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El Emperador Inmortal: Dragones de Durn Saga, #3
El Emperador Inmortal: Dragones de Durn Saga, #3
El Emperador Inmortal: Dragones de Durn Saga, #3
Libro electrónico291 páginas4 horas

El Emperador Inmortal: Dragones de Durn Saga, #3

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El Emperador Inmortal es el tercer libro de la serie Los Dragones de Durn Saga escrita por Kristian Alva.

 

Mientras las razas de Durn están al borde de la guerra, el emperador, hambriento de poder planea la conquista de todo el continente.
Los jinetes de dragón se han dispersado, debilitados al descubrir un traidor en sus filas. Vosper, aún más poderoso que nunca, quiere acabar con todos los jinetes de dragón.

 

¿Serán suficientemente fuertes los jinetes para detener a Vosper antes de que él pueda terminar con ellos?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2014
ISBN9781393386421
El Emperador Inmortal: Dragones de Durn Saga, #3
Autor

Kristian Alva

Kristian Alva is a bestselling fantasy author. Her books have reached #1 in Juvenile Fantasy on Amazon UK and Amazon Australia. When she's not writing, she enjoys reading all genres, especially epic fantasy. She lives in Nevada with her family.

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    El Emperador Inmortal - Kristian Alva

    Libros de Kristian Alva

    DRAGONES DE DURN, LIBRO Uno

    El Retorno de los Jinetes de Dragón, Libro Dos

    El Emperador Inmortal, Libro Tres

    La Maldición Balborita, Libro Cuatro

    La Ascensión de los Maestros de la Sangre, Libro Cinco

    La Redención de Kathir, Libro Seis

    Enemigos en las Sombras, Libro Siete

    La Destrucción de Miklagard, Libro Ocho

    La Traición, Libro Nueve

    NOVELAS

    El Nido

    La Bruja de las Cavernas(próximamente)

    Nydeired(próximamente)

    TRILOGÍAS

    Los Dragones de Durn (Libros 1-3)

    Las Crónicas de Tallin (Libros 4-6)

    Magos Rebeldes (Libros 7-9)

    Aviso de Copyright

    ©2014. Primera Edición. ©2020. Segunda Edición. Byzine Licensing.

    Este libro contiene material protegido por leyes y tratados sobre Copyright nacionales e internacionales. Cualquier reimpresión no autorizada de este material está prohibida. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida sin el consentimiento expreso por escrito de la empresa editora. Impreso en los Estados Unidos de América. The Dragon Stones Saga es una marca registrada ® en los EEUU.

    Editor: Moisés Serrato, Traductor: Mario Gómez

    Descubre más sobre la autora en su página web oficial: www.KristianAlva.com.

    DEDICADO A MIS HIJOS, los dragoncitos más dulces de todos.

    MAPA

    1. Ventiscas en el Desierto

    ELÍAS Y SU JOVEN DRAGÓN, Nydeired, se encontraban entrenando en las murallas de Parthos. Nydeired serpenteaba por el aire mientras Elías le lanzaba bolas de fuego. Volando en círculos, el dragón esquivaba los ataques por poco.

    Tallin, el jinete de dragón, dirigía el entrenamiento, gritando concisas órdenes. ¡Elías! ¡Retrasa la pierna derecha, vigila tu equilibrio! ¡Nydeired, mantén las alas más cerca de tu cuerpo, así eres más vulnerable a los ataques! Hablaba enteramente en lengua de dragón, que tanto Nydeired como Elías entendían.

    Sí, Maestro Tallin, dijo Elías, con grandes gotas de sudor cayéndole por la frente. Nydeired asintió mientras batía sus grandes alas, pero no dijo nada; aún estaba aprendiendo a hablar.

    El joven dragón estaba cubierto de rasguños, fruto de incontables caídas. Algunas de sus heridas tenían costras y otras todavía estaban frescas, dando testimonio de los meses de brutal entrenamiento. Elías también lucía unos cuantos rasguños y moratones.

    El joven hechicero corrigió su postura y apretó los puños, preparándose para iniciar otra ronda de ataques. ¡Hringr-Incêndio!, exclamó, lanzando otra bola flamígera y alcanzando de lleno a Nydeired en el hombro. El dragón salió proyectado hacia atrás y cayó a plomo en la azotea, aterrizando sobre su ala derecha. Elías pareció asustarse, pero no se movió de su sitio.

    Irguiendo su ya enorme cuerpo, Nydeired gimió y se agarró su hombro herido. Una sangre de tono oscuro le manaba entre las garras. ¡Alto!, dijo Tallin con el ceño fruncido, acercándose a Nydeired para examinarlo. Tsk. Elías, atiende esta herida.

    El joven asintió, yendo hasta el dragón y tocándole la zona afectada. Este era un tipo de magia mucho más simple para él. ¡Curatio!, dijo, sintiendo el familiar flujo de energía cuando el conjuro empezó a funcionar. Las habilidades curativas del muchacho eran excepcionales, testimonio de los años de adiestramiento que había pasado con su fallecida abuela Carina.

    Nydeired suspiró mientras su piel y músculos volvían a entrelazarse bajo la palma de Elías. Instantes después, el mago retiró la mano y el dragón movió su hombro hacia delante y atrás. La herida se había curado, aunque la piel que la rodeaba estaba aún rosácea.

    Gracias Elías, dijo Nydeired con voz cavernosa, aún algo forzada y vacilante.

    De nada, dijo su sanador, limpiándose la mano en la túnica y sacando una piedra de dragón tallada de la bolsita que tenía colgada de su cuello. Era la esmeralda que había encontrado hacía más de un año en el bosque de Darkmouth. Se había acostumbrado a llevarla constantemente, puesto que le permitía entender la lengua de dragón. No obstante, tenía que hablar en voz alta; aún era incapaz de comunicarse telepáticamente con Nydeired, y seguiría siéndolo hasta su ceremonia de vinculación.

    Duskeye, el dragón de Tallin, dormitaba cerca de ellos. En ocasiones ofrecía consejo al joven dragón, pero la mayor parte del tiempo tan solo observaba.

    El aire caliente corría por las murallas, levantando pequeños remolinos de arena. Elías tosió; aún no estaba acostumbrado a aquel aire y al calor del desierto, aunque llevaba ya un año viviendo en Parthos. Sobre el horizonte, unas parduzcas nubes de polvo se desplazaban entre las dunas.

    Creo que se acerca otra tormenta, dijo Elías, tosiendo de nuevo y con arena en la boca. Maestro Tallin, ¿podemos ir a beber un poco?

    Llevaban horas practicando sin parar, y Tallin accedió. Adelante, pararemos los ejercicios un momento.

    Gracias, dijo el joven. Acompañado de Nydeired se acercaron a un barril cubierto y usaron un cazo para sacar un poco de agua. Le ofreció primero al dragón, quien bebió profundamente. Elías se sentía cansado hasta el hueso, con todos sus músculos doloridos.

    Tallin observó a la pareja maravillado. Nydeired era enorme, y con solo un año de edad había superado en tamaño a todos los demás dragones de Parthos. Su piedra era también el doble de grande: un reluciente diamante le había crecido en la base de su garganta. Ahora que tenía su gema, Elías y él podrían ser unidos permanentemente mediante el ritual de vinculación.

    Sela, la líder de los jinetes de dragón, sería la encargada de oficiar la ceremonia. Todos estaban esperando a que regresara de su misión en el Monte Velik. Llevaba semanas allí junto con su hijo, el rey Rali, tratando de convencer a los clanes enanos para que unieran fuerzas con Parthos. Según sus frecuentes mensajes, las negociaciones no iban bien.

    Duskeye se acercó a su jinete. ¿Aún te preocupa este viento, viejo amigo?

    Tallin le palmeó el cuello suavemente. Sí, la tormenta está empeorando. Seguramente dure toda la noche. Tallin entornó los ojos y siguió escrutando el desierto. El número de ventiscas había aumentado notablemente, con fuertes vientos arenosos que rompían contra las murallas de la ciudad, a veces durante varios días consecutivos.

    Durante el transcurso de las tormentas el comercio se detenía, pues la gente se veía obligada a permanecer bajo techo. Pero lo más grave de aquel mal tiempo era que estaba empezando a afectar a la moral de los ciudadanos. Llevamos mucho tiempo viviendo en las Arenas de la Muerte, Duskeye. ¿Recuerdas que alguna vez hubiera tantas tormentas en un solo año?

    No. Nunca antes. Pero estos vientos no parecen naturales, durante las tormentas siento magia resonando con mi piedra de dragón.

    Yo también lo he sentido, pero no puedo determinar su origen. La energía parece extrañamente familiar, pero ajena al mismo tiempo. Se necesitarían enormes cantidades de poder mágico para sustentar estas tormentas día tras día. ¿Quién posee tal poder, aparte del emperador? Pero no puede ser él, nuestros informes son muy claros. Sabemos que Vosper no ha salido de Morholt.

    Quizá estamos enfocando esto de la manera errónea. Pensemos, ¿qué gana Vosper haciendo de Parthos un lugar poco habitable?

    No tengo ni idea. Estoy perplejo, para ser sincero. De hecho, el desierto nos protege mejor durante las ventiscas. Si han sido provocadas por él, es algo bastante contraintuitivo.

    Un viento lleno de polvo sacudía todo lo que les rodeaba. Elías y Nydeired volvieron dando estornudos al lugar donde estaban Tallin y Duskeye.

    Maestro Tallin, ¿seguimos?, preguntó Elías. Nydeired esperaba pacientemente a su lado, observando todo con sus ojos pequeños como guijarros.

    No, Elías, hemos terminado por hoy. Entra al castillo con Nydeired y poneos a cubierto de este clima.

    Nydeired asintió, balanceando su enorme cabeza blanca. Tengo hambre. Vamos a ver si los cocineros de palacio tienen algo de comer.

    Buena idea, la tripa me lleva rugiendo una hora, respondió Elías. El dragón pasó por la puerta de lado, logrando deslizar a duras penas su cuerpo a través del umbral. El polvo caía donde su escamosa piel raspaba la pared.

    Tallin, mira eso, dijo Duskeye. Nydeired todavía está creciendo. Tendrán que ensanchar las puertas si quieren que siga moviéndose por el castillo. Jamás había visto a un cachorro tan grande.

    Lo sé. Nydeired es por mucho el dragón más grande del continente. Su tamaño es engañador, a veces olvido que aún es prácticamente un polluelo.

    Sí. Tiene el doble de mi tamaño, pero su cuerpo es torpe, como el de un ternero recién nacido. En su estado actual debe permanecer en la ciudad, las Arenas de la Muerte son peligrosas para él.

    Cierto. Logísticamente es una pesadilla, su tamaño lo hace casi imposible de ocultar, y es un blanco irresistible para nuestros enemigos. Está destinado a ser el dragón más poderoso de este siglo... pero solo si podemos mantenerlo con vida hasta que llegue a adulto.

    Una nueva ráfaga de viento arenoso impactó contra ellos, y Tallin se cubrió la cara con el brazo. Bajando la vista hacia las calles, en el lado opuesto de la muralla, pudo ver a los comerciantes guardando a toda prisa sus enseres. La gente entraba a la carrera en sus casas de adobe, anticipando otra larga ventisca.

    Es hora de irnos, Duskeye, o tendremos que pasar la noche en Parthos. ¿Puedes volar por encima de la tormenta?

    Por supuesto, amigo, dijo Duskeye sonriendo, con su roja lengua asomando entre sus agudísimos dientes. La tormenta se desplaza hacia el Sur, nosotros iremos hacia el Norte.

    Buena idea. Vamos a la Caverna de la Salamandra, es un lugar seguro para descansar. Una vez allí, contactaré con Sela telepáticamente y la informaré sobre las tormentas de arena.

    Tallin echó una piel de camello sobre el lomo de Duskeye y saltó encima de él. El dragón batió sus musculosas alas azules y en unos instantes estaban volando por encima de la tormenta. En cuanto alcanzaron suficiente altura, Tallin bajó la vista y observó la tormenta. Los vientos sacudían la ciudad, pero ningún sitio más. La nube de polvo tenía un diámetro pequeño, y se concentraba solo en Parthos.

    Duskeye, ¿ves eso?

    Sí, no hay ninguna duda. La nube no se desplaza.

    Es más obvio que nunca. Definitivamente hay magia de por medio. Ojalá supiera quién es el responsable, y sus motivos.

    Sí, ojalá lo supiéramos, dijo Duskeye. La pareja se internó en las profundidades del desierto, dejando atrás la ciudad.

    MIENTRAS TANTO, ELÍAS y Nydeired bajaban hasta las cocinas de palacio. Cuando entraron, todos los trabajadores se quedaron paralizados, excepto el gruñón jefe de cocineros, Marlson. Elías paseaba tranquilamente por la estancia, ignorando su rostro avinagrado. ¡Hola Marlson! ¿Qué hay de nuevo esta noche?

    ¡Humf!, gruñó el cocinero, tratando de ignorar a los intrusos. Era un tipo gordo, gritón y desinhibido. No toleraba tonterías en su cocina, y a diferencia de otros trabajadores del palacio, no le intimidaban ninguno de los jinetes ni sus dragones. "Estamos intentando trabajar, chico. ¿A qué has venido?"

    Elías sonrió. Solo de visita. Huele genial por aquí. Docenas de pollos desplumados yacían extendidos en la sección donde se preparaban las carnes. Elías cogió uno por las patas y lo lanzó al aire, exclamando: ¡Coge esto! Nydeired lo agarró entre sus fauces y se lo tragó sin masticar. Elías rio y lanzó otras dos aves muertas al aire, que el dragón capturó al mismo tiempo extendiendo su larguísimo cuello. Su gigante cabeza chocó contra una olla colgada del techo, que resonó como una campana.

    Los cocineros se sobresaltaron por el ruido, que provocó una airada reacción de Marlson. ¡Cuidado, cuidado! ¡No me estropeéis los utensilios de cocina!

    Nydeired eructó y se frotó la panza. Estos pollos están deliciosos, Elías.

    La rolliza cara de Marlson había enrojecido de rabia. El trabajo se había detenido, y los cocineros miraban asustados al enorme dragón, cuya cola pendulante era un verdadero peligro. Al final, a Marlson se le agotó la paciencia.

    "¡¡Ya basta!! ¡Detened este circo ahora mismo!, gritó señalando con un dedo regordete a Elías. Se supone que ustedes dos deben estar entrenando, no esparciendo comida por todo el lugar. ¡No aceptaré este tipo de alboroto en mi cocina, jinete de dragón o no!"

    Elías se mordió el labio e intentó no sonreír. Discúlpame, Marlson, no pretendía faltarte al respeto. Nydeired no ha comido mucho hoy. ¿Podemos llevarnos algunos pollos más?

    ¡Bah!, dijo el cocinero con gesto irritado.

    Por favor, agregó Elías.

    Marlson le miró amenazadoramente, tratando de mantener su enojo, pero finalmente su gesto se suavizó. Está bien, chico, llévatelos. De todos modos los estábamos desplumando para vosotros. Señalando a Nydeired con el dedo, añadió: Ese dragón tuyo tiene un apetito como no he visto jamás. ¡Cincuenta pollos al día, tres camellos a la semana! ¡Es un pozo sin fondo!

    Nydeired parpadeó y se quedó mirando a Elías. Le costaba comprender la comunicación humana, y no sabía si Marlson decía aquello enfadado o no. El joven agarró cuatro aves más, dos en cada mano, y se dispuso a marcharse.

    ¡Gracias, Marlson! Eres el mejor. ¿Te importaría mandarme también una bandeja de tu delicioso asado?, dijo, apuntando al humeante pedazo de carne de camello que el cocinero acababa de sacar del horno. Estaré en mi alcoba con Nydeired, seguro que él también querrá probar un poco. O un hígado de camello fresco, si tienes alguno.

    Sí, sí, mandaré la comida a tu alcoba. ¡Ahora esfumaos los dos, o mis cocineros no harán nada útil en toda la noche! Marlson dio una fuerte palmada en el centro de la mesa. ¡Se acabó el espectáculo, todo el mundo de vuelta al trabajo! ¡No os pago para quedaros parados con la boca abierta! La cocina volvió a ponerse en movimiento, y todos empezaron a guisar y a limpiar, mirando sobre el hombro al dragón y su jinete mientras se alejaban.

    El humano gordo parece enfadado, dijo Nydeired.

    No, en realidad no. Marlson no dice nada de eso en serio, solo son bravatas.

    ¿Qué son bravatas?

    Elías hizo una pausa, buscando la manera de explicar para que el joven dragón pudiera entender. Fanfarronerías, amenazas falsas. Por fuera es un gruñón, pero por dentro es tan tierno como un cordero. Y también es el mejor cocinero de Parthos, así que vale la pena aguantar esas pequeñas broncas.

    Siguieron caminando por el castillo, dirigiéndose a sus aposentos. Pronto llegaron al vasto patio interior que servía de antesala a la habitación del trono. En él había, como siempre, miembros de la guardia privada de Rali, Los Nueve. Eran hombres morenos y fornidos, con la piel repleta de tatuajes.

    Tan solo un guardia había acompañado a Rali al Monte Velik: Aor, su líder. El resto se había quedado en Parthos, y pasaban la mayor parte de su tiempo manteniéndose en forma. Habían trasladado los entrenamientos de lucha al interior, debido a las tormentas de polvo.

    Elías observó asombrado a los guardias de Rali, que se movían sin descanso por el enorme corredor practicando la esgrima. Los guardias sudaban profusamente, empapando sus túnicas blancas. Mientras uno de ellos trataba de atacar con su espada, el otro se puso rápidamente a sus espaldas; pero el espadachín lanzó una patada hacia atrás, golpeando al otro certeramente en el estómago y mandándolo al suelo. Inmediatamente, el guardia caído dio una voltereta hacia atrás y se levantó del suelo como un gato.

    Al ver a Elías acercarse, los guardias se detuvieron y se pusieron firmes, presentando armas con gesto impasible.

    Buenas noches, jinete, dijo Annarr, que era el segundo al mando. En realidad, Elías aún no era oficialmente un jinete, pero tras salvar a la ciudad de la horda orca era tratado con gran deferencia por todo el personal de palacio, incluyendo a Los Nueve.

    Los guardias de Rali no usaban nombres tradicionales, sino que se les designaba de acuerdo a su rango. Al comandante simplemente se le llamaba Primero (Aor, en la antigua lengua), y así sucesivamente.

    Buenas noches, Annarr, dijo Elías. El hombre asintió, pero no abrió la boca. Elías y Nydeired abandonaron la zona, y los guardias reanudaron su práctica. Los Nueve trataban con respeto a los jinetes de dragón y sus monturas, pero jamás con miedo ni asombro.

    Cuando llegaron a la alcoba, Elías comprobó complacido que su cena ya había sido dispuesta sobre la mesa. Una lámpara de aceite impregnaba la estancia con una suave luz. Había una bandeja con carne asada y verduras para Elías, y una enorme pieza de carne de camello cruda para Nydeired.

    Sí que han sido rápidos. Esta comida huele genial. Lo siento amigo, parece que Marlson no tenía ningún hígado para ti esta noche, dijo Elías, lanzando al aire los pollos que había transportado con él. Nydeired atrapó tres, pero falló con el último, que se estrelló contra el suelo; sus reflejos aún no eran perfectos. Inclinándose, recogió el pollo con las fauces y se lo tragó.

    No importa, ese trozo de carne y los pollos saciarán mi hambre.

    Elías se sentó a comer en el borde de su cama y Nydeired en el suelo, ocupando casi todo el espacio de la habitación. Fuera, el estruendo de la tormenta iba y venía, con el viento huracanado sacudiendo la pequeña ventana de la estancia. Tras comer un rato en silencio, Nydeired empezó a rascarse el estómago y los brazos.

    Elías, me pica todo. Estas tormentas son muy incómodas, siento un hormigueo en las escamas cuando ocurren.

    Lo sé, a mí también me pasa. La piedra de dragón que llevo, la que encontré en el Bosque de Darkmouth, vibra durante las tormentas. Estoy casi seguro de que tienen un origen mágico.

    ¿Eso te preocupa?

    Elías asintió. Un poco, pero mientras Rali esté en el Monte Velik con Sela, no me preocuparé mucho. Nuestro trabajo es proteger al rey, y sé que entre los enanos estarán seguros.

    ¿Y Tallin y Duskeye? ¿Crees que notan que las tormentas no son naturales?

    Sí, seguramente lo hayan notado hace semanas, pero no les parecería oportuno compartir la información con nosotros. Tallin es muy reservado... con todos los temas. Duskeye y él raramente comparten sus pensamientos con alguien, salvo quizá con el rey. ¿Les has visto irse? Salieron hacia el desierto en el momento más fuerte de la tormenta.

    No sé cómo habrán podido ver algo. El aire está inundado de polvo.

    Elías se encogió de hombros. Se las apañarán. Dejé de intentar leer las intenciones de Tallin hace tiempo, es imposible predecir lo que va a hacer. Lo que nunca hago es subestimarlo.

    Nydeired acabó la cena y se estiró, enrollando su larga cola alrededor de su cuerpo. Eructó y después bostezó, revelando sus gigantescos dientes, punzantes como agujas. El sueño resultó contagioso, y Elías también bostezó, derrumbándose sobre la cama. Aún es bastante pronto, pero con estas tormentas es imposible hacer algo fuera. No quedan muchas opciones excepto dormir.

    El dragón extendió el cuello hacia la pequeña ventana y observó el exterior. No puedo ver nada, está muy oscuro.

    Es por la tormenta. Hoy hay luna llena, pero la ciudad está bajo un manto de arena. Duskeye y Tallin están ahí fuera en algún sitio, probablemente buscando el origen de las ventiscas.

    ¿No sientes un poco de curiosidad? ¿Por qué no lo descubrimos nosotros mismos?

    Elías se rio, pero al poco se detuvo, entendiendo que Nydeired estaba hablando en serio. ¿No me estás tomando el pelo? ¿De verdad quieres que viajemos al desierto durante la ventisca?

    Bueno... Tallin y Duskeye no nos lo prohibieron, ¿o sí?

    No... no expresamente. Pero dudo mucho que les complaciera saber que hemos salido a volar por nuestra cuenta, especialmente de noche.

    Quizá tengas razón. Deberíamos quedarnos dentro, como polluelos de pato, dijo Nydeired, inclinando un poco la cabeza.

    Elías se le quedó mirando un momento, sin saber bien qué responder. Nydeired en realidad lo estaba incitando. Aún dudaba si la propuesta era auténtica. Los segundos pasaban, y ambos seguían mirándose el uno al otro.

    ¿Me estás proponiendo en serio que salgamos al desierto durante esta tormenta?

    ¿Por qué no? Solo estaremos fuera un rato, y volveremos antes de que alguien haya notado que nos fuimos.

    Elías no era un buscador de aventuras, pero tenía que admitir que también tenía curiosidad. ¡De acuerdo, me has convencido! Saldremos... pero no nos alejaremos mucho de la ciudad. Sé que ya hemos practicado los vuelos, pero no durante una tormenta. ¿Estás seguro de poder hacerlo?

    Sí. Me siento fuerte, puedo transportarte fácilmente. Pero debemos tomar una de las sillas más grandes, por si acaso. Es más seguro, y estaré más cómodo si llevas unos estribos y riendas adecuados. Nydeired se detuvo un momento, sintiéndose repentinamente más preocupado. "Elías, ¿crees que nos encontraremos algún peligro? No es que tenga miedo, pero no quiero

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