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Alastar (Intergaláctica no 2)
Alastar (Intergaláctica no 2)
Alastar (Intergaláctica no 2)
Libro electrónico292 páginas4 horas

Alastar (Intergaláctica no 2)

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Información de este libro electrónico

Tras diez mil años de guerra, la humanidad ha conseguido su cometido: la cruzada de la Vía Láctea. Mi nombre era Argo Herrero. Ahora me llamo Lynx, mi código de guerra. Sistema planetario tras sistema planetario, hemos derrocado a todas las especies inteligentes en la galaxia. No buscamos fieles, ni prisioneros, ni esclavos. Buscamos la aniquilación de todo lo que no sea humano. Somos un virus, una plaga: la humanidad se ha expandido sin quien la frene. ¿Qué será de nosotros cuando destruyamos a la última especie inteligente de la galaxia? No lo sé. Pero lo estamos por averiguar, porque nos queda sólo un sistema planetario por conquistar.

Tengo miedo. Temo por el destino de la humanidad. ¿En qué nos convertimos? ¿A donde vamos a llegar? No sé la respuesta. Pero me da asco pensar que soy la herramienta a servicio de la destrucción.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 dic 2017
ISBN9781370117277
Alastar (Intergaláctica no 2)
Autor

Pablo Andrés Wunderlich Padilla

Soy un autor guatemalteco del género de la fantasía y de la ci-fi. Cuando no estoy decantando mi imaginación en el ordenador, soy un médico internista de profesión. Me gusta el café, meditar, el cross-training, y la lectura ¡pues claro!.Para mí no existe mayor placer que conocerte ti, la persona que se ha tomado el tiempo para leer una de mis obras. Por favor, escríbeme un correo a authorpaulwunderlich at gmail. Cuéntame qué piensas de mis escritos. ¡Será un placer conocerte!Te invito a conocer las dos series que escribo:- La Guerra de los Dioses: una serie de fantasía.- La Gran Cruzada Intergaláctica: una serie de ci-fi.¡Nos vemos entre los párrafos!Pablo.

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    Alastar (Intergaláctica no 2) - Pablo Andrés Wunderlich Padilla

    ALASTAR

    Intergaláctica 2

    Por:

    Pablo Andrés Wunderlich Padilla

    Todos los derechos reservados 2018

    Queda estrictamente prohibido reproducir este texto sin la autorización explícita del autor.

    Todos los personajes de esta obra son el producto de la imaginación.

    Edición 2018, todos los derechos reservados.

    Una obra creada por Pablo Andrés Wunderlich Padilla.

    Edición por Nieves García Bautista.

    Arte de portada: Gabriele D’Aleo.

    Alastar, libro 2 de la serie Intergaláctica.

    Próximamente

    Ronin (Intergaláctica 3)

    El libro 3 de la serie será la gran final de la trilogía Intergaláctica.

    —1—

    —Sigo vivo porque el laboratorio Togami me proporcionó el cuerpo homo optimus, diseñado para crear al soldado perfecto. Porque ahora tengo una habilidad superior para sobrevivir, atacar y regenerarme. Soy especialmente bueno para matar.

    —Pero el homo optimus es un cuerpo super-desarrollado actualmente en desuso… —dice Zí—. De hecho, quedó fuera de la circulación hace varios milenios, cuando se forjó el homo perfectus.

    Me molesta este bribón. Es inteligente, se le nota. Está sediento por obtener información de una guerra en la que jamás participará. Espero que al menos sea un turista, entonces podrá librar un par de batallas. Malditos turistas. Odio a la mayoría, aunque acepto que hay unos cuantos que resultan buenos soldados cuando la guerra les interesa tanto que dejan atrás su vida como ciudadanos.

    —Tienes razón, pequeño granuja. Soy el último soldado de mi clase. Soy el último y único homo optimus.

    —¿Versión 3.5? ¿La más avanzada?

    —No, narizón. Permanecí en mi cuerpo original, versión 1.0.

    —¿Y por qué?

    —Porque soy un nostálgico. Un terrícola original que creció en la fracturada Terra cuando la Megaschín todavía era dueña del mundo.

    —¿Megaschín?

    —Veo que no tienes ni idea de lo que hablo. Búscalo en el dispositivo corneal y lo sabrás. Dale. Pregúntale a Iris.

    En estos tiempos, los humanos tenemos acceso a una biblioteca de varios astrobytes, alojada en multitud de servidores repartidos a lo largo y ancho de la galaxia para protegerla de ataques anti-ÆTAS. El problema es que la historia ha sido re-escrita y modificada. El gobierno ofrece acceso a lo que ellos califican como mejor para la población, es decir, lo que más les conviene.

    Veo a Zí perder la mirada en el infinito, típica de un sapiens interactuando con el dispositivo corneal.

    La tecnología ha avanzado hacia la biotecnología. Los aparatos poseen tanto un código cibernético como uno genético. La fusión de la biología con la tecnología ha sido uno de nuestros avances más importantes.

    En realidad, ese no ha sido un desarrollo nuestro. No, señor. Lo que hicimos fue exterminar a la raza que lo inventó, y le robamos sus descubrimientos. Es así. Por más civilizados que prometemos ser, somos unos malditos piratas aferrados a su botín.

    —Increíble —dice Zí—. Entonces eres verdaderamente un héroe de leyenda.

    —Puedes decirlo de ese modo. —No sé si este cachorro me quiere insultar o halagar. O ambas cosas. De hecho, desde que iniciamos estas sesiones, me cuesta descifrarlo.

    —¿Cómo fue vivir en esa época? —me pregunta Zí—. ¿Cuándo la Megaschín avanzó contra la ÆTAS?

    El homo sapiens de hoy no sabe lo que significa sufrir. Vive en los paraísos de la Vía Láctea tras su purga y conquista. Le cuento cómo era la antigua ESLA, la amenaza de la Megaschín, el miedo. Que comía rata asada, que perdí a mis mejores amigos, que amé y que me rompieron el corazón. Le confieso que todo era una mierda.

    No la he olvidado. Nunca olvidaré a Carmen Johnson. Me hechizó; no con magia, ni con artes arcanas, sino con honestidad y carisma.

    El malparido no me pregunta nada sobre mis días como ciudadano en ESLA. Me encantaría que me hubiese preguntado qué prefiero, si vivir bajo el mando de ESLA o el de la ÆTAS. Pero él jamás me lo preguntaría, porque él, así como los demás ciudadanos, asumen que vivir en la ÆTAS es lo mejorcito que hay. Están equivocados. Pero no tengo la manera de hacerle ver ese error.

    Recuerdo demasiado bien aquellos días. Me convirtieron en un esclavo, dedicado solo a la guerra. La guerra es mi droga. Y como adicto no puedo estar con ella ni sin ella. Es un bote con agujeros: tras cada batalla me siento abrumado y deprimido, pero solo la batalla me salva del hundimiento.

    —¿Cuánto tiempo ha pasado desde que cayó la Megaschín? —pregunta Zí.

    —Han pasado diez mil años. Diez mil putos años desde que tuvimos el primer contacto con los alienígenas que atacaron Terra. Los tragalaf, así les bautizamos.

    —Ellos, los tragalaf… ¿Por eso estamos purgando la galaxia?

    —Sí. Por su ataque dedujimos que venían con intenciones de conquistarnos. Cuando descodificamos la información en los servidores de su nave madre, descubrimos que en realidad estaban huyendo. Todavía hoy no sabemos exactamente de qué o quién. Hay teorías. La que más me convence es que los cabrones estaban huyendo de su propia especie, que creyeron encontrar un planeta adecuado para ellos y que, al descubrir que estaba habitado, decidieron exterminarnos. Un gran error. Los eliminamos y, además, su cosmonave nos permitió un salto tecnológico de valor incalculable. Aprendimos mucho de ellos. Así alcanzamos la tecnología warp.

    »Posteriormente, pusimos en marcha la Cruzada del Sistema Solar. Adaptamos los planetas para dotarlos de las características del nuestro y aquello permitió que comenzáramos la Gran Cruzada Galáctica. Una cruzada destinada a la exterminación de cualquier especie que representara una amenaza para el hombre. Sin prisioneros.

    »Éramos como perros rabiosos. En cuanto detectábamos vida inteligente, por mínima que fuera, caíamos sobre ella metódica y fríamente. Renacimos de una guerra cruenta para destruir, conquistar y apropiarnos del espacio cósmico.

    —Los primeros siglos de la conquista…, ¿cómo fueron? —pregunta Zí.

    —Fueron brutales. Pero también muy ineficaces. Las comunicaciones viajaban a la velocidad de la luz, insuficiente cuando se trata de distancias cósmicas. Si teníamos que pedir refuerzos a un sistema planetario situado a cinco años luz, solo la petición tardaba en llegar cinco años. Ese problema se solucionó cuando conquistamos A-43 y «heredamos» el entrelazamiento cuántico. Desde entonces las comunicaciones son instantáneas, sin importar las distancias. Por eso tienes acceso inmediato a Iris, a pesar de que sus servidores se encuentran a miles de años luz.

    Zí está asombrado. Parece que jamás se ha parado a pensar en estas cuestiones, mucho menos que todos los avances están manchados de sangre.

    —No hay rastro de los tragalaf en la Vía Láctea, ¿no es cierto?

    —Cierto.

    —¿No te parece eso extraño?

    —Para nada —respondo acordándome del archivo y del vídeo cuando abordé la nave madre de los tragalaf. Mostraba el sendero que los xenos habían tomado para llegar a la Vía Láctea, y estudiar los planetas y las condiciones de nuestro sistema solar—. Ellos venían de otra galaxia. Ya lo sabíamos.

    —¿Cómo? ¿Dices que ya lo sabíamos?

    —Exacto. Pero nadie va a admitirlo. Mucho menos la ÆTAS.

    —¿Pero por qué obviar algo de semejante calibre? —dice Zí.

    —Supongo que, de momento, no es conveniente.

    —¿Pero por qué no? —insiste Zí.

    Me estoy metiendo en un lío. La ÆTAS se ha empeñado en contar a sus trillones de habitantes que los tragalaf vinieron a exterminarnos y que les pateamos el culo. Pero no es así de simple.

    —Porque no justificaría esta puta guerra.

    El estudiante pierde la sonrisa cuando lo fulmino con una mirada de desesperación. Es sabido que odio estas tertulias. Pero el mismo Omnistar Magna, el oficial de más alto rango de la Flotæstelar, me obliga a participar en ellas. Forma parte de nuestra cultura: los alumnos destacados tienen el privilegio de reunirse con el soldado de honor que elijan. Por desgracia, soy la opción más popular.

    —Eso contradice la información que he encontrado —continúa Zí—. En la starnet, Iris asegura que los tragalaf vinieron de algún rincón de la Vía Láctea, y que suponían un grave peligro. De ahí, la guerra.

    —Vaya, vaya. Ya tienes tu respuesta. Te conformas con la versión de la ÆTAS.

    —Sin ánimo de ofender, Iris me ofrece mayor credibilidad.

    —No me ofendes. Me entristeces.

    —No te pongas triste, Alastar Magna. Sé qué te ocurre. Iris me ha ilustrado sobre los soldados nostálgicos como tú y de un estrés postraumático crónico, y que eso puede alterar la memoria y hacerte confundir los hechos con cosas que imaginas. Iris señala que es habitual que creáis que los tragalaf vinieron de otra galaxia.

    Me enojo. No es la primera vez que se me acusa de algún tipo de locura. Aunque lo acepto, a veces yo también creo que estoy loco. Pero sé mejor que nadie que la ÆTAS va a defender su versión por encima de la verdad. No quiero seguir con este asunto. Así que lo dejo correr. Tras una pausa larga logro calmarme. Zí percibe mi cambio de humor y pregunta:

    —La galaxia ¿es nuestra ya?

    —No. Todavía nos falta purgar Z-603, el sistema planetario de la Vía Láctea más lejano.

    —Guau… El último sistema planetario por conquistar. ¿El sistema planetario número 603 del sector Z? ¿Es así?

    —Sí.

    —¿Eso significa que se han purgado otros 602 sistemas planetarios en el sector Z?

    —No. Significa que es el sexagésimo tercer sistema planetario que ha sido catalogado y cartografiado. No todos los sistemas planetarios están habitados por seres inteligentes. De hecho, la mayoría de los planetas poseen vida unicelular o multicelular no inteligente.

    Hablar del sector Z me recuerda al sector A, B, C, y así hasta recorrer todo el abecedario latino. La literatura militar se ha nutrido de diferentes lenguas, incluidas el griego clásico y el xiangar. Pensar que aquellas culturas existieron hace doce mil años me resulta paradójico en un entorno tan tecnificado.

    Una gran cantidad de especies xeno ha caído a nuestro implacable avance. Puedes verlos en el museo de Riftshore, en el A-45, donde se conserva en formol un cuerpo de cada especie conquistada. Llevamos diez mil años exterminando el universo, todo un ejemplo de eficacia. La eficacia de un virus.

    —Y solo eliminamos a las especies inteligentes, ¿verdad?

    —Exacto. A las no inteligentes las adiestramos o las dejamos vivir en un planeta zoológico para entretenimiento de los ciudadanos. Y a los xenos comestibles los reunimos en otro planeta para dedicarlos a la crianza. Alimentar a un trillón de trillones de humanos dispersos en la galaxia no es nada fácil. Especialmente porque vosotros y yo todavía dependemos de la comida, de la energía derivada de la reacción química de los enlaces de carbono y la transferencia de electrones para subsistir. Mi cuerpo puede obtener energía del sol, pero en cantidad limitada.

    —No me imagino una vida sin comida —barrunta Zí.

    Se me hace que el cabroncito se está imaginando su platillo preferido: bibimbap. El arroz sigue siendo el cultivo más popular, aunque se ha modificado genéticamente tantas veces que dudo que siga siendo arroz.

    —La carne que tanto te gusta comer en tu bibimbap proviene de xenos conquistados —digo para despertar su conciencia.

    —Es muy rica… —dice Zí sin muestras de turbación—. ¿Pudiste evolucionar para alimentarte por fotosíntesis?

    —Tuve esa oportunidad, sí. Los homo optimus, más allá de la versión 1.0, y todas las versiones del homo perfectus, incluyen en su genética la capacidad para la fotosíntesis. Esos soldados pueden alimentarse de estrellas, mejor cuanto más cerca estén. Pero también pueden comer y defecar como nosotros, si es lo que desean. A veces se comen a los conquistados, como ritual.

    Me provoca escalofríos recordar la cantidad de veces que he visto la crueldad humana en estado puro, matando a destajo y luego consumiendo la carne del enemigo frente a los supervivientes sometidos. Hemos causado estragos en la galaxia, y, no voy a mentir, he sido uno de sus adalides.

    —Es increíble lo que ha logrado la humanidad —dice Zí con admiración.

    Quiero abofetearlo. Es un imbécil. Acabo de decir que los soldados se comen a los conquistados sin remordimientos, y él se extasía como si fuera una proeza. Los adolescentes como Zí son los peores. Son homo sapiens engreídos que crecen escuchando las épicas y grandiosas batallas que hemos librado para defender la galaxia y expandir los horizontes del hombre. Pero no saben nada. En diez mil años te da tiempo a ser testigo de toda clase de mierda, y a que la ÆTAS la oculte convenientemente gracias a la división de marketing.

    El xenocidio es nuestro lema, y es un asunto brutal que nadie entiende. Y yo, Alastar Magna Lynx, he participado como punta de lanza en la mayoría de los ataques y saqueos. Ciudades magníficas y resplandecientes, todas reducidas a polvo para asegurar la supremacía del humano. Y, después, los de marketing poniendo mi rostro en las banderas de la ÆTAS como trofeo y recuerdo de la conquista de los mundos.

    —¿Eres el hombre más longevo de la historia?

    —No. Aunque sí soy de los más longevos. Lobo Gris y Tauro son más antiguos. Yo era joven cuando heredé este cuerpo —digo estudiándome la servoarmadura que visto. No porto mi rifle kugæl, solo la ektana ceñida a la cintura. Puedo apañármelas sin rifle, pero jamás me despego de la espada. Forma parte de mí.

    —Y pensar que solo tengo treinta y tres años… —musita Zí.

    El joven pierde la mirada en la ventana, una de las miles de la gran nave, y que muestra el infinito del espacio abierto. Los ærctos, los ingenieros de nuestras cosmonaves, se han preocupado de proporcionar a los pasajeros unas magníficas vistas de los dominios del imperio.

    Los sapiens como Zí podrían vivir para siempre. Y de hecho hubo un tiempo cuando los científicos de Togami manipularon la genética del homo sapiens para que varias decenas de generaciones vivieran indefinidamente. Pero los sapiens no son como nosotros, los soldados.

    La eternidad los vuelve peor que carroñeros. Tras la destrucción de Ulbatán se prohibieron esas modificaciones genéticas. Ulbatán era un planeta habitado solo por sapiens inmortales. Tuvimos que exterminarlos. Yo creo que el Cuerpo Celeste ubicó a todos esos sapiens especiales en Ulbatán y los observó como a ratas en un laboratorio.

    Para ellos fue un experimento fallido. Nada más. Desde entonces los sapiens nacen, crecen, se reproducen y mueren. Su esperanza de vida es de un siglo y medio. A su muerte, cada planeta sigue un ritual diferente.

    —Alastar Magna Lynx, ¿de verdad han pasado diez mil años desde que empezó la conquista del espacio conocido?

    —En realidad han pasado nueve mil novecientos sesenta y cinco desde que destrozamos a los primeros xenos, los tragalaf.

    Zí se acaricia la barbilla.

    —¿Me puedo hacer un selfie contigo?

    Maldito. Hijo de su malparida madre. Es cierto, los sapiens siguen naciendo por parto vaginal. Zí es un humano tan imbécil como lo era yo antes de convertirme en lo que soy. No hemos evolucionado nada en todo este tiempo.

    Iris interrumpe mis pensamientos. Tienes un mensaje de Omnistar Decius Talbot: «La reunión está a punto de empezar. Preséntate en el puente de inmediato». Fin de la transmisión. ¿Deseas responder?

    Me dan ganas de mandarlo a la mierda, pero luego pienso en el DAT. «Enseguida, mi Omnistar Decius».

    Devuelvo mi atención a Zí. Tengo una orden de mi superior que me permite poner fin a esta maldita entrevista.

    —Haz tu selfie y vete a la mierda. Tengo un sistema planetario que pulverizar —gruño.

    Zí no me toma en cuenta el desprecio y hace el selfie. Recoge la imagen mediante una de las cámaras de seguridad de la nave e Iris se encarga de enviársela a su dispositivo corneal, después de pasar por los filtros de calidad y asegurar que la foto no contenga detalles sensibles o censurados por la ÆTAS. Toda la información que se transmite debe superar la censura de la ÆTAS. Hay libertad, pero no somos libres.

    —¡Gracias! —celebra Zí, que sale disparado para regresar al crucero de ciudadanos del cual provino en una lanzadera.

    Doy media vuelta y me dirijo al puente de la nave Alfa, donde Lobo Gris me espera para darme instrucciones. Venga. Otro sistema planetario que conquistar y culminaremos la cruzada para, por fin, tener la Vía Láctea en nuestras manos.

    No puedo imaginar lo que significa una galaxia llena de gente estúpida, que no escucha, que quiere ser entretenida, y que mata y arrasa con ceguera. Pero hago mi trabajo, y lo hago muy bien. No veo la hora de terminar con esta sangría.

    —2—

    Nos reunimos en el puente de la nave Alfa. La cohorte Omega, a diferencia de Alfa o Bárbarus, no posee una nave propia. Omnistar Magna no está presente, lo que me hace pensar que está lejos, lidiando con otros asuntos de la Gran Cruzada Galáctica. Mantener a raya a tanto soldado, tanta gente y tantos sistemas planetarios no ha de ser fácil. No envidio su trabajo en nada. Y, sin embargo, se supone que esta reunión es la más importante de todas las reuniones habidas y por haber: después de casi diez mil años, estamos a punto de dar fin a la Gran Cruzada Galáctica.

    Los demás Omnistar de la flota sí han venido. Estamos en el Teatro de Estrategia, una estructura circular de gradas inclinadas y convergentes hacia el centro, al estilo de los teatros en la antigüedad. Todas las naves poseen una sala de este tipo.

    En la plataforma del centro se halla Omnistar Primus de pie. Tras él y en formación militar se han colocado los otros diez Omnistar de la cohorte Omega. Hay dos Omnistar Decius: Ulnor y Talbot; tres Omnistar Tercius: Galgom, Lufor y Norfal; y cuatro Omnistar Irius: Pwytr, Kyatia, Hassan y Squlomon.

    En la sombra, aunque invisible, siento la presencia del Caballero Estelar Godofredo Bubónico, que siempre sigue a Omnistar Primus. Es un tipo asqueroso, de alma putrefacta. Su cometido, como el de todos los Caballeros Estelares, es el de velar y divulgar la fe que el ejército profesa. El aspecto de estos religiosos es muy diferente al de los soldados, ya que no necesitan un cuerpo mejorado para la guerra.

    Los caballeros estelares pertenecen a la especie homo vespius, que posee cuatro pulmones, una cavidad torácica hiperdesarrollada y unas cuerdas vocales más anchas, todo ello para que su voz resuene alto y claro. Con sus ojos grandes y negros hipnotizan a la audiencia. El resto de sus cualidades físicas están pensadas para impedirles batallar.

    Los Omnistar reunidos centellean en sus doradas servoarmaduras, identificadas con la letra omega en el centro del pecho. Tan quietos e imperturbables, parecen estatuas perfectamente cinceladas.

    Los militares convocados nos hemos sentado de mayor a menor rango. En la primera fila nos hallamos todos los Alastar Magna. Somos diez, y conducimos la guerra siguiendo las órdenes de la cohorte Omega. Veo a Alastar Magna Tauro de la legión Alfa; seguido por Mortimer, de la legión Bárbarus; Xanxai, de la legión Caos; Nakata, de la legión Dominatus; Furogata, de la legión Élite; Cien-gi, de la legión Falcón; Thesna, de la legión Gambit; Abismo, de la legión Host; Trokar, de la legión Ícarus; y por último yo. Rara vez nos convocan a todos los Alastar Magna. Ha sucedido en un puñado de ocasiones en estos diez mil años de Gran Cruzada, y para discutir un asunto de gran trascendencia, como el que nos ocupa hoy.

    Detrás de nosotros se sientan los soldados de menor rango hasta los Alastar Decius. Los escalafones inferiores —Lunastar y Devastar— no conducen la guerra, y por eso no los convocan.

    —La Gran Cruzada Galáctica está llegando a su fin —comienza Omnistar Primus, con esa sonrisa carismática que gana tantos adeptos a su causa. Aún me cuesta creer que se trata de Rasu Wrath. Solo lo conocemos Tauro y yo, los únicos que han vivido tanto como el general. Ahora se llama

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