfasis. Ese es el momento elegido para volver primero la mirada y, tras ella, el resto de su cuerpo para quedar de nuevo enfrentado al humano. —Yo he venido a garantizar la pervivencia a todos. Traigo la vida por encima del tiempo —confiesa sin aspavientos. —Ofrezco una regeneración a este mundo herido.

    —¡La Inmortalidad! —exclama Sorom en un arrebato incontrolado. Obliga a todos a girarse hacia su posición, algo escorado con respecto a ellos. —¡Ese! Ese es el Don de Kaos, ¿verdad?! —deduce en un golpe de inspiración. Maldoroth amaga un atisbo de sonrisa en sus labios sin carne, que al leónida le sabe a confirmación.

    —La inmortalidad... —remarca el Príncipe Desollado con atemperada solemnidad. —La última utopía de los vivos. El regalo arrebatado...

    Entonces, se vuelve hacia el chico y lo perfora con esa mirada intensa que parece traspasar la materia y el tiempo.

    —Te haré una pregunta, joven Alexis, que no espera respuesta inmediata; solo... que te detengas a considerarla un momento —le propone. —¿Qué harías si dispusieras de todo el tiempo del mundo? Todo el tiempo del mundo... para ver, sentir y experimentar. Todo el tiempo que exista ...para aprender, conocer... para crear o para ser. Una identidad inmortal. Una conciencia inmortal ...y recuerdos imperecederos. ¿Qué harías con todo ese tiempo infinito, joven Alexis? ¿Qué mundo construirías? Y hazte esta pregunta, también: ¿Qué mundo crees que surgiría fruto de una humanidad inmortal?

    Y sus preguntas quedan suspendidas como hojas sobre el viento, en un silencio que los atraviesa a todos.

    FUERTE CUSTODIA, CRUCE DE RÍOS

    Antesala de la entrada a la Provincia Imperial

    El mismo día del encuentro entre Alexis y Maldoroth

    Nunca me quedó duda que nosotros comenzamos a orbitar nuestro propio y fatídico horizonte de sucesos en el mismo instante en el que sancioné la firma que reconocía de facto una corona para los orcos. «Esto es una declaración de guerra a los Jerivha», me recuerdo pensar. Y esa misma advertencia escuché a menudo en boca de muchos. Quizá, no quise creerlo, en realidad. O en la esperanza de muchos, yo incluido, estaba encontrar la fórmula que lo evitara. Esperábamos, confiábamos en poder bordear esa frontera sin caer en el abismo.

    Pero aquel d ía, aquel mismo día en el que Alexis se encontraba con Maldoroth cara a cara y libraba su propia batalla, fue el instante en el que también nosotros cruzábamos el punto sin retorno. Aquel día, la moneda de nuestro destino también se detuvo. La obligamos a definirse y mostrar la cara o la cruz. Si el resultado iba a decantarse a favor o en nuestra contra, aún no lo podíamos anteceder. Pero allí, ese día, en aquel lugar, ya nada pudo dar marcha atrás, tampoco.

    Nevaba, cómo olvidarlo. Nevaba con intensidad invernal…

    El frío es tan intenso que la laguna entera se ha congelado. El hielo se endurece en una capa tan gruesa que las legiones podrían haber acampado sobre el agua sólida. Hay que echar de memoria para recordar un invierno tan crudo. Y lo peor, es que apenas si ha entrado el otoño. La Oscuridad ha traído el frío.

    Una fortaleza defendía el Cruce de Ríos.

    Fuerte Custodia se levanta en un islote sedimentario. Lo hace en mitad de la laguna formada entre los cauces de un joven Torinm y el ascendente curso del Dévalo, que muere en él. Los Jerivha habían tomado la plaza. Al menos dos de sus legiones protegen los puentes que salvan la corriente. Conectan los cuatro puntos cardinales con la Calzada Imperial.

    El poderoso bastión defiende esta estratégica encrucijada.

    Sabemos que esperan a una tercera legión. Su propio Hathl'Kassär, aquel a quien una vez llamamos simplemente Hansi, se encuentra entre sus muros. Los ecos broncos de las tubas y tambores de alerta se derraman desde la corona de almenas de la ciudadela.

    Llaman a una movilización general.

    Nos han detectado. De hecho, no hemos hecho nada para evitarlo.

    Enormes campamentos en las riberas defienden las cabezas de puente. Las tropas acantonadas all í se mueven como hormigas agitadas ante la lluvia. Cuando Hansi alcanza la cima del torreón, Aldhus y su hija ya estaban allí. El viento cortante le obliga a ocultar su cabeza bajo una pesada coroza de pelaje crudo. Todos los oficiales se cubren con pieles de animal. Ni siquiera se les puede llamar con honestidad capas porque apenas si han recibido el tratamiento mínimo para poder servir de coberturas. Les proporciona una apariencia agreste a aquellos hombres de pulcras armaduras, pero aporta ferocidad a su aspecto.

    A pesar de ellas, Hansi va derecho a los grandes braseros. Calientan y alumbran la corona de almenas donde sus inmediatos se concentran, oteando el horizonte. El d ía es condenadamente frío. La mirada de Iva Swarthrenghen, conteniendo tensión, le hace suponer el motivo.

    —¿Es Allwënn? —pregunta con aplomo en la voz, aun buscando el calor con sus palmas extendidas sobre las brasas.

    —Trae a los enanos. Tal y como amenazó con hacer.

    Quien contesta es el Gran Martillo. No aparta la vista del brumoso horizonte que escudriña con uno de esos artilugios mostalii para mirar en la distancia.

    —He ordenado formar a los hombres —añade ella. —Con vuestro permiso, Hathl'Kassär, quisiera ir abajo y supervisar personalmente el despliegue.

    Hansi cabecea una aprobación y renuncia a la tentación de quedarse unos segundos más cerca de las brasas. Ella se apresura a adoptar el saludo marcial antes de retirarse. Él observa la apostura orgullosa y firme de aquella mujer de hierro. Un millar de pensamientos y sensaciones se materializan, entonces, en su mente.

    —Jerivha, con vosotros —se despide ella, con disciplina.

    —Jerivha, contigo; hija —le responde su padre, sin volverse.

    Hansi la toma por una de sus muñecas, de manera instintiva, cuando ella inicia la retirada. Quizá fuese un gesto demasiado cercano entre oficial y superior. En aquel tiempo, la relación entre ambos se ha estrechado lo suficiente como para permitirse ciertas licencias fuera de los ojos de los hombres. En aquellas cúspides del torreón nadie parece pendiente de dónde lleva el Hathl'Kassär las manos. Las pupilas cenicientas de la veterana se clavan en el rostro endurecido y barbado de Hansi por unos breves instantes.

    Él tiene la tentación de advertirle que tenga cuidado. Dejarle claro que esas líneas enemigas que avanzan hacia ellos nada tienen que ver con las hordas de cadáveres alzados que hasta la fecha han combatido. Pero, sobre todo, prevenirla de aquel que las comanda. Es un guerrero feroz e impredecible en combate. Capaz de cambiar por sí solo el curso de una batalla. El curso, incluso, de los acontecimientos mismos. Se ha cansado de demostrarlo. Infravalorarlo, sería un error inadmisible.

    «Sé cautelosa, no te expongas, no soportaría perderte también a ti...» Quiere decirle.

    Pero es consciente que tales palabras la humillarían. La harían parecer débil o incapaz de afrontar su responsabilidad al frente de las líneas Jerivha. Entre soldados en el cumplimiento de su deber, hay que saber tragarse los duelos. Hay que esconder los temores y morderse las angustias. En el ejercicio de la guerra no se permiten.

    Queda prohibido sentir.

    —Jerivha, contigo; Martillo Swarthrenghen —es lo único que alcanza a decir después de un silencio, quizá prolongado un instante más del protocolario.

    Iva desvía con delicadeza su mirada de ceniza hacia los dedos que aún le sujetan la muñeca. Antes de que lleguen allí, la presa es liberada. Sus labios refrenan un amago de sonrisa de gratitud. Ocurre un segundo antes de volver a erguirse con la disciplina del saludo militar. Esta vez, nada impide que se marche. Hansi sigue con la mirada el decidido caminar de aquella penetrante mujer. Ella no tarda en repartir órdenes a los oficiales que aún se encuentran allí, antes de desaparecer por las escalinatas que se internan en las tripas del bastión.

    Aldhus continúa oteando la línea del horizonte cuando Hansi alcanza su posición. Inclina la mirada hacia abajo y la vista le resulta impresionante. El interior de los patios de la fortaleza burbujea de actividad. Más allá de sus muros, numerosos puentes conectan con las riberas de la laguna. Son un reguero de soldados en movimiento. El agua se congela bajo ellos como un espejo de cristal agrietado. Ya en tierra, las tiendas y construcciones levantadas, como parapetos y atalayas, se pierden de la vista. Frente a estas, las primeras líneas de soldados ya forman.

    Hansi gira su cabeza hacia Aldhus, que en ese instante despega su ojo del artilugio enano, para ofrecérselo.

    —¿Ha conseguido el respaldo de muchos? —pregunta el Hathl'Kassär, mientras se posiciona el artefacto sobre su ojo. La visión aumentada hace que aquella línea oscura en la distancia cobre formas y perfiles definidos.

    —He reconocido los emblemas de Sargon —asegura Aldhus, en el mismo momento en el que Hansi también los identifica a través de la lente. —Los Tuhsêkii están con él.

    —Eso no es ninguna sorpresa —reconoce el Hathl'Kassär.

    —También trae a los orcos —suspira el Gran Martillo. —Toda una declaración de intenciones.

    —Traer a los orcos es una declaración de guerra, Aldhus; no de intenciones. Y él lo sabe. —Hansi descubre entonces las filas de guerreros orcos. —¿Cuántos calculas que son?

    Aldhus duda sobre la cuestión en sí.

    —¿Orcos? No suponen ni una quinta parte de su ejército. Tantas molestias por un puñado de asesinos salvajes —escupe el Jerivha.

    —¿Cuántas fuerzas totales dirías que moviliza? —Hansi aparta por primera vez los ojos del miralejos .

    —Los números están equilibrados, mi Hathl'Kassär —confiesa con sequedad su primer oficial. —Ese mestizo es arrogante. Está crecido y quiere una muestra de fuerza. Démosela.

    —¿Qué propones?

    —Despleguemos a los magos. Que sepa que nosotros también tenemos aliados poderosos—. Hansi valora la opción llevando una mano a su mentón barbado en el que empieza a acumularse la nieve. Aldhus no puede refrenar su apostilla. —Se esfuerza por presentarnos como un puñado de radicales intransigentes, y lo cierto es que nuestra causa goza de muchas más simpatías que la suya —dice, abriendo sus brazos. Se vuelve y se apoya en los dientes de las almenas para observar el impresionante despliegue que se está produciendo ante su mirada. Con tono resignado, añade —Si hay combate hoy... será por su tozudez y la de sus enanos. No, por la nuestra.

    Hansi lo mira con gravedad. Se aproxima junto a él para observar también las formaciones de guerreros ante ellos.

    —¿Si ... hay combate, Aldhus? ¿Dudas acaso de que lo haya? —anuncia con pesadumbre, sin apartar la mirada del horizonte. —Conozco a ese hombre, amigo mío. Que no te quepa duda, Aldhus. Ninguna duda. Si él ha dado este paso, está preparado y mentalizado para combatirnos hoy.

    Nosotros...

    Nosotros deberíamos hacer lo mismo.

    LOS ROSTROS

    REVELADOS

    ANTIGUO TORREÓN EN EL VIEJO ALCÁZAR

    Frontera del Aasâk, proximidades de Tagar

    Poco antes del encuentro de los ejércitos en el Cruce de Ríos

    Meditar calma la mente

    La centra. La mantiene en un estado de amplitud que permite observar la realidad desde un ángulo más elevado, más profundo. Sin las ataduras emocionales que suelen anclarla. La meditación alimenta y sacia el estado mental perfecto. Lo conserva en equilibrio, en altura y perspectiva. Claudia necesita esa perspectiva, esa claridad que no ha regresado en modo y forma desde que dejó la Ciudad de las Nubes. Allí, el estado mental siempre se encontraba afinado con la melodía cósmica. La vibración perfecta que sintonizaba con todas las notas y cuerdas que componen la complejidad poliédrica de la realidad.

    Ahora, el estado vuelve a ser inestable

    Su parte carnal, su presente emocional, tiende a mover el punto de anclaje en virtud de las emociones. Las emociones de saberse solo parte, solo el último tramo de una ascensión incompleta. El último dígito de una ecuación mucho más compleja. Volver a aceptar realidades en su memoria. Recuerdos de una piel que no fue suya, aunque la conciencia si lo fuese. Regresar de nuevo al conflicto emocional de saberse actriz de un pasado ausente. Responsabilizarse de capítulos de un libro que, aunque lleven su nombre, ella no escribió de puño y letra. Y, sobre todo, por encima de todo, resituarse en esta nueva realidad. Reescribirse en ella, conociendo lo que ahora conoce.

    ¿Cómo actuar acorde a ello sin que le traicionen sus vínculos, las emociones, las cadenas lastradas desde antes de ser ella

    Claudia ha subido hasta la corona de almenas de aquel torreón que reina en mitad del viejo Alcázar. El mismo lugar que ella, en otra piel llamó una vez hogar; y donde entretejió historias y vínculos que resultaron más fuertes que el espacio, el tiempo y la muerte. Ahora, todos ellos se alojan en su mente como los pensamientos de otro. Allí, en ese mismo fortín inexpugnable que cobijó a los refugiados de una masacre… al que regresaría para no reconocerlo entre las ruinas, que ella misma ayudó a defender. Allí, entre aquellas almenas dentadas, aún arde la llama que el viejo maestro Jerivha encendió para convocar a los suyos.

    Se aproxima con gesto nostálgico y lenta delectación para aprovechar el calor y fulgor de su mágica naturaleza. Empieza a hacer frío; frío de verdad.

    El panorama ante sus ojos, más allá de la línea de visión, no se parece a ninguno de sus recuerdos. No hay manto de estrellas sobre la cabeza, solo nubes espesas que pulsan en corrientes de energía poderosa; como una tormenta eléctrica en plena formación. Hay enanos en los adarves de muralla y pendones con el Martillo y la Lanza. Y en su mente, tal combinación de elementos, allí, le parece desconcertante.

    Un espacio invadido por extraños.

    Ella, la primera extraña, quizá.

    Se sienta en posición de Nam-kwa y se prepara para la meditación. Ese estado, perfecto en armonía, también tiene una trampa. Un doble filo.

    Hay una fase inicial de lucha por sostener la mente en un punto de anclaje que le permita expandir el pensamiento más allá del espacio y del tiempo que lo acotan. Un punto de lucha para no dejar que las terrenidades interfieran, como lastres o focos de dispersión. Luego, se alcanza la fase de expansión mental. Es como ascender a la cumbre más elevada y descubrir aquello que la línea del horizonte escondía. Percibir la verdadera dimensión de la mirada, hasta entonces interrumpida por obstáculos a ras de suelo. Descubrir la curvatura de la tierra, que parecía plana en el llano. Seguir ascendiendo. Y entender esférico lo que antes era solo longitudinal y luego curvo... Ver insignificante y parcial lo que al principio parecía el todo . Encontrar solitario aquello que se suponía repleto; pero, al mismo tiempo, saber que el vacío, en realidad, está profundamente lleno. Hallar múltiples caminos, sentidos y direcciones desconocidas en lo que antes se entendía como un único sendero unidireccional... y saber, ser consciente, que todo ello es imposible de racionalizarse fuera de ese estado de meditación; pero que allí, todo tiene sentido. Todo está ordenado y completo.

    No obstante...

    Alcanzar esa cima la devolvía sin remisión a su largo periodo de entrenamiento. Por más que se esforzase por no cruzar esa puerta, siempre regresaba a la ciudad en las nubes . Volvía a verse en ella. En ese lugar donde entrenó cuerpo y alma hasta descubrirse; sin ser nunca verdaderamente consciente de dónde estaba, en realidad. O, a decir verdad, dónde estaba exactamente aquel lugar dentro de la realidad misma. Un lugar más allá del tejido del espacio y del tiempo, donde las reglas de juego no eran las mismas, pero donde todo parecía igual.

    Complicado apreciar la diferencia, entonces.

    Allí es donde le fueron revelados los rostros verdaderos.

    Rostros que se trajo consigo de aquel lugar. Sin embargo, no todos serían suyos. Hubo una revelación; una, en concreto, que no parecía cambiar nada, pero que le dio sentido a todo. Una revelación y un rostro, que eran, a la vez, la liberación y el motivo de su actual angustia.

    Esta vez, tampoco resulta diferente...

    Vuelve a sentirse caminando aquellos patios tupidos. Ha vuelto a regresar allí. El frío de las cumbres entra en rachas. El cielo es de un azul inmaculado, limpio. Todas las nubes están bajo ella, bajo aquella ciudad adosada a los riscos de la cordillera, como un océano de espuma blanca a los pies del acantilado. El ambiente es fresco y vivificante. Estimula los sentidos, pero la caricia del sol es tibia y agradable.

    ¿El sol? ¿Los soles?

    No hay astros en ese cielo turquesa, solo su luz y calor. Es la primera vez que advierte ese detalle. Regresa constantemente a esa escena y la vive siempre como la primera vez, aunque se repita, como un sueño recurrente; como un bucle donde ya no hay sorpresa, donde todos los movimientos se saben de antemano, antes de que ocurran. Sin embargo, en cada regreso advierte algún detalle nuevo. Como quien relee un buen libro y al pasar por un pasaje conocido descubre un matiz escondido. El detalle siempre estuvo ahí, solo que se desvela ahora que podemos detenernos a observar sin prisas, conociendo de antemano el desenlace.

    No hay sol ni soles en el cielo. Pasó años allí y es la primera vez que advierte esa peculiar anomalía.

    Deja los patios y las terrazas, y se interna en los pórticos. Estos, la llevan hasta los pasillos de distribución de esa parte del complejo de edificios. Hay una puerta entreabierta en uno de los laterales. Es una puerta que suele estar cerrada. No se diferencia de otras y nada tiene de particular, salvo hallarse ahora entornada. Le llega, entonces, el deseo de curiosidad, como la primera vez. No responde a nada concreto, salvo a un impulso. Atisba con cuidado el interior y parece una sala de lectura. Tiene escritorios corridos. Son confortables y amplios habitáculos anexos unos a otros, donde poder escribir o leer con comodidad. Se alojan cubriendo el centro de la habitación, encarados, unos a otros, formando una espina que recorre a lo largo toda la sala. Se parecen a los que hay en las grandes bibliotecas. Parecen aguardar pacientes a una concurrencia de aprendices que nunca llega. Las paredes son estantes cuajados de libros. Alcanzan desde el suelo a la techumbre, ocultando por completo el lienzo de los muros. Los escasos huecos alojan ventanas, altas y estrechas; como de iglesia, por donde se cuela en cascada la luz dorada del exterior.

    No puede evitar adentrarse en la robusta sala fajada de madera envejecida y lomos de volúmenes gastados por el paso del tiempo. Hay algo magnético en ella. Casi un pozo de gravedad que la absorbe hacia el interior de la estancia. Se deja seducir y camina sin prisa entre los espacios abiertos. Se permite pasar sus dedos por la pesada madera de los escritorios, callada y dócil, conforme avanza. Es madera añeja y oscura. Toca también las ricas encuadernaciones de los volúmenes más cercanos, llenos de texturas y relieves. Hay algo grandioso y profundo en ese lugar. Una sensación solemne, como la de pisar una catedral.

    Es entonces cuando se da cuenta de que no está completamente sola. Hay alguien más allí. No parece haberse percatado de su presencia, aún. Está sentado. Le da la espalda. Se ubica en un cubículo en el extremo opuesto de la habitación, separado del resto. Es una figura masculina, no hay duda. Escribe. O lee. Quizá estudia. Tiene un par de mesas anexas, a ambos lados de su propio escritorio, cubiertas de volúmenes abiertos, notas y apuntes.

    Claudia avanza en su dirección.

    Camina despacio, pero no pretende pasar desapercibida. Tampoco quiere molestarlo sin una razón. Confía en que su presencia la delate, antes o después. Pero aquel hombre sigue concentrado.

    Escribe, eso es lo que hace. Parece estar escribiendo. Viste túnica larga. Son prendas élficas, no tiene duda. Nunca ha visto a ningún elfo vestir así, pero la certeza de que salieron de talleres élficos aparece diáfana en su cabeza. La misma certeza que le advierte también que responden a un canon antiguo, en desuso hace mucho tiempo, aunque las telas parezcan haber sido confeccionadas ayer. Tiene el pelo largo. Cae unos dedos por debajo de sus hombros. Negro, de bucle vigoroso sin llegar al rizo. Hay algo familiar en ese talle, en ese pelo, en su arquitectura corporal.

    Se ha aproximado tanto que debe detenerse, si no pretende resultar descortés. Queda solo a un par de metros a su espalda. Ahora resulta evidente que es un humano. Hay ausencias delatoras que no permiten deducir otra cosa. Un humano, vestido de elfo, que sigue concentrado en sus haceres sin apercibirse de su cercana presencia.

    Es extraño...

    Alguien con aquellas características no hubiera pasado mucho tiempo desapercibido en aquel recinto. Es muy curioso no haberse cruzado antes con él. En aquel silencioso monasterio, alguien como él destacaría entre los maestros y los campesinos que mantienen el lugar. Es un complejo grande, pero no lo bastante como para ocultar durante tanto tiempo a alguien tan llamativo.

    Quizá acabe de llegar, piensa. Quizá no lleve mucho entre estos muros. Eso explicaría lo anterior y quizá, también, por qué esa habitación se había mantenido cerrada durante todo ese tiempo. La duda razonable le ofrece una entrada de excusa para romper el hielo.

    Carraspea primero.

    Se aclara la garganta para no sobresaltar a nadie.

    —¿Hola? No... quisiera molestar. Me... llamo Claudia —se presenta. —Pensé que era la única de por aquí.

    No hay respuesta. Ni un solo gesto.

    —¿Hola? —repite. Se anima a avanzar unos pasos más.

    O no le escucha, o...

    Casi podría haber tocado su hombro, de estirar el brazo, cuando el cuerpo se levanta del asiento. Ella regresa un paso atrás, por inercia. No quiere sobresaltarlo ni incomodarle con su proximidad, cuando la figura se vuelva en su dirección. Pero no lo hace. En lugar de ello, se acerca a una de las mesas anexas donde comienza a consultar uno de los muchos volúmenes abiertos en los que trabaja. Es imposible que no la delatase. Han estado a menos de un palmo de distancia el uno del otro, aunque no se hayan cruzado miradas. O la está ignorando deliberadamente en una evidente falta de modales básicos... o...

    O no puede verla, en realidad.

    Cuando ese pensamiento golpea la mente de Claudia, su gesto instintivo es el de mirarse las manos para comprobar si ocurre algo inusual con su cuerpo. En ese momento, desde esa precisa posición, su línea de visión queda emparejada con aquello en lo que aquel personaje está trabajando. Son documentos antiguos. Parecen distar del principio de los tiempos. Esos legajos roban de inmediato la atención de Claudia. Se acerca a ellos. Ha perdido por un instante el interés en el humano, pero gira la cabeza para comprobar si algo ha cambiado en él. Nada. Sigue hojeando los volúmenes de la mesa anexa como si estuviese él solo en aquella biblioteca.

    Ella regresa de inmediato los ojos a los textos. La caligrafía es cursiva y elaborada. Sus caracteres son apretados y arcaicos, pero ella los entiende a la perfección. De hecho, reconoce de inmediato la obra. Es una Letanía, una vieja letanía que cuenta una historia muy lejana. El calígrafo no fue solo una mano, pero muchas más voces aún contaron la historia, sumando impresiones, añadiendo detalles a través del tiempo; tergiversando realidades o ajustándolas para volver mito lo que en origen fue un hecho. Un relato que cuenta una historia de miles de años, en la que la propia mirada narradora se aleja hasta olvidar sucesos que una vez presenció. Es una historia que habla de ellos, de los que vinieron, contada a través de los ojos de los que ya estaban.

    Ese es un dato que nunca regresa completo con ella. Ahora se esfuerza por retenerlo, como quien en un sueño se esfuerza por retener detalles que sabe que olvidará al despertar.

    En ese instante, Claudia vuelve a entender ante quién está. Y comprende qué es lo que hace allí, con aquel texto. Es el momento de alumbre de la profecía que nunca quiso predecir nada. Está frente la mano que dicen que vio el futuro a través del pasado, cuando solo quería poner orden en su propio presente.

    Claudia presiente que está a punto de llegar, de nuevo, al final de su recurrente viaje. El momento en el que su acompañante regresa al asiento, ausente siempre de su presencia allí... y ella puede ver con claridad, con nitidez, su rostro. Un rostro que, en la ensoñación de la meditación, continúa sorprendiéndola con la misma fuerza que en el momento de suceder por primera vez. Son sus ojos, sus rasgos, su expresión. Exacta, sin alterar nada. Es exactamente la persona que conoce.

    —Ishmant —vuelve a exclamar, con la misma perplejidad de entonces, con la misma incredulidad.

    Solo en ese momento aquella figura la mira. Ella sabe que sigue sin verla, pero la mira. Y en esta ocasión sus labios pronuncian palabras que nunca dijo, aquella primera vez.

    —Conocer tus verdaderos rostros implicaba el riesgo de descubrir el mío. Ya no hay mucho más que puedas aprender aquí, Nyode. Es el momento de regresar.

    Ella sabe lo que vendrá a continuación.

    Sabe que parpadeará en su propio recuerdo y las paredes de aquella biblioteca se difuminarán. Seguirán allí, pero solo serán ruinas. Restos despojados de alma en mitad de unas cumbres azotadas por el viento y cubiertas de nieve. Toda aquella vasta ciudad existe, en realidad, o existió.

    De pronto, ella queda en medio de aquel monasterio donde solo restan tramos sueltos de muro salpicando los alrededores. Eso fue lo que encontró al despertar, realmente. Descubrirse que había estado en un lugar fantasma. Que había estado, no había dudas. La nieve mantenía aun las huellas frescas de sus pasos de llegada, previos a su entrenamiento. Que nada había cambiado en lo que para ella fueron años, salvo por las negras nubes del cielo y los rostros revelados con los que regresaba.

    Sin embargo, antes de que eso ocurra, casi como réplica de aquella última revelación, Claudia, tratando de dominar su propia meditación, también añade palabras que nunca dijo.

    —¡¡Aún tengo dudas!! No puede terminar, Ishmant. ¡¡Aún tengo dudas!!

    Pero nada detiene el final predecible.

    La estancia se disuelve, las techumbres desaparecen, el suelo se cubre de nieve y la luz dorada se vuelve tenue y mortecina. La calidez y el resguardo son sustituidos por la cuchilla del frío y la sensación de hallarse a la intemperie.

    Ha vuelto a regresar... la mente se desancla...

    Poco a poco la clarividencia y la solidez de su estado meditativo pierden firmeza. Se derriten como el hielo de las cumbres a la llegada de la primavera. Es gradual, pero sus sentidos comienzan a captar información, de nuevo.

    Regresa, esta vez, al lugar presente.

    Está en Nam-kwa, sobre la corona de la torre del Alcázar. A su espalda siente el calor de la llama de los Jerivha. El frío y la humedad del ambiente la envuelven. Parpadea. Mueve despacio los dedos para estimular el riego sanguíneo. Han quedado algo entumecidos por el frío. No sabe cuánto tiempo ha estado en ausencia, pero sospecha que no ha sido demasiado. Esta vez ha conseguido retener la mayor parte del recuerdo perdido. Los retazos que hasta el momento no terminaba de rescatar.

    No es un sonido lo que le desvía la atención, es una pulsión de energía, una presencia.

    De pronto, siente ese latido característico en el tejido. Ese, que advierte que algo de mucha potencia lo deforma. Al levantar la mirada se encuentra con una figura que antes no estaba allí. Se deja descansar, apoyando su cuerpo en la piedra de las almenas. Relajado, confiado, paciente.

    Está ahí. Ha acudido. Ha escuchado su llamada.

    —Maestro... ¡Has venido! —Él cambia de posición y amaga una sonrisa muy sutil.

    —Tienes preguntas, Nyode. Hazlas. Es el momento.

    Vol. 6

    EL LIBRO DE LA

    OSCURIDAD

    II

    DEVASTACIÓN

    CELDAS DE LA RENDIDA GALLAD

    6 meses de Oscuridad

    No late. El corazón ya no late

    No hay sangre en las venas. No hay pulsión ni impulso. Ya no hay hambre, pero hay vida. La voz ha dejado de ser persistente. La oye, pero es como un ruido de fondo. Una presencia estable y permanente, que ya no impulsa ni condiciona el movimiento. Como el padre que poco a poco suelta las manos del retoño, aunque siga ahí, observando sus pasos vacilantes. Aún tiene una misión, un propósito, pero ya no está impelido a ello. La voz le ha soltado los amarres. No sabe por qué, pero lo ha hecho. La pérdida de su influencia ha dejado pasar otras cosas.

    La niebla se aleja.

    Deja pasar fragmentos inconexos que con el tiempo componen recuerdos. Retazos de una vida que es observada con la distancia de la muerte. Briznas que se amontonan despacio para dar cuerpo y consistencia a algo que una vez fue, que ya no es; pero que de algún modo sigue siendo. Lo que importaba, ya no importa. Lo relevante entonces, ahora es solo superficie. Pero sigue siendo él. En cierto sentido, hay conciencia individual o comienza a haberla.

    Vuelve a haberla.

    No hay pensamientos o emociones. No, aquello que una vez conoció como pensamientos o emociones. Se han transformado, como sus percepciones. Sus sentidos ya no son una cualidad ligada a su cuerpo. Sus pensamientos no son algo que nazca en su cabeza. Las emociones ya no están condicionadas a una realidad física. Es como percibir un color inexistente, más allá del espectro de luz. Un color más allá de los colores.

    Con el tiempo han ido llegando nombres. También el suyo, pero puede identificar otros. Algunos ya estaban. Otros son nuevos para él, pero no ajenos. La idea de individuo se disipa, pero solo para hacerse más completa, más compleja.

    Con el tiempo, también llega una nueva calma. No sabe a qué es debido, pero viene acompañada de esa sensación de lejanía de la voz. Es progresivo, como ascender a la superficie tras un largo buceo. Como disipar una bruma. Como abrir una ventana y salir al exterior.

    Entre esos nombres hay personas, pero también lugares y cosas. Eso le vuelve a situar en un contexto, en un escenario. Le es cercano y ajeno al mismo tiempo, como todo lo demás. Se siente vinculado y desprendido de todo lo que una vez le rodeó. Presente y ausente. Las metas de entonces son ahora granos de arena en una playa infinita. El tiempo ha dejado de tener medida y peso. Se percibe fluir en una corriente inextinguible, pero sabe que ya no forma parte de ella. Es un pez que mira al mar desde una pecera. Una nota huida del pentagrama.

    Hay oscuridad en torno a él. Sin metáfora. Una oscuridad que difumina las siluetas pero que ya no le ciega. Se toma su tiempo. Un tiempo que ya no tiene peso ni incidencia en él. Su percepción es clara, si esa fuese la forma correcta de entenderlo, ahora. Son siluetas conocidas. Forman parte de ese abanico de nombres que han ido apareciendo en su conciencia. De esos nombres que han vuelto a resituarlo en un paradigma que le es inocuo.

    Hay barrotes a su alrededor. Son celdas.

    El dato aparece sin impregnarse de importancia. Lo conduce a través de un reguero de ellos que se remontan hasta el inicio; el inicio de todo, donde en algún punto, comienza su propia existencia. Capta emociones y necesidades en torno a sí que ahora quedan muy lejos de él, pero que reconoce. Se ha liberado de esas cadenas. Ahora percibe lo que antes estaba vedado. Ahora conoce la realidad tras muchos de los grandes interrogantes que antes asfixiaban. Ahora está por encima. Observa desde un plano de altura superior, desde un ángulo donde el panorama es más completo. Por eso, se detiene a contemplar su propio tránsito en perspectiva.

    Visualiza su crecimiento, alimentado por la vaga intuición de formar parte de algo mayor que él mismo, que no podía entender, pero que sospechaba. Canalizar esa búsqueda en la vocación hacia una deidad inexistente, pero itinerario legítimo para focalizar y dar sentido a esa intuición innata. Nombres en el camino; muchos nombres. Atisbar la injusticia. Percibir cómo algunos se empeñan en dictarle el camino correcto a todos. Como algunos son capaces de cualquier cosa con tal de promover su visión del mundo.

    Injusticia, violencia, dolor, imposición, mundo...

    Todos son conceptos que han perdido todo sentido, ahora. Observa esos momentos pasados y las emociones a las que están ligados como una pelea de niños pugnando por establecer reglas en su ingenuo juego, ignorando la verdadera complejidad del mundo en el que habitan.

    Se regresa en el tiempo. Adelanta o retrocede a conveniencia.

    Ser consciente de haber caído en la trampa, Arrepentimiento. Entender que las personas son más importantes que los puntos de vista o las ideologías. Buscar revertir el daño. Cerrar heridas. Clandestinidad. Una ciudad. Gallad. Propiciar el retorno de la sensatez. Apaciguar la tormenta y encontrarse de lleno en ella.

    Un asedio. No son amigos. No son enemigos.

    Y quedar en tierra baldía, entre el fuego cruzado. De repente, el caos. Llenarse por entero del instinto de supervivencia. Huir a toda costa, salvar a cuantos pudiesen...

    Gallad, las ideologías, la clandestinidad y la lucha; incluso la guerra o la supervivencia, aparecen ahora como páginas de un diario de la adolescencia; cuyos conflictos, como murallas entonces, son ahora el agua pasajera de un chubasco de verano.

    Llega el turno de la herida.

    Mal lugar, mal momento, mala suerte. Y arrastrase con los otros hasta las mazmorras. Poner barrotes entre medias ofrecía un simulacro de seguridad. Dolor y miedo. Pedir que le encierren solo. Agravarse con el lento discurrir del tiempo. Primero la infección, luego la fiebre; al final, el abismo. Llega el terror a lo desconocido, tan absurdo ahora como la reticencia del nonato al parto, aferrado al calor del útero materno. Hay una fase de frío, de soledad e indefensión... pero, luego, llega la voz. Cálida, calmada, confortante.

    Todos perdemos los recuerdos anteriores al nacer. Poco se retiene de los primeros pasos en la vida. Son indecisos. No se tiene completamente el control. Se atiende a la dirección marcada por la madre o el padre. Él también tiene la sensación de haber pasado por algo similar. No haber tenido completamente el control. Su autonomía, ahora, no es completa, como la del infante; pero ya no está dirigido por el padre. Le ha soltado la mano, un poco, levemente. Percibe su mirada protectora pero ya no existe la imposición. Ha nacido. Ha vuelto a nacer. En una forma de existencia superior, más completa, más compleja, sin límites. Ha madurado lo suficiente como para dar sus primeros pasos sin asistencia. Es parcialmente consciente de su nueva realidad. Las ataduras con lo anterior se disipan. Solo son puntos de anclaje.

    Se levanta. Camina hacia los barrotes que le separan de aquellos a los que una vez conoció. Quiere ayudarlos. Librarlos de su sufrimiento. Llevarlos con él a ese estado más pleno de la existencia, donde los lastres se olvidan y no hay dolor, ni penas, ni hambre. Solo quiere ayudarlos. Y solo hay un camino.

    Lo llama por su nombre. Percibe primero la incredulidad, luego el miedo en sus ojos. Pronto no son los únicos ojos que le observan así. Gradualmente todos comienzan a ser conscientes de que él está allí y que algo ha cambiado. Algo ha cambiado en ellos, también; en sus miradas, pero siguen necesitando la liberación. Es un gesto piadoso el que quiere ofrecerles, pero los barrotes lo impiden.

    Les habla. Ellos comienzan a levantarse. Se apartan de él por instinto, a pesar de la jaula que los separa. Un instinto que les ciega ante lo obvio.

    Que les impide entender la realidad.

    —¡¡Guardias!! ¡¡Guaaaardias!! —grita uno de ellos. —Tienen que venir aquí. Ahora. Tienen que ver esto.

    Las Profecías son falsas.

    ¿Falsas? ¿Cómo que son falsas?

    Nunca pretendieron predecir este escenario.

    Este momento, nuestra realidad de hoy,

    no es la causa de que fueran escritas,

    sino su consecuencia

    Nyode-Claudia y Cronista

    Fragmento de Conversación

    Tras la victoria en Ghaubar-Kallahvha

    MATAR

    AL ENVIADO

    Solía llamarla Claudia

    Dijo que llevaba años sin hablar conmigo. Nuestro último encuentro fue en la fortaleza de Ghaubar-Kallahvha, durante mi estancia antes de la victoria enana sobre la marea y la coronación de Ogramar como rey de los orcos. Una corona de la que yo también, en cierto modo, fui responsable. Antes de aquello, la última vez que habíamos estado cara a cara había sido después de la victoria contra el Némesis en la Atalaya. La reunión, entonces, fue breve y supo a poco. Enseguida, mis nuevas atribuciones me alejaron de todos. Me centraron en las labores de debates y alianzas que allí se gestaron.

    El encuentro en Ghaubar no se dilató mucho tiempo, tampoco; pero, aunque realmente parecía distar años entre ambos, no resultaba tanto tiempo. Sin embargo, realmente tuve esa sensación. La sensación de haberme separado durante años de alguien que crece y madura a tus espaldas. Que regresa llena de horizontes abiertos y experiencias nuevas. Cambiada. Enriquecida. Mucho más adulta. Su discurso parecía frío, incluso distante en lo emocional; pero, al mismo tiempo, se había vuelto mucho más profundo y trascendente.

    Resultaba inevitable relacionarla con quien había acabado aceptándola como discípula. Sus palabras, impregnadas de la elevación clerianna, transmitían esa vibración de calma que siempre tuvo la presencia de Ishmant entre nosotros.

    La ausencia del monje guerrero se contrapesaba con la presencia de ella. Era como si se hubiesen sustituido el uno por el otro. Pregunté por él, pero únicamente conseguí de ella un tajante y profundo: no vendrá. Insistir en ello no me pareció oportuno.

    Se presentaba a todos como Nyode.

    A veces, añadía un Nyode-Claudia, como cuando nosotros añadimos el apellido a nuestro nombre en situaciones de mayor solemnidad. A muchos les sonaba extraño. No obstante, todos acabaron aceptando el nuevo hecho, con más o menos naturalidad. Sin embargo, a mí no me supuso ningún trauma. Yo ya la había llamado así, una vez; antes de que todo esto ocurriese o imaginara que podría ocurrir...

    Habitando otro mundo. Nuestro mundo...

    Nyode era el sobrenombre, el alter-ego que ella adoptaba en la banda. Así la conocíamos todos los que, por entonces, seguíamos su trabajo como músicos. Nyode había sido una parte de sí misma. Quizá relegada. Tal vez, en su momento, fabricada e impostada como simple reclamo estético, quizá. Pero nunca fue un nombre totalmente ajeno a ella. Era como si Claudia hubiese necesitado encontrarse de nuevo con ese nombre bajo el cual poder cobijar todo lo que ahora la definía.

    O puede... y esa era mi teoría; que necesitara reconocer y dar su justo lugar a lo que siempre había estado allí.

    En aquel encuentro en el viejo bastión enano hablamos de muchas cosas, especialmente de nosotros. De nuestros cambios y evolución. De lo lejanos que parecían remontarse ya nuestros primeros recuerdos juntos… Aquella cueva en el desierto, aquella jaula de los orcos, aquel bosque muerto, Diezcañadas, nuestra captura, aquella isla en el océano… De lo extraños, distintos, distantes que ahora resultábamos para nosotros mismos, viéndonos en esa misma distancia.

    Sin embargo, la conversación más interesante y también la más devastadora fue aquella que acabó girando hacia la interpretación de los textos de Arckannoreth. Llegamos allí de manera natural. Iba a ser inevitable que en el viaje de paralelismos llegásemos a la cuestión que nos asociaba a esos textos tenidos por proféticos que justificaban de alguna insólita manera nuestra presencia en ese mundo, cada vez menos extraño para nosotros. A esos mismos textos que una vez nos pusieron en el centro simbólico de la tormenta. Conversación, que daría un brusco e inesperado giro cuando ella pusiera sobre la mesa una insospechada sentencia: Los textos hablan de nosotros, pero no son profecías.

    En primera instancia me focalicé en la segunda parte de su sentencia; normal, era demoledora.

    Ella fue clara y tajante al respecto: Los textos no eran profecías. Nunca lo fueron. Por lo tanto, nunca quisieron revelarnos un futuro por llegar. Nunca pretendieron vaticinar nada. No era ese, en ningún caso, su objetivo.

    No compartió conmigo dónde adquirió o en qué cimentaba esa seguridad, pero su discurso sonaba inexplicablemente convincente. El tono de su voz, su lenguaje corporal, las propias palabras elegidas para expresarse contribuían a magnificar la credibilidad de sus argumentos.

    Y según estos, nuestro presente no podía ni debía formularse o interpretarse, en ningún caso, como fruto de las revelaciones del pasado sobre un futuro ya escrito; y que, de algún modo, nosotros debíamos de haber sabido reconocer, para evitarlo o superarlo.

    Al contrario, muy al contrario: Nuestro presente, articulado en la forma y fondo en la que se encontraba ahora, no era la causa de la formulación de esas profecías, sino su consecuencia. La rueda se invertía por completo. Según ella, si en algo habían influido esas interpretaciones había sido para provocar nuestro presente, y no al contrario.

    Y

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