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La Sacerdotisa: Los pasajes de Olinus, #1
La Sacerdotisa: Los pasajes de Olinus, #1
La Sacerdotisa: Los pasajes de Olinus, #1
Libro electrónico243 páginas3 horas

La Sacerdotisa: Los pasajes de Olinus, #1

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La Sacerdotisa es el primer volumen de la saga "Los Pasajes de Olinus", un viaje fantástico a través del tiempo y el espacio, siguiendo un ambicioso Proyecto que busca dar solución al trágico destino de la especie humana y el Universo. Cuenta la historia de Rijna, la primera Audaz, su llegada a Terrania y la creación del Santuario de los Misterios. Son tiempos bárbaros, de invasiones,nomadismo y las primeras civilizaciones empiezan a surgir con grandes esfuerzos y penurias. Rijna trae la misión de abrir el primer Pasaje, contando para ello con maravillosos objetos de otra civilización que deben ser protegidos a toda costa. En su defensa se comprometerán otra serie de personajes, los cuales deberán luchar desesperadamente contra seres ambiciosos, extrañas bestias y soñadas criaturas de la mitología.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2018
ISBN9788417237226
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    La Sacerdotisa - Jesús Delgado Vázquez

    A la memoria de

    Isaac Asimov

    Toda tecnología lo suficientemente

    avanzada es indistinguible de la magia.

    (3ª Ley de Arthur C. Clarke)

    Mapa de Terrania

    1.  La venida

    En la costa noroeste del Continente Central de Terrania, hay una pequeña ensenada que hace de puerto pesquero para la aldea de Dilos. Una de sus orillas presenta un afloramiento rocoso, de no mucha altura, donde los aldeanos han tallado un sencillo santuario dedicado a la Diosa de la Luna. Desde la arena parten dos escaleras pétreas de poca altura, a izquierda y derecha de un amplio saliente cuya pared del fondo se ha alisado, y en la cual hay una hornacina para depositar la imagen de la diosa en las celebraciones religiosas.

    En el atardecer del equinoccio de primavera, la figura sagrada es sacada en procesión de su recinto en la aldea, llevada a hombros de sus fieles hasta el borde del mar y colocada en la hornacina. Después, los habitantes del poblado cubren de ofrendas la cornisa que la sustenta e iluminan la imagen con antorchas fijadas a la pared y lámparas llenas de aceites perfumados. Allí, en alegre fiesta sobre la playa, esperarán la llegada de la noche y la gloriosa subida de la divinidad en el espacio estrellado. Entonces, con la Luna resplandeciente en el firmamento alumbrando la tierra y las suaves olas marinas, sacrificarán el cordero lunar, la víctima propiciatoria de las bendiciones sobre los campos, los ganados y las redes de los pescadores.

    Una primavera más, en la aldea de Dilos todo el mundo se preparaba para los actos cultuales. A la caída de la tarde, los aldeanos empezaban a formar la comitiva que se dirigiría a la morada donde la diosa habitaba durante todo el año, situada en el centro del caserío. Las Vírgenes llevaban el preciado manto, tejido con esmero, con el que cubrirían la noble madera de la talla sagrada. Eran las primeras autorizadas a penetrar en la casa divina.

    El santuario aldeano consistía en un recinto rectangular con un muro bajo de piedra, continuado en adobe hasta una altura aproximada de dos metros y medio. En el centro, dos grandes columnas de madera, unidas en lo alto por una gruesa viga horizontal, sostenían los largos varales que desde la pared de adobe iban a confluir en dicho travesaño. Esta especie de tejado a dos aguas aparecía cubierto de haces de maleza seca perfectamente dispuestos. En el centro del tejado se había dejado un hueco por donde pudiera salir el humo originado por los incensarios y el fuego sagrado, cuyas brasas nunca se apagaban.

    Entre las columnas, un modesto altar sostenía la figura de la Diosa de la Luna, iluminada por la tenue luz de dos lámparas de aceite. Mientras las Vírgenes se ocupaban de vestir a la imagen con el manto procesional, el gentío seguía entrando alegre, rompiendo el silencio del santuario e iluminando su interior con multitud de pequeñas lamparillas de cera, listos para sacar a la diosa y dirigirse a la playa cercana.

    Fuera del santuario, los aldeanos se organizaban ya en procesión. En los últimos días, muchas jóvenes se habían ocupado de elaborar vistosas coronas de flores para adornar sus cabellos. Llevaban ofrendas de todo tipo: alimentos, piedras llamativamente pulidas o con destellos cristalinos, collares y pulseras multicolores e incluso algunos objetos de oro toscamente trabajados. Algunos artesanos portaban pequeñas y graciosas figuras en arcilla de la Diosa de la Luna, con sus característicos cuernos sobresaliendo de la cabeza.

    La multitud dirigió sus pasos hacia el mar, llevando a la diosa y cantando sus alabanzas. El sol se ocultaba ya por el horizonte al llegar a la playa, y cuando la diosa fue instalada en la sencilla capilla de piedra al lado de las aguas, y las rocas frente a ella se cubrieron de flores y ofrendas, las primeras estrellas empezaban a brillar en el cielo. Luego, la muchedumbre se distribuyó alrededor de las hogueras, cantando y bailando mientras esperaban el banquete sacrificial.

    Avanzada la noche, un arco de luz comenzaba a emerger donde el horizonte del mar se unía con las estrellas. El astro divino subía lentamente a la par que se agrandaba y redondeaba su forma. La multitud detuvo sus cánticos y se puso en pie, aguardando expectante el pleno triunfo de la diosa, su alzamiento y gloria en los cielos.

    Sin embargo, se produjo algo muy distinto de lo que esperaban.

    Al principio solo fue una pequeña luz titilando en el aire, alzada unos metros sobre la rompiente arenosa de las olas. Luego, con un raro chasquido, se extendió en una especie de rendija vertical, irregular y luminosa, hendiendo el tejido del espacio. Rayos brillantes emergieron desde ella abriéndose en abanico, oscilando a un lado y a otro, arriba y abajo, mientras la desgarradura espacial se hacía más grande a cada instante.

    Un murmullo de asombro corrió por el gentío, estupefacto y temeroso. De pronto, la hendidura se abrió por completo en un círculo radiante y cegador que iluminó todo como si fuera de día. La multitud dio un paso atrás, alejándose aterrada de aquel desconcertante fenómeno y quedó a la expectativa en un gran semicírculo alrededor de la luciente abertura espacial. Esta no dejaba de ser recorrida incesantemente por vertiginosos haces de luz azulada. Un extraño olor a ozono impregnó la atmósfera.

    Los aldeanos permanecían congelados, atemorizados, sin osar acercarse, pero tampoco sin decidirse a huir. Algo se estaba materializando en el centro del círculo de luz: una figura humana.

    Poco a poco, la circunferencia que la aureolaba se fue estrechando mientras la luz cedía. Pronto quedó reducida a un nimbo radiante, envolviendo la aparición. Los habitantes de Dilos pudieron ver, entonces, a una joven de gran belleza, cubierta con una blanca túnica, refulgiendo serenamente sobre las mansas olas de la playa.

    Llevaba al cuello un brillante collar terminado en un medallón en cuyo interior se movían inquietas ráfagas de luz azul. Entre sus dos manos sostenía un cubo cubierto de caracteres desconocidos.

    La mujer aparentaba alrededor de unos treinta años. Su semblante rebosaba calma y sabiduría. Una leve sonrisa curvaba sus labios perfectos en dulce expresión protectora. Sus grandes ojos verdes, iluminados todavía, parecían reflejar y comprender el asombro de los aldeanos que la miraban temerosos, algunos de los cuales se arrodillaban ya murmurando ¡la diosa, la diosa!, susurrando preces y haciendo genuflexiones. Un largo cabello castaño claro envolvía el maravilloso óvalo de sus facciones, para ir a caer en suaves volutas sobre los pliegues de la blanca túnica sedosa que cubría su pecho. Ceñida a la cintura por un cordón dorado, el vestido caía en hermosos pliegues hasta las bellas sandalias de plateadas tiras que cubrían sus pies. Entonces los posó sobre las primeras arenas.

    RIJNA AQUIETÓ SU ÁNIMO, inevitablemente sobresaltado por el desplazamiento. Recuperó su equilibrio psicológico y físico, violentado por la vorágine de la negra noche espacial y deslizó una lenta mirada en derredor. Vio a los pobladores de Dilos incorporándose, mirándola a su vez llenos de temor, y comprendió que debía tranquilizarlos lo antes posible.

    En una velocísima ojeada mental, sondeó sus conciencias y supo por qué estaban congregados allí. Reconoció sus creencias y cómo cierta afortunada casualidad había hecho que la mayoría comenzasen a creerla una pura encarnación de la Diosa de la Luna. Era la forma más conveniente de empezar y por eso les habló así, en su mente:

    —Hombres y mujeres de Dilos. No temáis. No estoy aquí por enojo de la Diosa, sino por su amor a vosotros y porque os ha designado como merecedores de su bondad. Por eso me ha enviado a mí, Rijna, como sacerdotisa de su culto, para que levantemos aquí, sobre este viejo santuario, otro mucho mayor, el que la Diosa merece. En él, vuestro pueblo y adoradores de otras tribus podrán profundizar en los Misterios de la Divinidad, extendiendo su culto por el mundo. De esta manera la Diosa derramará sus bendiciones sobre todos vosotros...

    Los aldeanos sintieron una caricia benefactora en lo más hondo de su conciencia, se sosegó su alma y llegó a ella una honda predisposición para entregarse a los designios de la Diosa y su sacerdotisa. Algunos se adelantaron hasta la línea de las olas, venciendo su temor, y ofrecieron sus coronas y sus regalos a la recién llegada, quien los aceptó con una suave sonrisa.

    Rijna caminó sobre las arenas dirigiéndose hacia la capilla de las rocas. Todavía la recubría su aureola luminosa azul, resaltando aún más su condición divina ante el círculo de gentes asombradas que intentaban tocarla a ella y a sus vestidos.

    Subió las escaleras roqueñas y, colocándose al lado de la talla sagrada, volvió a comunicarse mentalmente con la muchedumbre congregada a sus pies:

    —Vosotros, fieles de la diosa, habéis sido llamados para extender su culto por todas las tierras. A partir de mañana tenemos una divina tarea que cumplir levantando aquí, al borde de estas playas, el Santuario de los Misterios, desde el cual la diosa derramará su sabiduría sobre toda la humanidad.

    Los aldeanos prorrumpieron en cánticos de aceptación y alabanza. Rijna percibió su éxtasis y su firme disposición a seguir las indicaciones de la que ya consideraban sacerdotisa divina. Entonces se relajó, suspiró para sí y se dijo que quedaba mucho trabajo por hacer hasta que el Santuario fuese gloriosamente conocido, respetado y temido.

    INTERLUDIO

    —I nsisto: ¿se ha calculado bien si unas expediciones más nutridas no asegurarían mejor el éxito del Proyecto?

    Los asistentes a la reunión llevaban algún tiempo discutiendo este punto y quien había tomado la palabra en esta ocasión era un joven de aspecto inquieto y vivaz. Le contestó una mujer de apariencia madura y concentrada, moviendo raros signos en una pantalla semitransparente que parecía flotar en el espacio, sobre una especie de mesa elipsoidal sin soportes.

    —Los cálculos indican que el porcentaje de error de la función de masa subiría exponencialmente hasta el 40 por ciento. Con la masa mínima utilizada, el porcentaje de error es de una cienmillonésima. — aseguró con firmeza—. Además, la descompresión del tiempo en la llegada puede dilatar los hechos incluso siglos, si consideramos el plazo máximo, y con expediciones masivas existirían más posibilidades de distorsiones históricas catastróficas.

    —Los supongo a ustedes conscientes de que vernos obligados a una compresión tal del tiempo en la salida nos obliga a esperar el desarrollo del Proyecto durante meses, que hasta pudieran ser años —insistió el joven.

    La mujer le dejó terminar sin interrupción, esbozando una media sonrisa casi indulgente. Sabía que Zéndar, el joven interlocutor, era un ferviente opositor al Proyecto, considerando los ingentes recursos necesarios para este, pues el asambleísta pensaba que podían dedicarse a necesidades más cercanas y apremiantes. La presidenta de la Asamblea, conocía también sus intentos de soliviantar a las masas populares, difundiendo opiniones contrarias al desarrollo de aquella idea, convertida ya en la meta final de su vida para casi todos los asistentes a aquella reunión.

    —Somos conscientes, por supuesto, pero no entendemos la premura que usted manifiesta. El tiempo previsto para el desarrollo del Proyecto no es prácticamente nada en comparación con la extensión de nuestras vidas. Afortunadamente, el tratamiento genético nos permite una existencia suficientemente larga como para ver la recompensa de nuestros esfuerzos mucho antes de que desaparezcamos. ¡Pero si hubiera que dedicar toda nuestra generación, aún merecería la pena! —concluyó la mujer firmemente, con un brillo de iluminación irrevocable en sus ojos.

    La interviniente cerró la pantalla táctil flotante y la Asamblea, dando por concluida la discusión sobre este tema, se enfrascó en otros asuntos más cotidianos.

    2.  El Santuario de los Misterios

    ARijna no le llevó mucho tiempo aprender el lenguaje de los lugareños. No le gustaba la intromisión mental, violentar la conciencia de alguien sin necesidad. Por eso no tardó en estar hablando normalmente y sin dificultad alguna en la lengua nativa de quienes la consideraban un ser tan divino como la propia Diosa.

    La comunicación más fácil conllevó que los trabajos avanzaran deprisa y todo el entorno de la aldea se transformó aceleradamente. A los cinco años el Santuario ofrecía ya un aspecto majestuoso: se había acondicionado una explanada de unos cuatrocientos metros de lado, circundada por un perímetro de más de kilómetro y medio de murallas. Estas se confeccionaron con un mortero especial, cuya composición había facilitado Rijna a los constructores. Su solidez la atestiguarían los tiempos venideros. En la fachada sur, dos esbeltas torres en cada esquina vigilaban la llanura cruzada por la corriente fluvial que abastecía a Dilos. En el centro de dicha parte de la muralla, un pequeño castillete guardaba la gran puerta de acceso, uno de cuyos batientes estaba labrado bellamente con imágenes de la venida de la sacerdotisa mientras el otro mostraba la imagen misma de la diosa.

    La fachada norte estaba ocupada en su centro por un espléndido templo dedicado a la divinidad lunar, el cual ofrecía en su frontón principal, mirando al sur, una escena de Rijna sentada sobre una media luna surgiendo de entre las olas. Sus manos asían los cuernos lunares mientras una multitud de rayos brotaban del talismán que colgaba de su cuello. En el friso aparecían esculpidos muchos de los trabajos que habían culminado en esta obra esplendorosa, así como las actividades cotidianas de las humildes gentes de Dilos: imágenes de la siembra, de la cosecha, de las redes llenas de peces, de la caza en los bosques cercanos y de las fiestas y comitivas religiosas. La parte trasera del templo estaba adosada a la muralla, estando las otras tres caras antecedidas de un porche columnado sobre un basamento de tres escalones. Pasada la puerta de entrada al templo, se penetraba en un recinto rectangular donde, bajo la difusa y suave luz de algunas lámparas en las paredes, se podía admirar una copia grandiosa en mármol de la humilde talla venerada por los aldeanos anteriormente. Dicha talla no había desaparecido, sino que seguía adorándose en una pequeña capilla, en la parte izquierda del templo.

    Recubierta de un baño de plata, firme sobre un alto pedestal, se cernía sobre un estanque que simbolizaba el mar, un estanque de aceites perfumados en el cual flotaban pétalos de multitud de flores diversas. Una gran cantidad de ofrendas de todo tipo se iban acumulando alrededor de la esbelta figura.

    Fuera ya del templo, a ambos lados, se veía un lienzo de muralla con sendos bancos corridos, sombreados en cada caso por varias palmas de grandes hojas abiertas en amplio abanico, como heraldos del cercano mar. Y más allá de los asientos de piedra, muy utilizados por los fieles, comenzaban dos grandes edificios anexos, las viviendas para los colegios sacerdotales. Porches de arquería a todo lo largo, delimitaban un primer piso, mientras el superior estaba cubierto de hileras de ventanales tras los cuales se adivinaban las celdas de los colegiados y encargados del culto. Dichos edificios de la parte norte del perímetro se continuaban por otros en ángulo recto en las murallas este y oeste, dedicados esta vez al alojamiento de

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