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Area 52: Los pasajes de Olinus, #3
Area 52: Los pasajes de Olinus, #3
Area 52: Los pasajes de Olinus, #3
Libro electrónico238 páginas2 horas

Area 52: Los pasajes de Olinus, #3

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Información de este libro electrónico

Una joven investigadora, enfrentada a un caso aparentemente rutinario, descubre una terrible realidad y se ve inmersa en el enfrentamiento entre dos potencias extraordinarias. Oculta tras los sucesos de la historia cotidiana, se desarrolla una monstruosa batalla entre las fuerzas que ansían el poder del cubo y las que luchan por continuar el Proyecto iniciado en los dos primeros libros, para asegurar así la supervivencia del hombre y del propio Universo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 dic 2018
ISBN9798201957452
Area 52: Los pasajes de Olinus, #3

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    Area 52 - Jesús Delgado Vázquez

    LOS PASAJES DE OLINUS

    LIBRO III

    ÁREA 52

    JESÚS DELGADO VÁZQUEZ

    Los mayores progresos de la civilización se experimentan inicialmente como sus peores amenazas.

    (Alfred North Whitehead)

    1.  Carla

    Carla Zaprinsky apartó el mechón de pelo castaño levemente ondulado que le cubría la frente, y miró por la ventanilla del avión. Solo habían transcurrido unos pocos segundos desde el despegue y ya estaban a media altura sobre Latorre, la capital de Morgantia. Desde arriba se apreciaba bien la gran extensión urbana, cuya periferia comenzaban a dejar atrás rápidamente.

    Carla rogaba por llegar pronto a la capa de nubes y perder de vista todo lo que le recordaba a Nolan. Dolía demasiado. Sobre todo, porque ella debió prever lo que iba a pasar. ¿No era la agente más galardonada del cuerpo de policía del distrito centro? ¿La sagaz detective a quien no se le escapaba nada? Sin embargo, no supo o no pudo evitar la muerte de su compañero de tareas y de caricias. Era atrozmente dura la idea de seguir adelante sin escuchar más la rotunda risa, alegre, descarada, de la persona con la que pensabas compartir todo. Costaba respirar cuando se agolpaban los recuerdos de los besos ya idos, de aquellas manos revolviendo su pelo, de los cuerpos prendidos y exhaustos...Sin poder evitarlo revivió la última conversación con Leo.

    Leo era su jefe en el departamento de investigación, un corpulento hombretón, algo obeso, siempre con una disposición cariñosa y amable hacia ella. Sentado a la mesa de su despacho, la observaba con inquietud.

    —Ya ha pasado casi un año, Carla —le dijo—, y tú sigues sin levantar cabeza.

    —No puedo olvidar tan fácilmente —exclamó ella con voz ronca.

    —Lo sé, lo sé. Aun así, debes cuidarte más. Empiezas a tener ojeras...

    Carla sonrió amargamente, pero no contestó. Tras un momento en silencio sintiendo cómo él la examinaba, pesaroso, sacó un paquete de cigarrillos y se dispuso a encender uno. Leo se levantó y la tomó del brazo.

    —Sabes que no se puede fumar aquí. Salgamos al patio y demos un paseo.

    Ella, fría y desangelada, se dejó llevar mientras Leo continuaba hablando:

    —Debes sobreponerte, el mundo no acaba aquí. Tienes mucha vida por delante y a mí me apena verte de esta manera.

    El tibio sol de la mañana les dio en la cara al salir al pequeño patio en las traseras de la comisaría. Leo sacó su encendedor y prendió el cigarrillo de Carla, encendiendo después otro para él. Apoyó su espalda contra los ladrillos del muro y expelió una bocanada de humo. Permanecieron en silencio largo rato, y luego el hombre lo rompió:

    —Creo que esta monstruosa ciudad, llena de malos recuerdos, no es el lugar adecuado para ti en estos momentos.

    Ella lo miró, sorprendida.

    — ¿Qué quieres decir? ¿Tan mal estoy? ¿ Piensas apartarme del servicio? —saltó Carla, aplastando nerviosamente los restos de su cigarro en el suelo de concreto.

    Él sonrió levemente.

    —Nunca se me ocurriría algo semejante. A pesar de todo, sigues siendo la mejor. Pero he pensado que te vendría bien un cambio de aires.

    —Desembucha, Leo. Si ya tienes decidido algo, suéltalo de una vez —pidió Carla sin ocultar su impaciencia.

    El hombre dejó de recostarse en el muro y se volvió hacia ella:

    —Hemos recibido una nota de nuestra embajada en La Unión. El agregado militar ha sido encontrado muerto, asesinado a todas luces. Parece haber sido el resultado de un robo, pero concurren extrañas circunstancias. Por eso nos solicitan el envío de un agente especializado.

    —¿Y has decidido que sea yo? —exclamó ella, sarcástica—. No estoy en mi mejor momento...

    —Pero serás tú la que vaya a Regencia —aseguró él con tono firme— Porque será bueno para ti y también para el servicio. Estoy convencido de que lo solucionarás todo con la profesionalidad de siempre.

    Ella lo miró con cierta ternura. Era de agradecer su total confianza y la protección brindada en todo momento. Para Carla fue, un poco, el padre que nunca conoció y por eso no puso ninguna objeción más. También ella quería alejarse de aquellos escenarios donde el recuerdo seguía tan punzante. Así pues, haría las maletas...

    En el avión, Carla corrió un velo sobre estas evocaciones. Ahora se dirigía hacia un mundo nuevo, al Continente Central. Algo parecía revivir en su alma después de tanto tiempo en tinieblas. Las nubes, bajo el avión de las Líneas Aéreas de Ismenia, semejaban un mar de algodón en calma. Ya no se veía la tierra, ni siquiera el inmenso cono del principal volcán de Surinia. El monótono paisaje nuboso terminó por cansarla y tomó uno de los periódicos que ofrecía la azafata, mientras esta paseaba con su carrito por el estrecho pasillo entre los asientos. Le asaltaron las ganas de fumar e intentó suplirlas a base de whisky con hielo servidos por la amable empleada.

    El periódico, El Diario de Ismenia, le azotó los ojos con los desastres cotidianos. También en las Repúblicas Unidas de Ismenia, La Unión para abreviar, las estadísticas mostraban miles de desgraciados quitándose la vida con las drogas cada año. La tensión bélica con el continente de Carena estaba llegando a un punto crítico, solo contenido por el poder nuclear de los dos espacios políticos. Y el crimen, los burdeles y la miseria se extendían por Regencia, la capital, así que por ese lado no iba a encontrar gran diferencia con Latorre.

    Ya iba a desechar el diario cuando una columna lateral llamó su atención. Aparecía ilustrada con la fotografía de un hombre de mediana edad mostrando una especie de pergamino desenrollado. Carla conocía a ese individuo. Hacía algún tiempo estuvo encargada de su seguridad. Recordó su nombre: Resmond.

    Según se detallaba en la noticia, Resmond Fowler, el conocido arqueólogo e historiador de las religiones, había encontrado, en una de las cuevas que moteaban los acantilados de las playas en Santuario, el Evangelio de Rétilo. Hasta ahora solo se conocían evangelios de discípulos suyos, pero ninguno redactado por el Maestro, el fundador de la religión ariana. Carla recordó sus estudios de Ciencias Sociales en la Universidad de Latorre, antes de inclinarse por la carrera criminalista.

    El clima universitario era, en general, hostil a la Iglesia. Pero se estudiaba la historia de las religiones, por supuesto de la manera más aséptica posible. Fue Rétilo quien dio el paso del antiguo politeísmo, adorador de los elementos naturales como la Luna o el Sol, al monoteísmo ariano, al hacer de Arián y de su ascensión a los cielos, el centro del dogma. El arianismo no tardaría en extenderse por gran parte del planeta y los discípulos de Rétilo serían los encargados de divulgarlo. Su influencia llegaría al punto de que incluso el tiempo se contase a partir de la supuesta ascensión de Arián. Concretamente, ahora estaban en el año 2018 d.A. El descubrimiento del evangelio de Rétilo supondría, desde luego, un hallazgo de inmensa importancia para los arianos.

    Carla recordaba muy bien, cómo ella y Nolan tuvieron que abortar un intento de asesinato contra Resmond, durante una de sus conferencias en Latorre. El sector más radical de La Llama, había emitido una fatua exhortando a acabar con la vida del arqueólogo. Aquellos fanáticos no admitían ninguna competencia religiosa. Los infieles debían ser convertidos o exterminados y, en verdad, ponían esta regla en práctica, con atentados terroristas en diversas partes del mundo. Resmond tuvo suerte de contar entonces con la protección de los dos policías.

    La imagen de Nolan volvió a la memoria de Carla al evocar aquel episodio. Ya no quiso seguir leyendo y desvió sus ojos doloridos en derredor, buscando algo en qué distraerse. El ocupante del asiento contiguo al otro lado del pasillo, la miraba de forma concupiscente. Carla frunció el ceño y se arregló la falda, la cual dejaba ver demasiado sus hermosas piernas.

    El sujeto no se arredró y se inclinó un poco hacia ella alargando su sonrisa, manifiestamente depravada. Ella le mostró el dedo medio. El hombre respingó en su butaca y adoptó un gesto indiferente y despreciativo, volviéndose a mirar hacia adelante.

    Carla sonrió para sus adentros y, reclinándose en el asiento, cerró los ojos e intentó sumergirse en el sueño.

    2.  Áxel

    El día estaba nublado y frío cuando Carla descendió del avión en el aeropuerto de Regencia. El trayecto hasta la embajada de Morgantia se le hizo corto a pesar del tiempo gris, puesto que el ambiente, contemplado a través de los cristales algo empañados del taxi, armonizaba bien con su alma desolada. Por lo demás, todas las estructuras y ciudades del primer mundo se parecían y Regencia no era muy distinta de Latorre: grandes autovías desbordantes de vehículos, contaminación a raudales y un centro urbano con enormes rascacielos. El barrio diplomático estaba algo más apartado y, tras detenerse el automóvil ante el edificio de la embajada morgantina, Carla abonó el importe al taxista luego de que este sacara su equipaje del maletero.

    La joven se embutió en el largo abrigo que había sacado en el aeropuerto de una de las maletas, tras el paso por la aduana. Hacía más que frío, helaba. El invierno en Ismenia, normalmente era crudo.

    Carla echó un vistazo desde la acera al elegante edificio donde ondeaba la bandera de Morgantia, con sus dos franjas verticales, blanca y roja. De estilo colonial, recordaba a muchas de las mansiones señoriales del país que acababa de abandonar. Tomó las dos pequeñas maletas que constituían su equipaje y subió por una empinada escalinata hasta detenerse ante la bella puerta de cristales grabados. Tocó el timbre y esperó, mientras se sentía observada por varias cámaras colocadas estratégicamente.

    Pronto acudió uno de los guardias de seguridad y le pidió su acreditación antes de dejarla pasar. El vigilante, una vez que hubo comprobado su documentación, la invitó a entrar, señalándole el mostrador de recepción donde una administrativa atendía en ese momento una llamada telefónica.

    La recepcionista colgó a tiempo de recibir a Carla con una amplia sonrisa.

    —Dígame, ¿en qué podemos servirla?

    —Soy Carla Zaprinsky —dijo la joven con seguridad, volviendo a mostrar sus documentos—. Me envían desde el Centro de Investigaciones para hacerme cargo del caso Costas.

    La mujer de la recepción echó un vistazo rápido a las acreditaciones y luego sonrió aún más ampliamente.

    —Excelente, la estábamos esperando, agente Zaprinsky. El agregado de seguridad estará encantado de que ya se encuentre aquí. Por ese pasillo, la puerta del fondo...Puede dejar el equipaje a mi cuidado —terminó, señalándole la dirección a seguir.

    Carla guardó sus papeles en el bolso de mano. Se dirigió hacia la puerta señalada y tocó suavemente con los nudillos. Una agradable voz masculina se dejó oír:

    —Pase...

    La joven entreabrió la puerta con suavidad y entró en el despacho. Un hombre, inclinado y absorto sobre una carpeta con informes, permanecía sin levantar la vista hacia ella. La voz volvió a decir:

    —Adelante, cierre la puerta por favor.

    Carla se volvió y cerró tras de sí. Luego se giró de nuevo, en el momento en que el agregado dejaba su consulta y levantaba la cabeza. Sus miradas se encontraron y por un momento permanecieron en silencio. Él no esperaba, seguramente, encontrarse ante una mujer tan atractiva, a pesar de su rostro algo desmejorado. Durante un instante pareció confundido y Carla lo notó, pero también captó lo rápidamente que retomó el control de sí mismo.

    Si Carla no hubiese estado en una situación anímica tan atormentada, habría catalogado a aquel hombre como uno de los más seductores con los que se había encontrado. Aparentaba tener unos treinta y cinco años, cinco más que ella. Elegantemente vestido, el traje y la corbata le sentaban a la perfección. Bajo sus inquisitivos ojos verdes, unos rasgos correctos y finos quedaban enmarcados por un rostro de carácter firme y un mentón propio de un modelo de pasarela. Su abundante cabello castaño ondulaba sin demasía, dándole un estilo de caballero antiguo. Carla imaginó que, seguramente, se lo tendría muy creído. Quizá debería tratar con un vanidoso conquistador acostumbrado a poner a las mujeres a sus pies.

    En cuanto a ella, por ese lado no había posibilidad alguna. El caso Costas era lo único que constituía ahora su horizonte. No tenía la más mínima intención de rehacer su vida sentimental y se había hecho la firme promesa de enfocarse exclusivamente en su trabajo.

    De repente, él dio la vuelta a la mesa y se acercó por detrás a ella, esperando el movimiento de la joven para despojarse de su abrigo y recogerlo. Carla experimentó una rara sensación al notar la secuencia al unísono de su pensamiento y la acción del hombre. Esto la desconcertó sensiblemente. ¿Cómo sabía que estaba a punto de quitarse la prenda de ropa?

    —Permítame, por favor—dijo el hombre con amabilidad, detrás de la mujer. Después de depositarlo con cuidado sobre un sillón libre, volvió y le ofreció su mano—. Soy Áxel Dimas, agregado de seguridad, encantado de conocerla.

    —Carla Zaprinsky —dijo ella, apretando su mano suavemente. Era cálida y fuerte—. Estoy encargada del caso Costas...

    —Lo sé —repuso Áxel—. Lo llevaremos juntos.

    —¿Sabe usted quién soy? La recepcionista no ha tenido tiempo ni para pasarle un mensaje —preguntó Carla sin poder contenerse, bastante asombrada.

    Él le dirigió una mirada evasiva mientras volvía a sentarse y la invitaba a hacer lo propio.

    —Nos avisaron que iba a venir y enviaron su fotografía. No es un retrato de mucha calidad, no se parece usted demasiado—terminó mostrándole un fax con su rostro pixelado y casi irreconocible. Desde luego, no estaba muy favorecida.

    Carla no supo cómo tomarse aquella última frase. ¿Era un galanteador profesional o un trabajador concienzudo?

    —¿Quisiera usted ponerme en antecedentes del asunto que nos ocupa? —preguntó la joven con cierta impaciencia, en tanto tomaba asiento.

    Áxel la miró de hito en hito. Le pareció una mujer con mucho carácter. Así pues, decidió no achicarse y tomar la iniciativa.

    —Mire, Carla. Si vamos a trabajar juntos, podríamos comenzar por tutearnos, ¿no te parece? –terminó, arriesgándose.

    A Carla le asaltó una especie de alarma. Sintió la necesidad de mantener las distancias, pero la mirada inocente del hombre terminó por desarmarla.

    —Está bien, Áxel, no tengo inconveniente. ¿Y bien?

    Áxel se levantó y se alisó un poco el traje. Luego dijo, señalando la puerta con una sonrisa:

    —Pues no te acomodes. Son cerca de las dos de la tarde. Costas puede esperar, no se va a marchar a ninguna parte. Yo tengo hambre, tú llevas toda la mañana de vuelo y estarás desfallecida ¿Puedo invitarte a almorzar? Te prometo que mientras comemos te contaré cuanto quieras saber.

    Carla se mordió el labio inferior. Esta familiaridad no entraba en sus planes, pero ciertamente su estómago le estaba pidiendo ya algo sólido. Asintió con la cabeza y dejó que él le volviese a colocar el

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