Lejos del deber
Por Cathie Linz
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Vanessa no era en absoluto la princesa mimada que Wilder había esperado. Era valiente y atrevida, además de bella y vulnerable... Una mujer que deseaba con todas sus fuerzas ser libre lejos de sus obligaciones reales. Al mismo tiempo era consciente de que debía volver y casarse con un hombre al que no amaba.
Vanessa estaría a salvo mientras estuviera a cargo de Mark, pero él sabía que no podría protegerla siempre del resto del mundo, ni siquiera de sí mismo.
Cathie Linz
Cathie's interest in writing began at an early age, when her older brother got a Tom Thumb typewriter. Only three at the time, she loved pounding on those keys! When she reached the third grade, Cathie received Second Prize award for her Class Knowledge Fair project. It was a "book" - three pages long, typed, single-space, about her summer spent with her grandfather who'd retired to Ajijic, on the shores of Lake Chapala, in Mexico. Knowing that writing was not a financially secure career choice, Cathie went to college and got a job as Head of Acquisitions at a university law library in the Chicago area. When she had to have emergency surgery, she realized that life isn't open-ended and if she wanted to write, she needed to start now. While still living at home, she gave herself a year to be published. Her first publisher, Dell, called within two weeks of the approaching deadline to buy her first book. After writing 12 books for Dell's successful Candlelight Ecstasy line, Cathie began writing for Silhouette Desire. Since then, she's also written for Silhouette Romance and Harlequin Duets. She writes her books in her home office suite, looking out on a small creek and woods. In the winter, sometimes a deer or two will walk by. Her hobbies include reading (she has over 4,000 romances in her keeper library), traveling (she sets books in places she's visited - from the Alps to Bermuda, and Oregon to New Hampshire), and collecting artist teddy bears (she got hooked on this unusual hobby after researching for a book where the heroine designed teddy bears. Cathie now has over 50 one-of a kind bears in her collection). She is also an accomplished photographer. Cathie lives in the Chicago area with her family and two cats. She lives near fellow Silhouette authors Lindsay Longford and Suzette Vann, as well as New York Times bestselling author Susan Elizabeth Phillips. This rowdy foursome often hangs out at "Chile's" plotting their next masterpiece. Cathie is the one eating the steak fajitas.
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Lejos del deber - Cathie Linz
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Cathie L. Baumgardner
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Lejos del deber, n.º 1684 - noviembre 2019
Título original: The Marine & the Princess
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-649-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
Tienes que ayudarme! –suplicó desesperada la princesa Vanessa Alexandria Maria Teresa von Volzemburg.
–¿Qué te pasa? –le preguntó desde el otro lado de la línea telefónica Prudence Martin Wilder, su mejor amiga–. ¿Te encuentras bien?
–No, no me encuentro bien –replicó Vanessa. Se quitó sus zapatos de diseño y se dejó caer sobre el sofá de marfil tapizado de tela adamascada que había en su suite del hotel Plaza–. Si tengo que estrechar una mano más o dedicarle a alguien otra de mis vacías sonrisas reales, me pondré a gritar –la voz le temblaba de agotamiento–. Estoy en Nueva York, la ciudad más vibrante e interesante del mundo, y me siento como una prisionera.
Vanessa miró hacia la ventana, y vio destellar las luces de la ciudad con añoranza. Se sentía tan atrapada. Los muros de su prisión eran barras invisibles, construidas de lealtad hacia su familia y su país. Estaba agotada de correr durante meses de un acto oficial a otro, anteponiendo el deber a su propia salud. Había padecido dos gripes y una bronquitis, sin por eso dejar de atender sus obligaciones, hasta llegar a sentirse tan agotada que casi no era capaz de pensar con coherencia.
–¿Qué estás haciendo en Nueva York? –preguntó Prudence.
Vanessa se frotó los pies para aliviar el dolor que sentía en ellos. Estaba segura de que la gente pensaba que unos zapatos que habían costado varios miles de dólares y habían sido diseñados especialmente para ella tenían que ser cómodos y espectaculares a la vez. Sin embargo Vanessa había pensado en muchas ocasiones que le habría encantado asistir a algún acto oficial con unas zapatillas de deporte bajo su vestido de alta costura.
–He venido a la convención internacional de fabricantes de chocolate para promocionar a los fabricantes de chocolate de Volzemburg.
–Un trabajo muy duro –dijo Prudence con tono burlón–, pero alguien tiene que hacerlo.
–Llevo trabajando desde las seis de la mañana y ya son más de las once de la noche. Y así todos los días que ha durado la convención. Creo que no voy a poder volver a comer chocolate en un mes –se lamentó Vanessa.
Prudence se echó a reír.
–Eso me resulta difícil de creer.
–Muy bien, tal vez pueda volver a comerlo dentro de una hora o dos, pero no me siento con fuerzas para regresar a Volzemburg –Vanessa se pasó los dedos por su impecable corte de pelo, despeinándolo. Mimi, la peluquera real, se habría sentido consternada de haber estado allí–. Mi padre me ha estado volviendo loca con su insistencia en que anuncie mi compromiso matrimonial con Sebastian de Koonan.
–Sebastian es aquel empresario rico de Volzemburg, ¿verdad? –preguntó Prudence.
–Exactamente. Su linaje es casi tan bueno como el mío, y además supongo que puede considerársele guapo. Pero la idea de casarme con él… –Vanessa se estremeció–. Sería como casarme con mi primo o mi hermano. Solo siento afecto por él.
–¿Se lo has dicho a tu padre?
–Claro que se lo he dicho, pero mi padre no me escucha y ya no puedo aguantarlo más –la voz de Vanessa se quebró–. Tengo que salir de esta prisión de responsabilidades por lo menos unos días.
–Vanessa, no vayas a cometer ninguna imprudencia –le advirtió Prudence. El tono de voz de su amiga le había recordado el que solía emplear en su época de adolescentes cuando ambas habían compartido colegio privado durante un curso escolar.
–¿Qué no cometa ninguna imprudencia? ¿Y me lo dices tú, con las que cometías cuando eras una adolescente?
–Sí, pero yo no soy princesa. Como tú misma acabas de decir, tienes responsabilidades y no puedes tomarte vacaciones.
–¿Ah, no? –Vanessa se incorporó en el sofá–. ¿Y por qué?
–Porque tu vida está planeada con meses de adelanto. ¿No es eso lo que me has dicho?
–Sí, pero la semana que viene mi padre la ha reservado para que la pase con Sebastian en palacio. No hay programado ningún acto oficial importante. Podría irme sin más.
La emoción se apoderó de Vanessa, y por un momento empezó a ver un rayo de luz al final de lo que había sido para ella un largo, oscuro y solitario túnel.
–No, no podrías. Sería peligroso. Eres una princesa rica. Si desaparecieras tu padre podría enviar a los marines en tu busca, o lo que tengáis equivalente en Volzemburg.
El padre de Prudence era sargento mayor del cuerpo de marines de los Estados Unidos, y hacía un año que estaba casada con un marine. Por eso los tenía siempre presentes.
–Bueno pues, en vez de desaparecer, podría quedarme aquí mismo, en Nueva York.
–Tu padre no te lo permitiría.
–Lo haría, si pensara que estoy enferma. Y he estado enferma. Ahora me encuentro tan agotada, que estoy segura de que está a punto de entrarme cualquier enfermedad –Vanessa miró la elegante habitación en que se encontraba con determinación–. ¡Necesito evadirme de esta prisión, y creo que tengo un plan que puede funcionar!
–Me parece una locura.
–Todavía no has escuchado mi plan –protestó Vanessa.
Prudence suspiró.
–Muy bien, convénceme.
–Le diré a mi padre que me he puesto enferma. Nada grave para que no venga a buscarme de inmediato. Solo algo que me impida viajar en avión. Una gripe fuerte que me cause un terrible dolor de oídos sería perfecta.
–Ya, muy convincente –replicó Prudence con escepticismo.
¿Por qué piensas que tu padre va a creerse que te ha entrado una gripe tan fuerte precisamente cuando tenías que volver a casa para estar con Sebastian? ¿No crees que sospechará algo?
–No, si hago que un médico hable con él.
–¿Y cómo lo vas a conseguir?
Vanessa frunció el ceño un momento mientras pensaba.
–Contrataré a alguien. Nueva York está llena de actores.
–Muy bien. Digamos que tu padre se cree lo de tu enfermedad. ¿De qué te serviría? Tendrías que permanecer recluida en tu habitación fingiendo estar enferma.
–No, si puedo convencer a mi dama de compañía de que me ayude, y creo que puedo conseguirlo –dijo Vanessa, cuyo entusiasmo iba en aumento a medida que veía perfilarse su plan.
–Vanessa, no puedes salir sola por Nueva York. Eres una princesa y necesitas algún tipo de protección.
–Lo que nos lleva a llamar a los marines, como tú dijiste antes. O a uno de ellos en particular. ¿Qué te parece?
Prudence se quedó un momento pensativa antes de decir:
–Creo que tengo el marine adecuado para ti.
–Sabía que podía contar contigo. Tengo que salir de aquí lo antes posible o te juro que voy a volverme loca –dijo Vanessa con voz temblorosa.
–No te muevas –dijo Prudence con firmeza–. La ayuda está en camino.
Tras hablar con su amiga, consiguió llegar a la cama a duras penas. No se sentía bien. Tal vez le hubiera sentado mal el pollo de goma que le habían servido en el banquete de aquella noche. O que no había comido mucho en los últimos días. Estaba tan deprimida que no tenía ganas de comer o dormir cuando podía hacerlo, que no era muy a menudo.
En cuanto se metió bajo las sábanas, se quedó dormida tramando su huida.
Se despertó al amanecer. Todavía sentía el cuerpo cansado, pero su mente funcionaba a pleno rendimiento, impidiéndole seguir durmiendo. Necesitaba perfeccionar su plan. Se preguntó cómo se las iba a arreglar para encontrar a un actor que quisiera hacer de médico.
Se puso la bata, que llevaba el escudo de su país bordado en el bolsillo del pecho, y se dirigió al baño con paso inseguro por la falta de sueño.
Al abrir la puerta se quedó atónita al ver al capitán de marines, Mark Wilder, esperándola. Vestido con unos vaqueros y una camisa de color negro, presentaba un aspecto de lo más peligroso y sexy.
–A sus órdenes, Princesa –dijo lentamente.
Mark no podía creerse aún que le hubieran encomendado la misión de hacer de niñera de la amiga de su cuñada, por muy princesa que fuera.
Por supuesto que podía haberse negado, pero Prudence le había parecido desesperada al teléfono. Además, después se había puesto su hermano Joe y, casi sin darse cuenta, se había encontrado al día siguiente en un avión camino de Nueva York para rescatar a Vanessa.
Lo más irónico había sido que media hora más tarde, su comandante en jefe le había ordenado también proporcionar protección y seguridad a la susodicha princesa, sin que ella supiera el verdadero propósito de su misión.
Su jefe le había definido a la princesa Vanessa Alessandria Maria Teresa von Volzemburg como una niña malcriada y aburrida de su privilegiada vida, que estaba volviendo loco a su padre, al parecer importante aliado de los Estados Unidos.
En aquel momento, Mark podía entender a la perfección la manera en que podía volver loco a un hombre. La bata de seda de color morado que vestía dejaba al descubierto un generoso escote y estaba muy hermosa. La última vez que la había visto, hacía nueve meses, llevaba puesto un vestido de dama de honor en la boda de Prudence y Joe. Entonces, no le pasó desapercibida. Sin embargo Vanessa