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Algo personal
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Libro electrónico112 páginas1 hora

Algo personal

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Algo Personal es un puñado de sueños transformado en un libro de cuentos. Una especie de hijo, alumbrado durante una terapia de memoria celular, que le permitió a Guillermo Eduardo Marquestó, su autor, darle un giro y un sentido a su vida, partiendo de la desgracia pero sin quedar anclado en ella. Apostando en cada cuento a la vida, la trascendencia, y la esperanza.
"El autoconocimiento me sirvió para transitar la ficción desde un ángulo diferente. Me ha permitido bucear en mi interior y tratar a través de historias, de caminos paralelos, y de metáforas, encontrar a ese niño interior que procuraba ocultarse de las luces. Y pude plasmar en este género todas esas ideas y lograr operar una importante modificación en mi estructura interna. Procurando en cada cuento lograr esa complicidad tan necesaria para darle continuidad a la historia." Marquestó.
¡Están invitados a disfrutarlo!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2017
ISBN9789873610110
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    Vista previa del libro

    Algo personal - Guillermo Eduardo Marquestó

    editor.

    Prólogo

    Queridos lectores espero que, en este primer encuentro puedan disfrutar de este puñado de sueños transformado en mi primer libro de cuentos. Desarrollado durante una etapa en la que tuve que atravesar el dolor, pero que sirvió para lograr fortalecimiento y conocimiento interior.

    Realmente, el autoconocimiento me sirvió para transitar la ficción desde un ángulo diferente. Me ha permitido bucear en mi interior y tratar a través de historias, de caminos paralelos y de metáforas, y encontrar a ese niño interior que procuraba ocultarse de las luces.

    Y pude plasmar en este género todas esas ideas. Un género que a veces es minimizado en su comparación con la novela, por ejemplo, y que, sin embargo, logra operar una importante modificación en la estructura interna de escritores y lectores, logrando esa complicidad tan necesaria para darle continuidad a la historia.

    Algo Personal es eso. Algo muy íntimo, tanto que hasta dudé de que realmente pudiera ser trasladado a otros lectores. Pero consideré que las experiencias son valiosas y que alguien que tiene algo que decir encontrará, finalmente, alguien que tenga algo para leer.

    Que disfruten su lectura como yo disfruté la escritura.

    Octubre de 2013

    1 - El niño

    El niño había amanecido temprano y con ganas de jugar. Se levantó y rápidamente se vistió con su jardinero con tiradores, que tanto le gustaba. Bajó los escalones de la escalera de dos en dos y al llegar a la planta baja fue atraído desde la cocina por un exquisito olor a tostadas recién hechas. Entró como una tromba en la vacía cocina y se sirvió el café y la leche. Se sentó a la mesa y dio cuenta de todas las tostadas, cubriéndolas generosamente de manteca y dulce de leche.

    Cuando terminó de desayunar se dirigió hacia la puerta de calle y observó el día. No estaba para nada lindo.

    -Ufa-, se enojó. -Otra vez se equivocó el servicio meteorológico-, pero igualmente salió a jugar. Fue hasta el bosquecito cercano a su casa y empezó a entrar lentamente en él.

    Al llegar a la mitad del recorrido escuchó una especie de música. No sabía de dónde venía pero era linda. Casi al instante se dio cuenta de que era un pájaro, pero no lo veía. Siguió caminando, mirando hacia arriba y buscando en los árboles hasta que lo encontró. Estaba posado en una rama y desde allí ejecutaba su concierto. La rama era bastante fuerte como para sostenerlos a ambos, pero el niño no tenía idea de la manera de subir. Sin embargo, sin que reparara demasiado en el método, llegó a la rama y se sentó con la espalda apoyada en el tronco. Mientras se acomodaba miraba el horizonte y notaba que, pese a lo nublado y gris, se abría en el cielo un claro por donde se filtraban tímidamente algunos rayos de sol.

    Dejó de lado la observación celeste y se concentró en el pájaro que tenía delante de él a poco menos de un metro y medio. Y lo que más le llamó la atención, además de lo melodioso de su canto, fue que no se espantara cuando él llegó. Apenas le dedicó una mirada y sin dejar de cantar se enfocó en el horizonte, como desentendido de la situación.

    El niño seguía embelesado por el canto y por el momento que estaba viviendo. Parecía que el ave lo hubiese estado esperando. Pero se dijo No, es imposible, será casualidad. Pero la casualidad, como el niño llamaba a la situación, continuó cuando él se movió un poco y el pájaro ni dejó de cantar, ni se movió, ni dejó de mirar el horizonte.

    El niño volvió a su posición original recostado contra el tronco, habiendo ya perdido el miedo a caerse, cerró sus ojos y disfrutó de la música.

    Al cabo de un buen rato, francamente no sabía cuánto tiempo había pasado, empezó a pensar en volver a su casa. Nadie sabía dónde estaba y se iban a preocupar, pensó. Pero la atracción que ejercía sobre él ese pájaro silvestre cantando y mirándolo de vez en cuando era más fuerte que la necesidad de irse.

    Sin embargo llegó el momento en el que debía regresar: Volveré otro día pensó, y se decidió a bajar del árbol. Una vez más se enfrentaba al dilema de cómo hacer para bajar. Pero, razonó, si pude subir, podré bajar. Y así fue, si un rasguño empezó la vuelta a casa.

    Cuando estaba muy próxima a la puerta de entrada giró la cabeza hacia el árbol porque el ave había dejado de cantar. Y le pareció, aunque suene extraño, que el pájaro le guiñaba un ojo para después seguir cantando. El niño sonrió satisfecho y volvió a su hogar para contar todo lo vivido.

    2 - El deseo

    Cada mañana se asomaba a la puerta de calle para verla pasar. Quedaba absolutamente absorto contemplando su andar. Por momentos recto, en otros zigzagueante, esquivando baldosas rotas o regalo caninos. Pero siempre altiva. Cubierta de un brillo especial que lo extasiaba y lo transportaba. Pero no iba sola. La acompañaba una niña. Y él no se atrevía a hablar. Ni balbucear podía. Lo único que lograba era fijar sus ojos en ella y decirse a sí mismo que un día se animaría y hasta se acercaría para tocarla.

    Después de un par de minutos, que parecían casi una eternidad, desaparecía de la vista, giraba en la esquina y lo obligaba a esperar otras 24 horas, para verla pasar. Y así cada mañana y a veces alguna tarde en la que lograba escapar de la prisión de la siesta impuesta por su madre, para admirarla durante el regreso del colegio. Pero siempre callado. Nunca se sentía capaz de emitir ningún sonido cuando ella desfilaba enhiesta frente a su jardín, mientras él simulaba jugar con una desinflada pelota para evitar ser visto.

    Pensó en charlar con sus padres y compartir lo que le estaba pasando. Sería inútil, reflexionó. Ellos no entenderían. Seguramente considerarían casi ridícula la situación y quizás le prohibieran salir a la calle, posibilidad que lo horrorizaba. No verla nunca más pasar sería demasiado. Es preferible, pensó, el deseo oculto aunque no correspondido.

    Y el deseo se autoalimentaba mientras los días pasaban y nada ocurría. ¿Y qué tendría que ocurrir? Él no lo sabía. Solamente tenía claro que la quería, que el deseo era muy fuerte y que tendría que animarse a dar el paso que le faltaba.

    Entre deseos y cavilaciones transcurría su vida hasta que llegó el impensado día: ella no pasó por su casa. No lo hizo a la mañana ni a la tarde. No pasó ese día, ni el siguiente, ni el otro. Y así una semana completa sin verla. Era demasiado. Su deseo incólume lo empujaba a tomar una decisión. Y, como sabía dónde estaba, iría a verla.

    Se acercó tímidamente, casi escondiéndose entre los árboles y le echó una profunda mirada. Allí estaba. Parada delante de la casa, casi desafiante, como esperando que la vinieran a recoger. Y él palideció. Nada se le ocurría. Ella en una vereda, él en la de enfrente. Tan cerca y tan lejos como la incapacidad de manifestar su deseo se lo permitía.

    Recorrió su silueta en silencio. Era perfecta. No cabía duda. Y debía ser para él. Ampliando el foco de su mirada se dio cuenta de que al lado de ella había un cartel. Con un mensaje mágico. Con palabras que no se imaginaba que iba a leer.

    Se vende, decía el improvisado letrero. Él corrió hacia su hogar. Iba a enfrentar a sus padres y realizarles el planteo de su deseo. Porque esa bicicleta tenía que ser suya.

    3 - El tiempo

    El señor reloj vivía frente a la plaza del pueblo, ocupando un distinguido espacio coronando la torre que se elevaba en una de las calles laterales y en diagonal a la avenida principal. Ding-dong, sonaba su carrillón. Si bien parecía estar aislado, tenía muchos amigos. Como los pajaritos que bebían en la fuente y se elevaban para descansar cerca de él. También era visitado, ocasionalmente, por algunas palomas que formaban una familia y que, lamentablemente, afeaban el frente de la torre y el pequeño balcón con

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