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La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho: Dragones de Durn Saga, #8
La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho: Dragones de Durn Saga, #8
La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho: Dragones de Durn Saga, #8
Libro electrónico201 páginas2 horas

La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho: Dragones de Durn Saga, #8

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Información de este libro electrónico

LA DESTRUCCIÓN DE MIKLAGARD es el libro ocho de la serie Los Dragones de Durn Saga de Kristian Alva.

 

 

Después de la impactante destrucción de la Torre Aonach, los jinetes de dragón tratarán de salvar la ciudad de Miklagard de un destino similar. Mientras el Alto Consejo discute y pelea sobre el futuro, un grupo mortal de hechiceros se reúne fuera de las fronteras de Miklagard para derramar destrucción sobre la ciudad. Los jinetes de dragones se encuentran en medio de un choque peligroso entre las fuerzas de la justicia y el poder.

 

¿Tendrán éxito los jinetes de dragones, o la ciudad de Miklagard caerá en la eterna oscuridad?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 nov 2020
ISBN9798201333980
La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho: Dragones de Durn Saga, #8
Autor

Kristian Alva

Kristian Alva is a bestselling fantasy author. Her books have reached #1 in Juvenile Fantasy on Amazon UK and Amazon Australia. When she's not writing, she enjoys reading all genres, especially epic fantasy. She lives in Nevada with her family.

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    La Destrucción de Miklagard, Los Dragones de Durn Saga, Libro Ocho - Kristian Alva

    Libros de Kristian Alva

    Dragones de Durn, Libro Uno

    El Retorno de los Jinetes de Dragón, Libro Dos

    El Emperador Inmortal, Libro Tres

    La Maldición Balborita, Libro Cuatro

    La Ascensión de los Maestros de la Sangre, Libro Cinco

    La Redención de Kathir, Libro Seis

    Enemigos en las Sombras, Libro Siete

    La Destrucción de Miklagard, Libro Ocho

    La Traición, Libro Nueve

    Novelas

    El Nido: Las Aventuras de los Dragones de Durn

    La Bruja de las Cavernas (próximamente)

    Nydeired (próximamente)

    Trilogías

    Los Dragones de Durn Saga, Trilogía

    Las Crónicas de Tallin, Trilogía

    Magos Rebeldes, Trilogía

    Aviso de Copyright

    ©2020. PRIMERA EDICIÓN. Byzine Licensing.

    Este libro contiene material protegido por leyes y tratados sobre Copyright nacionales e internacionales. Cualquier reimpresión no autorizada de este material está prohibida. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida sin el consentimiento expreso por escrito de la empresa editora. Impreso en los Estados Unidos de América. The Dragon Stones Saga es una marca registrada ® en los EEUU.

    Editor: Moisés Serrato

    Traductor: Mario Gómez

    Descubre más sobre la autora en su página web oficial: www.KristianAlva.com.

    Dedicado a mis hijos, los dragoncitos más dulces de todos.

    MAPA

    1. Volando por Elías

    SELA MATU MIRABA HACIA abajo desde la silla de su dragona, recorriendo con la mirada el árido paisaje que se extendía a sus pies. Volando rápidamente, batallando contra el viento y la lluvia, viajaban a toda velocidad hacia la frontera del desierto.

    Varios días atrás, en las profundidades de las catacumbas de la Torre de Aonach, habían encontrado a Elías inconsciente. Su espíritu había sido atrapado en el interior de un atrapa-almas; un amuleto mágico usado por los chamanes nómadas para archivar los recuerdos de sus ancianos moribundos.

    En la oscuridad, un hechicero desconocido había tratado de robar los recuerdos de Elías. Aunque su intento había fracasado, el sanador quedó en estado cataléptico por el extraño encantamiento. Si permanecía en esa condición demasiado tiempo, moriría.

    Aquella no era la única cosa terrible que había ocurrido en la Torre de Aonach. El elfo Daakul, junto con el dragón al que acababa de vincularse, Atejul, había destruido la torre como venganza por la muerte de su madre, la reina Xiilthara. Fue solo la intervención de Sela lo que detuvo su furia asesina, pero no sin antes dejar un rastro de destrucción a sus espaldas. Ahora los jinetes de dragones estaban regresando al desierto, y Elías luchaba por su vida.

    En lugar de montar a Brínsop, la dragona a la que estaba vinculada, Sela iba a lomos de Nydeired, el enorme dragón blanco fusionado con Elías Dorgumir. El joven no podía disfrutar su vuelo, porque su cuerpo inconsciente se encontraba atado frente a ella, atravesado sobre la silla como un saco de patatas.

    Sela apartó unos húmedos mechones de la frente del sanador, cuyas mejillas tenían un tono sonrosado debido al calor. Aunque respiraba establemente, su estado seguía siendo delicado. La jinete le puso una mano sobre el pecho, tranquilizada por el ritmo regular de sus latidos. Elías se movió un poco, dando un gemido. Sela sabía que era ilógico, pero aquel pequeño movimiento le dio esperanzas de que su compañero sobreviviría. Mientras siguiera respirando, no dejaría de intentar salvarlo.

    A medida que avanzaban, el paisaje iba tornándose un seco paraje de matorrales; signo inequívoco de que se acercaban al desierto. Una suave brisa soplaba en dirección ascendente, transportando nubecillas de polvo que se adherían a la piel y al cabello de la jinete. Mirando sobre su hombro, pudo ver a Brínsop volando firmemente a sus espaldas, con Sisren y Tinlaap sobre su lomo. Por su condición de dragona carneliana, Brínsop era mucho más pequeña que Nydeired, pero poseía mucha más experiencia transportando humanos. Puesto que sus dos pasajeros no estaban habituados a montar en dragón, se decidió que ella los llevaría.

    Sisren iba sentada rígidamente, con la espalda recta y mirando solo hacia delante. No parecía asustada, pero tampoco cómoda. Tinlaap se apoyaba pesadamente en ella, con los ojos fuertemente cerrados y la cara volteada hacia un lado.

    Ya llevaban dos días viajando, y el cansancio se reflejaba en sus rostros. Ninguno había dormido la noche anterior, todos sabían que la vida de Elías dependía de llegar hasta Haluk a tiempo. El poderoso chamán era la única persona que sabía cómo romper el encantamiento que mantenía a Elías prisionero en su propio cuerpo. Tinlaap, antiguo discípulo de Haluk, no tenía el suficiente poder para revertir el hechizo, pero fueron sus conocimientos lo que les permitió entender la situación y decidir qué hacer. El joven mago había reconocido el encantamiento realizado contra Elías, y les informó de la necesidad de ver a su maestro. De no haber tenido esta información crucial, podrían haber dañado accidentalmente o abandonado el atrapa-almas, sin darse cuenta de su importancia. Gracias a la ayuda del muchacho al menos tenían la esperanza de una solución; solo tenían que llegar a tiempo.

    Sela escudriñó la distancia, protegiéndose los ojos con la mano. La frontera oficial del desierto era ahora visible, marcada por un largo terraplén de arena compactada. Miles de sacos de lona, llenos de mortero y arena, se apilaban unos sobre otros como el muro de una fortaleza. Aquel límite artificial era un vestigio del reinado del Emperador Vosper, cuando la frontera era constantemente patrullada por tropas imperiales. La barrera marcaba el inicio de un mar de dunas que se extendía hasta donde el ojo podía ver.

    Ahí está la frontera, dijo la jinete, señalando la línea de sacos bañada por el sol.

    Gracias al cielo, por fin hemos llegado. Brínsop usaba su piedra de dragón para hablar con Sela en un hilo telepático. He extrañado los cielos del desierto.

    ¿Cómo te sientes, estás muy cansada?, preguntó Sela.

    La dragona bufó. ¿Sinceramente? ¡Estoy mucho más hambrienta que cansada! Nydeired y yo no hemos comido desde hace días.

    Sela sintió una punzada de culpabilidad. Lo lamento, no quería forzaros tanto, pero el estado de Elías es grave.

    La preocupación por su compañero jinete la había hecho olvidar que los dragones no habían comido desde que salieron de la Torre de Aonach, o lo que quedaba de ella. En el trayecto, Sela había comido un poco de pan y bebido algo de agua. Por otra parte, Sisren y Tinlaap habían hecho lo mismo, comer raciones de las alforjas de Brínsop, pero los dragones llevaban días sin alimentarse. Por supuesto que estaban hambrientos.

    Nydeired no ha mencionado nada sobre comida, dijo Brínsop, dirigiendo sus ojos leonados hacia su compañero. Debe estar realmente preocupado por Elías, es él quien suele tener un hambre voraz.

    Probablemente esté demasiado nervioso para pensar en cualquier cosa en este momento.

    Yo también estaría nerviosa si te encontraras en peligro. Odio decir esto, pero me alegra que no hayas sido tú quien quedó atrapada bajo la torre. No quiero imaginarme la vida sin ti.

    Bueno, me alegro, porque pienso darte guerra mucho tiempo.

    Hablo en serio. Cuando me imagino lo horrible que sería para Nydeired si Elías muriera, me pongo a pensar en qué pasaría si fueras tú. Ni siquiera puedo concebir el perderte.

    Sela no bromeó más, pero tras un momento de silencio dijo: Por favor... no hablemos de esas cosas. Sé que todo es complicado ahora mismo, pero debemos permanecer positivos... por el bien de Elías. Brínsop se limitó a suspirar.

    La jinete oteó el horizonte. Aún estaban muy lejos del campamento de Haluk, pero todos necesitaban algo de comida y descanso si iban a continuar el viaje; estarían en grandes apuros si cualquiera de ellos se desmayaba por el camino. Así pues, decidieron detenerse para dar a todos la oportunidad de descansar. Incluso unas pocas horas de sueño serían de gran ayuda. El sol ya había iniciado su descenso cuando se posaron sobre un saliente rocoso.

    Un puñado de árboles, cubiertos de maleza ofrecían algo de sombra. Cansados, los jinetes desmontaron y se tiraron para descansar y comer. Brínsop olfateó el aire; el pasatiempo favorito de cualquier dragón era cazar, especialmente en el desierto. Las presas eran abundantes allí, incluyendo conejos de las dunas, gansos y muflones, que eran sus favoritos.

    La dragona invitó a Nydeired a cazar con ella, pero el dragón afirmó no sentirse bien. Brínsop alzo el vuelo y se dirigió a buscar su comida. En menos de una hora logró cazar varios conejos de las dunas. Al regresar, le ofreció uno de ellos al dragón blanco, pero su compañero se negó a probar siquiera un pequeño bocado.

    Cómelos tú, por ahora no tengo hambre. Buscaré presas más grandes cuando lleguemos al campamento de Haluk. Aunque no mencionó el motivo, todo el mundo sabía que su preocupación por Elías le había hecho perder el apetito.

    Tras unas pocas horas de descanso se pusieron nuevamente en marcha, volando hacia el sol poniente. El cielo se oscurecía gradualmente, iluminando el horizonte de un matiz púrpura oscuro. Un dulce aroma impregnaba el aire, y la temperatura empezaba a refrescar. Las lluvias primaverales habían regado las semillas que se habían mantenido inactivas en el suelo durante años. Los acantilados cercanos estaban cubiertos de una vívida alfombra de florecillas rosas y blancas. Sela inspiró profundamente, absorbiendo el suave perfume floral.

    Tras la puesta de sol, un pequeño rebaño de carneros silvestres apareció en el horizonte. Los animales pastaban perezosamente en un páramo arenoso, buscando hierbas y matorrales secos sin sospechar que voraces depredadores volaban sobre ellos.

    Sela señaló sus redondos y lanosos cuerpos. ¡Mirad esos carneros! Las primeras lluvias les han dado muchas hierbas para pastar, están muy sanos y regordetes. No tendréis ningún problema para capturar uno o dos para la cena.

    Brínsop observó con expresión hambrienta a las plácidas criaturas, lamiéndose sus escamosos labios con una lengua de color rojo intenso. Pero aunque la tentadora visión de un banquete tan sencillo hizo frenar un instante a los dragones, ambos decidieron seguir adelante sin decir nada a los humanos. Finalmente, Nydeired preguntó por Elías. Durante toda la travesía había intentado mantener una postura valiente, pero ahora su preocupación se había vuelto demasiado difícil de ocultar.

    ¿Cómo está Elías?, preguntó.

    Más o menos igual, respondió Sela, procurando mantener una voz neutra. Respira regularmente, y su pulso es constante... está estable, eso es lo más importante.

    Ya no puedo sentir sus pensamientos. Cuando lo encontrasteis en las catacumbas, podía sentir algo. Emociones amortiguadas, sentimientos... parecido a cuando duerme. Pero ahora ya no siento nada. Pensamientos. Consciencia. Nada. Sé que está vivo, pero eso es todo.

    Sela volvió a tocar la frente de Elías, retirándole el cabello hacia atrás. Su rostro tenía una expresión vacía, como si todos sus rasgos se hubieran congelado. Decidió mantenerse optimista de pensamiento y de palabra. Hoy conseguí hacer que tragara algo de agua. Eso es una buena señal.

    Se debilita día tras día.

    Sela se mordió el labio. Era verdad... todos lo sabían. Pero no veía qué ventaja podía tener decirlo en voz alta. Debes mantenerte positivo. Elías es joven y fuerte. Estamos haciendo todo lo que podemos para ayudarle, y Haluk será capaz de hacer algo más por él.

    Por favor, dímelo sinceramente. ¿Realmente crees que Haluk puede salvarlo?

    Ella bajó la mirada. Siendo sincera, no conocía muy bien a Haluk. Incluso sabía casi nada de la misteriosa magia de los nómadas, incluyendo el inaudito sortilegio que mantenía hechizado a Elías en primer lugar. Pero no podía decirle nada de eso a Nydeired, porque tan solo le haría sentirse peor. Se forzó a sonreír y trató de calmar los miedos del dragón: Sé que esta es una situación complicada para ti, pero intenta no desesperarte. Haluk es muy sabio, y los encantamientos de objetos son su especialidad. Lo sabe todo sobre ese tipo de magia. Tras una pausa, añadió; Te diré esto: Si alguien puede salvar a Elías, ese es Haluk.

    ¿Realmente lo crees?, volvió a preguntar Nydeired.

    Sí, realmente lo creo.

    El dragón asintió, aparentemente reconfortado por sus palabras. La mirada de sus negros ojos volvió a enfocarse hacia el horizonte. Sela dio un suave suspiro, aliviada de haber dejado el tema a un lado e intentando consolarse observando el paisaje mientras avanzaban por el firmamento.

    Alrededor de la medianoche aparecieron las viviendas dispersas de una pequeña aldea. Aquellas estructuras, de pequeño tamaño y fabricadas en adobe, eran una visión bienvenida; significaban que estaban acercándose a su destino.

    Las horas fueron diluyéndose. Las nubes nocturnas se despejaron y la luna apareció, esparciendo su luz plateada por el desierto. El paisaje se extendía interminablemente frente a ellos, cobijado por un mar de relucientes estrellas.

    Finalmente se detuvieron unas horas antes del amanecer para comer y dar descanso a los dragones. No se molestaron en acampar ni en encender una hoguera. Sela y Tinlaap desataron a Elías de la silla y lo colocaron en el suelo, cubriéndolo con mantas. Una vez más, la jinete logró hacerle tragar algo de agua, pero el joven no abrió los ojos. Tras comer apresuradamente unas galletas secas, Sela, Sisren y Tinlaap se derrumbaron sobre sus esteras y se quedaron dormidos de inmediato. Parecían haber pasado solo unos minutos cuando la voz de Sisren los despertó. Hora de levantarse, dijo simplemente. Parecía fresca y vivaz, como si hubiera dormido horas y horas.

    Sela se frotó los ojos, gimiendo mientras sus sobreexigidos músculos protestaban. Dioses, me siento como si no hubiera dormido nada. ¿Qué hora es?

    Casi ha amanecido. Tenemos que irnos, replicó Sisren.

    La jinete tenía el cuerpo dolorido y le escocían los ojos, pero apartó su manta de lana y se puso en pie. Me estoy haciendo demasiado vieja para esto, susurró para sí misma.

    Ambas mujeres recogieron en silencio, dejando a Tinlaap dormir un poco más. Cuando lo despertaron, el muchacho apenas podía abrir los ojos, y durante un rato estuvo totalmente desorientado, pero al poco se recompuso y volvió a su lugar en la silla detrás de Sisren.

    Se pusieron de nuevo en marcha. Sela estaba decidida a alcanzar su destino ese día. El cielo tenía un tenue brillo que señalaba el amanecer, y la jinete observó cómo la luz del sol empezaba a esparcirse por el paisaje. Cuando pasaban sobre alguna aldea, los nómadas salían de sus cabañas y los saludaban desde el suelo. Los niños gritaban con deleite mientras los dragones los sobrevolaban, y a veces corrían tras ellos hasta perderlos completamente de vista.

    Los nómadas eran un pueblo amistoso, y cualquiera de las aldeas los habría recibido gentilmente, les habría ofrecido una comida y un lugar para descansar, pero no podían detenerse. No debían detenerse.

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