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Una Escuela Para Dragones: La Trilogía de Cavernis
Una Escuela Para Dragones: La Trilogía de Cavernis
Una Escuela Para Dragones: La Trilogía de Cavernis
Libro electrónico305 páginas3 horas

Una Escuela Para Dragones: La Trilogía de Cavernis

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Información de este libro electrónico

Mattie Sharpe (diecisiete años y aburrida en Los Angles) se está metiendo en problemas. Y se mete en más problemas aún cuando es transportada Cavernis, un mundo habitado por dragones. Pero estos son dragones como nunca has visto antes: algunos son chefs refinados, trabajan como abogados o como contadores públicos; y asisten a su escuela ASH, donde toman clases como CUE (Colas, Uñas y Escamas).

Reuniéndose con su amigo de la niñez, Mattie descubre por qué fue traída, e incluso dirige el equipo de remo de la escuela Sculls & Bones. Aprende cómo ser un caballero del misterioso Eli, un pequeño dragón mudo...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2020
ISBN9781071568354
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    Una Escuela Para Dragones - Amy Wolf

    Una Escuela Para Dragones

    Una Escuela Para Dragones

    La Trilogía de Cavernis Libro 1

    Amy Wolf

    Traducido por

    Diego Vilchez

    Índice

    Prefacio

    Mapa de Cavernis

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Capítulo dieciséis

    Capítulo diecisiete

    Capítulo Dieciocho

    Capítulo Diecinueve

    Capítulo Veinte

    Capítulo Veintiuno

    Capítulo Veintidós

    Capítulo veintitrés

    Capítulo Veinticuatro

    Capítulo Veinticinco

    Capítulo Veintiséis

    Capítulo Veintisiete

    Capítulo Veintiocho

    Capítulo Veintinueve

    Capítulo Treinta

    Capítulo Treinta y Uno

    Capítulo Treinta y Dos

    Capítulo Treinta y Tres

    Capítulo Treinta y Cuatro

    Capítulo Treinta y Cinco

    Capítulo Treinta y Seis

    Capítulo Treinta y Siete

    Capítulo Treinta y Ocho

    Capítulo Treinta y Nueve

    Capítulo Cuarenta

    Capítulo Cuarenta y Uno

    Notas

    A las memorias de Mark Bourne, Jay Lake y Lucius Shepard y a la indomable Pat Cadigan.


    Reconocimientos especiales.

    Cynthia Ward

    R. E. (Rachel) Carr

    Celia Whittome por sus traducciones del latín.

    Prefacio

    Es una cosa leer sobre dragones y una muy diferente, conocerlos

    Ursula K. Le Guin. A Wizard Of Earthsea.

    Mapa de Cavernis

    Prólogo

    Siete años atrás…


    -C alma, chico, ¡calma!- Mattie rió, halando las riendas de su poni hasta detenerlo.

    Los caminos del Griffith Park eran bonitos. Estaban en primavera, así que había tramos duros, diferentes a los caminos de tierra suave que normalmente había. Una vez que abandonabas el oscuro y estrecho túnel que te llevaba por debajo de la calle, el clima era prácticamente templado y había incluso una brisa.

    Mattie realmente amaba a los caballos, tanto que su usualmente ahorradora madre ofreció pagarle lecciones de montar, lo que era más que genial porque Mattie podía montar a Volcán siempre que quisiera. Era casi como tener su propio caballo.

    Amaba todo lo relacionado a montar: la pura dicha de trotar, la cuidadosa preparación del equipo de montar. Incluso el fuerte olor de la piel moteada de su poni. Ese era su más grande placer, no lo cambiaría por nada en el mundo, ni siquiera por su propia tortuga.

    Desde su silla, Mattie sonrió, luego se puso seria. Montaba a través del Cementerio Forest Lawn, donde había flores adornando algunas tumbas y donde algunos dolientes esparcidos se arrodillaban sobre ellas. ¡Qué horrible ha de ser estar muerto!, pensó. Ni siquiera podrías sentir la brisa…

    Las orejas de Volcán se levantaron rápidamente, los sentidos del caballo eran mucho más agudos que los de ella. El caballo relinchó por lo bajo, entonces haló del bocado. Ella se giró y vio lo que él había visto: un ciervo, un ciervo adulto, con grandes astas de ocho puntas y cola blanca con la punta negra. Mattie, orgullosa, sabía que era un ciervo mulo.

    -Hola, señor Ciervo- gritó-. ¿Dónde está el resto de su familia?

    El ciervo dejó de pastar y levantando su cabeza, la miró con sus oscuros ojos. Al ser nativo del parque, seguro estaba acostumbrado a las personas. Aun así, era cauteloso. Desganadamente renunció a su festín y se adentró entre los gruesos árboles. Antes de perderse a la vista, inclinó su astada cabeza.

    -Vaya- Mattie había quedado tan embelesada con su belleza que casi no se daba cuenta del objeto que estaba donde antes había estado el ciervo: un huevo; veinte veces del tamaño de los que había en su refrigerador, este era de un color azul, ¡con luz emanando de sus marcadas grietas!

    Mattie desmontó y soltó las riendas. Quizás solo tuviera diez años, pero sabía que los ciervos no ponían huevos. Una vez había leído que los avestruces ponían huevos enormes, ¿pero qué estaría haciendo allí un huevo de avestruz? A menos que se hubiera escapado del zoológico de Los Angeles que quedaba cerca…

    Con curiosidad, Mattie se acercó al huevo a zancadas con sus botas negras. La luz del huevo se intensificó, ¡como si fuera eléctrico! Las grietas se ensancharon con un sonido como el del vidrio al romperse hasta que algo vivo salió de él.

    -¡Oh, Dios mío!- gritó Mattie, cayendo de rodillas. Volcán gruñó asustado.

    Estaba frente a frente con un dragón recién nacido. Aunque estaba cubierto de una baba que cubría sus alas, su cola y su cabeza, en la mente de Mattie no cabía ninguna duda de que lo que estaba viendo era un dragón. Se levantó temblorosa, sacudiendo el polvo de las rodillas de sus jeans. Mientras se acercaba lentamente al polluelo, se imaginó que pronto todo serían llamas y garras gracias a las películas de Hollywood.

    -Hola- dijo dulcemente- ¿Tu mami se escapó del zoológico?- ¿Acaso habían dragones en el zoológico?

    Dio una pequeña piada, no más fuerte que la de un pollito. No medía más de medio metro, y sus escamas eran de un pálido gris.

    -Eres un dragón, ¿verdad? ¿Eres niño o niña?

    Agitó sus pequeñas alas, deshaciéndose de la baba. Entonces intentó ponerse de pie, pero se cayó de espaldas, piando de ira. Mattie, que sabía un poco de reptiles, miró cerca de la base de su cola.

    -Veo que eres un niño.

    El dragón sacó su lengua, claramente viperina, y comenzó a limpiarse. Fue entonces cuando Mattie notó que solo tenía dos patas.

    -Oh, pobrecito- dijo.

    El bebé tenía zarpas frontales con negras uñas recortadas y puntiagudas. Pero detrás, solo tenía una cola, que se batía al mismo ritmo que la de Volcán.

    Mattie no dijo nada más, pues no quería hacerlo sentir mal. Si el dragón estaba consciente de su pérdida, no daba señales de ello.

    Después de haberse acicalado, lanzó su lengua perezosamente, atrapando algunas moscas que revoloteaban cerca. Mattie vio que sus dientes parecían los de un tiburón.

    -Entonces, ¿eres un ave o un reptil? ¿Eres de sangre fría o caliente?- se irguió, orgullosa de su conocimiento.

    -¡Neecck!- dijo el dragón, felizmente abrió sus alas y aterrizó en el hombro de Mattie.

    -¡Vaya!- todo el cuerpo de Mattie se sacudió. Estaba agradecida de que fuera educado al no atravesarla con sus uñas.

    -¿Cómo debería llamarte?- le preguntó, enrollándolo en los pliegos de su camiseta.

    -¡Rrrrrggh!- le respondió a través del algodón de la camiseta.

    -Ese es un nombre tonto.

    Volvió caminando hacia donde había dejado a Volcán y se subió a su lomo, sorprendida de que no se hubiera asustado. Se veía perfectamente calmado cerca de su amigo adoptado.

    -Te voy a llamar Toutles, una vez fui a un lugar con ese nombre.

    Recordó el largo viaje a Washington cuando Mamá y Papá aún estaban juntos. ¡Cómo rieron y bromearon! Se habían maravillado con el Monte St. Helens y los árboles caídos a su alrededor. Eso había sido dos años atrás.

    Mattie montó de vuelta al granero donde le quitó el equipo de montar a Volcán y lo dejó en su potrera. Mientras lo alimentaba con algunas zanahorias, era muy cuidadosa con su preciada carga.

    -Adiós, poni.

    Mattie caminó la corta distancia a casa mientras Toutles se acurrucaba en su pecho. El dragón era un buen viajero y zumbaba suavemente para sí mismo.

    -Espero que Mamá me deje conservarte.

    Toutles dejó escapar un fuerte pitido. Parecía confiado de que se lo permitiría.

    Mattie entró a la carrera en su apartamento. Era domingo, y Mamá estaba tendida en el sofá intentando relajarse. Como siempre, se veía cansada.

    -¡Mamá! ¡Mamá!- gritó Mattie. Mira lo que encontré.

    -Oh, cariño. Otro animal perdido no.

    Mamá cerró los ojos. Mattie ya había traído a casa un pájaro, tres gatos y un perrito. Su hogar estaba empezando a parecerse a la casa del Dr. Doolittle.

    -¿Qué es esta vez?- dijo Mamá enterrando la cara en un cojín floreado.

    -¡Es un dragón!

    Mamá abrió los ojos para mirar a Toutles.

    -Oh, es uno de esos Komodo- volvió a recostarse al sofá, entonces se giró de nuevo para mirar a Mattie- ¡Espera un momento! ¿No son mortales? ¿Acaso no intentó uno de ellos arrancarle el pie al ex esposo de Sharon Stone?

    Mattie se encogió de hombros. No sabía quién era Sharon Stone.

    -¡Espero que no muerda!- suspiró Mamá- ¿Dónde lo encontraste?

    -En el parque. Salió de un gigante huevo azul.

    Toutles levantó su cabeza en forma de pico, las pequeñas púas de su cabeza cayeron a los lados.

    -Aaaarrgh- dijo.

    -Bueno, ¿no crees que deberías devolverlo? Estoy segura de que extraña a su mamá. Piensa en cómo te sentirías tú.

    -Pero, Mamá. No había nadie más cerca. Es mío ahora y su nombre es Toutles. ¡Por favor, déjame conservarlo! ¡Por favor!

    Nadie podía rogar de manera más linda que una niña de diez años con una misión, y Mattie era más terca que una mula.

    -Ughhh…- gruñó Mamá-. Está bien, pero solo por ahora. Y ponlo en una jaula, en tu cuarto. No sé cómo se ve la caca de dragón, pero sí sé que no la quiero en mi alfombra.

    -¡Gracias, mamá! ¡Gracias!- Mattie corrió hacia ella plantándole un beso en la frente- ¡Eres la mejor mamá del mundo!

    Mamá asintió cansadamente. Era lo suficientemente mayor como para saber que habían dos tipos de amor: uno basado en favores y el otro arraigado en sentimientos genuinos.

    -Usa la jaula de la gata loca- dijo Mamá.

    -Está bien- gritó Mattie mientras corría a su habitación.

    Una gata que trajo Mattie a casa una vez, había mordido y arañado a todo el mundo. Finalmente había sido adoptada por la señora de los gatos que vivía en el piso de arriba.

    Mattie entró saltando a su habitación con Toutles enroscado en sus brazos. Lo dejó en su cama gemela, donde examinó sus alrededores. Su afiche de la vida salvaje y sus caballos Breyer en miniatura parecían tenerlo intrigado.

    -Un segundo, Toutles.

    Corrió fuera para buscar la caja en un closet, además de unos periódicos viejos para poner en el fondo de la jaula. Lavó y llenó su tazón para el agua, entonces se detuvo frente al refrigerador pensando, ¿Qué comen los dragones? Intentó poner leche en el biberón de su muñeca. Esto fue recibido con un graznido de rechazo. Luego, llenó su tazón con la comida de su perro.

    -Vamos, Toutles. ¡Buen chico!- Mattie intentó atraerlo hacia dentro de la jaula con una botana para perros.

    Él la miró más que asqueado. Abrió su boca enseñando sus puntiagudos dientes y dijo: ¡Brrrrrp!

    Mattie sintió una preocupación materna. Probó con un truco antiguo. Lo cubrió con una toalla de baño, lo sujetó y luego lo liberó dentro de la jaula, tirando la puerta y pasando el seguro.

    Toutles miró a su alrededor asombrado, agitando su cabeza de atrás a adelante. Mattie notó un extraño cambio. Sus pupilas, que habían sido azules y redondas, se convirtieron en ranuras verticales, como si fuera una cobra. Sacó su lengua viperina y empezó a sisear como un radiador.

    -Lo siento, Toutles. Sé que estar atrapado en una jaula apesta.

    Él bajó la mirada y dio un suspiro de tristeza. ¡Entonces empezó a sollozar! Las escamas de su pequeño pecho se mecían mientras se quejaba y temblaba.

    -Está bien. Te sacaré. Pero no le digas a mamá.

    Le quitó el seguro a la puerta de la jaula y lo liberó. Sus pupilas volvieron a la normalidad. Fue directo a ella y se sentó en su regazo. Ahí, parecía contento, pues se enroscó hasta formar una pelota escamosa. ¡Fue entonces que Mattie aprendió que los dragones bebé podían roncar!

    En los días siguientes, descubrió lo que comían los dragones. Toutles devoró comida china, luego demostró un gran gusto por los tacos. No los falsos, si no los tacos callejeros comprados en un camión; asada, pollo y carnitas. Detestaba el refresco, prefería el agua embotellada, y mostró cierto amor por las costillas.

    -Eres raro- le dijo Mattie cuando se tendía en su regazo mientras le leía Harry Potter. Parecía muy emocionado durante el Torneo de los Tres Magos, aunque gruñía frecuentemente. ¡Una vez, incluso botó humo blanco de la nariz!

    -¡No, Toutles, no! Nada de fuego. ¿Quieres que Mamá enloquezca?

    Toutles le lanzó una mirada extraña. Señaló con una de sus pequeñas uñas a las páginas del libro abierto.

    -Oh, entiendo- Mattie se saltó las páginas hasta el capítulo siguiente, asegurándose de saltar cualquier parte que mencionara la especia de Toutles. ¿Quién habría imaginado que los dragones fueran tan sensibles?

    Los días de escuela, Mattie apenas podía mantenerse quieta. Después de que la última campana sonaba, salía disparada hacia el auto compartido, saltando de arriba abajo hasta poder llegar a casa.

    -¿Tienes hormigas en los pantalones?- le preguntó la Señora Spees.

    -Mattie, tranquilízate- le ordenó Mamá.

    ¡Era difícil concentrarse en las fracciones cuando tenías un dragón en tu cuarto! Aun así, Mattie lo intentaba, aunque sus pensamientos estuvieran principalmente con Toutles.

    Después de la primera semana juntos, la había convencido de que era tan inteligente como ella. Él amaba que le leyera y realmente parecía escucharla. Cuando Dobby murió, él lloró. También podía expresar sus deseos con claridad, cruzando los brazos o con una sonrisa que mostraba todos sus dientes y agitando las zarpas en el aire.

    Cuando se lo presentó a Felicia, la perra que había rescatado de la perrera, se alegró tanto de tener una nueva amiga que bailó de felicidad. Un día, cuando Mattie volvió a casa, Felicia estaba acunada en los brazos de Toutles y este le ronroneaba suavemente. Felicia, mitad Chihuahua y siempre enérgica, parecía contenta de estar, por una vez, tranquila.

    -Desearía que pudieras hablara- le decía Mattie al menos unas diez veces al día. Toutles le fruncía el ceño y señalaba su garganta con pesar. Mattie entendía. Por ahora, su comunicación era unilateral.

    Durante su tercer domingo juntos, Mattie sacó a Toutles a caminar por la orilla de la piscina de su complejo residencial. Por supuesto, estaba soleado; y las chicas que mamá llamaba creídas estaban acostadas cerca del agua en sus diminutos trajes de baño, tomando el sol.

    -Oye, Mattie- la llamó el señor Gold. Era un anciano que vivía en el piso de abajo con sus nietos.

    -Hola, señor Gold.

    ¿Qué tienes ahí? ¿Algún tipo de iguana?- preguntó sumergiendo sus papas fritas en una taza de salsa de tomate.

    -Es un dragón, señor Gold.

    -Claro. Los niños aman Animal Planet. De las islas Komodo, ¿verdad?

    -Sí, señor- mientras mentía, Mattie se dio cuenta de que estaba hablando más fuerte como para hacer más creíbles sus palabras.

    -¿No son violentos?

    -¡Oh, no, señor Gold! Toutles es más dulce que Felicia.

    -Bueno, es un animalillo lindo. Bueno, espero que no crezca demasiado. Recuerda el límite de veinte libras para las mascotas.

    -Oh- Mattie se alejó rápidamente, con la esperanza de que Toutles no lo hubiera oído. Pero este estaba más interesado en las papas fritas del vecino.

    Mattie lo haló, usando la correa de Felicia. En periodo de tan solo dos semanas, ganó mucho peso, al menos cincuenta libras. Esto podía ser un problema grave.

    Solo Mamá, el señor Gold y Mattie sabían que Toutles vivían en el edificio. Mattie quería decirle a sus amigos, pero consiguió mantenerlo oculto. En cuanto hubieran visto a Toutles, sabrían que no era un dragón de Komodo. ¡Tenía alas, por amor a Dios! Los viejos podían ser tan tercos.

    Toutles siguió creciendo. Y creciendo. Cuando tenía un mes de edad, era de un cuarto del tamaño de Volcán, al cumplir los dos meses, tenía la mitad del tamaño del poni. Limpiar su caca y mantenerlo alimentado, era un trabajo a tiempo completo. Aun así, mientras el dragón crecía, el vínculo entre ellos se iba estrechando.

    Leyeron Eragon y vieron Reino de Fuego y Corazón de Dragón. Toutles parecía sorprendido por la salvaje representación de su especie. Veía las películas con los brazos cruzados y sacudiendo su cabeza, ahora de un color azul. De hecho, todas sus escamas se habían vuelto azules, lo que encantaba a Mattie ya que este era su color favorito.

    Mientras la primavera daba paso al verano, se dio cuenta de que Toutles era su mejor compañero. Cuando volvió a casa molesta porque un niño la había llamado Niña Zoológico. Toutles le rodeó con un brazo, haciendo un sonido tranquilizante. Cuando él se tornaba inquieto debido al confinamiento, ella lo sacaba a caminar por la orilla de la piscina. En verdad era una amistad perfecta, y todos los pensamientos sobre Papá en Nueva York, desaparecieron de la mente de Mattie.

    Todo su mundo consistía en Toutles. Soñaba despierta sobre que un día, vivirían juntos en un reino mágico y que volarían juntos hacia el sol. Era tan raro encontrar un amigo que realmente la entendiera, que no señalara sus faltas, o que la dejara cuando se ponía malcriada. Toutles era ese tipo de amigo, pero Mattie no sabía entonces que nada en la vida duraba para siempre.

    Como siempre, fue un adulto quien lo arruinó todo. Y, como siempre, ese adulto tomó la forma de un padre.

    Hasta entonces, Mattie había podido evitar que Mamá entrara todos los días a limpiar su habitación y también había podido mantener callado a Toutles. De todas formas, Mamá era una mamá y un fin de semana, le hizo una visita sorpresa.

    -¡No!- gritó, parecía que acabara de ver a su jefe. En la hundida cama estaba sentado Toutles, quien medía ahora más de un metro de alto.

    -¡Mrrrrrm!- rugió él al verla.

    -¡Mattie! ¿Por qué no me dijiste que tu mascota tenía el tamaño de Godzilla?

    -Ummm.

    -Es mi culpa- murmuró Mamá- Demasiado estrés en el trabajo.

    -Está bien, Mamá. Toutles es bueno. Le gusta leer sobre Pern y meter su cola en la piscina.

    -Ayyyy- Mamá gritó como un aldeano escapando de un dragón en una película-. ¿Acaso quieres que nos echen a la calle? ¡Apenas pude entrar aquí! ¡Este, esta… lagartija se tiene que ir!

    -Pero, Mamá.

    -Sin peros. Llévalo al zoológico. Ahí hay personas que sabrán qué hacer.

    -Pero, Mamá, no es una mascota, él es mi amigo- los ojos de Mattie se llenaron de lágrimas.

    -Estoy segura. También es enorme, tanto que podría destruir Tokio. Saca a esa cosa de mi cosa o llamaré al 911.

    Mattie conocía a su mamá lo suficiente como para saber cuándo rogar no serviría de nada. Mamá se quedó de pie observando mientras deslizaba la correa de Felicia, que era ahora ridículamente pequeña, en el collar de Toutles: un viejo cinturón de cuero de Papá.

    Mamá dio un paso atrás cuando Toutles se levantó de la cama, deslizándose de lado a través de la puerta. Agitó tristemente una zarpa en su dirección mientras

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