Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Overlord: Caída del imperio enano
Overlord: Caída del imperio enano
Overlord: Caída del imperio enano
Libro electrónico274 páginas4 horas

Overlord: Caída del imperio enano

Calificación: 2 de 5 estrellas

2/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El ataque de los elfos al alcázar y el Bosque Oscuro resultó devastador, pero nadie se ha alzado con la victoria todavía. Aun así, el Overlord ha debido pagar las consecuencias. Su cuerpo maltrecho no se recuperará pronto, si acaso consigue hacerlo, y el de su amada ha sido secuestrado por sus enemigos.
Ahora es la sensual Lilith quien gobierna el territorio libre, donde las especies siguen llegando a establecerse en paz entre los altos tallos de los inmensos hongos, aunque quizá llamar paz a este estado de tensa convivencia sea un eufemismo, pues algunos de los nuevos habitantes de le región, como los orcos, jamás cambiarán.
Los magos capanegra, manipulados por los elfos, han planeado una incursión en el Bosque Oscuro para apresar a la gran aliada del Overlord, la Reina de los Súcubos, y la misión se promete exitosa porque llevan el apoyo de la magia élfica.
Por un momento todo este mundo parece haber quedado a la deriva. Sólo el imperio enano se ha librado medianamente de la devastación, aunque esto a costa de la libertad de todos sus súbditos. Pero para ello está Chapatrueno, un deathbringer como jamás se ha visto otro, capaz de remediar la opresión de su pueblo sin pretender mayor recompensa que satisfacer su inagotable deseo de venganza.
Esta vez el Señor Oscuro, líder incontestable de la resistencia en Green Leaf, deberá incursionar en el antiguo Palacio Élfico para develar sus secretos, entre los que se encuentra la naturaleza del verdadero enemigo, fuente de la fuerza que obra en secreto a través del campo mágico que cubre el continente, y que en el afán de adueñarse de todo ha manipulado por siglos a los presuntuosos elfos.
Ojalá que el Overlord consiga su cometido, así podrá enfocarse en combatir a Morgana, la Reina del Caos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 dic 2014
ISBN9781311770332
Overlord: Caída del imperio enano

Relacionado con Overlord

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Overlord

Calificación: 2 de 5 estrellas
2/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Overlord - Isael Bolaños

    Capítulo 1

    La destrucción se desplegaba sin más. No había armonía, no había órdenes que valieran ni lógica o sentido común. Eran brutos mercenarios que sólo buscaban matar. No se habían preguntado por qué o a qué venía que les pagaran por invadir un bosque que antes a nadie le había importado. Ellos recibirían dinero a cambio de los objetos que los elfos nocturnos guardaban, por las orejas de sus enemigos, por las cabezas de sus líderes. ¡Yo debía encargarme de que no les resultara fácil!

    El panorama no variaba. Los tallos enormes de los hongos del bosque ocultaban a enemigos y aliados. Los informes que se leían o gritaban a toda prisa me daban fuerzas para seguir martilleando en la forja. Los escudos iban saliendo poco a poco. Las armaduras remachadas y los cascos se hacían imitando mis técnicas. Quedaban lejos de lo que yo puedo lograr con un poco de hierro, pero al menos iban protegidos con resistencia mágica. Llevaban un +5 de defensa contra daños físicos.

    Podía escuchar los gritos de agonía de los caídos; heridos con el vientre abierto por una espada o con miembros cercenados por las hachas; pero eran más los gritos y maldiciones de quienes habían entrado a terreno desconocido, cargados de ambición por los premios, y no distinguían entre las diversas criaturas que aquí se refugiaban.

    Éste es un bosque donde hay magia, magia que ellos no habían sentido antes en las planicies, en las montañas y en los bosques.

    Es comprensible que criaturas antes limitadas por su fuerza física, y que ahora podían volver a emplear fuego mágico, heridas petrificantes, venenos, sin hablar de las habilidades para camuflarse, buscaran defender su bastión. Y lo defendieron, de eso no hay duda.

    Esto era un sueño. Mi cuerpo se tensó al admitir el hecho. Sabía lo que venía a continuación. No quería que sucediera, pero era poco lo que podía hacer.

    De pronto se sintió una terrible cantidad de magia liberada, luego algo desagradable, enfermo; algo había pasado. El Darklord no había querido que lo acompañáramos, no si esperábamos encontrar gente viva a nuestro regreso. Lilith era quien se encargaba de azuzar a los enemigos a la deserción. De ser necesario, podría matar a muchos, pero ella había decidido no pelear. Yo preparaba y reparaba las armaduras tan pronto como me las traían.

    Había sido el grito de Lilith, su campo de magia expandiéndose tan rápido, bloqueando el paso a todos los que no tenían habilidades arriba de +10 de resistencia mágica. Ver a tantos enemigos salir despedidos fuera del bosque despertó mi admiración ante el enorme poder de la Reina de los Súcubos, pero no había tiempo para celebrar. Si los sueños anteriores habían sido correctos, ahora empezaba.

    Era un fuego que quemaba desde el vientre. Un aullido plañidero me acusaba de haber matado gente, de haber matado a sus hijos. Yo le grité que eran unos viciosos refugiados tras la apariencia de lo sagrado, que dañaban y mataban a todo lo que la naturaleza le había dado vida, esto sin mencionar a las criaturas creadas por los elfos.

    Mientras esto ocurría, él gritó que había sido castigado por negarlo. En ese momento vi a todos; los muertos, los vivos que tomaban un respiro, a mí corriendo a buscar al Darklord y a un humano que se atravesó en mi camino. Era una espada muy lenta. Sin pensarlo, sin haberlo visto bien, lancé un mazazo a su plexo solar, aunque no muy fuerte; de ser posible prefería no matarlo. Quizás fuera un novato que hubiera llegado quien sabe cómo.

    Pero mi martillo rompió sus costillas, pude escucharlo con aterradora claridad. Se oyó fuerte, sobrepasando a los gritos de un dios ofendido, a los latidos de mi corazón. Enseguida, en medio del silencio, sonó un gemido gutural. Ni siquiera había caído.

    Levantó su espada y vi que le faltaba el otro brazo y tenía una flecha en el cuello. Me cubrí con el escudo. El espadazo rebotó sin problemas, pero sentí el golpe muy pesado, más de lo que se podía esperar de esa velocidad. Entonces noté que no era la única cosa incorporándose. Los gritos habían pasado de ser de ataque a ser de terror.

    A partir de ese momento no recuerdo mucho; nada de las organizaciones, las defensas, la evacuación de las tropas, los cientos de guerreros caídos, los innumerables cadáveres que se levantaron de sus tumbas, no sólo de esta batalla iniciada por la codicia, sino de siglos de especies muertas, de elfos aniquilados por sus semejantes, de seres que ya no existen en nuestro continente. De no ser por los escudos del alcázar y que muchos de los elfos comenzaron a trepar a los árboles, sólo yo habría sobrevivido.

    Aunque durante este sueño el dios Phaladine se esmera en que desee no hacerlo, me muestra a las garras esqueléticas saliendo de la tierra, a hombres y mujeres siendo atacados por sus camaradas muertos, a mí corriendo como loco, sin mirar si puedo ayudar a alguien. Sólo soy un pequeño bulto negro que brilla. No me deja ver mis combates. Estoy seguro de que quiere que me sienta mal, por eso toda la sangre, toda la agonía me es exhibida. Es tanto el sufrimiento que quiero despertar, pero no lo hago; no porque él me retenga en el sueño, sino porque busco respuestas.

    El sol me pega tras los párpados. Es una mañana preciosa, de justicia, sin embargo no la puedo apreciar. Sólo tengo un deseo. Maldigo al susodicho dios de la justicia, luego bebo de mi odre y el vino disminuye un poco el sabor del miedo en mi boca. La pesadilla ―que no es tal pues en realidad sucedió― se diluye un poco tras el alba. Estoy cerca de las montañas. Gracias a Lilith he podido dejar el alcázar. Uso una suerte de escudo que repele a los no muertos en 500 metros a la redonda. Gustoso iría por el clan de lobos, que dejaron abandonados a su suerte, como carne de cañón, a todos los humanos que viajaban con ellos, pero no puedo hacerlo, no después de la llegada del mensajero.

    Antes de que desplegáramos nuestras fuerzas para aniquilar a todos los no muertos de los alrededores y recuperar las aldeas que se han fundado, llegó a mis oídos que un enano malherido estaba en la parte sur del alcázar. Hablaba, pero nadie entendía su idioma. Cuando acudí a él agonizaba en la entrada sobre un jergón. Su armadura era un desastre, sus palabras en enanés eran incomprensibles para los elfos. No paraba de decir: traigan al líder de los lobos o a los elfos; nos morimos en las minas; los muertos nos están aniquilando.

    Sin decir una palabra a nadie, dejé el alcázar. Había reconocido las inscripciones de la armadura. Rastreando, encontré a unos compañeros del caído. Algunos ya se levantaban de la muerte. Tuve que eliminarlos, darles un descanso. Más allá encontré su cargamento. Llevaban más de 40 menas de hierro negro y varias joyas amplificadoras de magia. Un mineral tan caro y tan raro, aunado a todas estas piedras preciosas, sólo podía haber salido de las minas donde nací.

    Aunque buscaba venganza por la muerte de mi hijo, no podía dejar a todos esos pobres bastardos morir sin luchar. Al menos no me iría sin una buena noticia. Nuestro señor estaba vivo, aunque muy lastimado por la batalla. De momento no había recuperado la conciencia, pero la Reina de los Súcubos ya estaba tomando cartas en el asunto, aprendiendo magias que podrían eliminar a esas escorias en lugar de machacarlas hasta el estado de una masa sanguinolenta. Me molesta admitirlo pero Lilith será un gran apoyo para el Señor Oscuro.

    Usé las menas para enseñarles a los guerreros élite de los elfos a preparar sus armaduras, a bañar con hierro la madera encantada, a mejorar sus probabilidades contra lo que sea que les aguarde.

    Cargo algunas provisiones y al fin parto hacia la Montaña Negra, hogar de esos pobres enanos muertos, mi lugar de nacimiento.

    Capítulo 2

    En cuanto sentí el sol desperté. Gracias a la práctica podemos pedirles ayuda a los troncos de los hongos para que nos cubran y brinden camuflaje mientras dormimos. No todos los elfos oscuros usamos magia, pero mantenemos comunicación cercana con todas las criaturas mágicas.

    Mientras revisaba el entorno en busca de algún muerto o enemigo, mis ojos repararon en una figura pequeña. Durante la noche anterior se ocultaba tan bien que estuve a punto de no verla. Alcancé mi arco y mi carcaj para asestarle un flechazo entre los ojos antes de que avanzara más, pero justo en ese momento su armadura lustrosa reflejó un brillo. No era como ninguna otra. Estuve seguro de reconocerla. Pertenecía a quien me había salvado la vida.

    Anoche mi equipo luchaba contra una partida de humanos. No eran muy listos. En un sitio oscuro sólo los tontos visten de negro. El negro destaca en lo negro.

    Quienes nos atacaban eran muy confiados y les hacíamos pagar caro su error. Éramos los primeros cazadores de los elfos oscuros, con armaduras de cuero para evitar ser escuchados y conservar la agilidad. Nuestras flechas habían cobrado más de 30 enemigos cuando se desató el caos. Algunos cuerpos comenzaron a levantarse sin importar donde estuvieran, en cuantas piezas hubieran quedado o si sus entrañas colgaban. En ese momento no sentíamos miedo, aún no, pero enseguida vi comenzar a caer a los míos a manos de los cuerpos vueltos a levantar de enemigos y aliados. Las sombras los hacían aterradores. Algunos humanos se unieron para luchar contra ellos. Yo me disponía a alejarme cuando me vi rodeado por los enemigos de mis enemigos.

    Algunos de estos cuerpos estaban cerca. En una situación como ésa recurrir al arco sería una torpeza. Saqué mi alfanje, que no es de igual calidad a los que traen los humanos, pero sí muy filoso. De un tajo corté la garganta del más cercano. Se sintió un impacto húmedo y su cabeza cayó hacia atrás, pero el enemigo siguió en pos de mí. Los demás estaban cerca. Podía escuchar sus gorgoteos. No estaban hablando, al menos no en una lengua que yo reconociera. Lentos pero seguros me fueron rodeando. Mi unidad los había convertido en alfileteros disparándoles desde los árboles. Todos los míos habían alcanzado a trepar hasta alguna copa, o al menos eso esperaba. Les grité que se quedaran ahí. No tenía caso arriesgar las vidas de varios elfos por rescatar a uno solo, aunque ese uno solo fuera yo. Entonces lo escuché.

    Aquella mañana, a la luz del día, parecía muy pequeño, pero la noche anterior, entre los gritos de miedo y las órdenes confusas, su voz retumbó en el bosque: ¡retírense de donde están, magos! ¿Qué demonios hacen? ¡Incendien a esas aberraciones! Enseguida comenzaron las explosiones a diestra y siniestra. Algunas eran de los magos humanos, más llamas que realmente calor, pero aquí y allí, como si algo avanzara en zigzag, un rayo, un resplandor rojo intenso, crujidos producidos por alguien con una fuerza increíble, me hicieron pensar en un mago de nivel 10. Alguno de los antiguos elfos que repentinamente hubiera cobrado interés por las mazas. Pero lo que vi era otra cosa: un enano; sus ojos proyectaban furia, sus movimientos eran resueltos, corría hacia el alcázar y a su paso lo eliminaba todo. Cuanto iba surgiendo de la tierra era devuelto a ella por medio de sus golpes. Su martillo de una sola mano era muy pequeño para hacer tanto ruido como hacía, pues cuando lo blandía parecía que retumbara un enorme gong. Las criaturas salían despedidas incendiándose. Algunas, entre ésas dos que aún no habían caído y ya las tenía muy cerca, simplemente explotaron con sólo dos golpes, en el pecho y en la cadera respectivamente. Por fin pude ver al enano. Era uno de los aliados de nuestro Señor Oscuro. Su negra armadura estaba abollada y algunas de sus escamas flotaban a su alrededor. Sus brazos temblaban por el esfuerzo y su rostro sudaba copiosamente, pero su expresión no era de miedo. Era el único sin miedo; sólo estaba iracundo.

    El resto de la noche coordiné la retirada a las aldeas más cercanas al alcázar. Cuando Lilith, otra de las aliadas del Señor Oscuro, activó el campo de resistencia, la mayoría de esas criaturas resucitadas salió expulsada. Esto nos permitió levantar a los heridos.

    Ese enano, cuyo nombre nadie conocía, era un deathbringer, quien trae la muerte; eso me dijeron los que apurados cargaban a los caídos. Pero yo había visto otra cosa; había visto a un protector. Nos defendió durante toda nuestra larga retirada. Cuando al fin cruzamos las puertas del castillo él no dijo nada, no pidió una sola recompensa, ni siquiera comida o agua. Simplemente se retiró.

    Todos estaban felices. Habíamos sobrevivido a una catástrofe enorme. Aunque algunos pensaban que había sido por la magia de los aliados del Señor Oscuro, yo no lo creí. Dentro de los muros observé a mi gente y a algunos aliados animales. Todos tenían el miedo pintado en sus rostros. Nadie podía creer que lo hubiéramos logrado, y cuando nuestro líder nos dijo que esto no era obra del Darklord, sus expresiones pasaron del miedo a la desesperanza. ¿Acaso caeríamos frente a los elfos nuevamente? ¿Seríamos esclavos otra vez? Las preguntas sin respuesta se agolpaban.

    Los siguientes meses apenas lo vi. Siempre andaba silencioso. Cuando se hacía acompañar era por Lilith o por ese fénix tan hermoso que sirve a la Reina de los Súcubos. No tuve el valor de acercármele. Después fui asignado a las guardias nocturnas y se me negó la posibilidad de darle las gracias.

    Hoy, cuando llegué al refugio, me costó reconocerlo. Debo decirle lo que siento. Es tan fuerte, tan importante, salvó mi vida y las de mis compañeros. ¡No puede irse así!, como un paria.

    En este momento veo una pequeña mota de luz negra que viene a mí. Es un minúsculo fénix. Extiendo mi mano para que se pose, pero cuando está por hacerlo se transforma en una pluma. Es un mensaje. Ve con él, retumba una voz femenina, en tu puesto dejamos comida y bebida para mucho tiempo. Sé su sombra, ayúdalo y ayudarás a tu pueblo. Me cuesta creerlo.

    En efecto, tras buscar un poco en el refugio doy con unas alforjas que contienen alimentos secos y dos lámparas de runas. No sé a dónde va y no me importa; le debo mi vida. Como parte del equipo del Clan Huntress honraré su ayuda y lo seguiré, ¡hasta el fin del mundo de ser necesario!

    Capítulo 3

    El camino es lento, cansado. Mis brazos tiemblan al sujetar el martillo. No es que me falte fuerza para blandirlo, sólo que necesito rabia para que se desvanezca mi cansancio. Vencer a este enemigo en particular requerirá de mi coraje. Es uno de los muertos andantes del clan de los Lobos Esteparios, cuerpo de élite que no pudo contra las flechas de los elfos oscuros. Por una abertura en la ciudadela elfa lo veo de pie. Tiene un décimo de su velocidad original, pero más del doble de fuerza. No debo darle una sola oportunidad, no importa si hay cura para su condición o si el Overlord consigue solucionarla; ¡este miserable debe morir!

    Mi martillo se estampa en sus rodillas y las destroza. Cae de frente e impacta de lado contra mi escudo. El crujido es hermoso. Al caer ya estaba muerto nuevamente.

    Al notarlo el cansancio vuelve a apoderarse de mí. Tengo sueño, mucho. Mis ojos arden por el agotamiento, pero no puedo dormir, no con ese maldito dios arruinando mi reposo. Aun en mi mejor condición física sería agotador enfrentarlo, y ahora, al límite de mis fuerzas, con más de 400 no muertos, o como demonios sea que se llamen los calcinados y despedazados a mis espaldas, con pocos víveres, cargando el peso de mis herramientas y unas cuantas menas, siento que vivo una pesadilla andante.

    Las primeras etapas no fueron problema; despachar a unos cuantos enemigos, pasar por los refugios de Lilith donde los humanos siguen alimentando a súcubos e íncubos según sus preferencias, abastecerme de alimentos, caminar otros dos días eliminando, esquivando, dormitando… Pero ahí comenzó la tortura.

    Aun dormido y medio sordo por los gritos del dios de la justicia puedo escuchar sus pies arrastrándose. Ahora no sólo enfrento a los pocos que llegaron dentro del bosque. En estos días debo hacer frente a todo guerrero, mercenario, elfo o bestia que no sobrevivió al ataque de las huestes del rey Lich.

    Logro levantarme. La ira me invade porque les negaron el descanso eterno. Los acabo y termino sólo un poco más agotado que la vez anterior, pero de hacerlo una y otra y otra vez he llegado al límite. Necesito dormir, una protección, algo.

    Tras otro día de deambular sigo encontrando restos del convoy. Debió ser grande. Con dolor he encontrado enanos guerreros resucitados a quienes también he tenido que eliminar. Estoy convencido de que no sufrieron, al menos a manos mías. Cualquier dolor deben haberlo sufrido de otros, de seres desagradables.

    Por fin veo la salida del bosque. Me parece que hacia el sur es aún más grande, pero ya se ve cómo va escaseando. Justo antes de salir a las planicies veo otra cueva como aquella en la que me refugié hace mucho tiempo, al principio de mis aventuras.

    Es pequeña y compuesta de arcilla. Quizás servía de puesto de avanzada a cazadores humanos o de especies de similar tamaño. Después de haber conocido a las nagás no quiero pensar que les pertenece, pero un vistazo me convence de la ausencia de pelo así como de residuos de escamas u olores propios de alguna de tantas especies mágicas que viven en la región o la merodean.

    Sin gran parsimonia, en parte por el agotamiento físico y mental, pero más que otra cosa por la anticipación, entro en la cueva y al instante los murmullos del bosque disminuyen. No cabe duda que me queda un poco grande. Podría establecer una cueva de provisiones, pero con las que cargo apenas podría llenar una ínfima parte, y pronto se verán reducidas aún más pues no he comido en casi diez horas.

    Mi estómago gruñe por lo parco de las viandas. Un poco de pan seco y tasajo frío son mi alimento. Sólo me quedan dos odres de vino, así que bebo el agua que recolecté en el último arroyo. Triste, añoro una cerveza, que no adquiriría aun si pudiera; no debo hacerlo si pretendo conseguir mi venganza.

    Antes de caer dormido mis pensamientos me sacuden. Un par de estremecimientos incluso me sacan del sopor, pero finalmente me duermo.

    El sueño que experimento es similar a los que acostumbro, pero su final me despierta. Sabiendo que puedo expulsar magia de ataque como defensa inconsciente contra los embates del dios bueno, he guardado todas mis pertenencias en fardos fabricados con pieles de lagartos de lava, por lo que me preocupa que se encienda el carbón que acompaña a mis herramientas.

    En todo caso, esto deja de importarme al oír las palabras de ese insulso dios que me dicen: tu venganza, si la quieres, te espera al norte; tus hermanos al sur. Sólo podrás ir por uno de los dos. Te aseguro que, si eliges uno, me encargaré personalmente de que pierdas para siempre el otro.

    Mientras inspecciono los daños que ocasioné durante este sueño noto los círculos de calor que se marcaron en la cueva. La arcilla cruje mientras se enfría. Es obvio que dormí casi un día entero. El sol del atardecer me llega entre los troncos de las grandes setas de un bosque que hoy apenas es la sombra de lo que sus habitantes llegaron a gozar, pero que esta vez van a defender.

    Al salir de la cueva un aroma me distrae. ¡Es delicioso! Carne, verduras, caldo. Alguien preparó un guisado de un animal que mi olfato no logra reconocer. En la parte superior de la cueva una olla burbujea al calor de la caverna, que mantuve como si fuera un horno de piedra. Afuera, alrededor de la entrada, yace un puñado de no muertos. Las flechas entre sus ojos y los cortes de espada delatan que no fui yo quien se encargó de ellos. Alguien más lo hizo.

    Un silbido me distrae. Enseguida siento el viento. Mis escamas podrían encargarse de detenerla, pero no es mi intención dejarla llegar, así que levanto la mano y sujeto la flecha en vuelo mientras mi martillo cuelga de su correa. Noto que en la punta tiene sangre. La habían usado antes.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1