PODÍA SENTIR CÓMO ME AHOGABA. Cada paso para descender por el pasaje rodeado de roca me acercaba a lo que había imaginado por tanto tiempo: el estanque de agua color caqui, el túnel que ocultaba y el instante en el que me tenía que internar en la oscuridad. Arriba se erigía el decadente esplendor de una pirámide.
Hace milenios, en la antigua necrópolis de Nuri, en el desierto norte de Sudán, se sepultó a la realeza kushita en una serie de cámaras funerarias bajo pirámides majestuosas. Hoy las cámaras están inundadas con aguas freáticas que se filtran del cercano río Nilo. El arqueólogo Pearce Paul Creasman, con financia-miento parcial