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Generación M: La Trilogía de Tucán — Libro 3
Generación M: La Trilogía de Tucán — Libro 3
Generación M: La Trilogía de Tucán — Libro 3
Libro electrónico419 páginas5 horas

Generación M: La Trilogía de Tucán — Libro 3

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Información de este libro electrónico

El explosivo desenlace de la trilogía de Tucán. Implementando su despiadada visión del futuro, los científicos del CDC permiten que una letal infección se propague hasta convertirse en epidemia fuera de las colonias. Abby, con el cuerpo dominado por la infección, comienza un viaje desesperado para encontrar a su hermano Jordan, su hermanita Tucán y para salvar las vidas de millones.

IdiomaEspañol
EditorialScott Cramer
Fecha de lanzamiento28 ene 2022
ISBN9798201035266
Generación M: La Trilogía de Tucán — Libro 3

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    Generación M - Scott Cramer

    GENERACIÓN M

    La Trilogía de Tucán – Libro 3

    ––––––––

    Scott Cramer

    Generación M – La Trilogía de Tucán – Libro 3

    Derechos de autor 2014 Scott Cramer

    http://www.facebook.com/authorscottcramer

    Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro se puede utilizar o reproducir de manera alguna, incluido su uso en Internet, sin permiso escrito del autor.

    Diseño de portada Silviya Yordanova

    http://www.darkimaginarium.com

    Editorial

    Perrin Dillon: perrin.editorial@gmail.com

    Laura Kinglsey: http://laurakingsley.yolasite.com

    Elizabeth Darkley: http://www.elizabethdarkley.com

    Formateo: Polgarus Studio

    http://www.polgarusstudio.com

    Este libro es una obra de ficción. Cualquier referencia a personas, eventos y organizaciones reales se utiliza de forma ficticia. Todos los diálogos, nombres, incidentes y personajes se extraen de la imaginación del autor y no se encuentran basados en hechos reales.

    ELOGIOS A LA TRILOGÍA DE TUCÁN

    La Noche de la Luna Púrpura, Colonia Este y Generación M

    Más de 500 reseñas de 5 estrellas

    Tres conceptos: Apasionante. Palpable. Bien desarrollado. Blog Word Spelunking

    Bellamente escrito y apto para jóvenes. Reseña del lector

    Escandaloso y completamente 'original'. Blog My Home Away From Home

    Cramer crea una imagen de nuestro mundo que es a la vez aterradora e inspiradora en esta sincera historia que tanto los jóvenes como los adultos disfrutarán. REVISIONES KIRKUS

    ¡Muy recomendable! blog YA Yeah Yeah

    Una historia de supervivencia postapocalíptica que contiene piratas, aventuras, romance, suspenso, traición, dolor, científicos malvados, redención y más. Reseña del lector

    Sugerente y fascinante. Reseña del lector

    Para el equipo Tucán: Otto, Perrin y Laura

    TABLA DE CONTENIDO

    DÍA 1

    DÍA 2

    DÍA 3

    DÍA 4

    DÍA 5

    DÍA 6

    DÍA 7

    DÍA 8

    DÍA 9

    DÍA 10

    UN AÑO DESPUÉS

    DÍA 1

    COLONIA ATLANTA - CAMPUS EMORY

    —Soy una semilla de la nueva sociedad.

    El hombre tenía una voz ronca pero amistosa.

    Lizette arrugó la nariz con frustración mientras se ajustaba los auriculares cuidadosamente. Eran demasiado grandes y seguían deslizándose por debajo de sus orejas.

    —Soy una semilla de la nueva sociedad —repitió en su tono más grave.

    —La ciencia es el camino a seguir —dijo la voz.

    Estiró los brazos y las piernas y apuntó los dedos de los pies hacia arriba para formar una pequeña tienda debajo de las sábanas.

    —La ciencia es el camino a seguir.

    —Somos las semillas de la nueva sociedad.

    Las voces que se oían a través de los auriculares cambiaban con frecuencia. Esta mujer tenía la nariz congestionada.

    Lizette se apretó la nariz.

    —Somos las semillas de la nueva sociedad.

    En la penumbra, pudo ver a las otras niñas sentadas en sus camas, recitando las frases del ejercicio espiritual matutino. La unidad 2A era una habitación alargada y las camas estaban junto a las paredes. La mayoría de las niñas tenían cinco años, como ella. Lizette se alegró de ver que todas las luces del medidor de emociones estaban en verde. Eso significaba que todas estaban felices. Si todas las luces se mantenían en verde durante un ejercicio espiritual, ganarían quince minutos adicionales de tiempo de juego en el recreo.

    El medidor de emociones se ajustaba cómodamente a su dedo índice, y Lizette se aseguró de que estuviera cómodo. Chandra, su científica favorita, le había explicado cómo funcionaba.

    —El ME mide la humedad de la piel y el pulso. Un corazón acelerado indica que tienes miedo o ansiedad. La piel húmeda significa que estás triste. Es entonces cuando la luz se vuelve amarilla o roja. Cada medidor de emociones envía una señal a la sala de control principal. Si tu luz cambia de color, un científico apagará la grabación y te hablará directamente. La señal también se envía a la estación de monitoreo, por lo que puedo saber cómo se sienten todas en la unidad.

    Chandra estaba ahora de servicio en la estación de monitoreo.

    Muchos de los científicos de la colonia te pedían que los llamaras Doctor, pero Chandra era algo diferente. Se había presentado como la doctora Ramanathan cuando se conocieron y agregó: Puedes llamarme Chandra, o incluso 'Madre'.

    La madre de Lizette había muerto la noche de la luna púrpura, por lo que prefería llamarla Chandra.

    —El futuro es brillante.

    Lizette bostezó.

    —El futuro es brillante.

    Agitó la mano para saludar a una de sus mejores amigas, Zoe, que estaba sentada en la cama a su lado. El cabello castaño de Zoe era largo y sedoso; y su compañera poseía la habilidad de correr como el viento. Zoe podía dejar atrás a todas las niñas de la unidad e incluso a los niños mayores de la Unidad 2B.

    Lizette siguió moviendo la luz del ME de un lado a otro porque le recordaba a Castine Island. Abby y Jordan la dejaban quedarse despierta hasta después de la hora de dormir para que pudieran salir y ver las luciérnagas parpadeando. Extrañaba su hogar.

    —Los científicos se preocupan por nosotros —cantó una mujer.

    Lizette levantó la barbilla y chistó:

    —Los científicos se preocupan por nosotros.

    En ese momento, un fajo de papel aterrizó a los pies de su cama. El Juego del pato estaba en marcha. El perdedor era quien se quedara con el dibujo arrugado del pato cuando terminara el ejercicio espiritual.

    Lizette miró a la izquierda, pensando que venía de esa dirección. Vio a Emily tratando de ocultar una sonrisa y supo de inmediato quién lo había arrojado. Emily era una risueña. Asegurándose de que Chandra no estuviera mirando, Lizette arrojó el pato al otro lado del pasillo hacia Chloe, la niña más alta de la unidad. Chloe se lo lanzó a Lydia, la niña más pequeña, y Lydia se lo tiró a Molly. Molly, que podía ser mala, se lo devolvió a Emily.

    —Soy la Generación M —dijo la mujer con una voz llena de orgullo.

    M representaba a Mendel. Gregorio Mendel había estudiado genética hacía más de cien años. Eso era lo que el doctor Perkins, el científico a cargo de las colonias, había explicado en televisión.

    —El trabajo de Mendel nos inspira. Nuestra capacidad para gestionar eficazmente el acervo genético nos ayudará a optimizar la sociedad en los próximos años.

    Al doctor Perkins le gustaba usar palabras rimbombantes y Lizette rara vez lo entendía.

    —Soy la Generación M —dijo con orgullo.

    —La epidemia mató a mi hermano y a mi hermana —dijo la mujer.

    Lizette se tragó el nudo en la garganta. Imágenes de su hermana y su hermano pasaron por su mente: Corría y saltaba a los brazos extendidos de Abby. Jordan la levantaba sobre sus hombros, luego chapoteaba en el agua helada del océano mientras ambos aullaban de risa.

    Una mujer diferente habló:

    —Nueve cuatro cuatro...

    El número de identificación de Lizette.

    —... por favor responde.

    Su tono era frío y severo.

    Lizette dejó que sus músculos se aflojaran, tratando de ralentizar los latidos de su corazón.

    Fijó los ojos en la luz de su medidor de emociones y murmuró:

    —La epidemia mató...

    Abby y Jordan están vivos, se dijo Lizette.

    Jadeó de horror cuando vio que su luz era amarilla.

    —¡Nueve cuatro cuatro, presta atención!

    Lizette se pasó la manga del pijama por la frente húmeda, esperando que la luz se pusiera verde. Metió la mano debajo de las sábanas, solo para recordar que su medidor de emociones estaba enviando una señal a la sala de control y a la estación de monitoreo. Chandra la miró con expresión preocupada.

    —Abby y Jordan están muertos —espetó la mujer.

    Lizette se asomó debajo de las sábanas y su estómago dio un vuelco. La luz ahora era roja.

    —Abby y Jordan están...

    Se detuvo antes de decir algo que no era cierto.

    ¿O era verdad? El terror se apoderaba de su cuerpo. Lizette desconocía dónde estaban su hermana y su hermano. Algo terrible podía haber pasado.

    El pato aterrizó en su cama justo cuando Chandra se levantaba de su asiento. Lizette cogió el papel arrugado y lo apretó en su puño.

    Con una mirada compasiva, Chandra le quitó los auriculares a Lizette y le removió el ME.

    —Ven conmigo —dijo, tendiéndole la mano.

    Lizette cogió la mano de Chandra. Juntas, se dirigieron hacia la puerta. Lizette arrojó el pato arrugado a su espalda, sobre la cama de Molly.

    Al pasar por la estación de monitoreo, Lizette sintió un escalofrío. Todas las líneas de seguimiento eran verdes, excepto una: la de ella. Supuso que los otros niños de la Generación M habían estado en Colonia Atlanta durante tanto tiempo que ya no se preocupaban por sus hermanos y hermanas mayores.

    La doctora Ingard, a quien las niñas llamaban tía, entró en la unidad y se sentó en la estación de monitoreo. Tía llevaba el pelo con raya al medio y un perfume que le gustaba a Lizette.

    Después de unas breves palabras con tía, Chandra condujo a Lizette por el pasillo hasta la sala de consejería, donde se sentaron juntas en un sofá. El sol estaba saliendo.

    Lizette se retorció junto a Chandra, preocupada por tener que enfrentarse a sus amigas. Debido a que su luz ME se había puesto en rojo, solo tendrían cuarenta y cinco minutos de recreo.

    —Sé que es difícil dejar de pensar en tus seres queridos, pero debes hacerlo —dijo Chandra.

    Lizette se cruzó de brazos.

    —¡Abby y Jordan están vivos! Atrapábamos luciérnagas juntos. Me dejan quedarme despierta hasta tarde y me llaman Tucán. ¡No me gusta que me llamen 944!

    Chandra miró fijamente al vacío durante largo tiempo.

    —Ya sabes lo que dice el doctor Perkins: 'La felicidad es el mejor estado mental para aprender'. Quiere asegurarse que todos los miembros de la Generación M puedan hacer una contribución importante a la sociedad del futuro. Si eres feliz, los puntajes de tus exámenes mejorarán gradualmente.

    Al parecer, Lizette se sometía a una prueba todos los días. Incluso mientras se recuperaba de la enfermedad AHA-B en la Clínica Médica 3, los científicos la habían obligado a hacer exámenes.

    Estamos midiendo tu coeficiente intelectual le había dicho un científico.

    Lizette miró directamente a Chandra.

    —Quiero ir a casa. ¡Quiero volver a estar con mi familia y con Timmy, Danny y Gato!

    Chandra frunció el ceño.

    —Todas las familias cambian. Los niños crecen y siguen sus propios caminos. Ahora somos tu familia. Las niñas y los niños de la Unidad 2A y 2B son tus hermanos y hermanas.

    —¡No lo son! ¡Eso es una mentira!

    Lizette gruñó con los dientes apretados.

    —Mi hermana es Abby. Mi hermano es Jordan.

    Chandra la atrajo hacia sí y pasó las yemas de los dedos por su incipiente cabellera. Los científicos le habían afeitado la cabeza a Lizette muchas veces en la Clínica Médica 3 para que las almohadillas adhesivas con cables que salían de ellas permanecieran fijas en su suave cuero cabelludo. La fría banda del anillo de oro de Chandra se deslizó por su cuero cabelludo y las costuras de la bata de laboratorio le arañaron la mejilla.

    —Quiero decirte algo, pero solo si prometes que no le dirás nada a nadie —susurró Chandra.

    Lizette levantó su meñique. Le gustaba compartir secretos.

    —Lo juro.

    Abby y ella solían hacer juramentos así.

    Chandra asintió y entrelazó los dedos con Lizette.

    —Si restablecen las comunicaciones con Colonia Este, serás evaluada hoy. El doctor Perkins revisará todo tu perfil.

    Lizette arqueó las cejas.

    —¿Qué es un perfil?

    —Los puntajes de tus exámenes, las observaciones hechas sobre la forma en que interactúas con los otros miembros de la Generación M y cómo te has comportado en el ejercicio espiritual. El doctor Perkins decidirá si debes permanecer en la colonia.

    Un escalofrío recorrió su columna vertebral. ¿La pondrían fuera de la valla? Hacía tres semanas, pusieron a un niño de la Unidad 3C fuera de la valla. Todos en su unidad lo habían escuchado llorar. A Lizette le asustó pensar que podría estar sola, tan lejos de casa.

    Con la misma rapidez, apareció un pensamiento que la hizo sonreír de nuevo.

    —Si no le agrado al doctor Perkins, ¿me llevará alguien a casa en Castine Island?

    Chandra negó con la cabeza con ojos tristes.

    —Nuestros recursos son limitados y los aviones solo vuelan entre las colonias. Por favor, Lizette, si el doctor Perkins pregunta si la epidemia se ha llevado a Abby y Jordan, di que sí, aun sí crees que es una mentira.

    Lizette se acurrucó junto al pecho de Chandra, lo que hizo que los latidos de su corazón se escucharan más fuertes.

    —¡Abby y Jordan están vivos!

    Su propio corazón latía más rápido.

    —Eres muy obstinada —dijo Chandra.

    Lizette se apartó.

    —Abby dice que nuestra familia tiene un gen de obstinación.

    Chandra entrecerró los ojos y apretó los labios. Las arrugas aparecieron en su frente. Finalmente, miró hacia el techo y dejó escapar un pequeño suspiro.

    —Si me suelto el pelo, ¿prometes mentir?

    Los ojos de Lizette se posaron en el negro cabello de Chandra recogido en un moño, brillante por la luz del sol que entraba por la ventana.

    Le encantaba ver el pelo largo desparramarse por debajo de la cintura de Chandra.

    Se cruzó de brazos.

    —No.

    Chandra ya se había quitado las pinzas de la parte superior de la cabeza y comenzó a desenrollarse el cabello.

    Lizette extendió la mano y pasó los dedos por los gruesos mechones, imaginando que su cabello crecería así algún día. Esperaba que sus rizos rojos volvieran a crecer lo suficiente como para ocultar sus orejas para su sexto cumpleaños. Cuando tuviera siete años, imaginó que su cabello le caería hasta los hombros. Cuando tuviera la edad de Abby, los rizos le caerían hasta la mitad de la espalda.

    Cómo deseaba que Abby y Jordan estuvieran aquí ahora. Nunca se olvidaría de sus hermanos.

    ¡Nunca!

    1.01

    COLONIA ESTE

    El doctor Perkins se acercó a la ventana del quinto piso de la sala de conferencias Gregorio Mendel en la Torre Trump de Colonia Este. Su rostro anguloso y sus gafas redondas estampaban un reflejo fantasmal en el cristal mientras entrecerraba los ojos para protegerse del sol matutino.

    El huracán David, ahora a mil seiscientos kilómetros al norte, había traído consigo las letales bacterias, y la solución que deseaba finalmente estaba disponible. La población sobreviviente fuera de las colonias sería eliminada por la epidemia dentro de dos meses. De manera similar, un huracán en el Pacífico introduciría la bacteria de la región ecuatorial y abordaría el problema en la mitad occidental del país.

    Los niños llamaban a la epidemia "porcinus, por el apetito voraz que producía la infección. Prefería la nomenclatura científica para la mutación bacteriana: AHA-B".

    El problema lo había angustiado desde la fundación de las colonias. A medida que los supervivientes fuera de las colonias crecieran y se fortalecieran, se molestarían por que la Generación M recibiera todos los recursos de los adultos; querrían destruir el trabajo de su vida. Era solo cuestión de tiempo antes de que él y sus colegas ya no pudieran repeler el ataque. Permitir que la epidemia se propagara cortaría el problema de raíz.

    El huracán David también había causado grandes daños físicos. Desde la posición de su sala de conferencias, Perkins podía ver una muestra de la devastación. Los escombros cubrían la Quinta Avenida y los proyectiles habían destrozado muchas de las ventanas de los edificios circundantes. Miró a la derecha. Lo único que quedaba del edificio Bergdorf Goodman en la esquina de la Quinta y la 58 era una gran pirámide de ladrillos, vigas de acero y muebles de oficina. Miró a la izquierda y vio un estanque que se extendía desde la parada del metro. Como había leído en el informe de daños, el sistema de metro estaba completamente inundado.

    Su radio bidireccional crepitó con la voz de la teniente Mathews.

    —Informe —respondió.

    —Luz verde en el aeropuerto, señor.

    Perkins suspiró aliviado. Despejar la pista era fundamental. Ahora podrían recibir un envío de píldoras antibióticas de la planta de Alpharetta.

    —¿Ha informado a Atlanta?

    —Negativo, señor. Las comunicaciones aún no funcionan, pero estamos trabajando en ello. El tiempo estimado para restablecerlas es de cero ochocientas horas.

    —¡Qué sea más rápido! —dijo.

    —Sí señor.

    Perkins pudo escuchar el deseo de la joven teniente de ascender de rango.

    —Bien —dijo—. Mantenme informado.

    Regresó a su escritorio y hojeó una pila de informes de daños. Innumerables rascacielos eran estructuralmente defectuosos y la marejada ciclónica había arrasado todos los muelles a lo largo del Río Este y el Hudson.

    El informe energético le preocupaba. La tormenta había destruido diecinueve de los veinte molinos de viento que proporcionaban electricidad a la colonia. Incluso con los generadores diésel que proporcionaban algo de electricidad, la colonia funcionaba a solo el 10% de su capacidad. Solo tenían un suministro de combustible para cinco días para mantener incluso este nivel de subsistencia.

    La seguridad era igualmente problemática. No podrían electrificar la valla del perímetro norte y tendrían que limitar las patrullas Zódiac en los ríos, dejándolos vulnerables a las incursiones.

    Cuando Perkins consideró la totalidad de los problemas, la conclusión fue obvia. Escribió Evacuar en su bloc de notas y luego lo subrayó dos veces.

    En ese momento, la doctora Droznin, cojeando con muletas, entró en su oficina.

    Perkins se maravilló de la rapidez con que la epidemióloga rusa se había recuperado después de recibir un disparo en la rodilla. Depositó su robusto y corto cuerpo en una silla y puso un gráfico en el escritorio.

    —Nuevos datos sobre el análisis espectral —dijo—. Basamos nuestras proyecciones iniciales en la densidad bacteriana en el ecuador. Por alguna razón, es mucho mayor aquí.

    La doctora Droznin estaba ensimismada por los datos de la investigación, y creyó que era mejor dejarla continuar antes de informarla sobre su decisión de evacuar Colonia Este.

    Conocía el gráfico demasiado bien: una proyección de la tasa de mortalidad general fuera de las colonias. Entendían la naturaleza de la enfermedad. La bacteria AHA-B atacaba el hipotálamo, la glándula que controla el apetito. Después de un período de incubación de tres días, la víctima experimentaba un hambre voraz, seguida de fiebre alta. El número de víctimas aumentaría rápidamente durante los primeros días de exposición y luego se estabilizaría. La muerte ocurría en una a cuatro semanas.

    El aumento en la tasa de mortalidad en la semana cuatro era una consecuencia de los síntomas de AHA-B. Predijeron que estallarían disturbios por alimentos, enfrentando a los enfermos contra los sanos, y para la Semana Ocho, la población de sobrevivientes fuera de las colonias sería estadísticamente inexistente.

    Perkins se masajeó las sienes.

    —Veo esto en mis sueños.

    —Mire el eje X —dijo Droznin.

    Cuando sus ojos se posaron en la escala horizontal que mostraba el período de tiempo del aumento de la letal epidemia, se sentó bruscamente.

    —¡Dos semanas!

    La cabeza le daba vueltas. La revelación se sumaba a la emergencia que enfrentaban.

    Juntó las puntas de los dedos y le informó de su decisión de evacuar Colonia Este.

    —Programaré una reunión con el almirante Samuels y los líderes de compañía lo antes posible. La teniente Mathews se encargará de la logística para transferir a los cadetes. Atlanta tiene capacidad para cuatro compañías.

    —¿Qué hay de Colonia Oeste? —preguntó ella.

    —Estoy trabajando en otro plan para ellos, que compartiré en el momento apropiado.

    Perkins miró su agenda.

    —Tenemos una reunión programada con el doctor Hoffer y la doctora Ramanathan hoy a las doce y media para revisar el perfil de una posible miembro de la Generación M, ID 944. Ella es mediocre en el mejor de los casos. Ordenaré que la expulsen y luego podremos usar el tiempo para discutir la evacuación.

    —La candidata es Lizette Leigh —dijo Droznin—. Participó en los primeros ensayos de medicamentos. Ella es parte de mi estudio en curso sobre los efectos del antibiótico.

    —Eso es correcto. Su hermana mayor era ID 1102, la cadete que te disparó.

    Perkins temía hacia dónde se dirigía esta conversación. Droznin argumentaría a favor de mantener a 944 solo con fines de investigación.

    —Lizette Leigh tiene cinco años, es el sujeto más joven en recibir el antibiótico —dijo Droznin.

    Hablando con el tono paciente que reservaba para los miembros más jóvenes de la Generación M, Perkins se inclinó hacia el escritorio.

    —Svetlana, ¿has visto su perfil? Sus puntajes en las pruebas son pésimos. Cuando evacuemos, incorporaremos a doscientos nuevos miembros de la Generación M en Colonia Atlanta. No habrá espacio para todos.

    Ella insistió en que llevaran a cabo la evaluación.

    Él estaba convencido de que 944 no contribuiría absolutamente en nada a la sociedad del futuro. Ahora era el momento de eliminar a los que consumían recursos vitales.

    —Pospongamos nuestra decisión para más tarde —dijo, y luego trató de cambiar de tema—. ¿Cómo está tu pierna?

    1.02

    BROOKLYN, NUEVA YORK

    Abby se dobló de dolor, llevándose las rodillas al pecho y abrazándolas mientras varios calambres recorrían su estómago. Tenía porcinus.

    La luz del amanecer entraba por la ventana y proyectaba sombras en la habitación superior donde había pasado la noche después de escapar de Colonia Este.

    Probablemente, la habitación del segundo piso había sido el dormitorio de alguien antes de la noche de la luna púrpura. El huracán había dañado la estructura. Una esquina del techo se había derrumbado y el agua goteaba sobre el montón de trozos blancos en el piso de abajo. A través de la ventana, podía ver los sombríos edificios de Colonia Este al otro lado del Río Este.

    La comida podría aliviar un poco los calambres, pero la pequeña bolsa de arroz cocido que Abby había traído de la colonia era la única comida que tenía consigo. Tenía que economizar.

    Crispó los puños y se cruzó de brazos. La bolsa de arroz estaba tan cerca y el deseo de comer era tan poderoso. ¿Cómo podría resistirse?

    Su mente le estaba jugando una mala pasada. La bacteria AHA-B atacaba la glándula que controlaba el apetito y, a su vez, esa glándula enviaba una señal al cerebro, convenciendo al cuerpo de que estaba muriendo de hambre. ¿Cómo podía controlar sus acciones cuando su mente estaba luchando contra sí misma?

    Cuando los calambres se intensificaron, Abby gritó repetidamente, llevándose las manos a la boca. Cuando eso no logró ahogar sus gruñidos y gemidos, enterró la cara en su mochila y mordió la correa, esperando que la tela áspera que presionaba su lengua de alguna manera imitara un bocado de comida.

    A medida que entraba más luz en la habitación, pudo distinguir el abultado montón de lonas, mantas y chaquetas que servían como cobertores comunes para las otras veinte niñas que compartían habitación con ella.

    La tribu de niñas de cinco y seis años la había conducido a esta casa después de que ella hubiera llegado a la orilla del Río Este. Le habían salvado la vida.

    La cabeza de Abby se juntaba a una parte de la chica a su lado, y la mano de otra niña estaba sobre su hombro. Todas estaban acurrucadas cerca para mantenerse calientes.

    Abby cerró los ojos y volvió a la fantasía que la había consolado durante toda la noche. Se imaginó paseando por un camino de tierra con altos pinos a ambos lados. Rastros de polvo púrpura cubrían el lecho de agujas doradas en los bordes de la carretera. Podía oler el aroma del lago en el viento fresco antes de llegar a él. La orilla opuesta estaba a tres kilómetros de distancia, y la masa de agua se extendía a su derecha e izquierda más allá de donde alcanzaba su vista.

    La imagen de la cabaña estaba clara en la mente de Abby. Mandy, una chica que había salvado la vida de Abby y Jordan dos años antes, le había descrito la cabaña en el lago de Maine y le había dado instrucciones para llegar. Los abuelos de Mandy habían vivido allí.

    La cabaña se encontraba a treinta metros del agua, con una chimenea y una amplia ventana que daba al lago. Mientras Abby se imaginaba a sí misma pasando junto a la pila de leña, Tucán irrumpía por la puerta y corría a saludarla, con el cabello rojo rizado y las piernas vivaces. Abby doblaba las rodillas y abría los brazos, preparándose para el impacto.

    Atrapaba a Tuc en el aire y, mientras la abrazaba con fuerza, la llevaba adentro, donde Jordan, Toby y Jonzy reían y bromeaban. Jordan y Toby tenían el pelo desgreñado y eran delgados y musculosos por los esfuerzos diarios por sobrevivir. Jonzy, que había pasado los últimos dos años en Colonia Este, usaba gafas gruesas y parecía que acababa de salir de una selecta escuela preparatoria.

    Una especie de estofado se estaba cocinando en la estufa de leña. Al inhalar el aroma, dejó a Tuc y se acercó a la olla, tratando de adivinar los ingredientes. Levantó la tapa.

    Abby chilló por un doloroso calambre, que interrumpió su fantasía. Nadie en la habitación se movió por el exabrupto. Supuso que las otras niñas, como muchas supervivientes, estaban acostumbradas a escuchar gritos por la noche.

    Se sentó y sus ojos se nublaron por el aroma de perfume mezclado con el hedor de la ropa sucia y el moho. Hizo una mueca, examinó sus extremidades y revisó sus dedos de manos y pies. No tenía fracturas ni esguinces por caer en el furioso Río Este; solo había raspaduras y moretones. Su reloj de pulsera también había sobrevivido. Eran las 5:30.

    Metió la mano en su mochila y cogió la radio bidireccional. La oleada de alivio dio paso a la aprensión cuando se la llevó al oído. ¿Seguirían funcionando bien las baterías? Encendió la radio, escuchó la satisfactoria estática, la apagó y la devolvió a la mochila.

    El walkie-talkie era la única forma de comunicarse con Jonzy, quién permanecía dentro de Colonia Este.

    Abby se puso de pie y se estremeció por el aire helado. La manta común y el calor corporal colectivo de las niñas dormidas la habían mantenido calentita durante toda la noche, pero ahora sus húmedos vaqueros azules se apretaban fríos y pegajosos contra su piel.

    Se colgó la mochila al hombro y se dirigió a la puerta, pisando entre las cabezas y las piernas.

    Al llegar a la puerta, estuvo a punto de voltear a mirar la tribu de niñas dormidas, pero en vez de eso continuó hacia el pasillo y bajó las escaleras. No podía hacer nada por ellas. Muchas se infectarían de porcinus, si es que no lo tenían ya. Tenía que sacarlas de su mente. Seguir adelante.

    En la cocina, fijó la vista en una gran cantidad de patatas, pescado seco,

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