La buena cocina sin sal
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La buena cocina sin sal - Patrizia Cuvello
Patrizia Cuvello - Daniela Guaiti
con la colaboración de Anna Prandoni
la buena cocina
sin sal
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. DE VECCHI EDICIONES, S. A.
AGRADECIMIENTOS
Las autoras desean agradecer a Marco y Maria su valiosa colaboración.
Traducción de Parangona, Realització Editorial S. L.
Diseño gráfico de la cubierta de Design 3.
Fotografías de Marco Giberti.
© De Vecchi Ediciones, S. A. 2012
Diagonal 519-521, 2º 08029 Barcelona
Depósito Legal: B. 19.419-2012
ISBN: 978-84-315-5496-5
Editorial De Vecchi, S. A. de C. V.
Nogal, 16 Col. Sta. María Ribera
06400 Delegación Cuauhtémoc
México
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de DE VECCHI EDICIONES.
Introducción
La cantidad de sal de cocina (cloruro sódico) que se ingiere con la alimentación varía considerablemente según las costumbres alimentarias de los diversos países y según el gusto individual. El sodio está presente en pequeñas cantidades en casi todos los alimentos naturales, aunque el suelo en sí no es especialmente rico en esta sustancia. Pero la cultura de los países occidentales propone como costumbre consolidada un uso abundante de sal en la cocina: nuestro modelo alimentario insiste en exaltar —o, mejor, enmascarar— los sabores con la adición de sal, y después tenemos que aprender como niños a educar nuestro gusto para que aprecie el sabor natural de los productos.
Comer sin sal puede ser un descubrimiento para todos, no sólo para combatir la hipertensión arterial u otras patologías, también para el que padece retención de líquidos o, sencillamente, para quien quiere reducir la celulitis. En efecto, apartar la sal de nuestros platos devuelve al primer plano el sabor original de los ingredientes y revela cómo la ausencia de sal no es sinónimo de ausencia de sabor. Por el contrario, liberada de la pátina de uniformidad añadida más por las convenciones tradicionales que por exigencias reales del paladar, la cocina sin sal ofrece una riqueza y una variedad de sabores, aromas y perfumes que sorprende también al que no está obligado a comer sin sal por consejo del médico.
La civilización de la sal
En el organismo humano, la sal desarrolla funciones muy importantes en el mantenimiento del equilibrio entre los líquidos y las sustancias sólidas, además de la regulación de la presión interna de nuestras células y de asegurar el buen funcionamiento de nervios y músculos. Todavía hoy, algunas poblaciones tienen una dieta muy pobre en sal. En cambio, los habitantes de las regiones más desarrolladas no sólo hacen uso de alimentos a los cuales se ha añadido sal (alimentos enlatados, carnes en conserva, etc.), sino que también practican la costumbre de utilizar sal durante la cocción y la preparación de los alimentos. En los países occidentales, el consumo de cloruro sódico por persona es de unos 10 gramos al día, que se corresponden con unos 4 gramos de sodio. El sodio ingerido, si excede las exigencias del organismo, se elimina con el sudor y, en menor cantidad, con las heces, pero sobre todo a través de la orina, por lo que hay riesgo de sobrecargar de trabajo a los riñones. Por el contrario, una disminución de sodio en el organismo se puede verificar en todas las circunstancias en las que se produce un aumento de la pérdida de líquidos, como en el caso de sudoración abundante, fiebre muy alta, diarrea intensa y prolongada o abuso de diuréticos. En esos casos, la carencia de sodio determina una disminución del volumen de los líquidos que circulan, como la sangre, y provoca la disminución de la presión arterial, desvanecimientos, confusión mental, pérdida de fuerza y calambres musculares.
Sin embargo, son mucho más frecuentes las complicaciones derivadas de un uso excesivo de sal: se ha demostrado que una alimentación demasiado rica en alimentos salados está relacionada con diversas patologías, como el aumento de los valores de la presión arterial y, en consecuencia, de las enfermedades cardiovasculares, además de algunos tipos de tumores localizados en el nivel gástrico. Para algunas enfermedades de los riñones, del corazón y del hígado se prescriben dietas absolutamente privadas de sodio que a menudo los pacientes toleran mal, tanto que desearían abandonarlas.
Obviamente, en estos casos es indispensable que sea el médico o el especialista el que establezca una dieta adecuada.
LA SAL EN LA HISTORIA
En el siglo VI d. de C., Casiodoro escribía: «Bien puede ser que a alguno no le interese el oro, pero no hay nadie que no desee poseer sal, con la que todos los alimentos son más agradables».
En el pasado, la sal era indispensable para conservar alimentos que, si no, se deterioraban: en todas las sociedades antiguas, el control de las salinas y de las minas de sal gema era un arma importante per ejercer el poder político y administrativo. Así sucedía en la China del primer milenio a. de C., en el Egipto de los Ptolomeos y en Mesopotamia. En la Roma republicana, la importancia de la sal era tal que a los soldados se les pagaba con este mineral: todavía hoy el término «salario» nos recuerda que la sal se utilizaba como moneda de cambio.
Venecia empezó a construir su imperio comercial gracias al tráfico de sal. Las «gabelas» introducidas en el año 1200 en Francia no eran más que impuestos sobre la sal. Actualmente, todavía se confía el control de la sal a los Estados, que en muchos casos detentan el monopolio. Esta situación es el resultado de una larga tradición: la sal ya no es indispensable, dada la variedad nutricional de los alimentos disponibles (al menos en los países más avanzados) y a la eficacia de las actuales técnicas de conservación.
SAL Y SALES
Una cucharadita de sal de cocina está compuesta sobre todo por una sustancia incolora e inodora, el cloruro sódico, y de cantidades mínimas de agua (1-3 %), sulfato de calcio (1 %), sulfato de magnesio (0,2-0,3 %) y cloruro de magnesio (0,05-0,1 %).
Casi toda la sal que se comercializa en España está constituida por sal marina, pero también se encuentran sales procedentes de aguas subterráneas y de minas (como las de Cardona o de Cabezón de la Sal). Sin embargo, en todos los tipos de sal el componente principal es el cloruro sódico: en la sal marina, esta se separa de las otras sales (de yodo, de cobre, de magnesio, de zinc, de calcio) mediante un sistema de derrubio con agua de mar. Después la sal se refina y, para terminar, a la sal «fina» se le añade carbonato de magnesio, que evita la absorción de agua. La sal marina no refinada (o integral) es más rica en minerales y es una fuente de oligoelementos fundamentales para el