Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Padre de alquiler
Padre de alquiler
Padre de alquiler
Libro electrónico153 páginas2 horas

Padre de alquiler

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Le habían pedido muchas cosas en su vida, pero nada parecido a aquello.
Abel Kennedy estaba boquiabierto. ¿Cómo iba a tener un hijo con Hannah Harrington? Un día era un afable agente inmobiliario y al día siguiente se había convertido en un semental al servicio de una sexy enfermera. Sabía que podía hacer lo que ella le pedía y, en cuanto vio a aquella belleza, supo que también estaba más que dispuesto, pero... ¿estaba preparado para un niño? Si ni siquiera estaba preparado para Hannah...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2016
ISBN9788468790190
Padre de alquiler
Autor

Holly Jacobs

Award-winning author Holly Jacobs has sold more than two million books worldwide. Her works have received many accolades, including the Holt Medallion, the Golden Quill, the National Readers’ Choice Award, and more. Booklist named the first novel in her Everything But series, Everything But a Groom, one of its Top 10 Romance Fiction books of 2008. She has delivered more than sixty author workshops and keynote speeches across the country. She has a wide range of interests, including writing, gardening, and basket weaving. Along with her family and her dogs, she resides in Erie, Pennsylvania, which serves as the setting for many of her stories.

Lee más de Holly Jacobs

Autores relacionados

Relacionado con Padre de alquiler

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Romance para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Padre de alquiler

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Padre de alquiler - Holly Jacobs

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2002 Holly Fuhrmann

    © 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Padre de alquiler, n.º 5447 - diciembre 2016

    Título original: Ready, Willing and…Abel?

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-9019-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL catálogo tendría que llamarse Sementales para Todos los Gustos.

    El número 325. Un metro y noventa y dos centímetros, setenta y ocho kilos, pelo castaño y ojos marrones. Estudiante de historia.

    También estaba el 5571. Metro ochenta y cinco, setenta y cinco kilos, rubio, ojos azules y licenciado en química.

    Hannah Harrington siguió ojeando el catálogo, pero después de leer las primeras descripciones se sintió saturada de información.

    Parecía como si pudiera elegir las características del padre de su hijo. Era como si fuera a una juguetería cuando era niña y eligiera la muñeca Barbie que más le apetecía.

    Ella quería un hijo con toda su alma, pero no le parecía bien encontrar al padre en un catálogo de donantes de esperma. Era enfermera y comadrona, pero no se le ocurría ninguna otra forma de conseguir un hijo propio. Llevaba meses dándole vueltas al asunto y seguía sin encontrar una solución aceptable.

    Quería un hijo.

    Cuando era joven, su madre adoptiva, Irene, había tenido una legión de hijos en su casa, y Hannah había aprendido a adorarlos. Le encantaba cómo olían y le encantaba tenerlos en brazos. Naturalmente, no le encantaba todo el lío de los pañales ni las babas, pero eran inconvenientes sin importancia.

    Hannah siguió ojeando el catálogo de donantes de esperma. Efectivamente, le preocupaba mucho el tictac de su reloj biológico, pero no creía que aquella fuera la forma de tener un hijo antes de que el reloj dejara de funcionar definitivamente.

    El intercomunicador zumbó y Hannah se despertó de sus sueños.

    —Hannah, ha venido a verte un tal Abel Kennedy —le dijo la recepcionista con retintín.

    Los hombres no abundaban en una consulta de ginecología.

    —Hazlo pasar.

    Hannah entendía la curiosidad de Sharon, pues ella misma también estaba intrigada por la visita de Abel Kennedy. Los varones que pasaban por aquella consulta o bien eran representantes de medicamentos o acompañantes de pacientes. Al hacer la cita, el señor Kennedy había asegurado no ser ninguna de las dos cosas. Había dicho que tenía un asunto personal con Hannah. Sin embargo, Hannah no reconocía el nombre ni podía imaginarse el asunto personal que podían tener.

    —¿Me lo contarás todo después? —le preguntó Sharon.

    —No te prometo nada —le contestó Hannah entre risas.

    —Por lo menos me dirás si está embarazado. Podría conseguir unos ingresos extra si vendiera la historia a alguna revista.

    —Dile que pase —Hannah seguía riéndose.

    Dejó el catálogo debajo de un montón de carpetas. Aquella alternativa seguía pareciéndole impersonal y aséptica. Ella quería otra cosa para su hijo… si alguna vez había tal hijo.

    Sharon abrió la puerta y presentó al caballero.

    —Hannah, este es el señor Kennedy.

    El señor Kennedy era moreno, tenía los ojos negros y era sencillamente impresionante. Al estrecharle la mano se dio cuenta de que no era demasiado alto, pero tampoco hacía falta serlo para parecerlo en comparación con el metro sesenta de ella.

    —Siéntese, por favor —le dijo Hannah.

    Tenía esa constitución larguirucha y desgarbada que tienen muchos atletas. ¿Practicaría algún deporte? Si lo hacía, merecería la pena sentarse a verlo jugar, aunque ella no era nada aficionada a los deportes.

    Estaría dispuesta a aguantar cualquier partido o lo que fuera con tal de verlo en acción.

    Hannah se dio cuenta de que Sharon seguía al fondo de la habitación.

    —Gracias, Sharon.

    —De nada —la recepcionista no hacía nada por marcharse.

    —Si necesito algo, ya te lo diré —le dijo Hannah claramente.

    Sharon dejó escapar un suspiro, salió y cerró la puerta.

    —Señor Kennedy, no sé bien qué puedo hacer por usted… —Hannah dejó la frase sin terminar y esperó la respuesta con curiosidad.

    —Supongo que no hay muchos hombres que pidan una cita en una consulta de ginecología… —dijo él con una sonrisa arrebatadora.

    —Bueno —replicó Hannah con la esperanza de que no se le notara que él no le pasaba desapercibido—, los hombres suelen venir con sus parejas, pero no estamos acostumbradas a que vengan solos. ¿En qué puedo ayudarlo? Reconozco que tengo cierta curiosidad.

    —Se trata de unos terrenos de su propiedad —se detuvo un instante—. Irene Cahill.

    Hannah sonrió al pensar que Sharon se había quedado sin historia para las revistas.

    —Ya sé de qué terrenos me habla. Irene me los dio, pero no son realmente míos.

    Irene Cahill había sido la madre adoptiva de Hannah. Había criado a Hannah y a su amiga Lucy y también se había ocupado de muchos niños que estaban esperando a que los adoptaran. Cuando Irene se fue a una residencia de jubilados en Florida, le dio a Hannah tres pequeños solares en el centro de la ciudad porque sabía que Hannah soñaba con construir un centro de salud.

    —Ya sé lo del centro de salud —dijo él—. Irene me lo ha contado.

    —Lo siento, pero me parece que no lo entiendo del todo.

    —La visité para comprárselos, pero ella me dijo que se los había dado a usted y me habló del centro de salud. He venido para ofrecerle la posibilidad de buscar otros solares cerca si me vende estos.

    —Entiendo.

    —Me parece que no lo entiende. Necesito esos terrenos. Puedo encontrarle otros que serán perfectos para sus propósitos.

    —¿Por qué son tan importantes esos solares en un vecindario tan viejo?

    —Mi socio y yo estamos pensando en hacer casas nuevas en esa zona. Las cifras del censo dicen que Erie necesita casas nuevas y modernas. Hay demasiados habitantes que se van a vivir a las afueras. Hay que conseguir que vuelvan al centro de Erie…

    Hannah no prestaba mucha atención mientras Abel Kennedy entraba de lleno en un asunto que, evidentemente, le resultaba muy querido e importante. Habló de hacer promociones y la abrumó con cifras sobre la viabilidad de conseguir que los jóvenes profesionales se quedaran en el centro. Habló de bases imponibles y de invertir en el futuro de la ciudad.

    Hannah, por su lado, lo miraba con atención. Abel Kennedy era exactamente lo que quería como padre de su hijo. Era una pena que no hubiera nadie como él en el catálogo.

    Hablaba con pasión y la pasión era algo maravilloso. Se movía con elegancia. Era impresionante. Era un verdadero regalo para la vista.

    Además, después de escucharlo, estaba muy claro que tenía cerebro.

    Parecía sano. Era importante tener un padre sano. ¿Tendría sentido del humor? Aunque eso era secundario. Lo que ella necesitaba de verdad era un hombre sano, inteligente y que estuviera vivo; el sentido del humor sólo era un extra.

    Abel Kennedy parecía cumplir ampliamente todos sus requisitos.

    Él había terminado su exposición y era el turno de Hannah. Se apoyó en el respaldo de la butaca y esperó a que ella respondiera.

    —Una urbanización dentro de la ciudad en vez de en las afueras… Bueno, tiene interés —consiguió decir Hannah que se había enterado de algo mientras fantaseaba con la paternidad de Abel.

    —Y si conseguimos comprar toda la zona de nueve manzanas, el Ayuntamiento nos permitirá cerrar algunas de las calles, lo que lo convertiría en una verdadera urbanización sin tráfico. Necesitamos sus solares para hacerlo.

    —Señor Kennedy, tengo que pensarlo.

    —Señora Harrington, también vendo inmuebles y sé que tendría que negociarlo con calma, pero necesito esos solares y haré lo que sea necesario para conseguir que los venda. Yo le encontraré otro terreno para su centro de salud. Incluso haré una contribución para su construcción. Pagaré un precio mayor del de mercado por los solares. Dígame lo que quiere y me encargaré de intentar que lo consiga —se detuvo y la miró fijamente—. ¿Qué necesita?

    —Querer y necesitar son cosas muy distintas. En estos momentos, sólo quiero un hijo y lo único que necesito es un padre para él.

    Hannah se calló bruscamente al darse cuenta de lo que había dicho. Aunque quizá sólo se hubiera imaginado que lo había dicho en voz alta.

    —¿Cómo dice?

    La mirada de Abel pasó a ser de sorpresa; de conmoción, más bien.

    Efectivamente, lo había dicho en voz alta. No tenía intención de airear sus fantasías. Se rió nerviosamente e intentó pensar en algo que decir. Sin embargo, seguía pensando que Abel Kennedy era la solución perfecta para su deseo de tener un hijo. Se sintió impresionada por la audacia y el disparate de la idea. Quiso volver a reírse y asegurar al buen hombre que sólo era una broma.

    Sin embargo, la sensatez no le daría lo que ella quería. Tomó aire.

    —Quiero que piense en la posibilidad de ser el padre de mi hijo.

    Esa vez fue Abel quien estalló en una carcajada descontrolada.

    Hannah se dio cuenta de que no estaba equivocada. Abel Kennedy cumplía todos los requisitos. Era un varón vivo, inteligente y parecía tener buena salud. Además, la risa le demostraba que también cumplía el requisito opcional: tenía sentido del humor.

    —Señor Kennedy, no tiene gracia. Digo muy en serio lo del hijo. He estado analizando esta información estúpida sobre el banco de donantes de esperma —sacó el catalogo y lo agitó—, pero la idea no me convence

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1