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Iglesias de Ubeda y Baeza
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Libro electrónico350 páginas4 horas

Iglesias de Ubeda y Baeza

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En ocasiones, la riqueza de la arquitectura palaciega y civil del Renacimiento en Úbeda y Baeza ha diluido el extraordinario aporte histórico y estético de sus iglesias a la percepción patrimonial de ambas ciudades. Articuladoras de su trama urbana y social a lo largo del tiempo y ejes centrales de las perspectivas de sus calles y plazas, las iglesias ubetenses y baezanas son elementos imprescindibles de su patrimonio histórico y el escenario tanto de la piedad, el mecenazgo y los deseos de notoriedad de sus oligarquías, como de las devociones más arraigadas en sus gentes desde hace siglos.
La primera catedral que se consagró en Andalucía, los escasos templos románicos existentes al sur de Despeñaperros, la capilla funeraria más fastuosa de España, la única escultura de Miguel Ángel en nuestro país, la huella de San Juan de Ávila y de San Juan de la Cruz, rejas renacentistas concebidas a modo de retablos; en definitiva, un patrimonio arquitectónico y plástico que abarca desde el siglo XIII hasta nuestros días, con variedad de estilos y autores, en el que el indiscutible peso de un Renacimiento de gran calidad convive con destacadas obras del Gótico, el Mudéjar, el Barroco y el Neoclásico. Un legado histórico del que se ofrece aquí una visión rigurosa y actualizada.
A través de este título se plantea un recorrido por la historia y la memoria de ambas ciudades, declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, aportando datos cronológicos, artísticos e iconográficos de sus parroquias, templos monásticos, ermitas, capillas nobiliarias, iglesias de hospitales e instituciones educativas… y facilitando el conocimiento y la comprensión de las obras de arte para entender su pasado y su presente.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento14 abr 2020
ISBN9788418205996
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    Iglesias de Ubeda y Baeza - Quesada Quesada

    La ciudad intramuros

    Collaciones de Santa María, San Juan y San Pedro

    Santa Iglesia Catedral de Santa María de la Natividad y San Isidoro de Sevilla

    (Plaza de Santa María, Baeza)

    En el siglo XVII, la mentalidad contrarreformista intentó buscar en la historia de muchas ciudades andaluzas un origen lo más remoto posible para la llegada a ellas del cristianismo, inventando una gloriosa genealogía de mártires de tiempos romanos y coetáneos de los apóstoles. Lo mismo sucedió con Baeza, a cuya sede episcopal se atribuyó la fecha de creación del año 44 después de Cristo, identificándose a San Tesifón —compañero de San Eufrasio, ambos de la nómina de los Siete Varones Apostólicos, discípulos de Santiago y primeros evangelizadores de Hispania— como su primer obispo. La realidad es que, a pesar de la temprana aparición del cristianismo en el Alto Guadalquivir, no existen datos fiables que permitan darle tanta antigüedad a la sede episcopal de Baeza. Sí consta en cambio la existencia de la diócesis de Cástulo, donde al parecer arraiga el Evangelio hacia el siglo III, y cuyos obispos asisten a los concilios de Toledo, al menos desde el siglo VI. Es muy probable que hacia el siglo VII la decadencia de esta metrópoli minera favoreciera a la actual Baeza —entonces Biatia—, cuyo emplazamiento más elevado y seguro hizo que se fuera consolidando como el principal centro urbano de la comarca, asumiendo entre otras funciones también la de sede episcopal. A ese momento se remontan los primeros prelados de la sede baezana de los que tenemos noticias, aunque a veces dudosas, entre ellos Rogato, Theodisolo, Decuto y Theudecuto, asistentes a los concilios toledanos; además de San Víctor. La sede episcopal se mantendría algún tiempo más tras la invasión islámica, pues se sabe del obispo Saro de Baeza en 862.

    En 1147 Alfonso VII toma la ciudad y consagra su mezquita aljama como templo cristiano bajo la advocación de San Isidoro de Sevilla, el venerado «Doctor de las Españas» a cuya milagrosa intervención se atribuía la victoriosa conquista. Según la tradición, el santo prelado hispalense se había aparecido en el campo de batalla cabalgando y luchando contra los musulmanes, a la manera del apóstol Santiago en Clavijo. Además de dedicarle la iglesia mayor, el santo sería proclamado primer patrono de la ciudad; y en la Real Colegiata de San Isidoro de León se crearía una cofradía de caballeros que aún existe y que venera el Pendón de Baeza como reliquia de ese triunfo cristiano; insignia que acompañaría, a modo de talismán, a las tropas castellanas en sus cabalgadas contra los musulmanes hasta la toma de Antequera en 1410. Sin embargo, Baeza regresaría en poco tiempo al poder musulmán y con ello, la mezquita a su primera función. En 1212, justo tras la batalla de las Navas de Tolosa, la recupera Alfonso VIII y los castellanos incendian cruelmente el edificio, en el que se habían refugiado los pobladores musulmanes. Con la conquista de Baeza por Fernando III en 1227 se convierte definitivamente en templo cristiano bajo la advocación de Santa María de la Natividad, restaurándose en ella la antigua sede episcopal de Biatia y nombrando a fray Domingo como su primer obispo. Sin embargo, la toma de Jaén en 1246 provoca el traslado de la sede catedralicia a esta ciudad para estimular su poblamiento, imprescindible para la estrategia fronteriza castellana. Baeza se queja ante el papa Inocencio IV y a partir de este momento se determina que la iglesia mayor baezana mantenga su rango catedralicio y un tercio de los canónigos, pasando los otros dos a Jaén. Comenzaba así la historia de una diócesis con dos catedrales y un statu quo que peligró seriamente en 1725, cuando el obispo Marín y Rubio pretendió la supresión de la catedral baezana y su completa absorción por la de Jaén, a lo que Baeza reaccionó iniciando un pleito que terminaría a su favor en 1749. Incluso a partir de 1763, y hasta en tres ocasiones a lo largo de las siguientes tres décadas, el concejo solicitaría la creación de una diócesis de Baeza segregada de Jaén, algo que la decadencia de la ciudad de La Loma impidió. En efecto, la crisis de la propia ciudad no contribuía precisamente al mantenimiento del esplendor de la seo, ya que en el siglo XVIII la collación catedralicia era una de las más pobres de Baeza.

    A diferencia de la catedral de Jaén, caracterizada por una asombrosa unidad estilística —fruto de una devota fidelidad a las trazas originales de Vandelvira—, la catedral de Baeza es un verdadero palimpsesto arquitectónico, heterogéneo y variado en cuanto a estilos a pesar del protagonismo del Renacimiento. En este sentido, la iglesia mayor baezana es uno de esos edificios que llevan cicatrizada en su piel toda su cronología histórica, lo que, además de individualizar sus sucesivas etapas y estilos artísticos, sintoniza a la perfección con uno de sus rasgos más definitorios: su antigüedad. No en vano, Baeza fue la primera sede episcopal que se restaura en el valle del Guadalquivir tras la conquista castellana, y por tanto su catedral es la más antigua de Andalucía. La seo baezana sería declarada Monumento Nacional en 1931.

    Como hemos señalado, la primera catedral de Baeza fue —como en tantas ocasiones— la mezquita consagrada al cristianismo. Sin embargo, la vigencia de este edificio islámico fue limitada, pues ya a finales del siglo XIII se edificaba un nuevo templo cuyas obras se prolongarían en el siglo XIV. Presumiblemente se trataría de un sencillo espacio de tradición mudéjar, a lo que apuntan tanto los restos conservados —la puerta de la Luna— como el alargamiento de la planta que se mantiene en la actual catedral, rasgo habitual de los templos mudéjares. Siendo obispo el cardenal Merino (1523-1535) tanto la precaria estabilidad de la catedral medieval como el florecimiento económico del reino de Jaén animaron la construcción de una nueva iglesia mayor, para la que se escogieron las formas del Gótico —plenamente vigente y en armónica convivencia con el Renacimiento procedente de Italia—, justo a la vez que, en la otra sede catedralicia, Jaén, se planteaba la edificación de la actual catedral. No en vano, las generosas indulgencias de la bula pontificia Salvatoris Domini (1529) —obtenida por el cardenal Merino— para quienes visitaran la catedral de Jaén y realizaran donaciones para sus obras también se hacían extensivas a la seo baezana. Sin embargo, en 1567 se produjo un desplome de lo edificado, por lo que tuvo que iniciarse una reconstrucción en la que participaron Andrés de Vandelvira —quien al ser desde 1553 maestro mayor de obras de la catedral de Jaén también lo era de la de Baeza—, Francisco del Castillo el Mozo, Juan Bautista de Villalpando y Alonso Barba, entre otros y que le dio al templo su dominante carácter renacentista. La conclusión de estas obras llegaría en 1593.

    El lado norte de la catedral preside la plaza de Santa María. A ella se abre su portada principal, espléndida obra manierista, muy en sintonía con la estética escurialense, del jesuita cordobés Juan Bautista de Villalpando (1587), edificada con la dirección del baezano y también jesuita Jerónimo del Prado. En la parte superior se ubica un gran relieve con la Natividad de la Virgen que sigue una composición de Federico Zúccaro y que es un ejemplo significativo de la estructuración de las portadas de las iglesias en el Renacimiento y Manierismo jienenses como soportes plásticos doctrinales, continuando en ese sentido la tradición de los tímpanos de las iglesias medievales y de los frontones de los templos de la Antigüedad clásica. La escena constituye toda una crónica de los partos de la época, incluyendo los pañales y el brasero para calentar a los recién nacidos. Junto a ella se aprecian los restos de una portada gótica cegada, seguramente perteneciente a la primitiva catedral medieval, ornada con una delicada imagen de la Virgen con el Niño. En la parte superior se repiten las ventanas de triple vano —medio punto central y adintelados laterales— conocidas como serliana, el mismo ritmo que presenta la fuente de Santa María en el centro de la plaza.

    En la esquina se alza la torre que, sin ser de excesiva altura, puede considerarse por su emplazamiento tan elevado como un verdadero faro del Alto Guadalquivir, ya que es visible y perfectamente identificable desde varios puntos de la provincia de Jaén. Ya se decía de ella, en el siglo XVII, que «descuella mucho, assi por su grandeza, como por la eminencia de su sitio, superior a la ciudad, y ella lo es a toda la comarca»¹; y que desde su cuerpo de campanas «se enseñorea no sólo toda la ciudad, sino toda la comarca, viendo, y siendo vista, de quantos vienen a Baeza»². En su solitaria preeminencia sobre el caserío baezano es, como decía Chamorro Lozano en 1960, «la única atalaya que nos da referencia de esta gran ciudad que un día fue plaza fuerte y en la que se remansó la gran epopeya reconquistadora de las Navas. Porque Baeza fue antaño ciudad murada y torreada y en la altura gallarda de su emplazamiento asomaban las recias construcciones que pregonaban su no menos alta función en la historia»³. El cuerpo inferior pertenece al minarete de la antigua mezquita, que fue remodelado en 1395, como advierte una inscripción con heráldica, siendo el baezano Rodrigo de Narváez obispo de la diócesis jienense. A mediados del siglo XVI se hizo el cuerpo superior, de estilo renacentista, con campanario ochavado. Sin embargo, este remate quedó arruinado a consecuencia del impacto un rayo en 1832 y terminó por desplomarse en 1862 al no acometerse reconstrucción alguna. Burdamente restaurado —como se aprecia en fotografías antiguas— no se reconstruyó definitivamente hasta 1959, cuando Prieto Moreno le devolvió su primitivo aspecto, a la vez que le añadía unos jarrones en las esquinas —que copian los de la torre de la capilla de la Antigua Universidad— y unas bolas de cerámica vidriada que siguen la tradición ornamental de La Loma. En la parte inferior de la torre sendos pilares, de posible origen romano sirven de refuerzo a los ángulos; la tradición asegura que tocar uno u otro da buena o mala suerte, lo que se adivina viendo el desgaste de uno de ellos.

    A los pies de la catedral se ubica la llamada puerta de la Luna, de factura mudéjar y de finales del siglo XIII. Sobre la puerta se aprecia un bello rosetón gótico, de mediados del siglo XIV; se trata del ventanal por el que entra al templo la lechuza del célebre poema Sobre el olivar, de Antonio Machado: «Por un ventanal / entró la lechuza / a la catedral. / A Santa María / un ramito verde / volando traía». En la parte superior se encuentra la lauda sepulcral de San Pedro Pascual, fraile mercedario que fue obispo de Jaén a partir de 1296 y que había fundado el desaparecido convento de la Merced de Baeza. Siendo apresado por los nazaríes, estuvo cautivo en Granada, desde donde desviaba los fondos que enviaba la diócesis para su rescate en la obtención de la libertad otros presos cristianos. Fue, finalmente, martirizado por sus captores en 1300. Según la leyenda, muy divulgada a partir del siglo XVIII —cuando se pretendía suprimir la catedral baezana— los musulmanes devolvieron sus restos a la diócesis, y ante la duda acerca de que iglesia catedralicia —Baeza o Jaén— debía albergar las reliquias del santo mártir, estas se pusieron a lomos de una mula qué providencialmente escogió el camino de Baeza, llegando hasta esta puerta del templo, en la que cayó desplomada.

    La puerta del Perdón, que da al claustro, es el tercero de los accesos catedralicios. Situada en una de las inolvidables y evocadores callejas que rodean la catedral por el sur, es una obra gótica de finales del siglo XV, coronada por un llamativo alero mudéjar de ladrillos blancos y rojos. Cercana a esta puerta, y adosada a un muro frontero a la catedral, se encuentra una portada plateresca que perteneció a la desaparecida iglesia de Sancti Spiritus. Probablemente de origen medieval, la casa de la encomienda de la congregación del Sancti Spiritus estaba situada cerca del paseo del Mercado y sus religiosos se encargaban de atender niños expósitos, aunque con el tiempo su celo, tan escaso como poco edificante, y la falta de nuevos miembros, acabarían provocando su extinción a finales del siglo XVIII. La iglesia sobreviviría durante gran parte del siglo XIX, con la advocación de Nuestra Señora de la Paz, que allí se veneraba. Con seguridad esta portada proceda de alguna capilla funeraria del templo, como delatan los cráneos que la ornamentan.

    En el interior nos encontramos con un espacio de tres naves, muy alargado, encalado en sus plementos y muros y en el que domina, como señalábamos, la estética del Renacimiento. Sus formas comparten los modelos ornamentales de otras obras, tanto de Andrés de Vandelvira como de Castillo, en ambos casos aprendidas del magisterio de Siloé en la catedral de Granada; sobre pilares con columnas corintias adosadas, coronados por un doble entablamento, apean bóvedas baídas. Sin embargo, los dos tramos de la cabecera pertenecen a la catedral gótica iniciada en el segundo cuarto del siglo XVI, cubriéndose por tanto con bóvedas de crucería, aunque los capiteles de sus pilares cuenten con una abigarrada e imaginativa decoración plateresca. Especialmente llamativo es el tramo que enlaza la obra gótica con la renacentista, corrigiendo las diferencias de altura entre ambas gracias a un friso escultórico. La bóveda que cubre la nave central en esta parte, con la fecha de 1593 alusiva a la culminación de las obras catedralicias, se ornamenta con relieves y pinturas de los Evangelistas, la Virgen con el Niño y San Francisco de Asís, y pinturas de los Padres de la Iglesia. Aquí cuelga una fastuosa lámpara de cristal que fue donada a la capilla del Sagrario de la catedral de Jaén en 1930 y que de allí pasaría a la escalera del baezano palacio de Jabalquinto —entonces Seminario Menor diocesano—.

    En los espacios entre los pilares adosados al muro se abren diversas capillas, heterogéneas en cuanto a su dotación artística, y acusando especialmente algunas de ellas las pérdidas patrimoniales de la Guerra Civil. Otra carencia significativa es la del coro, que como es habitual en las catedrales hispánicas se emplazaba en el centro del templo y que en las restauraciones de posguerra fue erróneamente eliminado, al igual que se había hecho en otras seos españolas como las de Granada y Santiago de Compostela. Comenzando por los pies, en el lado del Evangelio, la primera que nos encontramos es la capilla de Santa Cecilia, cuyo retablo está compuesto por los respaldos de la antigua sillería coral, que había realizado el baezano Cristóbal Martínez Collado entre 1627 y 1641. A continuación, la capilla de San Francisco, con un retablo de posguerra, sin valor artístico, en el que se integra un lienzo de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de Sevilla, de factura dieciochesca. En la capilla de San Sebastián figura un Martirio de San Sebastián, de Cobaleda Valdés, del siglo XVII; en la parte inferior, un retablo formado por piezas de talla barroca enmarca un lienzo de San Juan de Ávila, del jienense Francisco Huete (2017), que nos presenta al santo, tan vinculado a Baeza, orando en la propia catedral. En el siguiente tramo se aprecia el reverso de la cancelada portada gótica que veíamos en la plaza de Santa María.

    Los tramos que van desde la puerta —sobre la que se ubica una imagen de San Bartolomé, de mediados del siglo XVI y cercana a la producción de Juan de Reolid— hasta el testero cuentan con algunas de las capillas más interesantes del templo, anteriores al desplome de 1567. La primera es la capilla de Santiago, cuya portada es obra manierista de finales del siglo XVI, coronada por un relieve del apóstol Santiago en la batalla de Clavijo y cerrada por una reja de factura ubetense del siglo XVII. Un detalle significativo del mencionado relieve es el estandarte que porta el apóstol, rematado por una cruz de la que salen rayos que hacen caer vencidos a los musulmanes: parece aludir al signo de la cruz como instrumento de derrota de los enemigos del cristianismo, tal y como se relata en la leyenda de la victoria de Constantino en Puente Milvio y en tradiciones más cercanas como las de la batalla de las Navas de Tolosa y la de la conquista de la propia ciudad de Baeza. Al siglo XVII pertenece su retablo, que enmarca una Anunciación de Juan Esteban de Medina (1635), natural de Úbeda. En los basamentos de la portada se aprecian angelotes con cráneos, detalle que evidencia, como en las capillas siguientes, su función funeraria.

    La portada de la capilla de San José, erigida y bendecida en 1540, cuenta con las elegantes imágenes pétreas de San Pedro y San Pablo, la Fortaleza y la Justicia, que recuerdan a las figuras alegóricas de la fachada del Ayuntamiento baezano; la Templanza y la Prudencia en las enjutas del arco, la Virgen con el Niño en el ático, todas atribuidas al jiennense Juan de Reolid. Su retablo es obra de mediados del siglo XVI también atribuido a Reolid, con una delicada Anunciación en el ático, aunque el lienzo de San José, que la preside, es ya obra dieciochesca.

    La capilla de San Miguel o de los Arcedianos fue erigida por los canónigos Diego de Luna y Francisco de Herrera en 1560, cuya ascendencia judeoconversa les obligó a pleitear con el cabildo catedralicio por el Estatuto de Limpieza de Sangre que finalmente acabó imponiéndose. Martínez Rojas piensa que el programa iconográfico de esta capilla incluye una velada crítica al respecto; así, la figuración del demonio con hábito monástico en el relieve de las Tentaciones en el desierto, de su interior, sería una censura a la religiosidad convencional de los frailes frente a la sincera piedad de los conversos. Se atribuye su construcción tanto a Vandelvira como a Ginés Martínez de Aranda. Su espléndida portada, policromada en tiempos barrocos, muestra un completo programa figurativo que incluye a Santiago y San Francisco —patronos de los fundadores— y del que destaca la Quinta Angustia en el ático, acompañada de los Santos Juanes, la Fe y la Justicia. En el interior, el mencionado relieve de las Tentaciones se completa con otro del Bautismo de Cristo, mostrando el intradós del arco, las Virtudes en contraposición con los Pecados Capitales. Todas estas figuraciones están en la línea de la producción del jienense Luis de Aguilar. El retablo, dieciochesco, alberga un lienzo de San Miguel Arcángel que sigue el modelo homónimo del sevillano Bernardo Germán Lorente realizado en 1746 para la catedral de Jaén.

    Junto a la capilla de los Arcedianos se encuentra el inapropiadamente denominado cuadro de las Once Mil Vírgenes, para el que sería más concreta la denominación de Santa María como Reina de las Vírgenes. Representa a la Virgen rodeada de una serie de santas vírgenes de las que podemos identificar por sus atributos a Santa Casilda —con las rosas en el regazo—, Santa Cecilia —con el órgano— y Santa Lucía —con los ojos en el plato—. Se trata de una destacada pieza del siglo XVII, probablemente del granadino Pedro Atanasio Bocanegra. En el testero, a la izquierda de la capilla mayor, se encuentra la capilla de los Díaz de Quesada, condes de Garcíez, cuyo retablo es una elegante obra academicista de 1773 realizado en madera y estuco imitando mármoles. Enmarca un lienzo con el Encuentro de Cristo con la Virgen en el camino del Calvario coetáneo del retablo, pero muy dañado con el paso del tiempo. Es copia del célebre Pasmo de Sicilia, de Rafael, que revela la fascinación que esta obra despertaba en la época.

    La capilla mayor fue patronato de los marqueses de Jabalquinto y en ella colgaban banderas y trofeos «que ganaron los antepasados de esta casa en refriegas, que tubieron con los moros»⁴. La preside un bello retablo barroco realizado por Manuel García del Álamo —natural de Alcalá la Real— y contratado en 1674, siendo el autor del ático de Martín Antonio Sánchez; cuenta con las imágenes de los apóstoles San Pedro, San Pablo y San Andrés —patrón de Baeza— y con sendas pinturas del Apóstol Santiago y de San Eufrasio, los legendarios evangelizadores de Hispania y del Alto Guadalquivir. Destaca en el centro el templete eucarístico, que además acoge una imagen de la Virgen con el Niño, erróneamente identificada como la Virgen de los Mártires que fue hallada en las excavaciones del entorno del Alcázar en el siglo XVII en busca de reliquias de mártires paleocristianos, y la urna con los restos de San Pedro Pascual, puestos aquí en 1729 y cuya veneración se estimuló en ese momento para restaurar la preeminencia de la catedral de Baeza, que en ese momento, y como señalábamos, estaba en riesgo de perder la dignidad catedralicia. La otra imagen de la Virgen con el Niño, que se encuentra en las gradas delante de la capilla, es una obra anónima de la segunda mitad del siglo XVI; de

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