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La Redención de Kathir: Dragones de Durn Saga, #6
La Redención de Kathir: Dragones de Durn Saga, #6
La Redención de Kathir: Dragones de Durn Saga, #6
Libro electrónico305 páginas3 horas

La Redención de Kathir: Dragones de Durn Saga, #6

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Información de este libro electrónico

La Redención de Kathir es el sexto libro en la serie más vendida - Los Dragones de Durn de Kristian Alva.

 

La plaga orca se ha extendido por todo el territorio, expulsando a los enanos de su antigua fortaleza. Los enanos deberán acudir a los jinetes de dragón en busca de ayuda, con la esperanza de recuperar el Monte Velik y salvar a los clanes.

 

Infinidad de vidas están en juego. ¿Serán capaces los jinetes de dragón de arrebatar de las garras de la destrucción al Monte Velik y derrotar la maldad que yace dentro de las antiguas cavernas? O acaso ¿serán destruidas?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2022
ISBN9798215441244
La Redención de Kathir: Dragones de Durn Saga, #6
Autor

Kristian Alva

Kristian Alva is a bestselling fantasy author. Her books have reached #1 in Juvenile Fantasy on Amazon UK and Amazon Australia. When she's not writing, she enjoys reading all genres, especially epic fantasy. She lives in Nevada with her family.

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    La Redención de Kathir - Kristian Alva

    LA REDENCIÓN DE KATHIR

    Los Dragones de Durn Saga, Libro Seis

    Kristian Alva

    Copyright © 2022 Eusebian Publishing

    AVISO DE COPYRIGHT

    LA REDENCIÓN DE KATHIR

    Los Dragones de Durn Saga, Libro Seis

    ©2016. Primera Edición. ©2022 Segunda Edición.

    Este libro contiene material protegido por leyes y tratados sobre Copyright nacionales e internacionales. Cualquier reimpresión no autorizada de este material está prohibida. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida sin el consentimiento expreso por escrito de la empresa editora. Impreso en los Estados Unidos de América. The Dragon Stones Saga es una marca registrada ® en los EEUU.

    Editor: Moisés Serrato

    Traductor: Mario Gómez

    Descubre más sobre la autora en su página web oficial: www.KristianAlva.com.

    Dedicado a mis hijos, los dragoncitos más dulces de todos.

    Libros de Kristian Alva

    Los Dragones de Durn Saga

    Libro 1. Dragones de Durn

    Libro 2. El Retorno de los Jinetes de Dragón

    Libro 3. El Emperador Inmortal

    Libro 4. La Maldición Balborita

    Libro 5. La Ascensión de los Maestros de la Sangre

    Libro 6. La Redención de Kathir

    Libro 7. Enemigos en las Sombras

    Libro 8. La Destrucción de Miklagard

    Libro 9. La Traición

    Novelas

    El Nido: Las Aventuras de los Dragones de Durn

    La Bruja de las Cavernas

    Nydeired (próximamente)

    Trilogías

    Los Dragones de Durn Saga, Trilogía

    Las Crónicas de Tallin, Trilogía

    Magos Rebeldes, Trilogía

    MAPA

    LA REDENCIÓN DE KATHIR

    1. Las Mazmorras de Bálbor

    En lo más profundo de los calabozos de Bálbor, Tallin se despertó rodeado de oscuridad. Muchos días atrás, su grupo había viajado hasta la isla para destruir el templo principal de los balboritas, pero fueron capturados antes de lograrlo. Tallin, su tía Mugla y dos jinetes de dragón elfos, Amandila y Fëanor, estaban ahora presos en aquellas mazmorras subterráneas.

    Los balboritas los abandonaron en una oscura celda sin comida, y desde entonces los ignoraron. Unos guardas armados patrullaban frente a su celda día y noche, el sonido de sus botas se oía al otro lado de la puerta. Nadie hablaba con los prisioneros, como si no se reconociera su presencia en el lugar.

    Tallin dirigió su mirada a Mugla, quien se encontraba apoyada en la pared, demacrada a causa del hambre. Incluso él, que estaba acostumbrado a pasar varios días seguidos sin comida, podía sentir la falta de sustento carcomiéndolo. Afortunadamente disponían de agua, la justa para beber, que les pasaban ocasionalmente en un odre a través de la portezuela.

    No había ventanas en la celda, y el aire tan solo entraba a través de la minúscula rendija bajo la puerta, volviendo el ambiente caluroso y enrarecido. Tallin y Mugla estaban amarrados con cuerdas encantadas, mientras que los elfos estaban encadenados contra la pared. El jinete de dragón sintió una palpitación recorriéndole las piernas; llevaba horas quieto en la misma postura. Trató de agitarlas para mejorar la circulación de la sangre, pero no sirvió de mucho.

    Los balboritas se habían llevado todas sus armas, pero Tallin había conseguido ocultar un pequeño cristal de luz en su bota. Siempre que lo usaba, mantenía deliberadamente la luz mágica a un nivel muy tenue. Cualquier titileo era arriesgado, pero usar el cristal valía la pena para prevenir la desesperación; estar en una completa oscuridad solo habría empeorado aún más su situación. Aquel pequeño destello de luz habría sido apenas perceptible para ojos humanos, pero puesto que Tallin era enano mestizo, le proporcionaba la suficiente claridad para ver todo lo que le rodeaba.

    Los elfos estaban en mucho peor estado que los dos enanos. Los oídos de Amandila y Fëanor habían sido perforados con alambre de hierro, que servía para anular su poderosa magia, incluyendo la capacidad de cambiar de forma. Tallin nunca creyó que llegaría a sentir simpatía por ellos, pero era imposible no sentir lástima por las dos desdichadas criaturas que colgaban lánguidamente a su lado.

    Ambos elfos estaban semiinconscientes. Debido al alambre, el sutil encanto que cuidaba de su aspecto había desaparecido. Tenían los ojos acuosos y enrojecidos, y el rostro hinchado y magullado. Ambos dieron agónicos gritos cuando les perforaron las orejas, pero ahora tan solo gemían débilmente, agitando sus cuerpos mientras el hierro se introducía lentamente en su torrente sanguíneo. El metal los estaba envenenando, debilitándolos gradualmente. Aunque había muy poca distancia entre ellos, ninguno parecía percatarse siquiera de la presencia del otro. O quizá su dolor era tan grande que simplemente no les importaba. Tallin los tenía a su alcance y trató de retirar el hierro, pero tan pronto como lo tocó, el alambre se apretó aún más, haciendo que Amandila gritara de dolor. Tras aquello, no volvió a intentarlo.

    Mugla levantó la cabeza débilmente. ¿Sabes qué día es, querido?

    Tallin negó con la cabeza, y respondió en voz baja. No estoy seguro. Creo que han pasado cinco días, pero he perdido la noción del tiempo. Ya no sé si es de día o de noche.

    Mugla se incorporó y se apoyó contra la pared. Tenía un aspecto muy desmejorado, con grietas sangrantes en los extremos de la boca. Sin embargo, cuando hablaba, su voz sonaba alta y clara. Nos están debilitando, matándonos de hambre.

    Tallin miró hacia los elfos. ¿Qué hay de ellos? Sus rostros eran casi irreconocibles, grotescamente hinchados y tumefactos. ¿Sobrevivirán?

    Las posibilidades están en su contra, pero por lo menos siguen vivos. Tener un elfo cautivo es un asunto arriesgado, se muestran muy rabiosos y vengativos si logran escapar. Me sorprende que los balboritas no los hayan matado aún.

    "No entiendo por qué no nos han matado a todos", replicó Tallin.

    Estoy segura de que tienen sus motivos. El Alto Sacerdote seguramente quiera usarnos como escarmiento, ordenará colgarnos tarde o temprano. Y a los elfos les irá peor, porque serán torturados. A los balboritas les encanta martirizarlos por diversión.

    Tallin arqueó las cejas. ¿Cómo?

    Mugla esbozó una amarga sonrisa. Capturar a un elfo es algo muy inusual, y los sacerdotes disfrutan observando cómo los torturan. Al ser criaturas inmortales, el espectáculo dura mucho tiempo. Acabarán muriendo… pero muy, muy lentamente. A veces encadenan a los prisioneros a un poste y les sueltan una jauría de perros para que los despedacen. A los esclavos rebeldes los matan así.

    Eso es propio de bárbaros, dijo Tallin consternado.

    En ese instante una puerta metálica resonó en la distancia, seguida por el sonido de unos pesados pasos aproximándose. Tallin apagó el cristal de luz y volvió a esconderlo cuidadosamente en su bota.

    Vieron un recuadro luminoso aparecer al abrirse la puerta, y parpadearon por la claridad que penetró en la celda.

    Ante ellos apareció Skera-Kina, acompañada por un guardia armado y por un joven ataviado con una sencilla túnica de algodón. El joven no tenía ningún tatuaje facial, pero llevaba brazaletes de cuero con runas protectoras. Tallin dedujo que era su aprendiz.

    El guardia se tapó la nariz, pero el agrio olor del interior no parecía molestar a la balborita, que señaló al jinete. Tú... mestizo. Ponte en pie. El Alto Sacerdote reclama tu presencia.

    Tallin se puso en pie penosamente y salió al exterior, con las manos aún atadas. El guardia arrugó la nariz cuando pasó a su lado. La puerta se cerró tras él, y los dos asesinos condujeron a Tallin a una celda más pequeña al final del corredor. La estancia tenía un cubo de agua en el centro, y en una esquina había una túnica y unos calzones pulcramente doblados. Skera-Kina dijo un rápido hechizo, y las ligaduras mágicas que ataban las manos del jinete cayeron al suelo.

    Desvístete y lávate, enano, dijo ella. Debes estar limpio si vas a estar en presencia del Alto Sacerdote.

    No olería mal si nos hubierais permitido usar un aseo como es debido o nos hubierais dado más agua, idiotas.

    ¡¡Cállate, escoria!!, gritó el joven asesino.

    Silencio, Gron, advirtió Skera-Kina. Gritar a los prisioneros no me impresiona.

    El joven frunció el ceño, pero no dijo nada más.

    Tallin se desnudó hasta la cintura y metió la mano en el cubo. El agua estaba helada. Había una concha de jabón en el fondo, y se enjabonó la cara y los brazos con ella. Luego se tomó un momento para lavarse el pelo antes de vaciar el cubo sobre su cabeza para enjuagarlo. No le dieron ningún paño, así que aún tenía el cabello húmedo cuando se puso la ropa limpia.

    Sonrió en contra de su voluntad. Tras varios días en aquella mugrienta celda, era agradable sentirse limpio. Volvió a calzarse las botas cuidadosamente, asegurándose de que el cristal de luz no se cayera.

    Date la vuelta y ponte las manos a la espalda, le ordenó Skera-Kina.

    Tallin se detuvo un momento, reprimiendo su deseo de luchar. No podía arriesgarse a combatir con ambos cuerpo a cuerpo, especialmente estando Mugla y los elfos aún bajo su custodia. Su única opción era obedecer. Tras darse la vuelta sintió unas nuevas cuerdas amarrándole las muñecas. A continuación le colocaron un saco en la cabeza, ajustándolo fuertemente alrededor de su cuello y haciendo que su cuerpo se tensara.

    ¿Por qué tanto secretismo? Estoy maniatado, no os puedo hacer nada.

    Sin preguntas. Ahora en marcha, dijo Skera-Kina, agarrándolo por el hombro. Tallin dio un respingo cuando sus uñas forradas en plata se le hundieron en la piel.

    La balborita y su ayudante lo condujeron por los corredores. El jinete trató de memorizar lo mejor que podía el espacio que lo rodeaba; contaba los pasos que daban y escuchaba todos los sonidos. Se detuvieron unas cuantas veces, oyendo siempre puertas cerrarse a sus espaldas. No podía ver a través del saco, pero sí pudo sentir el aire cambiando de viciado a fresco, y distinguir cuando pasaron de suelos de piedra a otros cubiertos por alfombras.

    Skera-Kina no dijo nada por el camino, pero Tallin escuchaba su áspera respiración detrás de él.

    Los criados charlaban ociosamente, ignorándolos al pasar. También oía un sonido chapoteante, como de alguien usando un cubo y una fregona.

    Caminaron durante largo rato, y cuando finalmente se detuvieron, el aire olía ligeramente a incienso. Skera-Kina descubrió la cabeza de Tallin. Estaban frente a una enorme puerta de madera. Hemos llegado a los aposentos del Alto Sacerdote, dijo la balborita, quien acto seguido describió un lento arco con la mano. Hubo un chispazo, y la puerta se abrió por sí misma. Luego Skera-Kina liberó de sus ataduras a Tallin, que se frotó las muñecas y escrutó el rostro de su captora. ¿Por qué me quitas las cuerdas ahora?

    Los objetos encantados son peligrosos en esta zona, eso incluye tus cuerdas. Lo explicaré después. Debes arrodillarte en presencia del Alto Sacerdote, y no hablar a menos que él se dirija primero a ti.

    No pienso rendirle pleitesía a uno de vuestros sacerdotes.

    Ella se encogió de hombros. Haz lo que te plazca. Si no lo haces voluntariamente, encontrarán la manera de obligarte, y no será placentero. No tengas dudas sobre eso. Mi responsabilidad es traerte a estos aposentos para ser interrogado, lo que te ocurra después no es de mi incumbencia.

    El joven asesino empujó bruscamente a Tallin. En marcha.

    El jinete se giró y encaró al muchacho. Vuelve a empujarme así y te rompo el brazo.

    Gron empezó a reír y a provocar a Tallin, alzando un pie para patearle la rodilla por detrás, pero fue demasiado lento. En un parpadeo, el jinete se dio la vuelta y le agarró el antebrazo; empleando una gran fuerza, retorció la muñeca del joven hasta que todo su cuerpo giró. A continuación se lanzó sobre él y le dio un fuerte codazo, oyendo cómo todo el aire abandonaba sus pulmones.

    Skera-Kina no intervino; tan solo se retiró y se cruzó de brazos, esperando a que la pelea terminara. Ambos forcejearon y Tallin acabó en el suelo, pero logró incorporarse y atrapar firmemente el brazo de Gron. Luego le colocó la rodilla sobre el hombro e hizo fuerza hasta que se le salió la articulación. El asesino aulló de dolor.

    Basta. Ya es suficiente. Skera-Kina los separó tranquilamente. Tallin se puso en pie y retrocedió unos pasos. La balborita agarró al muchacho por el cuello, haciéndole gritar de dolor. El brazo derecho le colgaba a un costado, y su hombro estaba hinchado, sobresaliendo en un ángulo antinatural.

    Me decepcionas, aprendiz. Has perdido el control y has vuelto a exceder tus límites. Dime, ¿cómo piensas entrenar para las carreras de esclavos del mes que viene con una lesión así?

    El aprendiz hundió la cabeza. M-maestra, perdóneme, solo quería…

    ¡Guarda silencio, bobo inconsciente!, le espetó ella. Tu carácter siempre ha sido un problema, debes aprender a controlarlo. Vuelve a tus aposentos y espera mi reprimenda allá.

    ¿Puedo solicitar un sanador para mis heridas, Maestra?

    Skera-Kina frunció el ceño. No, no puedes. Te colocaré la articulación yo misma, pero todavía no. Ahora vete.

    Le ordenó marcharse con un gesto de la mano. Al aprendiz le tembló el labio inferior, pero no discutió, se dio la media vuelta y abandonó el lugar. Luego Skera-Kina se giró hacia Tallin.

    Le advertí que no me tocara, dijo el jinete como si nada grave hubiera pasado.

    Ella hizo un gesto indiferente. Sí, lo hiciste. Quizá debería darte las gracias, será una buena lección para él vivir con las consecuencias de sus actos durante unos días.

    ¿Unos días? Es tu aprendiz, y esa lesión es muy dolorosa. ¿De verdad lo dejarías en ese estado durante días?

    Skera-Kina lo miró socarronamente. No es algo que ponga en riesgo su vida. Un aprendiz debe aprender a ignorar el dolor, así que es algo bueno para él. Se hizo a un lado para que Tallin pasara. "Ahora, después de ti… hermano… el Alto Sacerdote espera".

    ◆◆◆

    Tallin penetró en un oscuro corredor, con Skera-Kina a sus espaldas, caminando sobre la espesa alfombra sin hacer el menor ruido. Parte de él quería lanzarse hacia la salida más próxima, pero no podía intentar una huida mientras su tía y los elfos estuvieran aún presos en los calabozos del subsuelo. Su mente funcionaba a toda prisa; debía idear algún plan que los permitiera escapar a todos.

    A medida que avanzaban el olor a incienso se hacía más fuerte. Tallin tocó los tapices bordados que forraban la pared. Las descarnadas escenas que había visto en el templo antes de su captura también aparecían aquí, pero el tejido era grueso y de gran calidad. Una gran cantidad de dinero se había invertido en decorar los aposentos del Alto Sacerdote.

    Tras girar por otro corredor, se detuvieron frente a una puerta de metal. Skera-Kina sacó una gran llave de una bolsa, abrió la cerradura y ambos pasaron a la siguiente sala, donde no había ni un solo mueble. Otra puerta en la pared opuesta indicaba que había otras habitaciones más allá.

    ¿Sin magia esta vez?, preguntó Tallin.

    Ningún hechizo puede abrir esta puerta. Está protegida contra la magia, igual que la cámara del Alto Sacerdote. Cualquiera que intente abrirla sin la llave morirá al instante.

    ¿Cómo? El jinete miró a su alrededor, viendo solo unos pocos tapices y unos cristales de luz incrustados en las paredes.

    Skera-Kina sonrió, revelando sus afilados dientes blancos y sus encías tatuadas. Mira bajo tus pies.

    Tallin bajó la mirada. Las baldosas del suelo tenían unos coloridos diseños espirales en la superficie. Observándolas más detenidamente, se dio cuenta de que los diseños parecían moverse por sí mismos, girando y retorciéndose lenta y ominosamente. Tallin jadeó. ¿Esas cosas son...?

    Sí, son criaturas espirituales, atrapadas en las baldosas, explicó la balborita tranquilamente. Reaccionan ante la magia. Observa. Skera-Kina abrió la palma de su mano y envió una solitaria chispa hacia el suelo.

    Las espirales en el suelo se arremolinaban frenéticamente. Unos grotescos y fantasmales rostros aparecieron en las baldosas, presionando contra su superficie. Era como si estuvieran atrapados tras un espejo. Los espíritus gritaban silenciosamente, golpeando las paredes de aquella prisión bidimensional. ¿Tenéis docenas de espíritus atrapados ahí dentro?, preguntó Tallin con incredulidad.

    Muchos más. Docenas en esta sala y aún más en las siguientes cámaras. Están obligados a defender al Alto Sacerdote, esa es la naturaleza del encantamiento. La voz de Skera-Kina carecía de emoción. Los espíritus matarán a cualquiera que ataque al Alto Sacerdote con hechizos. Agregando esto a su guardia personal, está bien protegido contra ataques físicos y mágicos.

    Es una maldad, dijo Tallin severamente. Atrapar espíritus así es abominable.

    ¿Maldad? ¿Así es como lo llamas?, respondió ella con una sonrisa. Hay buenos motivos por los que Bálbor nunca ha sido conquistada. Nuestra magia no es como la vuestra, es más fuerte. No nos asusta usar a los espíritus para proteger lo que es nuestro.

    La magia de espíritus es magia negra, la magia de la muerte. Atrapar a un espíritu es una apuesta arriesgada, incluso para una magonata tan poderosa como tú. Es una vileza y una temeridad tenerlos cautivos de este modo.

    Skera-Kina negó con la cabeza. Solo una persona de mente débil pensaría así, esta magia es útil para muchas cosas.

    La balborita indicó a Tallin que siguiera adelante, y este obedeció, pasando cautelosamente sobre las aún titilantes baldosas. Atravesaron varias salas más, igualmente vacías, y finalmente la balborita señaló a un punto negro en el suelo, frente a una nueva puerta. Hemos llegado. Arrodíllate ahí, con la mirada hacia abajo.

    Tallin negó con la cabeza. No. Como te dije antes, no me arrodillo ante nadie.

    No seas idiota, dijo ella despectivamente. "Sabes que podemos forzarte a hacer cualquier cosa

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