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Dragones de Durn: Dragones de Durn Saga, #1
Dragones de Durn: Dragones de Durn Saga, #1
Dragones de Durn: Dragones de Durn Saga, #1
Libro electrónico177 páginas2 horas

Dragones de Durn: Dragones de Durn Saga, #1

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DRAGONES DE DURN es el primer libro de la serie Los Dragones de Durn Saga de Kristian Alva.

 

El tirano emperador Vosper trama un plan para terminar con todos los dragones de Durn. Su plan tiene éxito al llevar a los dragones al borde de la extinción. Solo un puñado de jinetes y dragones continuan vivos, viviendo en exilio en las profundidades del desierto. Un joven llamado Elías Dorgumir encuentra una gema de dragón en el bosque, atrayendo a los soldados del Imperio hasta la puerta de su hogar, Elías se da a la fuga, pero su cabeza tiene un precio.

Elías debe escapar de la ira del Emperador e intentar llegar a las cavernas de los enanos donde estará a salvo. Él es la clave para salvar la raza de los dragones.

¿Será suficientemente fuerte para sobrevivir y detener toda la maldad que se esparce por todo el continente?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2021
ISBN9798201108069
Dragones de Durn: Dragones de Durn Saga, #1
Autor

Kristian Alva

Kristian Alva is a bestselling fantasy author. Her books have reached #1 in Juvenile Fantasy on Amazon UK and Amazon Australia. When she's not writing, she enjoys reading all genres, especially epic fantasy. She lives in Nevada with her family.

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    Dragones de Durn - Kristian Alva

    Libros de Kristian Alva

    LIBRO 1: DRAGONES DE Durn

    Libro 2: El Retorno de los Jinetes de Dragón

    Libro 3: El Emperador Inmortal

    Libro 4: La Maldición Balborita

    Libro 5: La Ascensión de los Maestros de la Sangre

    Libro 6: La Redención de Kathir

    Libro 7: Enemigos en las Sombras

    Libro 8: La Destrucción de Miklagard

    Libro 9: La Traición

    NOVELAS

    El Nido

    La Bruja de las Cavernas(próximamente)

    Nydeired(próximamente)

    TRILOGÍAS

    Los Dragones de Durn (Libros 1-3)

    Las Crónicas de Tallin (Libros 4-6)

    Magos Rebeldes (Libros 7-9)

    Dedicado a mis hijos, los dragoncitos más dulces de todos.

    MAPA

    1. Cazadores de Dragones

    EL AIRE DE LA MONTAÑA era gélido, y el sol ya se estaba poniendo. Una luz rosada inundaba el valle a medida que el atardecer se posaba sobre la cordillera. Trece hombres se agazapaban cautelosamente entre los arbustos. Eran soldados acostumbrados a esperar en el exterior de estas cuevas montañosas. Hablaban en susurros, sólo cuando era estrictamente necesario. Estaban allí por orden directa del Emperador Vosper, entrenados específicamente para esa misión. Esos hombres eran cazadores de dragones.

    Los cazadores siempre viajan con un aprendiz de mago experto en hechizos de protección. Estos guerreros se hallaban protegidos por un poderoso hechizo de camuflaje, que les permitía acercarse a una cueva de dragones sin que los ejemplares adultos detectaran su olor. El joven mago, Dirkla, estaba pálido del esfuerzo: había mantenido el hechizo durante dos días sin dormir, y no podía ocultar su fatiga.

    Estando tan cerca de esa cueva de crianza, incluso el menor error podía significar la perdición. El Capitán Kathir echó una mirada preocupada al mago, que temblaba a causa del cansancio. Kathir sabía que su hechizo acabaría flaqueando, pero que el mago se desmayaría antes de admitir su agotamiento.

    Eso es lo que se le inculcaba a los magos del emperador, no mostrar jamás signos de fatiga. Kathir frunció el ceño, pero no transmitió su preocupación al hechicero. Los magos eran una panda de necios obstinados. El conjuro estaba diseñado para evitar que fueran descubiertos, pero no los protegía del frío y el hambre. Todos los hombres sufrían los efectos de la larga vigilancia. Estaban llegando a su límite.

    Kathir también se sentía extenuado, pero no podía permitirse volver al emperador de vacío. Vosper era cruel cuando no se le complacía. Kathir no era un villano, tan sólo un mercenario. Cazar dragones era un trabajo como cualquier otro, excepto por el peligro y por que estaba excepcionalmente bien pagado. El Capitán había visto más de treinta inviernos, lo que le convertía en el más viejo de su tropa. Treinta era una edad avanzada para un mercenario, y aún más para un cazador de dragones.

    Era un hombre achaparrado y de músculos firmes, con profundas cicatrices en ambas mejillas: la marca del mercader de carne, un signo de que había sido esclavo. Las cicatrices eran profundas, pero atenuadas por la edad. No todos los mercaderes marcaban a sus esclavos, porque cualquier mutilación disminuía su valor, pero los hacía mucho más fáciles de recuperar si se escapaban. Kathir nunca hablaba de su pasado con sus hombres, y ninguno de ellos le preguntó jamás.

    Fijó de nuevo su mirada en la entrada de la cueva. Su paciencia había tenido recompensa, en ese momento, tres dragones hembra adultos se dirigían pesadamente hacia la salida de la cueva. Se movían muy torpemente, con los músculos agarrotados debido a los meses de inactividad durante la custodia de sus huevos. Los cuerpos de los dragones estaban diseñados para el vuelo, no para escarbar en el suelo. La precaución había limitado sus vuelos a lo absolutamente necesario. No querían dirigir ninguna atención hacia su cueva de crianza.

    Todas aquellas hembras eran dragones carnelianos, el tipo más común. Los carnelianos eran pequeños, con escamas de color marrón rojizo, y algo más grandes que un caballo. Su tamaño los hacía rápidos y astutos. Respiraban fuego y tenían poderes mágicos limitados, como todos los dragones. En la luz del ocaso, Kathir apenas podía distinguir la piedra parduzca incrustada en sus gargantas. Todos los dragones producían una gema de dragón tan pronto como adquirían la habilidad de respirar fuego; normalmente a los seis meses de edad.

    Las piedras crecían de forma natural, como dientes, alcanzando aproximadamente el tamaño de un huevo de gallina. Las escamas eran aún blandas a esa edad, y la piedra emergía en la base de la garganta, donde permanecía hasta que el dragón moría o era asesinado. Los dragones usaban las piedras para enfocar sus poderes, acumular energía mágica y comunicarse con sus jinetes (si es que tenían uno).

    Ninguna de esas hembras empolladoras estaba vinculada a un jinete; era fácil saberlo, porque sus piedras de dragón no llevaban grabado el emblema de ningún jinete. Todas las gemas de sus gargantas eran lisas.

    Aquellas dragonas eran salvajes.

    Los dragones son criaturas solitarias, y prefieren criar a su descendencia sin compañía, pero las dragonas que quedaban se habían vuelto precavidas y ahora se unían en grupos de dos o tres. Las hembras se arrastraron parsimoniosamente hasta la cresta de la montaña y escrutaron el horizonte. Sus escamas rojizas titilaron al extender las alas hacia el cielo.

    Aquellas remotas montañas ofrecían mejor protección contra los cazadores de dragones, pero poco que comer, y todas las hembras tenían un aspecto demacrado, con las costillas claramente visibles. Llevadas por el hambre, decidieron aventurarse a una caza en grupo. Las tres desplegaron sus alas marrones y levantaron el vuelo. Los hombres aguardaron con ansiedad, aquel era el momento que habían esperado. Tan pronto como las hembras desaparecieron en la distancia, se agruparon en la boca de la cueva.

    El mago cerró los ojos y extendió las manos, murmurando un sencillo hechizo. Los soldados se pusieron en tensión, listos para retirarse si fuera necesario. Todas las hembras se han marchado, dijo el mago, jadeando. Sólo quedan crías en la cueva. ¡Id ahora!

    ¡Venga! ¡Moveos! ¡No tenemos mucho tiempo!, gritó Kathir.

    Los hombres se lanzaron hacia el interior. Kathir se volvió hacia el agotado mago.

    Dirkla, descansa fuera un momento, no tardaremos mucho. Recupera fuerzas. Necesitaremos tus poderes otra vez cuando dejemos la montaña.

    El mago asintió y se desplomó en el suelo. Los soldados se precipitaron por la estrecha abertura de la cueva y se abalanzaron sobre los nidos desprotegidos, masacrando sistemáticamente a las crías.

    Los pequeños chillaban de terror. Chorros de sangre describían amplios arcos, salpicando las paredes de la cueva. Con tan sólo unas semanas de vida, las crías ya poseían una aguda inteligencia. Trataban de escapar de sus nidos, pero era inútil. Lejos, en la distancia, podían oírse los chillidos de angustia de las hembras adultas. Todos los dragones son capaces de comunicarse telepáticamente, pero estas crías no podían hacer mucho más que enviar una última súplica agonizante a sus madres. Las dragonas se dieron la vuelta, pero ninguna de ellas llegó a tiempo para salvar a sus pequeños.

    Los hombres siguieron lanzando cuchilladas a los nidos, procurando esquivar los afilados dientes de sus víctimas. Una mordedura de dragón era una herida muy delicada, incluso la de una cría. Kathir se desplazaba enérgicamente de un extremo al otro de la caverna, asegurándose de que todos los pequeños estaban muertos. Al fondo de la cueva yacía un dragón blanco, el más raro de cuantos existían. Era el único que había visto en su vida. Ya había crecido el doble que cualquiera de los demás.

    ¿Cuántos?, ladró el capitán. ¡El emperador quiere un recuento completo!

    Dieciséis, Capitán. Trece carnelianos, dos esmeralda y un diamante blanco. Este pequeñajo se resistió con uñas y dientes.

    El soldado dio un puntapié a la inerte cría blanca. Era hermosa incluso en la muerte, con sus iridiscentes escamas color madreperla aún refulgiendo.

    El capitán asintió. ¡Pongámonos en marcha! El emperador Vosper estaría complacido, las garras del dragón diamantino alcanzarían un gran precio.

    ¡Vamos, daos prisa! ¡Cortad esas garras y larguémonos de aquí! ¡Las hembras llegarán en cualquier momento!, gritó el capitán. Su mejilla derecha tenía un rasguño, y la herida ya empezaba a escocer. Estas crías eran agresivas. Esperamos demasiado para asaltar este nido.

    Se llevó un dedo a su ojo hinchado. La garra de una cría le había arañado la cara y el párpado. Tenía suerte, el ojo no había sufrido daños. Dirkla le atendería la herida una vez estuvieran a una distancia segura. No obstante, le quedaría una cicatriz, otra que añadir a su colección.

    Teníamos que esperar a que las hembras se marcharan, Capitán. Se vuelven más cautelosas cada año.

    Sí, están aprendiendo a evitarnos mejor.

    Los hombres reunieron las garras ensangrentadas en una bolsa de malla. Eran la prueba de sus capturas, y cada una suponía una recompensa del emperador. Los soldados salieron al exterior, pero uno permaneció dentro, cortando escamas de la cría blanca.

    ¡Coltrim! ¡Sal de ahí! Las hembras volverán pronto, deja en paz a esa cría muerta. Volveremos por los adultos el mes que viene, advirtió Kathir mientras guiaba a sus hombres a la salida de la cueva. No podemos esperarte.

    ¡Capitán, estas escamas tendrán un buen precio en el mercado! ¡Será sólo un minuto!, gritó el hombre sobre su hombro, mientras llenaba apresuradamente el macuto de escamas de dragón.

    Tu codicia te costará la vida, estúpido, dijo Kathir en voz baja.

    En el exterior de la cueva, el capitán puso en pie al debilitado mago y le abofeteó las mejillas para espabilarlo. ¡Dirkla, Dirkla! ¡Despierta!, Kathir lo sacudió entre sus brazos. ¡Concéntrate! ¡Necesitamos tus poderes de nuevo! Lanza tu hechizo mientras abandonamos la montaña. Las hembras empezarán a buscarnos en cualquier momento.

    El mago suspiró, elevó las manos, e inmediatamente una niebla centelleante los envolvió. Bajo la luz de la luna, el grupo comenzó a descender por la ladera, ocultos por la niebla y un hechizo de camuflaje.

    Minutos después, las coléricas hembras se posaban en la entrada de la cueva. El soldado codicioso salía en ese instante, con el morral rebosante de escamas blancas de la cría muerta. Las hembras estallaron de furia, y los gritos del soldado resonaron en la falda de la montaña. Coltrim sufriría mucho tiempo antes de morir.

    Kathir no miró hacia atrás.

    2. Secretos de Familia

    ELÍAS CORRÍA HACIA la plaza del pueblo, transportando un tarro de cristal lleno de hierbas. Tenía que entregarlas antes del anochecer. Su abuela, Carina, era la comadrona del pueblo, y tenía un vasto conocimiento de las plantas medicinales. Hoy ejercía de chico de los recados, llevando curas y brebajes por toda la aldea.

    Elías llegó a la puerta trasera de la tienda y llamó con suavidad. El tendero, Flint Graywick, era un padre protector. También era viudo, y Birla, su única hija. Birla había estado visitando a Carina en secreto para aliviar su doloroso ciclo mensual. Las hierbas le ayudaban a disminuir su malestar. En el pasado, a Elías le habría avergonzado hablar de estas cosas, pero llevaba años adiestrándose como aprendiz de curandero. Estaba acostumbrado a explicar cosas que avergonzarían a otros chicos.

    ¡Ya voy!, dijo una chica desde el interior de la tienda.

    Elías oyó pasos y a Birla terminando de conversar con un cliente. La chica abrió la puerta unos instantes después. ¡Hola, Elías! Era una muchacha regordeta, de pelo rojizo. Sonrió y bajó la voz hasta hablar en un susurro. ¿Tienes la medicina?

    Sí, aquí está. Mi abuela ha puesto un poco más. Elías le mostró el tarro sin etiquetar, que la muchacha guardó en su delantal.

    Gracias. No quiero que mi padre se entere. Ya tiene bastante en la cabeza sin tener que preocuparse por mis pequeños problemas.

    Sonrió incómodamente. Las mujeres de la aldea hablaban tranquilamente con Elías sobre sus dolencias, porque solían verle con su abuela. Ambos visitaban juntos a todas las mujeres del pueblo.

    Cumpliendo con su deber, Elías recitó las instrucciones: "Con esto tendrás para tres meses, incluso si lo tomas todos los días. El tarro debe guardarse en un lugar fresco y oscuro, o las hierbas perderán su poder. No las pongas en agua hirviendo. Al preparar la infusión, el agua debe estar caliente, pero no hirviendo. Deja las hierbas hacerse durante al menos diez minutos, pero no más de treinta, o el té estará demasiado fuerte y te causará dolor de estómago. Tómalo una vez al día, y

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