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Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final)
Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final)
Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final)
Libro electrónico351 páginas5 horas

Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final)

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Hemos escapado de Canis Mayor tras la destrucción de las Legiones Alfa y X. Fui testigo de la obliteración de mis hermanos de batalla. Tras mi rescate por la capitana Setzune y su androide Rin, planificamos la estrategia para regresar a la Vía Láctea. Ahmurai es el enemigo de Canis Mayor, un destructor de galaxias. Él amenazó exterminar al homo sapiens, y es mi deseo que haya cumplido su promesa. Me complace la idea de ver a la ÆTAS en ascuas, de ver a mis antiguos superiores flotando en el espacio como basura estelar.

Estoy nervioso, lo acepto. No sé exactamente qué encontraremos en la Vía Láctea. Supongo que es de ir a meternos a los rescoldos para averiguar a cuenta propia lo que ocurrió tras la llegada de Ahmurai.

Sumérgete a la gran final de la serie Intergaláctica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 dic 2018
ISBN9780463420638
Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final)
Autor

Pablo Andrés Wunderlich Padilla

Soy un autor guatemalteco del género de la fantasía y de la ci-fi. Cuando no estoy decantando mi imaginación en el ordenador, soy un médico internista de profesión. Me gusta el café, meditar, el cross-training, y la lectura ¡pues claro!.Para mí no existe mayor placer que conocerte ti, la persona que se ha tomado el tiempo para leer una de mis obras. Por favor, escríbeme un correo a authorpaulwunderlich at gmail. Cuéntame qué piensas de mis escritos. ¡Será un placer conocerte!Te invito a conocer las dos series que escribo:- La Guerra de los Dioses: una serie de fantasía.- La Gran Cruzada Intergaláctica: una serie de ci-fi.¡Nos vemos entre los párrafos!Pablo.

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    Ronin (Intergaláctica no 3) (La Gran Final) - Pablo Andrés Wunderlich Padilla

    Ronin

    Intergaláctica 3 (La Gran Final)

    Por:

    Pablo Andrés Wunderlich Padilla

    Todos los derechos reservados 2018

    Queda estrictamente prohibido reproducir este texto sin la autorización explícita del autor.

    Todos los personajes de esta obra son el producto de la imaginación.

    Edición 2018, todos los derechos reservados.

    Una obra creada por Pablo Andrés Wunderlich Padilla.

    Edición por Nieves García Bautista.

    Arte de portada: Dibujante Norcturno.

    Ronin (Intergaláctica 3)

    La Gran Final

    Parte 1

    —1—

    La sonda espacial retumba y la realidad se tambalea. Mi temperatura interna aumenta exponencialmente, a un punto en el que me resulta intolerable. Percibo un olor intenso, hediondo: es mi piel que se quema. La cubierta de la nave se inflama como un hierro caliente.

    —¡Masaaki!—grito, pero es inútil.

    La temperatura continúa subiendo, alcanza un nivel incompatible con la vida. El sonido es ensordecedor. Frente a mis ojos, la piel de Masaaki empieza a derretirse. Ha perdido la consciencia por los violentos vuelcos y la poderosa aceleración G que tira de nosotros.

    La abrazo, la cubro con mi cuerpo para protegerla. Me quemo. Pero puedo regenerarme; ella no. Le tapo la nariz para que no respire el aire abrasador y termine con los pulmones calcinados.

    —¡Hai! ¡Reporta! —exijo a la IA.

    Mi DAT se enciende y apaga. La voz de Hai suena distante. Se nos acabó el combustible a medio camino de nuestro destino, y salimos hace cinco horas de transporte warp.

    —¡Y no se te ocurrió avisarnos!

    No habría servido de nada. No hay nada que podamos hacer al respecto. Sin combustible, era inevitable que la gravedad del planeta más cercano tirara de nosotros hacia su superficie. Estamos entrando por la atmósfera, de ahí el calor. Esta sonda no está preparada para ello.

    Vamos a morir. El sonido es atronador. La temperatura dentro del ambiente sigue aumentando y la cubierta de la sonda espacial empieza a rajarse.

    Me abraso. Tengo la piel llena de ampollas, que empiezan a reventar. El pelo se me quema. Los músculos bullen. Masaaki sigue entre mis brazos. La protejo con todas mis carnes, y sufro. No creo que sobrevivamos.

    La nave choca contra algo que se rompe en pedazos, y entramos en barrena. Nos rodea la sombra, y pierdo el conocimiento.

    —2—

    El dolor me despierta. La carne, llena de ampollas rojas y ensangrentadas, ha empezado a sellarse por el efecto de las enzimas de cauterio y mi capacidad regenerativa. Pero la curación es una tortura. Como respuesta, mi cerebro segrega narcóticos y me alivia del padecimiento. Me toco la cabeza, descubro que pelo nuevo ha empezado a crecer.

    —Hai, ¿cuánto ha pasado desde que aterrizamos?

    Cuarenta y cinco horas estándar —contesta la IA.

    Suficiente tiempo para sanar. Masaaki y yo lo necesitábamos. Como ella no es un supersoldado, sanará con lentitud.

    Sigue entre mis brazos, viva. La siento respirar. Cuando me muevo, noto que tengo más de cinco costillas rotas de cada lado, tres vértebras colapsadas, y un pulmón reventado. Sé que es pasajero, que el proceso de curación revertirá todas las lesiones.

    El DAT parpadea. El sistema Edelweiss no es muy sofisticado, y sin armaduras que me lean los signos vitales y hagan un diagnóstico de mi situación actual, no puedo saber con exactitud qué funciones y qué partes del cuerpo tengo dañadas. Pero sé que es grave.

    —Hai, ¿dónde estamos?

    No lo sé. Nuestro destino era el Z-211. Pero no tengo manera de verificar si estamos cerca o lejos.

    —Suerte la nuestra que no aparecimos frente a un sol.

    Eso era imposible. Los algoritmos de empuje warp siguen rutas que evitan la masa enorme estrellas. Evita planetas, pero lastimosamente salimos de emergencia del empuje warp y la gravedad del planeta tiró de nosotros.

    —¿Estás seguro de que estamos en la Vía Láctea?

    Noventa y nueve por ciento seguro. Pero como no he logrado sincronizarme conmigo mismo, me ha sido imposible verificarlo. Hay margen para la duda.

    —Espero que estemos en la Vía Láctea…

    Si no he logrado sincronizarme ha sido por dos motivos. El primero, que el pad donde estaba instalado ha quedado inútil por el calor, y el segundo, que detecto un poderoso campo electromagnético alrededor nuestro. Logré transferir una gran parte de mis datos a tu DAT antes de que fuera destrozado.

    »Para empeorar las cosas, no cuento con programas para comprobar tu estado y signos vitales. Pero espero que, cuando los campos electromagnéticos sean desplazados, podré comunicarme a velocidad de la luz con los servidores. Me basta con que haya uno cerca de nosotros, a menos de unos días luz. De lo contrario, podría tardar hasta miles de años en comunicarme conmigo mismo.

    —Supongo que solo hay una manera de averiguar dónde diablos estamos. Salgamos de aquí.

    La sonda espacial está irreconocible. Lo que antes era una nave en forma de huevo alargado, se ha convertido en una carcacha con circuitos que chisporrotean y paneles destruidos.

    Abro los brazos y las piernas, con cuidado de no herir a Masaaki. Presenta quemaduras de alta gravedad, pero respira.

    Me estiro. Su puta madre. A pesar de los narcóticos, aún siento esos aguijonazos de dolor. Me cuesta respirar, pero sobreviviré, siempre y cuando encuentre líquido y comida.

    —Hai, ¿cuánto tiempo hemos viajamos a velocidad warp?

    Dos semanas, seis días, y cinco horas. Llevamos un total de siete meses y dos semanas desde que huimos de Ahmurai.

    —Es tiempo suficiente.

    Explícate.

    —Viste de lo que Ahmurai es capaz. Espero que haya logrado cargarse a la ÆTAS. Eliminado a la humanidad en su totalidad —digo.

    Hai se queda callado. A veces no entiendo por qué lo hace. Puede pasar horas sin decir palabra. Me gusta su silencio en ciertos momentos. En otros me molesta y me hace pensar que opina mal de mí. Pero no lo sé. Quizá sea imaginación mía. Prefiero a Hai que a Iris, de eso estoy seguro. Iris hablaba demasiado y trataba de meterse en mi cabeza. Hai parece más respetuoso en ese sentido.

    Basta de pensar. Debo ponerme manos a la obra o me dará un ataque de ansiedad.

    Lo primero es salir de esta nave. Segundo, encontrar alimento; tercero, averiguar dónde diablos estamos.

    Saco a Masaaki y nos adentramos en una oscuridad parcial, solo rota por la luz que entra a través de varios agujeros. Debemos de estar en una estructura de policoncreto; el esqueleto de alambres y columnas me sugiere un edificio como los creados por los mecha terraformadores, impresoras 3D enormes que materializan edificios y casas cuadra por cuadra para levantar ciudades enteras en un par de días y con sus noches.

    Los cadáveres. Ahí están. Lo sé por el olor inconfundible a muerte y descomposición. Apuesto a que estos fiambres son bastante frescos.

    Se me hiela la sangre y un escalofrío trepa por mi espalda.

    Hay cientos de cadáveres por todos lados. Por un momento me siento culpable. Quizá la nave ha provocado esta destrucción. Enseguida pienso que no, el olor me indica que llevan días muertos.

    Unos animalejos se alimentan de los cuerpos. No logro identificarlos, pero entiendo que son el tipo de especie que se nutre de la carroña. No parecen nada contentos con nuestra llegada; probablemente les hemos interrumpido el festín.

    Me fijo en los muertos. Están vestidos de colores varios. Son sapiens. Deben de ser ciudadanos. Infiero que hemos aterrizado en un planeta colonizado de uno de los miles de sistemas planetarios que le robamos a los xeno para expandir nuestros horizontes.

    Busco la causa de muerte. No veo agujeros de bala. Pero los cadáveres muestran una mirada de terror. Me acerco a una señora partida por la mitad. El corte es limpio y la herida está cauterizada. El cuerpo lo rodea un charco de sangre. Su rostro tiene las huellas de un sufrimiento indecible.

    Brutalidad por todos lados. Espadas. Katanas. Debe ser el resultado de armaduras clase Horjín. Botas acorazadas.

    Reconozco la firma de la ÆTAS. La misma que yo he rubricado en las purgas de la galaxia. Lo que significaría que la ÆTAS está purgando colonias. Y eso solo significa una cosa: guerra civil. Quizá la ÆTAS se ha enfrentado a los Agoreros. Quizá los Agoreros han desatado su Día Necro. Quizá sea algo peor. Sigo buscando entre los cuerpos; entre los cadáveres no veo ninguno de supersoldado. ¿Marcas de Ahmurai?… Nada.

    Me subo a Masaaki a los hombros. Su cuerpo no responde, pero me aseguro de que continúa respirando. La gravedad en este planeta es más potente que la de una nave planetaria. Este planeta debe tener una gravedad de 2G.

    Me aproximo a la fuente de luz. Es una ventana con el cristal roto y residuos pegados a los marcos. Al asomarme descubro que estamos en un edificio alto, quizá en una planta cien.

    Así que un edificio ha evitado que acabáramos triturados en el suelo. Por eso no hemos muerto. La sensación de buena suerte no puede hacerme bajar la guardia, porque necesito alimento y descanso. Si hallara una cápsula médica… Sería lo mejor para Masaaki.

    Escucho un quejido. Masaaki está volviendo en sí.

    —Ay… —dice con un grito agudo. Luego empieza a aullar y se retuerce del dolor. —¡Joder! ¡Pero qué demonios ha ocurrido! ¡Ay!

    La bajo de mis hombros, pero, al ponerla en pie, la fuerte gravedad tira de ella y la hace caer. Además, está desacostumbrada después de varias semanas viajando en microgravedad.

    Se lleva las manos y los brazos a la cara, y los estudia. Hace muecas de dolor. Pega un grito y empieza a llorar. Las lágrimas fluyen sin contención y se moja las quemaduras de segundo y tercer grado en los brazos. Es es la única parte de su cuerpo que no fui capaz de proteger.

    Me mira con atención.

    —Y tú… Tus brazos… ¿Qué pasó?

    Le explico los detalles de nuestra llegada a este mundo. Hai se los verifica en su DAT.

    El relato espeluzna a Masaaki.

    —Pobre gente… Colonos que fueron purgados… ¿Estás seguro de que ha sido la ÆTAS? ¿Qué significa eso para Ahmurai?

    —Cien por cien seguro que fue la ÆTAS —respondo—. Esos tajos son producto de la ektana refulgente. Y esta brutalidad es nuestra firma. No sé qué significa para Ahmurai.

    Los dos guardamos silencio unos minutos, cada uno sumido en sus propias cábalas.

    —Estamos en un edificio alto, has dicho. ¿Para qué traer soldados pudiendo lanzar un misil? —razona Masaaki temblando del dolor, pero sin quejarse.

    —La ÆTAS no emplea misiles para estas misiones. Si hay que matar, prefiere carnicerías. Un edificio alto y estrecho es perfecto, porque limita las vías de escape. Esta fue una matanza a cargo de los Devastar de alguna legión. Mira la pisada de las botas, las marcas. Alguien gozó con esto.

    —Qué espantoso…

    —Así somos.

    —Y pensar que es esto lo que hicisteis a miles de especies xeno… Invadir mundos y arrasar sus vidas con gusto…

    Masaaki empieza a llorar. Y no estoy seguro si es por el dolor de la piel, por los muertos, o por todo.

    Esas ampollas no tienen buen aspecto. Un líquido amarillo sale de las heridas donde las ampollas han reventado, donde la carne roja es visible. Se nota que arde. Necesita ultramorfina. Es una droga legal, debería poder encontrarla fácilmente. Empiezo a buscar entre los cadáveres.

    —¿Qué haces? No molestes a los muertos… Es mal agüero.

    —Aguarda… ¡Aquí!

    Le llevo un par de pastillas y se las coloco en la lengua, donde se disuelven.

    —Ultramorfina —la informo—. Te va quitar el dolor, aunque también vas a alucinar.

    Masaaki cierra los ojos y se desliza al vacío sedante de los fármacos. Duerme durante horas sin interrupción. Mientras, rastreo la zona y encuentro un pequeño botiquín con pasta reparadora de tejidos. Se lo aplico en la piel quemada y noto que sana bastante más rápido. Cicatrizará en cuestión de días. Dejará una marca en su cuerpo, pero es la única manera de prevenir que se infecte.

    La noche se posa sobre nosotros. Me aproximo a la ventana rota para que me dé el aire fresco. Sin este agujero de ventilación no me imagino cómo podríamos quedarnos en este ambiente infestado de muertos.

    Desde estas alturas disfruto de la deliciosa soledad y de la tranquilidad de la incertidumbre. Admiro el horizonte, las montañas en la distancia y las nubes globosas flotando a la deriva, como animales migrando.

    Pienso en lo extraño del silencio. Verdadero y total silencio. Me entra un poco de pánico. Llevo milenios habituado al ruido; interno, con Iris hablándome por el DAT; y externo, con mis soldados alrededor. Esto es algo totalmente nuevo. Y me gusta.

    El momento de calma dura largas horas. No siento prisa, sino la sensación exquisita de estar en un lugar distante y olvidado, ajeno a los grandes acontecimientos. La galaxia sigue su rumbo, sin mí.

    Duermo un rato sentado cerca de la ventana. Cuando abro los ojos, oigo que Masaaki gruñe por el dolor. Le vuelvo a aplicar la pasta y le coloco otra píldora en la lengua. Unas horas más de sueño y sus heridas habrán sanado.

    Más tarde, se estira. Se despierta poco a poco, con dificultad a causa de los fuertes sedantes, pero se nota que está descansada.

    —Qué sueños más extraños los que tuve… Puaj, odio las drogas y cómo te licúa el intelecto. —Me voltea a ver y me estudia—. Ese pelo —dice señalándome la cabeza—. ¿Te rapaste?

    Se pone de pie. El mono que viste se ha quemado en varias partes y ahora deja expuestos los brazos y las piernas. Le puedo ver parte del busto derecho y el abdomen. Está cubierta de hollín y el pelo parece un nido de ratas. Y, aun así, me atrae. Entonces ella se incomoda y aparto la mirada. Intenta arreglarse el pelo.

    —Se me quemó la piel de la cabeza y de la cara —explico—. Es pelo nuevecito. Las cejas y pestañas crecen rápido, también el cabello.

    —¿Cómo pasó?

    —Cuando entramos en la atmósfera de este mundo, la nave subió de temperatura. Mi única preocupación era protegerte.

    —Ah… Gracias —dice palpándose la piel regenerada y el cabello chamuscado. Tendrá que cortárselo cortito para que no parezca ser la interna de un psiquiátrico.

    —No hay de qué. Me alegro de que hayas sanado.

    Nos quedamos en silencio un momento.

    —Debemos buscar ayuda —digo—, entender qué ha sucedido aquí. Qué bandos luchan. Porque el bando que vaya contra la ÆTAS, es el nuestro. Ojalá sea Ahmurai.

    Masaaki pasea la mirada por los cadáveres.

    —Los agoreros no hicimos esto, seguro. No tenemos suficiente fuerza militar. Agentes de Fuerzas Especiales como yo somos un puñado. Y la Warphanx no tiene suficientes soldados.

    —¿Warphanx?

    —Los agoreros llevamos milenios entrenando a la Warphanx, que es como una guerrilla. Manejan tecnología sencilla y hechizos. Los entrenamientos se realizan en centros muy escondidos a lo largo y ancho de la galaxia. Y, bueno…, entrenamos a androides también.

    —Como Rin —deduzco.

    —Eso es —responde con una mueca que no comprendo. A veces no sé si extraña al puto androide—. Entrenamos a muchos androides. Ferfasser los emplea con frecuencia.

    Me encojo de hombros.

    —Me vale si entrenáis a androides. Supongo que a falta de humanos y supersoldados, Ferfasser se las tuvo que arreglar con androides de alguna especialización militar.

    —Exacto.

    —¿Y tú? ¿Dónde te entrenaste?

    —En las Cuatro Estaciones.

    —No entiendo.

    —Es el nombre del centro, en honor a una pieza de Vivaldi. Ferfasser es muy aficionado al periodo de oro del hombre, lo que él considera la etapa de iluminación de la humanidad. Siempre habla de esos días y de compositores como Mozart y Rachmaninnof y otros. Cuatro Estaciones es el nombre del sistema donde nos entrenan. Está en el B-507 y ahora se halla destruido.

    —¡Sector B, sistema planetario 507! —exclamo pegando un brinco.

    —Los xibalbá —dice Masaaki con una mirada dura. Entiende las implicaciones.

    —La especie de xeno que casi nos derrotó. Ganamos esa guerra solo por superioridad numérica. ¿En ese sistema se quedó Ferfasser?

    —No se quedó en ninguna parte. Tenemos estaciones repartidas por toda la galaxia. Pero digamos que, por el momento, allí hay una alta concentración de agoreros.

    —Ese debe ser nuestro próximo destino —digo.

    —Antes necesitamos saber dónde estamos. Y transporte.

    —Y alimento —añado.

    —Seguro que en alguno de estos edificios cercanos hay comida —dice Masaaki.

    Estaba muy animada cuando emprendimos la marcha, pero se ha cansado tras caminar unos pasos. La gravedad 2G es demasiado para sus músculos desacostumbrados. La cargo en la espalda, con sus brazos alrededor de mi cuello. Es deliciosa esta sensación de tenerla abrazada a mí, notar sus redondos pechos al compás de mis pasos.

    Continuamos así durante unas dos horas. Encontramos tres latas de ultrapollo, seis bolsas de autobibimbap y dos galones de agua en una pecera. Los peces seguían vivos, así que debe ser potable. Y los peces comestibles.

    Lo devoramos todo, incluyendo los peces. Dormimos un otro día entero en una habitación vacía sobre un lecho bastante cómodo.

    Es de madrugada y la estrella que ilumina el sistema planetario despunta en el horizonte. Despertamos cuando los haces de luz nos rascan las espaldas y emergemos del reparador sueño.

    Por un momento me dio la impresión de que éramos gente normal viviendo en una colonia, una oportunidad inconcebible para mí, dado que soy soldado.

    Examinamos la vivienda. Dispone de toda clase de aparatos holográficos para el entretenimiento y una decoración bastante orientada a los felinos. Tiene fotos de gatos por todos lados, pero ninguna personal. Quien residiera aquí amaba más a sus animales que a sí mismo. Cosa extraña. Cómo alguien puede amar más a un animal que a sí mismo.

    Masaaki entra en el baño y, después de un largo rato, sale limpia y con el pelo cortado a la altura de la barbilla. La veo guapísima, y ella me lo nota.

    Se prueba la ropa de un armario. Enfrente de mí se deshace de su mono. Se quita la ropa interior y la echa a un lado. Se pone un mono civil de color rojo. Le queda un poco suelto.

    —Lista —dice con una sonrisa apagada.

    Renuncio a buscar ropa porque sé que no encontraré nada adecuado para mi enorme cuerpo. Pero aprovecho para darme un baño.

    Cuando salimos, el silencio sigue siendo absoluto, solo roto por el roer de esos bichos como ratas y el constante batir del viento.

    Encontramos las escaleras y salimos a investigar.

    —3—

    Prácticamente estamos recuperados del accidente. Me quedan un par de heridas por sanar, pero son leves. Estoy entero, preparado para entrar en acción. Listo para matar. La ektana se halla de una pieza, la llevo en una mano, en su funda.

    Las calles están llenas de residuos de toda clase. Hay cadáveres de sapiens, muchos de ellos descuartizados. Torsos, brazos, carne sin forma. Hay máquinas de guerra, pequeñas torretas y rifles de láser. También veo algunos rifles de asalto de pólvora, útiles contra sapiens pero inefectivos contra un supersoldado.

    Hay más maquinaria de guerra. Como un drone de los que usábamos hace siglos. Joder…, son avispones y androides, los drones de hace casi diez mil años. ¡Reliquias! Debían de formar parte del arsenal de defensa de la colonia.

    —Son de Ferfasser —dice Masaaki—. Drones militares del pasado que mantenía en buen estado por si tenía que recurrir a ellos. Es evidente que no sirven de mucho. Mira todo esto…, mira esta destrucción —dice Masaaki llevándose las manos a la boca.

    Entre la destrucción, cuerpos de androides esparcidos por todos lados. Hay uno boca arriba con todas las tripas fuera. Tripas rosadas y bastante parecidas a las humanas si no fuera por los chips, y esa materia a imitación de los sesos saliendo de su cabeza. Me impresiona la sofisticación que han alcanzado en los últimos tiempos. Observo el símbolo de su traje negro: un árbol dorado.

    —¿Qué es eso?

    Masaaki se acerca visiblemente afectada y se agacha junto al androide.

    —Un agorero. Este símbolo es el Cedro de Oro. Según Ferfasser, el árbol más fuerte de la antigua Tierra. Es nuestro símbolo. Pobre androide… Descansa —dice Masaaki y le cierra los ojos al androide no militar.

    —Tiene tripas muy sofisticadas.

    —¿Eso es lo que te llama la atención? El pobre murió…

    —Era solo un androide.

    —¿Solo un androide? Los androides también tienen alma. Ten más respeto.

    —Ni a patadas. No me vengas con esa mierda. Luego dirás que las IA también tienen alma. No te ofendas, Hai.

    Ninguna tomada.

    —¡Calla la boca!

    Me gustaría hablar sobre el papel de los androides agoreros en un planeta colonia, pero dejo el tema a un lado. La cuestión es que si hay agoreros aquí es por una de dos razones: o vivían aquí y por eso la ÆTAS asoló el planeta, o vinieron a ayudar. Creo que Masaaki tampoco lo sabe.

    Recuerdo que Omnistar Magna dijo que unirían todas sus fuerzas para exterminar a los agoreros cuando Tauro y yo estuviéramos en Canis Mayor. Lo que he visto hasta ahora confirma que sus órdenes han sido acatadas. Esto me preocupa, porque me hace pensar que Ahmurai no ha puesto un pie en la galaxia.

    Masaaki se aparta de mi lado y no me dirige la palabra en un buen rato.

    Más y más cuerpos, pilas de cadáveres allá donde miro. Así somos los supersoldados.

    —Bebés… Niños… Ancianos… Todos hechos trizas. ¿Estás seguro de que…?

    —Es el trabajo de un legionario. De un supersoldado. Cuando se trata de matar, nos gusta hacerlo de la manera más violenta y sádica. Esa forma de amontonar cadáveres es parte de nuestro ritual, una estrategia para sembrar terror. También lo hacemos por cuestiones prácticas: así es más fácil quemarlos.

    Masaaki hace mueca de disgusto.

    —Se trata de conseguir una total y abrumadora destrucción —prosigo—. Si se persiguiera únicamente eficacia, la ÆTAS emplearía armas biológicas. Pero no le interesa solo eliminar. Quiere el trofeo de una violencia total.

    Me cuesta admitirlo. Una parte de mí siente la llamada de la destrucción. Porque contemplar esta devastación tiene en mí el efecto opuesto a Masaaki. Ella reacciona con repugnancia y dolor.

    —Sois animales. Lo puedo ver en esa cara tuya de asesino. ¡Puaj! ¡Me das tanto asco! La ÆTAS ha creado monstruos. Por eso debemos hundirla, eliminar hasta al último soldado, especialmente a los celestiales. Ellos son los peores, los que dirigen esta abominación.

    —Ferfasser es un celestial —digo.

    —Bueno, todos excepto él. Todos los demás son una mierda hecha y derecha —escupe Masaaki.

    Cerca de donde estamos localizo una torre de comunicaciones, lo que significa que nos aproximamos al centro de la ciudad. Masaaki sigue empeñada en no hablarme, pero tampoco se separa mucho de mí. Caminar entre cadáveres la aterra.

    Hay vehículos carbonizados, con gente dentro, renegrida e informe; otros están aplastados bajo los restos de edificios derrumbados por mechas de poder como los torragami.

    Entro en un edificio cercano a la torre de comunicaciones y me sumerjo en el terror. Aquí se amontonan muchos más cuerpos que afuera. Quizá los colonos confiaron en este refugio en un último intento de sobrevivir. Por las señales de lucha en paredes y puertas deduzco que los nativos opusieron resistencia. Pero nunca tuvieron una oportunidad.

    Exploro las ruinas de este edificio. En la planta superior hay una gran sala con hologramas que exhiben anuncios de la ÆTAS sobre nuevos platillos con base de arroz ultramodificado, ultrapollo y carne de xeno.

    Sexo y drogas. Placer eterno en cualquier momento y lugar.

    Es la bandera que la ÆTAS enarbolaba para mantener a los trillones de ciudadanos galácticos contentos: un suministro constante y perpetuo de goce para los sentidos. La ÆTAS abrió las puertas al hedonismo sin límites y así mantuvo a la humanidad bajo control, unciéndola sin necesidad de recurrir a la fuerza bruta.

    Dale una lata de agua azucarada al

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