Una tumba repleta de misterios
l 4 de noviembre de 1922, tras años infructuosos, los trabajadores de Howard Carter desenterraban tres peldaños en el suelo del desierto. Era el comienzo de una escalinata de piedra. No era una escalera muy larga, por lo que en poco tiempo los obreros lograron avanzar hasta lo que parecía un pasillo relleno de cascotes. Cuando los retiraron, Carter no podía dar crédito: tras el corredor había otro tabique con algunos sellos reales estampados en el barro. Todo apuntaba a que, por primera vez en la historia, se había descubierto una tumba real egipcia sin profanar. Carter ordenó que se rellenara de nuevo la escalera y envió rápidamente un telegrama a su mecenas, lord Carnarvon, que llegó el 23 de noviembre con su hija. Una vez que ambos se encontraron junto a la pared que aguardaba al final del corredor pudieron leer por primera vez el nombre de un faraón desconocido: Tutankhamon. Tras abrir un pequeño orificio en el muro, el arqueólogo introdujo una vela. Al principio no pudo ver nada, pero al poco tiempo sus ojos se acostumbraron a la penumbra. “¿Puedes ver algo?” preguntó expectante Carnarvon.
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