Yahvé ha separado la luz de las tinieblas. Ha creado la atmósfera y el firmamento. La tierra seca y los mares. Ha puesto un sol, una luna, y unas cuantas estrellas en el cielo. Ha dado vida a las aves y a los animales marinos. Y sobre la tierra ha puesto animales terrestres. El ornitorrinco. Los insectos palos, y algunos hámsteres, entre otros. Ahora Yahvé se pregunta, en el sexto día de la creación, si falta algo más. Algo a su imagen y semejanza. «Un par de humanos», se dice. Y Yahvé, tomando un puñado de polvo de la tierra sopla dos veces. Del primer soplo nace un hombre, del segundo, una mujer. Al hombre lo llamó Adán. Y a la primera mujer, Lilith.
La pareja vivía bastante bien en el jardín del Edén. No faltaba comida. Había sitios agradables por donde pasear. Grandes mares donde refrescarse. Y unas vistas espléndidas. Adán y Lilith disfrutaban de la creación de Yahvé. Un día, al amanecer, Lilith y Adán decidieron tener relaciones íntimas. Adán se situó encima de Lilith. Pero algo fue mal. Lilith colocó sus manos sobre el pecho de Adán, deteniéndole. «¿Por qué no cambiamos por un día y me sitúo yo encima de ti?». Esto a Adán le pareció demasiada improvisación. Siempre había sido él el dominante y no vio motivos para modificaciones. Pero Lilith insistió: «Estamos creados de