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Sombras de la noche
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Libro electrónico330 páginas4 horas

Sombras de la noche

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Información de este libro electrónico

La guerra ha durado siglos. Los hombres lobo se han aliado con los humanos para vencer a sus enemigos: los vampiros. Matthew, un joven de dieciséis años e hijo del líder de los humanos, desea entrar a la guerra para reclamar venganza por el homicidio de su madre.
Una vez completada una gran prueba, le es asignada su primera misión, en la que
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
Sombras de la noche
Autor

R.J. Chávez

Rodrigo Julián Chávez López nació en la Ciudad de México el 26 de marzo de 1996. Estudiante de literatura inglesa en la UNAM. Desde pequeño desarrolló una afición por leer, sobre todo por los libros de fantasía. A los catorce años intentó por primera vez escribir, influenciado por autores como C.S. Lewis y J.K. Rowling, pero el resultado al que estaba llegando no le estaba agradando así que decidió abandonarlo. Dos años mas tarde, y por obras del destino, regresó a esa historia abandonada con intención de reescribirla; de ahí, nació una idea para otra historia y con la cual supo que la escritura era su vocación. Después de seis años escribiendo y aumentando la lista de autores que lo inspiran, como Brandon Sanderson y ayudado con sus estudios en literatura, la escritura se ha vuelto parte importante de él y desea darles el refugio a varios lectores, como muchos libros y autores lo hicieron con él en su infancia.

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    Sombras de la noche - R.J. Chávez

    Sombras de la noche.png10763.jpg

    Primera edición, 2019

    © 2018, Rodrigo Julián Chávez López.

    © 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.

    Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,

    Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.

    www.par-tres.com

    direccioneditorial@par-tres.com

    ISBN de la obra 978-607-8656-09-7

    Ilustración de portada

    © 2019, Luis Heredia.

    Diseño de portada

    © 2019, Diana Pesquera Sánchez.

    Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Rodrigo Julián Chávez López nació en la Ciudad de México el 26 de marzo de 1996. Estudiante de literatura inglesa en la UNAM. Desde pequeño desarrolló una afición por leer, sobre todo por los libros de fantasía. A los catorce años intentó por primera vez escribir, influenciado por autores como C.S. Lewis y J.K. Rowling, pero el resultado al que estaba llegando no le estaba agradando así que decidió abandonarlo.

    Dos años mas tarde, y por obras del destino, regresó a esa historia abandonada con intención de reescribirla; de ahí, nació una idea para otra historia y con la cual supo que la escritura era su vocación. Después de seis años escribiendo y aumentando la lista de autores que lo inspiran, como Brandon Sanderson y ayudado con sus estudios en literatura, la escritura se ha vuelto parte importante de él y desea darles el refugio a varios lectores, como muchos libros y autores lo hicieron con él en su infancia.

    A mi familia,

    quien siempre me apoyó en este sueño.

    Capítulo I

    El inicio

    La noche estaba apenas iluminada por la luna en su fase de cuarto menguante, su tenue luz alumbraba un pequeño bosque en la cercanía de una montaña. Un búho ululaba en la cima de un árbol, sus enormes ojos se fijaron en un joven de pelo negro que corría entre la arboleda. A cada paso que daba, las ramas se rompían y alteraban la tranquilidad de la noche, pero no le importó y continuó corriendo, hasta que finalmente el cansancio lo derrotó.

    Se aproximó al tronco de un árbol cercano, colocó su espalda contra él y trató de recuperar el aliento. Mientras se reponía, no dejaba de mirar de un lado al otro, a la espera de cualquier sonido o visión de su perseguidor, pero el lugar estaba en completo silencio, como un cementerio.

    Matthew se alejó un poco del árbol y miró a su alrededor; estaba sorprendido de que aún no lo hubieran encontrado. El crujido de una rama lo hizo ponerse alerta. Sacó el cuchillo que traía en el cinturón, volvió a colocarse contra el tronco y esperó. Pasaron algunos segundos y no percibió ruido alguno; tal vez la imaginación le había jugado una mala broma, o quizá aquél ruido fue producido por un animal perdido. Estaba a punto de alejarse del árbol, cuando escuchó un nuevo crujido. Unos pasos se acercaban, lentamente, como un cazador al acecho de su presa. Con mucho cuidado, giró la cabeza para observar detrás del árbol, pero no logró ver nada excepto los troncos a su alrededor, hasta que, atrás de uno de ellos apareció un hombre. Iba vestido con un pantalón y una camisa de color arenoso; el hombre tenía el pelo largo, rubio y una barba en forma de candado. Cuando se acercó a la luz de la luna, Matthew lo reconoció: Marcus. El hombre a quien el muchacho más odiaba.

    Por un momento deseó salir de su escondite y enfrentarlo, pero la razón se impuso y siguió oculto, desde donde estaba alcanzaba a verlo sin ser descubierto. Marcus miraba de un lado a otro tratando de encontrar su pista, sus fosas nasales se dilataron mientras olfateaba. Y después de un pequeño respingo, se acercó a un tronco cerca de él. Allí estaba, enganchado en una de las ramas, un pequeño pedazo de la camiseta del muchacho. Al verlo, Matthew se reprendió a sí mismo. ¿Cómo no logró sentir cuando se había desgarrado su camisa? ¿Qué era lo que siempre le decía su padre? Oculta tu rastro, en especial cuando sabes que alguien te sigue.

    Marcus tomó el pedazo de la camisa y se lo acercó a la nariz para olerlo, miró a su alrededor tratando de encontrar a su presa.

    –Sé que estás ahí –dijo mirando a su alrededor–. ¡Sal de una vez!

    El joven se enderezó para que el árbol lo ocultara por completo; su respiración era muy rápida, trataba de controlarse pero le era casi imposible. Escuchó cómo Marcus escudriñaba el terreno y sujetó el cuchillo aún más fuerte. Los pasos de aquel hombre se alejaron, hasta que finalmente dejaron de oírse.

    El muchacho salió despacio de su escondrijo y trató de encontrar a su enemigo en los alrededores, pero no había rastro de él. Soltó un suspiro de alivio y pensó que había logrado despistarlo, hasta que una mano lo jaló por la espalda y lo lanzó hacia atrás. El golpe no fue tan duro, pero aún así lo sorprendió. Se levantó rápidamente y se puso en guardia.

    –¡Te encontré! –dijo Marcus sonriendo y enseñando sus colmillos.

    Al estar frente a frente, el chico logró ver los rasgos salvajes de un animal en el rostro de su adversario y unos ojos oscuros como dos agujeros sin fondo.

    El muchacho levantó el cuchillo un poco más y Marcus hizo lo mismo con sus dos manos; las uñas eran grandes y filosas, simulaban unas pequeñas dagas. Una de las características de los hombres lobo.

    –Qué mal que tu madre no siga viva para ver cómo te voy vencer. Estaría avergonzada de haberte engendrado.

    La provocación surtió el efecto deseado y el joven no dudó un segundo más y se arrojó sobre su oponente lanzando cuchilladas a diestra y siniestra. Marcus desvió el acero con las manos, aunque sin contraatacar aún.

    –¡Oh! Al niñito de mamá no le gusta que hable de ella.

    El muchacho lanzó varios ataques más, productos de su ira, pero su rival los esquivó con gran facilidad.

    –¿Es todo lo que tienes? –se burló el hombre y se relamió los labios. A los hombres lobo les gustaban las peleas.

    De nuevo, el muchacho atacó a su contrincante, éste giró y lo esquivó. Sin embargo el joven no se detuvo, trató de alcanzar el cuello de su oponente pero Marcus se agachó y lo esquivó por muy poco, pero no pudo eludir el siguiente ataque y la hoja del cuchillo lo cortó en el brazo. Marcus retrocedió y observó la herida sorprendido, después miró al muchacho y sonrió.

    –No está mal, pero necesitarás más que eso para vencerme.

    El muchacho corrió hacia él y continuó atacándolo. Un mandoble fue dirigido al vientre del hombre, pero antes de que el arma alcanzara su objetivo, Marcus detuvo la mano de su atacante y le dio un fuerte puñetazo en el vientre; después lo cortó con sus filosas uñas en varias partes del cuerpo, obligándolo a retroceder.

    El joven se llevó una mano al abdomen y sintió un dolor espantoso en un costado el cual lo hizo arrodillarse; para su suerte, el resto de las heridas que le infringió no eran muy profundas, pero sí demasiadas. No obstante, el odio que bullía dentro de él lo obligó a ponerse de pie.

    El chico siguió luchando con determinación, aunque ninguno de sus ataques alcanzaba a Marcus. Éste esquivó otra cuchillada y al instante se colocó a un costado de Matthew, propinándole un puñetazo en el estómago. El joven se dobló al sentir cómo el aire se le escapaba de los pulmones, y antes de que pudiera recuperarse, Marcus le dio otro golpe, ahora en la barbilla, el cual lo tiró al suelo. Sin perder la ventaja, el hombre lobo se sentó sobre él y extendió los dedos hacia su corazón.

    –¡Alto! –gritó una voz.

    Los dedos de Marcus se detuvieron a pocos centímetros del pecho del muchacho. Levantó la vista y miró a tres hombres observándolos: uno de ellos no dejaba de escribir sobre un montón de papeles que llevaba entre las manos, y al verlo más de cerca, se lograban apreciar los rasgos salvajes de un hombre lobo; el segundo de aquella terna, un hombre joven, llevaba un morral en la espalda; y el tercero era un señor de edad avanzada, tal vez de unos cincuenta años, vestido con armadura y espada al cinturón, las canas comenzaban a salirle en la barba poblada y más de la mitad de su cabello estaba cubierto de ellas.

    –La prueba terminó, puedes soltarlo –dijo el hombre de la armadura.

    –Como usted ordene Lord John, creo que me dejé llevar por el momento –contestó Marcus con una sonrisa. El hombre se levantó y extendió su mano para ayudar al joven a levantarse–. Siento haber sido algo rudo contigo Matthew, pero diste una buena pelea.

    De mala gana, el muchacho tomó la mano que le ofrecían. Al incorporarse sintió una punzada en un costado del vientre. Marcus ayudó a Matthew a sostenerse al ver que su cara reflejaba dolor.

    –Será mejor que lo revise, doctor, creo que le rompí algo –comentó Marcus sin dejar de sonreír.

    El hombre que llevaba la mochila se acercó a ellos y condujo al muchacho hacia un tronco caído para que se sentara. Mientras el médico lo revisaba, Marcus y Lord John se acercaron al individuo que tomaba las notas y hablaron entre ellos.

    No era la primera vez que Matthew realizaba ejercicios de esa clase, lo obligaban a entrenar diariamente y a realizar diversas pruebas para ver cuánto había mejorado en su desempeño. Normalmente lo examinaba un monitor humano, pero en esta ocasión estaba presente uno de los hombres lobo. Trataba de escuchar lo que hablaban los tres hombres, pero lo hacían tan bajo que le era imposible hacerlo. Cuando el doctor le tocó en la zona de las costillas, un dolor intenso casi le quita la respiración.

    –Lo siento –se disculpó el médico al notar la mueca de dolor del muchacho y siguió palpando sus costados–. Tuviste suerte, sólo está astillada. Es impresionante que hayas seguido luchando, los hombres lobo son guerreros por naturaleza, para un humano es muy difícil aguantarles el ritmo de pelea –comentó y luego revisó las heridas que Marcus le había hecho con las uñas–. Las otras lesiones no son tan graves, no tardarán mucho en sanar, pero tendrás que guardar reposo unos cuantos días para que tu costilla se arregle. Toma esta pomada y póntela en las cortadas.

    Sacó un pequeño frasco de su mochila y se lo entregó.

    –Gracias –le contestó Matthew tomando la medicina.

    El hombre asintió, cerró la mochila y se dirigió hacia sus compañeros. El muchacho destapó el frasco y se untó la pomada sobre los brazos, donde había recibido la mayoría de los cortes. Quería saber de qué hablaban los cuatro hombres, pero se sentía tan agotado y adolorido que no podía moverse. Marcus volteó y lo miró unos instantes, después siguió hablando con los otros tres hombres.

    –Muchas gracias –le dijo Lord John a sus compañeros–. Pueden regresar a la base.

    Los hombres asintieron y se alejaron hacia el bosque; dejaron solos a Lord John y a Matthew.

    –Vaya forma de pasar tu cumpleaños, ¿no lo crees hijo? –le preguntó el hombre sentándose junto a él–. ¿Cómo está tu costilla? El médico me dijo que te habías lastimado.

    –Aún me sigue doliendo, pero creo que sobreviviré.

    –Me impresiona que te hayas enfrentado así a Marcus, pero no debiste de atacarlo de esa manera. Aunque has sido el primer humano que ha logrado lastimarlo, hasta él mencionó que tienes agallas para ser un muchacho de dieciséis años. Debiste tener cuidado con esa forma de pelear, parecía como si hubieras querido matarlo.

    –Él me provocó. Habló mal de mi madre.

    –Lo sé, lo oí. Pero trataba de hacerte perder el control, y al parecer lo logró muy bien.

    –Pero se excedió, sabes que hablar mal de ella es algo que tiene prohibido hacer –dijo Matthew enojado.

    –Y tú sabes que no podemos intentar matar a uno de nuestros mejores soldados, imagina si lo hubieras hecho.

    –Apenas logré tocarlo –respondió Matthew con frustración.

    Lord John lo miró; ambos se parecían mucho, tenían la misma forma de la barba y la nariz, pero el muchacho había heredado los ojos y la boca de su madre.

    –Hijo –continuó Lord John–, tú sabes que los hombres lobo son impredecibles, pero los necesitamos. Y ellos son los únicos que nos pueden ayudar en esta guerra.

    –Pero no confío en Marcus, eso es todo.

    –Hijo, lo que sucedió hace años…

    –No quiero hablar sobre eso –respondió Matthew cortante.

    Lord John suspiró ante la actitud de su hijo, pero comprendía su dolor.

    –Esta guerra ha cobrado muchas vidas –le dijo su padre–. No sólo la de tu madre, muchas personas han sufrido por este conflicto y es nuestro deber acabar con este sufrimiento. ¿Entiendes eso?

    Matthew asintió.

    –Hijo mío, no siempre podré protegerte, en algún momento tendrás que tomar una espada y quitarle la vida a alguien para defender la tuya. Esa es la razón de estas sesiones de prácticas, quizá ese momento está más cerca de lo que crees. Vamos, regresemos a la base –dijo finalmente Lord John.

    Ayudó a su hijo a incorporarse y, cuando estuvo seguro de que podía mantenerse de pie, emprendieron su caminata entre los árboles del bosque. Matthew caminaba un poco más atrás que su padre y recordaba la historia que le había contado acerca de cómo inició la guerra para los humanos.

    Fue en una noche fría de invierno y el cielo estaba iluminado por la luz de las estrellas. Los aldeanos de un pequeño pueblo celebraban sus días de abundante cosecha con una enorme fiesta. Las calles se encontraban adornadas con listones y banderas de todos los colores, los bares ofrecían banquetes y mucho vino a los residentes y a los pocos visitantes. La risa de los niños, los borrachos y la algarabía de la gente del lugar llenaban las calles. En el centro del poblado era donde la celebración se hallaba más amena, todos bailaban y reían al compás de la música.

    De pronto, una oscuridad cubrió al pueblo; se apagaron las luces, la música y las risas. Los pobladores se veían entre sí, sin entender qué sucedía. Todo estaba oscuro, la luna y las estrellas se habían opacado. Era tal el silencio, que parecía como si la noche se hubiera tragado los sonidos existentes; todo sucedió muy rápido. Unos hombres envueltos con capuchas, salieron de la nada y atacaron a los transeúntes: hombres, mujeres y niños por igual, fue una masacre, nadie pudo hacer nada y los gritos cubrieron al pueblo.

    A la mañana siguiente, un campesino del mismo poblado regresó de un viaje que había iniciado tres días antes. Al llegar, notó que el lugar seguía decorado para la fiesta, pero no vio a ni una sola persona en las calles. Extrañado, se dirigió a su casa, buscó a su mujer e hijo, pero sus seres queridos no se encontraban en el hogar. Algo ansioso tocó a la puerta de sus vecinos. Esperó un poco pero nadie le abrió; intentó en otras tres casas, cada vez más preocupado, con el mismo resultado. Todas las viviendas estaban completamente vacías. El hombre sintió cómo el miedo comenzaba a llenarle el cuerpo. Buscó durante varias horas, pero al parecer todos habían desaparecido, como si se los hubiera llevado el viento; incluso a los perros y a los gatos. Asustado fue a buscar ayuda al pueblo más cercano, donde vivía Lord Robert, el gobernante de esas tierras, y padre de John.

    –¿Qué has dicho? –preguntó Lord Robert poniéndose de pie después de que el campesino le contó lo sucedido.

    Era un hombre alto y musculoso, su cabello ligeramente canoso lo hacía parecer autoritario.

    –Lo que escuchó –dijo el lugareño mientras se le quebraba la voz–. Todos, incluida mi familia, han desaparecido, no sé qué pasó. Estuve unos días fuera de mi pueblo y cuando regresé ya no encontré a nadie.

    Lord Robert lo miraba completamente perplejo.

    –¿Cómo es posible que todo un pueblo pueda desaparecer en una sola noche?

    –No lo sé, pero tiene que ayudarme, mi familia…

    –Tranquilízate, partiremos a primera hora de la mañana y te prometo que hallaremos a tu familia y al resto de la gente.

    Robert llegó al pueblo con el campesino y varios hombres armados listos para luchar en caso de que fuera necesario. Los soldados buscaron sin éxito en todos y en cada uno de los rincones del poblado, aunque encontraron un objeto. El aldeano rompió en llanto cuando uno de los soldados le entregó un pequeño oso de felpa que le había pertenecido a su hijo.

    Durante la semana siguiente se reportaron dos ataques similares en pueblos cercanos. Las personas desparecían sin dejar rastro alguno. Con cada noticia que recibía, Robert se sentía cada vez más angustiado, no sabía cuál era la razón de las desapariciones. Un día, mientras hablaba con varios de sus hombres, un soldado llegó a darle una noticia urgente.

    –Mi señor –dijo el mensajero algo agitado cuanto entró a la habitación–, otro poblado ha sido atacado, pero debo informarle que hemos encontrado los cadáveres de los residentes.

    Lord Robert se levantó de forma tan brusca que la silla cayó al suelo.

    –¿Estás seguro?

    –Completamente, los cuerpos se encuentran en un granero a las afueras del lugar.

    Inmediatamente preparó a su grupo de soldados y cabalgaron hacia el pueblo. Cuando llegaron al granero, lord Robert analizó el edificio: una construcción demasiado vieja. Las ventanas estaban cubiertas con tablas evitando que la luz entrara en el edificio. Los soldados estaban tensos, se respiraba un olor a muerte.

    –¿Listos? –preguntó lord Robert a sus hombres mientras colocaba la mano sobre la puerta.

    Algunos de ellos dudaron y se miraron entre sí. El Capitán percibió el miedo que inundaba a sus acompañantes, no podía juzgarlos, había algo en ese lugar que también a él lo ponía nervioso.

    –¿Listos? –volvió a preguntar con voz aún más firme.

    Esta vez asintieron, pero su líder notaba el terror que los invadía. Abrió la puerta lentamente y entró seguido por sus soldados.

    –¡¿Qué significa esto?! –preguntó atónito.

    En el suelo sucio del edificio se encontraba un montón de cadáveres, tanto de hombres como de mujeres y niños. Todos se quedaron inmóviles contemplando la escena, hasta que Robert se aproximó al cuerpo más cercano, el de una mujer, y lo examinó.

    –Lo que la mató debió de ser un animal, tiene una herida enorme en el cuello, parecida a una mordida.

    –Pero ningún animal sería capaz de meter a todo un pueblo aquí dentro –comentó uno de los soldados acercándose para ver mejor a la mujer.

    –Tienes razón, pero ¿qué más pudo haber sido?, además no parece tener otro tipo de lesión. Sólo está la mordida en el cuello. ¡Revisen los demás cuerpos! –ordenó el Capitán.

    Mientras los hombres revisaban los cuerpos, Robert recorrió el lugar, observó las ventanas y notó que los clavos en ellas habían sido colocados recientemente. Había algo más que preocupaba a Lord Robert: los cuerpos que yacían en el interior del granero. Se había fijado que, a pesar de las salvajes heridas de los aldeanos, en el piso no había mucha sangre y menos un rastro de ésta; tampoco notaba el olor de la putrefacción de los cadáveres, pero había un aroma extraño en el aire y el miedo lo invadió.

    Tardaron toda la tarde en revisar los cuerpos. Cuando terminaron, Robert confirmó que los cadáveres tenían la misma herida en el cuello. Cuando el sol se ocultó, los hombres salieron del granero y Robert se reunió con sus colegas.

    –¿Qué significa que tengan la misma mordida en el cuello? ¿Qué clase de bestia sería capaz de atacar de una forma tan salvaje como ésta? –preguntó absorto en sus pensamientos.

    –Pudo haber sido…

    El soldado no terminó la frase, Robert notó que su acompañante veía algo, horrorizado.

    –¿Qué sucede?

    El hombre señaló con un dedo tembloroso a espaldas del Capitán. Robert volteó lentamente y miró a la misma mujer que había hallado en el granero, sólo que esta vez no encontraba en el suelo, sino de pie. Tenía sangre en el cuello, pero ahora su piel estaba completamente blanca como la cera. El terror invadió a los presentes, ella se acercó poco a poco hasta ellos y cuando llegó junto a Robert, abrió la boca y le enseñó dos colmillos enormes. Enseguida se abalanzó contra él, pero antes de que lograra morderlo, una flecha surcó el aire y se encajó en el cuello de la mujer, matándola al instante. El Capitán volteó a ver a su salvador y vio a un encapuchado con un arco en la mano.

    –¿Quién eres? –le preguntó desenvainando su espada, listo para enfrentarlo de ser necesario.

    –Tranquilo –respondió el hombre misterioso quitándose la capucha; tenía unos rasgos salvajes que Robert jamás había visto–. Será mejor que se preparen, «esas cosas» se levantarán en muy poco tiempo.

    –¿A qué te refieres?

    –¡Prepárense, ahí vienen!

    Mientras Lord Robert volteaba a ver qué sucedía, los pobladores muertos que se hallaban en el granero se lanzaron contra los soldados, quienes sin más remedio desenvainaron sus espadas y trataron de repeler el ataque de aquellos espectros.

    –¿Qué sucede? –preguntó Lord Robert completamente confundido.

    –Éste no es el momento para responder sus preguntas –dijo el hombre y silbó.

    De pronto, varias figuras aparecieron de la nada y se unieron a la batalla contra los antiguos habitantes del pueblo. Lord Robert presenciaba la escena con incredulidad, sus soldados y los hombres de rasgos salvajes que aparecieron repentinamente, luchaban contra los que consideraban ya sin vida. Veía con expresión de horror la ferocidad de aquellos espectros, y cómo sus soldados tenían problemas al luchar contra ellos. Miró al hombre extraño mientras se unía a la batalla. Robert dudó unos momentos, pero no deseaba abandonar a sus hombres, así que alzó

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