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Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4)
Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4)
Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4)
Libro electrónico341 páginas4 horas

Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4)

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El final de todo se acerca.

Después de los acontecimientos narrados en Devastación, todo se complica aún más si cabe reseñar.

El enemigo ya se encuentra a las puertas de la ciudad de Arbanar. Mientras tanto, no parece existir la manera de poder despertar al ser legendario. Nuestros héroes se verán embarcados en una nueva odisea para ganar tiempo, un tiempo que no tienen.

En el planeta Arbanar todo son preparativos para afrontar a las innumerables huestes de Ornarkos, que solo piden una cosa: la destrucción total del Reino Galáctico. Todo se decidirá para bien o para mal en este último episodio y conclusión de Crónicas de dos universos.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 jun 2019
ISBN9788417915841
Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4)
Autor

Thomas Larmin

Thomas Larmin nace el 13 de noviembre de 1974 y colabora de forma habitual escribiendo artículos en periódicos. Después de Alice, Primer contacto y El comienzo, Devastación es la cuarta entrega de la saga «Crónicas de dos universos».

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    Por el alma de nuestro Universo (Crónicas de dos universos 4) - Thomas Larmin

    Prólogo

    Las tropas que Ornarkos concentraba a las puertas de su palacio empezaban a llegar con cuentagotas. Poco le faltaba a aquel ciclópeo ejército para completarse en su totalidad, poco le faltaba para dar con el escondido reino de Arbanar. Y, una vez destruido aquel último foco de resistencia, aquel último gran cimiento que era lo único que por el momento mantenía la llama de la esperanza aún viva, entonces se adueñaría del universo. Absolutamente todos los mundos de esta dimensión caerían presas de una locura y pavor como nunca antes conocieron. Y solo pensar en tal cosa dibujaba una sarcástica sonrisa en su rostro demoníaco. No parecía que la situación para el reino galáctico pasara por muy buenos momentos, pero así pintaban los hechos en nuestro universo. Y, o bien asistíamos a un milagro, o bien nos esperaba la más salvaje de las opresiones. Y eso era algo que debían impedir a toda costa. Ya habían perdido a demasiados y valientes guerreros durante todos estos años de guerra en los que, mientras los poderes de su enemigo no cesaban de duplicarse, aquellos que guardaba el reino creado por Alexio no cesaban de mermar a pasos agigantados ante un enemigo que en estos momentos no parecía temer nada. Acababa de eliminar al ser llamado Verderk, quien durante tanto tiempo había sido capaz de darles esquinazo hasta llegar a reunir las cuatro gemas y encontrar la antigua prisión. Bien que el hecho por el que se confió al detectar en Morthin-Enial al traidor lo llevó directamente a la tumba por confiar en todos sus demás guerreros y no imaginar que otro espía se escondía entre su equipo. Un espía que le sirvió a Verderk en una bandeja de oro para que su líder pudiese acabar con él en un visto y no visto. Con más prisas que ganas, todas las defensas y defensores de Arbanar se preparaban para una batalla final en las que sus oportunidades de victoria eran más bien escasas, por no mencionar nada peor. ¿Y la Tierra? ¿Qué había sucedido con nuestro planeta? En un ataque de ira descontrolada, Ornarkos mandó que aquel planeta de donde provenía Alice fuese estrujado hasta el final para luego, cuando ya sus habitantes se encontrasen en las últimas, pudiesen contemplar la grandeza que conlleva la destrucción de un mundo. Pero, volviendo al presente, aunque las cosas no pintaban para nada bien, todavía todo no estaba perdido. Al menos se encontraba entre sus filas aquel ser de leyenda que una vez, solo mediante el poder que lo envolvía, fue capaz de acabar con sus más letales enemigos para que la paz pudiese instalarse durante unos cuantos millones de años más a lo largo de nuestras galaxias.

    Todavía todo no estaba perdido: el camino hasta la victoria final por parte de cualquiera de los dos bandos se acercaba; con muchas más posibilidades de éxito por parte de las huestes de Ornarkos que por parte del reino galáctico. Lo único seguro era que los arbanianos y todas sus razas aliadas iban a vender muy cara su derrota si esta tenía que llegar. Sabían que probablemente no gozaran de ninguna oportunidad frente a su enemigo, pero ello no significaba que le iban a entregar las llaves de sus mundos tan fácilmente. Si querían llevarse la victoria, deberían luchar y derramar su propia sangre de aquí hasta el final de la contienda, que parecía acercarse a pasos agigantados. ¿Acaso serían los últimos instantes de un mundo libre y los primeros de una nueva era oscura y despiadada?

    De momento nadie lo podía adivinar, nadie lo podía saber; no del lado de Arbanar. Sin embargo, el bando de Ornarkos no pensaba de la misma manera. Para muchos de ellos, la guerra ya estaba casi terminada, por lo que no tardarían mucho en comenzar las devastaciones de las ciudades y mundos que habían osado enfrentarse al poderío de sus ejércitos. Pero ¿quién sabe? Probablemente el final de la guerra nos depararía muchas más sorpresas, al menos hasta que el último defensor o atacante de cualquiera de los dos bandos se derrumbase en el suelo.

    Parte I

    De regreso a Arbanar

    «Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos».

    William Shakespeare

    «Muchos de ellos, por complacer a tiranos, por un puñado de monedas o por cohecho o soborno, están traicionando y derramando la sangre de sus hermanos».

    Emiliano Zapata

    Capítulo I

    Planeta Gavonealth. Tercer planeta del sistema Xeltaisz alrededor de la estrella Pelfaret. Galaxia de Krintomar

    Toda la cara de Alice acababa de ser salpicada por la sangre, pero no por una sangre terrestre, sino más bien por la del tandrusiano llamado Nanmer-Uloam, quien iba a asestarle un duro golpe a traición, el cual seguramente la hubiese matado en el acto, puesto que todas sus defensas estaban bajas, y Alice no parecía encontrarse presente en el interior de su cuerpo y mente. Se notaba que la muerte de Verderk le había causado un duro golpe, un golpe del que le iba a costar recuperarse. Siempre se había portado bien con ella, siempre la había protegido a instancias de su propia seguridad, y ahora ya no formaba parte del mundo de los vivos. Aquel inmundo traidor tandrusiano, antes de que pudiese golpear a su presa en un ataque mortal que acabaría con su vida, fue a su vez engañado y golpeado tan duramente en su abdomen que la sangre escapó por su boca para empapar el rostro y ropa de Alice.

    —¡Vanya! —exclamó Alice, quien ya se creía muerta a manos de aquel sucio traidor, pero no fue tal el caso, puesto que Vanya se fijó en cómo, en cuanto Alice desapareció en busca de intimidad, aquel guerrero comenzó a seguirla creyendo que nadie se fijaba en aquellas dos figuras que desaparecían de la vista de todos los demás miembros supervivientes del equipo.

    Todo fue muy rápido, y aún más para una sorprendida Alice, quien acababa de olvidar que quedaba entre su equipo un traidor culpable de la muerte de Verderk justo cuando creían que ya lo tenían todo de su lado.

    —¿Y bien, Nanmer? ¿A ti también te gusta la traición al igual que a tu compañero Morthin?

    —No se trata de traición, Vanya. ¡Se trata de supervivencia! —exclamó el tandrusiano—. ¿O es que acaso creéis tener alguna oportunidad contra Ornarkos y sus ejércitos?

    —¿Así que has traicionado a tu propia raza por dinero? —le preguntó una asqueada Vanya.

    —¿Por dinero? ¿Acaso no te has fijado en cómo se está desarrollando esta guerra? ¿Acaso no ves la diferencia de poderes entre un bando y el otro?

    —Entonces, por lo que veo, tu traición es aún peor. Si no lo has hecho para enriquecerte, has tenido que actuar solo movido por el miedo a tus enemigos.

    —¡En efecto! Yo, a diferencia de vosotros, quiero seguir viviendo una vez esta guerra acabe. Y la única forma de conseguirlo es ponerse del lado del bando ganador.

    —Me asqueas, Nanmer —le dirigió esas palabras Vanya.

    —¡Oh! La justa y honesta Vanya va a darme lecciones de ética y honor. Qué pena que no sirvieron mucho antes. Ahora, por lo que parece, los dados están echados, y vuestro bando no tiene oportunidad alguna de victoria con Verderk muerto y ese extraño personaje que no parece ser lo que todos imaginabais.

    —¡Maldito cabrón! —exclamó Alice—. Nos has vendido a todos, has conseguido que mataran a Verderk. ¿Y todo para qué? ¡Contéstame!

    —¿Para qué? ¿Osas preguntarme para qué?

    —Sí.

    —Pues para seguir viviendo mientras todos vosotros desaparecéis en cuanto Ornarkos dé con Arbanar —contestó un encolerizado guerrero tandrusiano, quien sabía que no iba a salir con vida de esta pequeña reunión.

    —Mucho me temo que eso no va a seguir siendo posible —le aclaró Vanya.

    Y, en un ataque fulgurante y lleno de ira, Vanya, con cuatro golpes bien colocados, mandó al suelo a aquel guerrero para luego liquidarlo gracias a un poderoso rayo de energía que lo desintegró, dejando una mancha oscura en medio del suelo, allí donde hacía bien poco se encontraba el cuerpo del tandrusiano aún con vida.

    —¿Alice? ¿Estás bien? —le preguntó Vanya.

    —Sí —le contestó una sorprendida Alice—, pero si lo estoy es solo gracias a ti. Me acabas de salvar la vida. Me había perdido entre sueños y pesadillas mientras caminaba despierta, olvidando que todavía rondaba una rata entre nosotros.

    —En cuanto os vi desaparecer por entre los cañones, pude apreciar cómo este cerdo traidor te empezó a seguir, por lo que yo hice lo mismo con él. El muy idiota ni siquiera se dio cuenta. Me hubiese gustado hacerle pagar por sus crímenes con mayor dureza, pero lamentablemente no tenemos mucho tiempo para prepararnos para la batalla final.

    De pronto Alice se fijó en otra sombra que debía ser la del guerrero flistonio de nombre Alvicoll, escondido en la parte este de aquel cañón en donde se había adentrado la princesa. Vanya, nada más verlo, le informó de que todo estaba resuelto y que podía volver con el resto del grupo hasta el precario campamento e informarles de lo ocurrido.

    —Sabía que estabas un poco fuera de sí, por lo que seguramente el traidor que se encontraba entre nosotros intentaría darte muerte en cuanto tuviese la ocasión. Y, después de la muerte de Verderk, no existía mejor lugar que este para terminar con su trabajo de una vez por todas —le explicó Vanya.

    —Te agradezco de veras lo que has hecho por mí, aunque no sé si hubiese sido mejor que esta rata acabase conmigo de una vez por todas —se confesó Alice ante su mentora—. Por lo visto, tú también creías que teníamos un espía infiltrado entre nuestras diezmadas filas.

    —Sí, los cuatro lo recordamos, aunque a ti parece habérsete olvidado el peligro que te acechaba. Sé que la muerte de Verderk ha sido un durísimo golpe para todos nosotros, por lo que era seguro que el traidor que quedara fuera a beneficiarse de esa acción para acabar el trabajo que comenzó su compañero en Tremtromx.

    —No es solo eso, Vanya.

    —¿Qué te ocurre entonces?

    —Noto una opresión en el pecho. Como si algo me advirtiera que ha sucedido algo realmente terrorífico, pero lamentablemente no logro hacerme una idea de qué puede ser.

    —Yo también noto esa misma opresión, Alice —le indicó un Adam que se iba acercando a donde se encontraban las dos mujeres, acompañado por el resto del equipo—. No sé lo que es, pero me parece que algo terrible acaba de suceder, algo realmente espantoso.

    —Es raro. Yo no noto absolutamente nada —les mencionó la general Vanya, a quien se unieron Cirgoneo y el resto del equipo que aún seguía con vida.

    Lo que los dos terrestres notaban no se podía compartir con el resto de miembros del equipo. Solo ellos dos eran capaces de percibir cómo algo espantoso acababa de suceder, algo que nunca hubiesen imaginado que podría llegar a pasar.

    —Da lo mismo, Vanya. Ya todo está perdido. Solo nos queda morir en grandeza tal y como me enseñó Verderk.

    —¡Maldito traidor! No puedes venirte abajo ahora que tenemos entre nosotros a ese ser. Y, por otra parte, nunca digas eso. Todo no está perdido. Verderk nos dio una oportunidad de poder vencer a nuestro enemigo. No debemos desaprovecharla. ¿Te imaginas si te oyese decir estas duras palabras después de su sacrificio? No creo que le gustaran mucho. Yo confío en ti, Alice. Y como yo muchos otros que están dispuestos a dar su vida por nuestra causa. No me digas por qué, pero estoy seguro de que ganaremos esta guerra. ¡Ya lo verás! No es momento de claudicar y menos ahora —le animó otra vez aquella guerrera arbaniana que intentaba guardarse la pena para sus adentros. No era el momento de derrumbarse; no, no lo era. Era el momento de luchar hasta el último segundo, el momento de plantar cara a su terrible enemigo. Y no podían fallar por el bien de todos los pueblos que querían vivir en paz, lejos del terror que sembraba la única mención del nombre de su brutal adversario.

    —¡Tienes toda la razón, Vanya! No pienso rendirme ahora y menos después del sacrificio de Verderk y de lo que me acabas de demostrar. Nunca, ni en el peor de los casos, se debe perder la fe o la esperanza.

    —Así es, Alice.

    —Además, creo que estoy siendo bastante egoísta —le mencionó Alice.

    —¿Por qué dices eso? —preguntó una curiosa Vanya.

    —Porque me parece que tu sufrimiento es bastante mayor que el mío y, sin embargo, llevas el luto en lo más profundo de tu ser, sin dejar que sea visto por los demás. Algo que hundiría la moral de las tropas. Y, por encima de todo, tú lo conocías desde hacía mucho tiempo, mientras que yo apenas lo conozco desde hace unos meses. Perdóname, Vanya, he sido egoísta y pesimista sin intentar siquiera pensar en los demás, creyendo que yo era la más afectada. Perdóname…

    —No hay nada que perdonar, princesa. Solo nos queda vencer en esta guerra ahora que parece ser tenemos el arma que tanto ansiábamos.

    —Sí, sí que te tengo que pedir perdón, Vanya. Tú lo amabas, aunque intentabas que pasase todo desapercibido. No me mientas, lo sé. Pude fijarme en cómo lo mirabas siempre de reojo, cómo lo mantenías en un pedestal.

    —Sí, así es, Alice. Nunca se lo había contado a nadie, no tenían por qué saberlo. Pero sí, llevas toda la razón, siempre lo he amado, desde el primer minuto en que lo vi —se confesó Vanya.

    —Lo siento. De veras, lo siento tanto.

    —No te preocupes. Lo pasado, pasado está. Ahora solo nos queda despertar a ese humano y ganar una guerra en nombre de la libertad y la justicia, y de todos los inocentes que han caído bajo el poder de nuestros enemigos.

    Mientras ambas mujeres hablaban, estaban separadas del resto del grupo para que nadie escuchara su conversación y, sobre todo, que no pudieran ver su estado de ánimo, ya que tal hecho podría fracturar aún más el ya delicado estado de todo el grupo.

    —¿Así que ese era el sucio traidor que nos vendió a Ornarkos? —preguntó Adam a la vez que se acercaba a las dos mujeres—. Ojalá se pudra en el peor de los infiernos. ¿Estás bien, Alice?

    —Sí, gracias a Vanya —le confirmó Alice.

    —¿Y tú, Vanya? ¿Estás bien?

    —Sí, Adam. Gracias por preguntar de todos modos —se excusó con una voz muy apagada la general arbaniana.

    —Sé que ha sido un duro golpe para todos, pero desgraciadamente no tenemos tiempo para poder llorar a nuestros amigos —les advirtió un Cirgoneo que se presentaba con la cruda realidad bajo esas palabras—. ¿Alice? ¿Vanya? ¿Estáis bien?

    —Mejor que nunca —mintió Alice—, y con unas terribles ganas de hacer pagar a nuestro enemigo su afrenta.

    —Volvamos al campamento, puesto que creo que ya ha llegado nuestra nave —afirmó Cirgoneo.

    Y así era. La nave enviada por su rey acababa de aparecer por las inmediaciones de su campamento, lista para llevar a un reducido grupo hasta la capital Arbanar. Cirgoneo, junto con Vanya, subió al transporte el cuerpo de aquel ser que no parecía querer despertar de su largo sueño.

    Pero Cirgoneo no era tonto y enseguida pudo notar cómo algo no iba nada bien en los semblantes de Adam y Alice. Estaba claro que la muerte de Verderk había sido un golpe del que tardarían mucho en recomponerse, pero también estaba claro a su vez que existía otro hecho que parecía enturbiar sobremanera sus ya hundidas facciones, un hecho que todavía nadie del grupo sabía que acababa de ocurrir hacía bien poco.

    Aquellos dos humanos terrestres no dejaban de pensar en que algo realmente monstruoso había sucedido en el universo, y no se trataba de la muerte de Verderk, no. Era otra catástrofe de dimensiones bíblicas, tal y como se decía en su planeta natal: la Tierra había dejado de existir a manos de uno de los dos terribles generales que aún le quedaban al ejército de Ornarkos, ese era el enorme peso que lastraba a la pareja sin saberlo.

    —Adam, Alice, Vanya. ¡Tenemos que irnos ya! —les declaró Cirgoneo.

    —Espera, Cirgoneo —le respondió Alice mientras se dirigía a la guerrera Baar-Lieled.

    —¿Sí, princesa?

    —En estos momentos soy tu princesa, por lo que te nombro general debido a tu templanza y virtudes para la lucha por nuestra libertad y te invito a una prueba. ¿Estás de acuerdo?

    —Sí.

    —Entonces, general Baar-Lieled, quiero que con el grupo restante intentes atraer al mayor número de guerreros posibles que quieran luchar por sus mundos, sus familias y su libertad. Debemos crear un ejército lo bastante poderoso como para hacer frente al de Ornarkos. ¿Me sigues, general?

    —Es todo un honor el que me concedéis, princesa —le contestó la nueva general, llena de entusiasmo en tan difíciles momentos—. Vamos a reunir a todos los guerreros que podamos en el poco espacio de tiempo que nos queda antes de la batalla final.

    —Estoy segura de que lo conseguirás, general Baar-Lieled.

    —Gracias, princesa.

    —Nos vemos en los cielos de Arbanar, ya sea para la victoria final o para una muerte que se llevará a muchos de nuestros enemigos por delante —afirmó Alice.

    Sin darse cuenta, Alice empezaba a hablar como una auténtica líder, como el faro al que se agarraban todos los barcos en un mar revuelto y de noche.

    —Está bien, Alice, debemos irnos ya —le confirmó Cirgoneo—. Los demás, coged esa nave y perdeos por el universo durante un rato. Igual sirve de distracción para nuestros enemigos. Intentad reclutar la mayor cantidad de guerreros que estén dispuestos a dar su vida por la libertad. Luego ya sabéis cómo volver a Arbanar, ¿verdad, general?

    —Sí, ya me lo ha contado Cirgoneo. Además, la nave nos llevará de vuelta en cuanto terminemos esta misión —le respondió Baar-Lieled, quien se quedaba con un reducido grupo muy diferente en comparación con el que había partido desde Arbanar para una misión crucial.

    —Entonces, os deseamos suerte a todos y espero veros en la batalla final en Arbanar, junto con un gran contingente de ayuda.

    —Allí nos encontraremos todos, ya sea para vencer o para morir —le recalcó la nueva general, quien junto con sus guerreros desapareció en aquella enorme nave que ahora era dirigida por la mente de la general.

    Tenían claro una cosa: la nave ya no era invisible para los enemigos debido a lo que fuese que utilizó Nanmer-Uloam. No obstante, también sabían que ya no era la misión de sus contrincantes el intentar buscarla. Todo se había resuelto en aquel trozo del planeta Yedobbai, por lo que, si su ruta no conducía hasta Arbanar, la nave ya no era de importancia para Ornarkos. ¿Qué más le daban unos cuantos millones más de guerreros entre las filas del reino galáctico? Ahora que había acabado con Verderk, se sentía totalmente inmune a cualquier otro guerrero, fuese de donde fuese y viniese de donde viniese. Para Ornarkos, aquel ser que habían encontrado no representaba amenaza alguna, bien que su fuerza era de lejos superior a cualquier otro guerrero con quien se había cruzado con anterioridad.

    La gran nave despegó antes que la que les fue enviada desde el Reino Galáctico. Su misión era de lo más sencilla, y esa no era otra que la de buscar más aliados para potenciar las filas de Arbanar y de todos los que pertenecían al mismo bando, antes de volver a la batalla final. Para ello, necesitaban convencer a una enorme cantidad de pueblos y mundos que ya no podían quedarse al margen de esta guerra, puesto que, si querían sobrevivir, deberían escoger bando y luchar por sus libertades, tan amenazadas a día de hoy. Y el tiempo corría en su contra. Debían darse prisa y encontrar guerreros listos para la última batalla, seres dispuestos para dar su vida en un intento de acabar con su monstruoso enemigo.

    Iban a intentar llenar aquella enorme nave con los más poderosos guerreros que pudiesen encontrar en tanto que no comenzase la última batalla que predestinase el devenir de su futuro. Y de paso intentar encontrar muchísimos más guerreros para su justa causa.

    Ambas naves desaparecieron a toda velocidad en distintas direcciones. Una hacia Arbanar para intentar ver qué se podía hacer con aquel ser que se suponía debía de ayudarlos y quien en estos momentos no salía de su profundo trance, mientras que la otra, mucho más grande, se dirigió en dirección contraria para intentar engañar a un enemigo que en estos momentos los superaba en poder y buscar más aliados para intentar lo imposible: vencer a sus poderosos enemigos, ya que no solo se encontraba el todopoderoso Ornarkos, sino también sus dos monstruosos generales y su monumental ejército lleno de seres potenciados, viles y ruines, que seguían ciegamente a su amo y señor.

    Unas pocas horas después apareció la nave de Ornarkos por el planeta Gavonealth. Tal y como había previsto, todos sus enemigos habían abandonado el planeta. Pero no fue eso lo que le interesaba, ya que la presencia de aquel ser que habían logrado despertar se encontraba allí en estos momentos, por lo que en unas cuantas horas o tal vez días, enseguida encontraría el camino que le llevase a donde este se encontraba, que no era otro que el emplazamiento del Reino Galáctico. Y así podría de una vez por todas acabar con ese ser que consideraba su último obstáculo y enemigo, antes de aplastar todo intento de resistencia.

    De golpe se puso al intercomunicador.

    —Barklam, ¿me escuchas? —preguntó este.

    —Sí, milord —contestó una voz al otro lado.

    —¿Se encuentran todas nuestras tropas preparadas?

    —Sí, milord . Lo están. Ya no falta absolutamente nadie.

    —¡Perfecto! Quiero que las comandes hasta Gavonealth. Presiento que queda poco para nuestra victoria final.

    —Así se hará, milord. —Y este cortó la conversación.

    Mientras, en el seno del imperio de Ornarkos, todos y cada uno de los generales recibieron aquella orden por parte de la mano derecha de su amo y señor: el general Barklam y cientos de miles de naves como nunca jamás se hubiesen visto en el universo emprendieron el camino hacia el planeta de Gavonealth.

    Nunca una fuerza de ataque pudo llegar a ser tan numerosa, pero de lo que se trataba en aquellos momentos era de aplastar toda resistencia que el acabado Reino Galáctico pudiese ofrecer. Y fue así como comenzaron su partida aquellas naves con millones de guerreros dispuestos a prenderle fuego al reino de Arbanar, aunque todavía les quedase encontrarlo. Pero aquello no parecía suponer un contratiempo para su líder.

    Ornarkos sabía que la llegada de su ejército sería más lenta, puesto que aquellas naves de invasión no eran precisamente de las más rápidas de las galaxias. Pero él tenía todo su tiempo y lo saboreaba con gusto, puesto que su enemigo, al que más temió, se hallaba muerto y aquel ser que habían encontrado no le suscitaba ningún respeto. La verdad es que no sabía ni por qué dudó de su poder en algún momento.

    Pronto todo acabaría en el mayor baño de sangre, en una Arbanar reducida a cenizas, una batalla como el universo jamás hubiese conocido, y eso era algo que lo entusiasmaba.

    Capítulo II

    Planeta Arbanar. Sede del Reino Galáctico. Sala de observación científica. Palacio real

    Nada. No se apercibía cambio alguno en aquel ser que tanto tiempo había estado prisionero y quien se suponía que debía plantar cara a Ornarkos. Lo habían intentado todo para despertar a aquel humano y todo había fallado, no existía manera de que su estado cambiara, lo cual llevaba a un gran número de guerreros allí presentes a preguntarse el porqué de tal sacrificio por parte de Verderk para recuperar a un ser que ya no parecía pertenecer a este mundo, a este lado de la frontera entre lo que es llamado vida y la nada más

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