LA VIDA EN TRES SOPAS
1 Es invierno y está oscuro. La casa huele a Heno de Pravia. En la cocina, tu madre está partiendo pan duro sobre el mármol. Hierve un cazo con agua y un chorro de aceite en el fuego. El vaho te inunda las gafas que te acaban de comprar, tus primeras gafas. Tu madre retira el cazo del fuego y añade el pan. Lo sirve en un plato. Rompe un huevola sigues. Te sientas a la mesa. A través de tus gafas empañadas, ves la clara, que se deshace en hilitos, y la yema, que se cuaja levemente. Rompes la yema con la cuchara, tu madre te dice que te esperes un poco, que te vas a quemar. Tienes 5 años y no sabes esperar. De hecho –ahora lo sabes–, nunca aprendiste a esperar. En la tele en blanco y negro, Yvonne De Carlo se ríe de las ocurrencias de Abuelo Drácula. Tomas una cucharada del plato, soplas. La sopa está ardiendo, pero está rica, y la mezcla con un punto ácido del pan mojado, el huevo y el aceite se marca en tu cerebro como un abrazo mullido, reconfortante e interminable.
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