Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Más dulce que la miel
Más dulce que la miel
Más dulce que la miel
Libro electrónico127 páginas1 hora

Más dulce que la miel

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La nata montada nunca había sabido tan deliciosa...
El reportero Jeff Wilcox sabía reconocer una historia jugosa en cuanto la veía, pero nunca había llegado al extremo de hacer que despidieran a una bella repostera solo para llegar al corazón de la noticia. Ahora tendría que ir a aquel complejo turístico a investigar personalmente. ¿Cuál era el problema? Necesitaba la ayuda de Sara Madison, mientras que a ella le interesaban más los postres de Wilcox que su investigación. Si al menos pudiera hacerla ver que entre ellos dos había algo más que los postres...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2020
ISBN9788413488660
Más dulce que la miel

Relacionado con Más dulce que la miel

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Más dulce que la miel

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Más dulce que la miel - Jennifer Drew

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Pamela Hanson & Barbara Andrews

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Más dulce que la miel, n.º 1353 - noviembre 2020

    Título original: Just Desserts

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1348-866-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL cactus se estaba derritiendo.

    Sara Madison humedeció la escultura de hielo con una esponja, pero no sirvió de mucho. Tenía que hacer algo. El plato estaba a punto de desbordarse y el agua estropearía el escenario que Sara había preparado con los cocineros del restaurante Dominick’s para el concurso de comida Taste of Phoenix que se organizaba todos los años.

    Faltaba menos de una hora para que se abrieran las puertas y entrara el público.

    A su derecha estaba el dueño del restaurante Ye Olde Drawbridge English, observando cómo sus camareros se quejaban del traje que llevaban.

    —¡Vamos a desmayarnos con esta armadura de latas que llevamos! —exclamó uno de ellos—. El aire acondicionado no funciona.

    Sara lo miró, pero no dijo nada.

    Miró a su alrededor para ver si encontraba a alguien que la ayudara a mover la pesada escultura de hielo, pero no encontró a nadie.

    ¿Dónde estaba su jefe cuando lo necesitaba? Dominick se había marchado hacía mucho rato para recoger otra tanda de especialidades de su restaurante y aún no había regresado. Sara tenía que hacer algo con la escultura y, al fin y al cabo, él había sido quien le había encargado a su cuñado que la esculpiera.

    —¿Dónde te has metido, Dominick? —murmuró ella.

    Si Sara decidiera deshacerse de la maldita escultura, él se quedaría de piedra al ver que una simple repostera había tomado esa decisión, pero ella no tendría más remedio que deshacerse de la escultura en cuanto las hordas de hambrientos aparecieran por la puerta. Dominick pensaba que bastaban dos personas para servir y no quiso contratar a nadie para que las ayudara.

    Sara buscó a alguien que le debiera un favor.

    —¡Vic! —llamó a un cocinero que había sido compañero suyo en la escuela de cocina—. ¿Puedes hacerme un favor? Solo tenemos que levantar una cosa…

    —¿Sabes lo que han hecho con mis pastelitos de gamba? —dijo él—. Tenían que servirse calientes y algún cretino los ha metido en un cuenco con hielo. No sé si calentarlos de nuevo o si tirarlos a la basura.

    —Caliéntalos —lo aconsejó. Sabía que él no la ayudaría.

    Nadie tenía tiempo para ayudarla. Sara sabía lo que Dominick iba a decir acerca de que el cactus se derritiera. Pasara lo que pasara, sería culpa de ella.

    El público estaba arremolinado junto a la puerta de entrada y, en el salón, los participantes comenzaban a ponerse nerviosos. Todos sabían que Liz Faraday, la periodista que hacía la crítica culinaria para el periódico Phoenix Monitor’s, asistiría al evento y que su opinión era muy importante.

    Dominick había comprobado que la periodista no se dejaba adular ni obsequiar con regalos. Dos años atrás lo había criticado cuando le envió una caja del mejor champán para la boda de su hija.

    Él esperaba que los barquitos con crema llamaran su atención, pero Sara creía que su pastel de ron con frutos secos tenía más posibilidades.

    Un hombre se acercó a la mesa y probó un pastel de limón sin utilizar los cubiertos.

    —Si lo has hecho tú, quiero casarme contigo —le dijo con una sonrisa.

    —Cuando aprendas a usar el tenedor, me lo pensaré —contestó ella. De pronto, se dio cuenta de que aquel hombre no tenía la culpa de nada—. Lo siento, son los nervios —se disculpó con una sonrisa y le dio una servilleta. Él la miró de arriba abajo y se fijó en el sombrero de cocinero que llevaba—. Toma lo que quieras —dijo Sara.

    —No nos conocemos lo bastante como para hacer eso, pero estoy dispuesto a que nos conozcamos más.

    Tenía el tipo de cara que atraía a las mujeres, y a Sara le gustaba su cabello alborotado. Era difícil no sonreírle. Tenía un mentón prominente y una boca sensual. Era alto y delgado.

    ¿Qué diablos hacía entreteniéndose con un hombre que podía ser un espía de otro restaurante? Se alejó un poco de él.

    —Nuestras «chimichangas» de cordero son famosas —dijo Sara.

    —¿Las has hecho tú?

    —No, yo soy repostera. Todos los postres son míos.

    —Mi comida favorita —dijo él mirándola fijamente—. No parece que estés todo el día haciendo postres.

    «¿Por qué la gente piensa que una repostera tiene que estar gorda?», pensó Sara. Era una artista, y solo probaba sus obras cuando hacía algo nuevo.

    Quería darle una lección acerca del arte en la cocina, pero recordó que necesitaba a alguien fuerte para que la ayudara a retirar la escultura de Dominick. Si se derrumbaba, la tarta de queso y los bombones de chocolate rellenos de mousse se estropearían.

    —Nuestro cactus de hielo se está derritiendo —le dijo—. Me da miedo que se rompa una de las ramas y lo estropee todo.

    —Sería horrible —sonrió él, pero era evidente que no le preocupaba demasiado ya que no dejaba de mirar por la habitación.

    —¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó Sara tratando de llamar su atención.

    —¿Esas puertas dan a la cocina? —preguntó él.

    —Sí, es la cocina destinada al uso de los concursantes.

    —¿Crees que alguien se molestaría si le echo un vistazo?

    Sara se quedó callada. Quizá era un espía del ámbito culinario. O algo peor.

    —Es solo para los cocineros, pero quizá yo pueda enseñártela —le sugirió—. Voy a entrar para guardar esta maldita escultura de hielo.

    —¿Vas a llevarla tú sola?

    —No. Traeré un carrito.

    —¿Pretendes mover una tonelada de hielo tú sola?

    —Dudo que pese tanto —mintió.

    —Puedes hacerte daño tratando de mover eso —le dijo con una amplia sonrisa—. Te ayudaré a llevarla a la cocina.

    —De acuerdo.

    En realidad no estaba prohibido entrar en la cocina y, probablemente, allí no había nada que pudiera interesarle aunque fuera un espía de otro restaurante. Los concursantes llevaban neveras portátiles para meter los platos para tener las especialidades siempre a la vista.

    —¡Estupendo! Haré mi buena acción del día. Voy por un carrito —dijo y se apresuró para buscar uno.

    Solo estarían en la cocina durante unos instantes, así que Sara no sintió cargo de conciencia. Era la oportunidad de demostrar lo que podía hacer en la cocina, y no quería que la gente se riera de la escultura en lugar de apreciar sus deliciosos postres. Y si Liz Faraday se fijara en ellos…

    —Aquí tienes, Sara Madison —dijo él, y acercó el carrito a la mesa. Sara se sorprendió al oír que él la llamaba por su nombre pero recordó que llevaba una tarjeta colgada de la chaqueta—. Soy muy observador y si vamos a trabajar juntos será mejor que sepa cómo te llamas.

    —No vamos a trabajar juntos, señor… —dijo ella.

    —Wilcox, pero llámame Jeff.

    No tenía intención de llamarlo de ningún modo. Su única preocupación era la exquisita comida que estaba sobre la mesa. Si alguna de las especialidades del restaurante Dominick’s se estropeaba su jefe la mataría.

    Con cuidado, retiró las bandejas de dulce con nueces y las de praliné para poder acercar el carro.

    Su ayudante era más fuerte de lo que aparentaba y agarró la escultura sin que ella apenas lo ayudara.

    —Muchas gracias. Acabas de salvar mis postres.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1