La Edad Media experimentó diversos períodos de renacimiento. Uno de ellos tuvo lugar en el siglo xii, y, en su ecuador, rompió una disputa entre los dos abades más influyentes de Francia, una potencia capital de la cristiandad. La polémica la suscitó el nuevo estilo de arquitectura sacra que estaba gestando uno de estos líderes religiosos. La primera catedral gótica motivó, en efecto, una inflamada controversia que casi malogró su nacimiento en 1140, a mitad de su construcción.
Detrás de este debate hubo algo más que un simple disenso estético. Se enfrentaron dos maneras de entender la fe. Por un lado, un intento de elevación a la divinidad a través de la luz, la belleza, la razón y también, por qué no, el lujo. Por otro, un empeño por retornar a la sencillez original del cristianismo primitivo, sin derroches materiales, pirotecnia intelectual ni nada que no fuese oración, obediencia y una severa austeridad. Ninguno de los contendientes, dos oradores excepcionales, ahorró artillería para la defensa de su causa.
A su vez, san Bernardo de Claraval, ideólogo de los ascéticos monjes cistercienses, promotor de los templarios y consejero estrella del papa, era conocido por soltar soflamas como esta: “Por Dios, ya que no os avergonzáis de tantas estupideces, lamentad al menos tantos gastos”. Tampoco se mordía la