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Secretos sin fin
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Libro electrónico153 páginas3 horas

Secretos sin fin

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Información de este libro electrónico

Para Sam Winton la noticia de Haley Glen fue como una espada que le atravesó el corazón. Estaba claro que aquel pequeñín regordete tenía su mismo pelo negro y sus mismos ojos azules, pero Sam sabía mejor que Haley, aquella maestra en el arte del engaño, que su sangre no podía correr por las venas de ningún niño...
Haley se había colado en la lujosa casa de Sam para hacerle pagar caro a La Bestia que abandonase a su hermana cuando estaba embarazada. Ella se esperaba encontrar a un hombre de hielo, pero en contra de lo que había imaginado, descubrió a un hombre apasionado y... honesto.
¿Acaso su hermana se había equivocado totalmente y era Sam quien tenía razón? ¿O acaso ella se había enamorado del enemigo y de sus mentiras?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2020
ISBN9788413487212
Secretos sin fin
Autor

Valerie Parv

Selling 28 million books in 26 languages, Valerie is a master of arts and author of 3 how to write books, www.valerieparv.com

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    Secretos sin fin - Valerie Parv

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Valerie Parv

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Secretos sin fin, n.º 1620 - septiembre 2020

    Título original: Booties and the Beast

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1348-721-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    POR FIN Haley Glen estaba ante las verjas de la mansión de Sam Winton y no se sentía capaz de seguir con su plan. Toda ella deseaba agarrarlo por el cuello y no soltarlo hasta que admitiera ser el padre del niño de su hermana.

    Joel tenía seis meses y hacía cinco que Ellen no estaba con ellos, pero era la primera oportunidad que Haley tenía de acercarse al hombre. No había contado con que los nervios de última hora la dejaran paralizada.

    Se recordó cuánto le había costado convencer a su amiga, Miranda Holt, para que la enviara a la entrevista. Si se acobardaba, dejaría en mal lugar a su amiga, y también a Ellen y al bebé, así que no tenía más remedio que seguir adelante.

    Aunque eso la matara.

    Con un suspiro, pulsó el intercomunicador, y liberó parte de su frustración apretándolo mucho más tiempo de lo apropiado. Oyó el aullido de lo que parecía un perro enorme y, segundos después, una voz airada sonó por el altavoz.

    –No hace falta apretar hasta romperlo. Diga su nombre y qué quiere.

    –Soy Haley Glen de la agencia Homebody –replicó ella con voz dulce, aguantándose las ganas de sugerirle dónde podía meterse el intercomunicador–. Vengo a ver a Sam Winton, necesita a alguien que cuide su casa –por el tono de la voz que había oído, imaginó que hablaba con Sam en persona. Y acertó.

    –Soy Winton. ¿Qué le pasa a Miranda?

    Miranda era la dueña de la agencia Homebody. Normalmente, ella misma visitaría a un cliente tan importante como Sam, y estaba claro que él lo sabía.

    –Está ocupada con… –el enfado de Haley iba en aumento, así que cortó su disculpa–. ¿Podríamos discutir esto cara a cara, señor Winton? ¿O hacemos la entrevista por intercomunicador?

    Un zumbido parecido al de un enjambre de abejas ahogó la respuesta, y las altas verjas de hierro se abrieron suavemente. Haley volvió a montarse en el coche y entró. Las verjas se cerraron tras ella. El sentido común le dijo que debían activarse con un sensor, pero tuvo la incómoda sensación de que entraba en una cárcel.

    Llegó ante la imponente casa y salió del coche, pero se detuvo al ver un movimiento por el rabillo del ojo. El autor de los aullidos llegó corriendo de un lateral de la casa, lanzando gravilla con sus enormes patas. Haley apenas tuvo tiempo de meterse en el coche y cerrar la puerta antes de que un perro del tamaño de un poni se lanzara contra la ventana. Su corazón palpitó acelerado al ver una enorme boca con dientes dignos de un tiburón.

    –Abajo, Dougal. Aquí.

    La orden fue tan autoritaria como si la diera un general, así que a Haley no le sorprendió que el perro se apartara de la ventanilla como si le hubieran pegado un tiro. Se estremeció, sin saber si era por la súbita aparición del perro… o por la de su amo.

    Sintió alivio cuando el perro se sentó junto al hombre que esperaba ante los escalones que subían a la casa. Era Sam Winton en persona; lo reconoció por la fotografía de la contraportada de sus libros. Sin embargo, su primera impresión de él, casi dio al traste con sus prejuicios.

    Aunque no conocía al escritor de cuentos infantiles, no se esperaba un hombre vibrante que exudaba tanta energía como un cable de alta tensión. Tenía la piel bronceada y el cabello tan negro como el pequeño Joel, aunque mucho más fuerte. Le caía hasta la parte baja del cuello, como los caballeros medievales de las películas antiguas; pero este caballero no llevaba armadura, sino un polo color marfil y unos pantalones tan negros como su cabello.

    Estaba acostumbrada a llamarlo La Bestia, el apodo que utilizaba su hermana, pero no parecía bestial en absoluto. Era más alto de lo que había imaginado, media cabeza más que ella. Aunque fuerte, no tenía los músculos desarrollados de un atleta, sino los de alguien que se cuidaba.

    En ese momento, lo más bestial de él era la arruga de su entrecejo, que creaba un surco entre los ojos más azules que Haley había visto nunca. La arruga se profundizó al ver que miraba al perro intranquila.

    –Ya puedes salir. No te hará daño.

    Lo hizo. El hombre le agarró la mano y sintió una descarga eléctrica por todo el brazo. Intentó soltarse, pero la mano que la sujetaba era fuerte como el acero. Sintió cierta alarma.

    –¿Qué está haciendo…?

    Él le ofreció su mano a Dougal, que la olisqueó. Haley se preguntó si, a continuación, se la comería de un bocado, parecía muy capaz de ello.

    –Amiga, Dougal. Amiga –dijo Sam.

    El perro movió el rabo lentamente al principio, después comenzó a agitarlo como una bandera en un vendaval, y le pegó un lametón. Aliviada, Haley acarició el pecho del peludo perro con la otra mano. Él agachó la cabeza y la golpeó suavemente.

    –Buen perro –sonrió ella, preguntándose cómo podía haber sentido miedo del lanudo animal.

    Sam asintió con aprobación, dándose cuenta de que no había cometido el típico error de intentar acariciarle la cabeza.

    –¿Entiendes de perros?

    –Me encantan. Cuando era niña, tuve un kelpie australiano que se llamaba Buddy –a Haley le costaba pensar a derechas; él seguía teniendo los dedos entrelazados con los suyos, pero no parecía darse cuenta de su incomodidad.

    –Te refugiaste en cuanto Dougal apareció.

    Lógicamente, él había visto su indigna carrera de vuelta al coche. Eso la ponía aún en mayor desventaja, así que se defendió.

    –Podría haber sido un perro guardián, entrenado para comerse a los intrusos –no añadió «igual que su amo», pero su tono de voz reflejó el pensamiento. Él le soltó la mano, y ella sintió una sorprendente sensación de desilusión.

    –Se supone que Dougal es un perro guardián, pero probablemente mataría al intruso a lametones, le encanta tener compañía.

    Ella pensó que al amo no le pasaba lo mismo.

    –¿Vienen muchos intrusos por aquí?

    –No cuando está Dougal. Vete, vuelve a tu hueso –al oír la palabra mágica, el perro meneó las orejas y se fue trotando por donde había llegado–. ¿Entramos? –dijo Sam indicando la escalera con un ademán.

    Su voz adquirió un tono profesional, y fue como si una brisa gélida helara la atmósfera. Por un momento ella se preguntó si conocería su identidad, pero comprendió que su enfado era en respuesta al de ella.

    –Lo siento si fui algo grosera por el intercomunicador –se disculpó Haley, recordando que Miranda confiaba en que supiera comportarse.

    –Lo fuiste –corroboró él–, pero tenías un punto de razón.

    Ella comprendió que eso era lo más parecido a una disculpa que podía esperar, y lo siguió. A través de un arco, entraron en el vestíbulo, cruzaron un salón doble, amueblado con antigüedades, y dejaron a un lado la puerta entornada de un dormitorio que parecía recién utilizado. Haley se preguntó si había estado durmiendo a media tarde; como era escritor, seguramente tenía un horario poco convencional.

    Él cerró la puerta y solo tuvo tiempo de ver una enorme cama con dosel, cubierta con ropa de cama tan revuelta que daba que pensar: o tenía el sueño más inquieto del mundo, o había pasado allí un rato en buena compañía.

    Esa idea la inquietó, y se preguntó por qué le resultaba más difícil imaginárselo como una bestia, solitaria y sin amor, que como un atleta sexual para quien su hermana había sido una conquista entre muchas. Ambas imágenes la llevaban a un terreno que no quería explorar. Su vida personal no tenía nada que ver con la razón por la que deseaba conocerlo.

    Él abrió otra puerta y entraron en una biblioteca con estanterías de suelo a techo, repletas de libros. Ella los miró con curiosidad y descubrió que muchos eran libros de referencia sobre temas variados. Dentro de la biblioteca, una puerta daba a lo que parecía un despacho, a juzgar por los ordenadores, impresoras y demás aparatos que se veían allí. Todo estaba hecho un caos y eso la sorprendió; parecía el tipo de hombre que organizaba su vida con precisión militar.

    –Siéntate –él señaló un sofá. Los pelos grises que había sobre el cuero sugerían que Dougal solía hacerle compañía mientras trabajaba. Esa idea la ablandó un poco, pero la rechazó con resolución: que permitiera al perro dormir en un sofá caro no impedía que fuera La Bestia–. ¿Café? –ofreció Sam, cuando ella se sentó, nerviosa, al borde del sofá. Pensó que él creería que no quería mancharse la ropa de pelos; si conociera la razón de su nerviosismo, seguramente le echaría al perro.

    –Gracias –aceptó ella. Relacionarse socialmente con Sam Winton no era parte de su plan, pero beber algo suavizaría la sequedad de su garganta–. Me gusta solo y sin azúcar.

    –Una mujer sensata –murmuró él. Ella frunció el ceño y él se explicó–. Es la única manera de beber café bueno. A mí me lo traen de Costa Kona, en Hawai.

    –Qué suerte –masculló ella entre dientes, comparando la libertad de él para comprar café en medio del Pacífico, con su necesidad de vigilar cada penique para poder sacar adelante a Joel. Había gastado la mayoría de sus ahorros en las facturas médicas que no había cubierto el seguro de su hermana, así que la escasez de recursos regía su vida.

    Su trabajo como asesora informática estaba bien pagado, pero desde la muerte de Ellen había podido dedicarle menos horas, al tener que ocuparse de Joel. Esa era una de las razones por las que había aceptado trabajar para Miranda durante un par de semanas. Podía llevarse al bebé a la oficina y además el salario pagaba algunas de las interminables facturas.

    Su madre y su padrastro, Greg, habían ayudado en lo posible, pero eran desastrosos en cuestión de finanzas, y Haley tuvo que hacerse cargo de casi todo. No le había negado a su hermana nada que pudiera hacer más felices sus últimos meses de vida, y no le gustó nada ese recordatorio de que Sam Winton podría haberla ayudado

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