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El comienzo (Crónicas de dos universos 3): CRÓNICAS DE DOS UNIVERSOS
El comienzo (Crónicas de dos universos 3): CRÓNICAS DE DOS UNIVERSOS
El comienzo (Crónicas de dos universos 3): CRÓNICAS DE DOS UNIVERSOS
Libro electrónico495 páginas7 horas

El comienzo (Crónicas de dos universos 3): CRÓNICAS DE DOS UNIVERSOS

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¿Qué sucedió realmente antes de los acontecimientos explicados en los dos primeros libros?

He aquí la verdadera historia.

Antes de que todo sucediera, antes de que la Tierra fuese el centro neurálgico para la guerra que asolaba nuestro universo, en esta novela podremos conocer los hechos que nos llevaron hasta el presente. Todo lo que está ocurriendo hoy en día no hubiese sido así de no ser por esta historia.

He aquí «el comienzo» de lo sucedido en los dos últimos libros, donde entraremos a valorar y conocer mejor a Verderk y demás personajes importantes protagonistas esta odisea.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 jul 2018
ISBN9788417447915
El comienzo (Crónicas de dos universos 3): CRÓNICAS DE DOS UNIVERSOS
Autor

Thomas Larmin

Thomas Larmin nace el 13 de noviembre de 1974 y colabora de forma habitual escribiendo artículos en periódicos. Después de Alice, Primer contacto y El comienzo, Devastación es la cuarta entrega de la saga «Crónicas de dos universos».

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    El comienzo (Crónicas de dos universos 3) - Thomas Larmin

    Parte I

    Traición y llegada

    El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.

    William Shakespeare

    A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será.

    Goethe

    Prólogo

    Ciudad de Erie. Principios de noviembre del año 1984. Samanta Sand esperaba intranquila y no sin cierto temor. Los resultados de las pruebas a las que había decidido someterse después de haberse desmayado en varias ocasiones a lo largo de las últimas semanas no presagiaban nada bueno. Estaba claro que algo en su organismo no iba nada bien. Ella era doctora, no se hacía ilusiones sobre el asunto. Todo parecía indicar lo peor. Si únicamente hubiesen sido desmayos, podría albergar cierta esperanza. Pero no era tal el caso, puesto que estos se habían visto acompañados por dolores musculares y vómitos que no indicaban nada bueno. Trabajaba en el hospital Hamot de Erie donde ejercía de médica generalista. Aunque en estos momentos no se encontraba ejerciendo sus labores, puesto que esperaba en la sección de Oncología los resultados de unas pruebas que había decidido hacerse. No podía disimular su miedo, los ojos la delataban, y si uno no se fijaba en ellos, bastaba con observar el nerviosismo que indicaba su lenguaje corporal. De pronto, una puerta se abrió dejando paso a un médico especialista en este tipo de enfermedades. Portaba bajo su brazo lo que parecían ser unas pocas hojas de resultados clínicos. Enseguida se dirigió donde se encontraba Samanta.

    Capítulo I

    Planeta Tsulamen en rotación sobre la gran

    estrella Sephios, sistema de Zultekn, galaxia de Pracmandor.

    Superficie de Tsulamen. Alrededor de unas ancestrales ruinas encontradas. Unas ruinas de una vital importancia para la guerra que no cesaba de ampliarse por todo nuestro universo. Este mundo desértico, pedregoso y totalmente exento de vida se encontraba en estos momentos poblado por una enorme cantidad de guerreros de diferentes bandos que luchaban en una batalla desigual.

    Las fuerzas del Reino Galáctico se veían desbordadas por las legiones del bando contrario que buscaban la aniquilación de aquel contingente cinco veces inferior y cogidos por sorpresa, un hecho que hacía que la lucha fuese aún más desigual.

    ¿Pero por qué tanta importancia por este antiguo mundo abandonado para que una tan cruenta batalla se estuviese desarrollando en estos precisos instantes?

    La razón era bien simple: según los eruditos del Reino Galáctico, este planeta escondía unos misterios e informaciones para poder ganar la guerra que abarcaba nuestro universo. Y es que estos sabios creían haber dado con una fuente inmensa de sabiduría que no tenía comparación alguna. Pero estos sabios, así como sus congéneres guerreros, se habían visto sorprendidos en una emboscada, una emboscada que solo podría haber surtido efecto gracias a la ayuda de algún traidor escondido entre aquel contingente de guerreros, ya que se había intentado hacer todo en el mayor de los secretismos, tal era la importancia de aquel descubrimiento. Y es que toda esa información que pudieron recabar se debía, sobre todo, a restos de antiguas civilizaciones que dejaron mensajes escritos para que estos pudiesen ser estudiados más adelante por sus descendientes, muchos de los cuales formaban ahora parte del Reino Galáctico. Desde luego, no eran mensajes fáciles de interpretar, pero debido a largos años de estudios todas aquellas reliquias de antiguas civilizaciones los llevaron hasta el planeta que ahora era conocido como Tsulamen.

    Aunque la vida hacía muchísimo tiempo que lo abandonó, aquel planeta albergaba un objeto cuya importancia era crucial para el devenir de esta terrible guerra que se iba extendiendo por todo el universo, integrando en su ciclópeo paso mundos y más mundos, ya fuesen beligerantes o no. La gran batalla que se estaba librando en este pequeño planeta, de un tamaño muy parecido al de nuestro vecino rojo apodado Marte, era de una importancia de tal magnitud para las fuerzas del Reino Galáctico que cualquier derrota podía suponer un desastre con consideraciones mucho más que dramáticas.

    Aun así, y sabiendo de la importancia de esta misión, parte de numerosas razas y tropas que protegían el universo se encontraban luchando en unas condiciones muy inferiores tanto en poder como en número. Sus enemigos los habían cogido por sorpresa y su destacamento era mucho mayor, pues contaban entre sus filas con poderosos guerreros contra quienes poco podían hacer muchos de los valientes soldados a las órdenes del Reino Galáctico. En inferioridad numérica, de poderío y cogidos por sorpresa, la batalla solo podía gozar de un final. Sus enemigos los sobrepasaban en un porcentaje de cinco a uno. Pero aquello no era lo peor de todo, no. Si solo se hubiese tratado de un destacamento comandado por algún general, la pérdida hubiese sido nefasta sin lugar a dudas. Pero quien comandaba sobre aquellos guerreros no era otro que el rey Alexio. Por lo que si el enemigo lograba dar muerte a tan importante personaje, la desolación se haría dueña de aquel bando. No era lo mismo perder a un general que al señor de los ejércitos contrarios. Podía ser un golpe demoledor para la esperanza de los demás pueblos, los cuales aún creían en una posible victoria sobre tan letales enemigos.

    Fuese como fuese, las tropas comandadas por el rey Alexio no podían permitirse el lujo de dejar que su enemigo se hiciera con el importante descubrimiento que lograron encontrar en aquella roca con aires de planeta. ¡No, no podían! Si lo lograban, el golpe encajado sería devastador y seguramente definitivo. Por ello, los guerreros superados en número y poder luchaban como auténticos posesos.

    Pero lamentablemente era una lucha sin expectativas, solo era cuestión de tiempo que perdieran frente a la enorme superioridad de las legiones enemigas, por lo que solo quedaba una cosa por hacer y esa no era otra que la de salvar a su rey, protegerlo el tiempo necesario para que pudiese escapar de allí junto al descubrimiento. Aquel objeto no podía caer entre las manos de aquellos monstruos, alguien tenía que huir mientras los demás se sacrificaban para darle el tiempo necesario. La batalla estaba perdida de antemano, pero si aquel extraño objeto caía en las garras de sus antagonistas, entonces no sería una simple batalla perdida, sino más bien la guerra en sí, y con ella el final de toda esperanza y el comienzo de la más absoluta oscuridad.

    El contingente que llegó a este planeta, proveniente del Reino Galáctico, se hallaba compuesto por más de trescientos mil valientes guerreros. Se podría decir que se trataba de un ejército gigantesco en comparación con las numerosas huestes terrestres que poblaban nuestra historia. Pero, en realidad, para las tropas que combatían en tan descomunal guerra, estos trescientos mil soldados no eran más que un simple escuadrón. Nada más llegar a Tsulamen, no se dieron cuenta de la sorpresa que los esperaba en aquel planeta, y más precisamente entre aquellas ruinas tan antiguas e importantes. Las fuerzas enemigas no los atacaron de inmediato, sino que les tendieron una trampa nada más abandonar estos las ruinas de lo que hacía ya demasiado tiempo en el pasado debió de haber sido una extinta y poderosa civilización. Pero este grave error no se fraguó aquí, no. Ni tampoco fue una trampa erigida por sus enemigos. En realidad, todo comenzó con una reunión en donde se tomaron decisiones erróneas que llevaron a todos estos luchadores junto a su rey a meterse en la boca del lobo. Eso, y claro está, la importante traición de algún miembro de sus filas, algo que parecía totalmente imposible vista la prueba de lealtad por la que debían pasar todos y cada uno de los guerreros del bando del Reino Galáctico. Pero, fuese como fuese, de alguna manera, aquel traidor había logrado engañar a lo que todos creían imposible en un principio. Y, al lograrlo, podía acabar con esta guerra mucho más rápido de lo esperado si lograba hacerse con el objeto y acabar con quien representaba la justicia en todo el universo.

    Sin embargo, antes del comienzo de esta desigual batalla había que explicar muchas cosas. El rey Alexio iba acompañado por el más importante intelectual del reino, un sabio de nombre Astristaminos, y por uno de sus mejores generales cuyo nombre era Felthan, quien a su vez era el hermano pequeño del jefe de todos sus ejércitos y también del más poderoso guerrero con el cual contaban entre las huestes del Reino Galáctico, un ser llamado Verderk. Nada más llegar al planeta, estos se adentraron entre las ruinas de lo que alguna vez llegó a ser una poderosa civilización o, al menos, eso era lo que creían, ya que de no ser así, ¿por qué demonios ese objeto de tan vital importancia se habría encontrado en aquel planeta abandonado? Entraron, estudiaron las escrituras hieráticas que conformaban aquellas ruinas en el interior de una enorme caverna repleta de pasadizos y túneles y, por no se sabe qué razón, dieron con aquel extraño objeto de una época ya desaparecida. Pero en cuanto estos tres personajes abandonaron aquellas inmensas ruinas, tanto ellos como sus guerreros, que esperaban fuera montando guardia, fueron atacados a traición por los ejércitos enemigos que parecían estar esperando su salida bien escondidos antes de pasar a la acción.

    Capítulo II

    Planeta Arbanar. Sede del Reino Galáctico.

    Especulaciones y debates sobre un importante hallazgo.

    Y es que a lo largo de años de búsqueda sobre antiguos escritos, leyendas del pasado, runas misteriosas y demás mitos, los sabios y eruditos del Reino Galáctico lograron discernir después de tanto trabajo un hecho muy importante, algo que fue olvidado hace millones de años por las civilizaciones de entonces y no tardó en perderse en la inmensidad del tiempo y el espacio. Nadie imaginaba que aquel descubrimiento pudiese ser una historia real, una historia que desvelaba una gran esperanza para poder poner fin a esta guerra monstruosa.

    Durante todo ese periodo de tiempo, este secreto se mantuvo perdido y fuera del alcance de infructuosas búsquedas que no llevaron a ningún sitio, a ningún lugar.

    Pero poco a poco lo que parecía ser un cuento, una historia que nadie conocía, una historia de poca monta sin relevancia alguna, fue tomando forma gracias al arduo trabajo de miles de eruditos que intercambiaron datos para corroborar una verdad largamente olvidada y apartada a un rincón oscuro del cual nadie sabía su existencia. Y así, por fin, llegó el día en el que tal hecho dejó de pasar desapercibido para todos aquellos doctos investigadores, quienes descubrieron que lo que durante tanto tiempo estuvieron buscando a lo largo de galaxias, planetas y ruinas de antiquísimas civilizaciones era una gran verdad capaz de alterar el orden de las cosas, capaz de cambiar el curso de la guerra, en cierto modo, una gran certidumbre que hasta la fecha no habían logrado desenmascarar. En aquellos remotos lugares a lo largo de un sinfín de mundos fue donde encontraron certeras pruebas lo suficientemente trascendentales como para poder afirmar con total rotundidad que aquella historia, mito o leyenda en realidad no fue tal, sino que para su enorme alegría aquel bizarro hecho existió de verdad, aunque tanto el tiempo como los oscuros poderes del universo habían intentado ocultarlo y acallarlo; pero sin por ello conseguir su propósito. Y, al final, su misterio cayó en manos de los sabios del Reino Galáctico por el bien de todos. El otro bando no sabía nada sobre esta historia, era una ventaja para tener en cuenta, algo que no había que desbaratar. No podían ser partícipes de aquel descubrimiento. Las cosas debían seguir igual. Que sus enemigos se ocuparan de seguir invadiendo mundos, pero jamás debían sospechar algo sobre tan delicado e importante tema, puesto que era una oportunidad de vencer y poner fin a años de cruentas guerras y auténticos genocidios perpetrados por ambos bandos. Y es que esta guerra, el monstruoso conflicto en el cual ambos bandos se veían enfrentados, hacía tambalear la opinión que uno podía tener sobre la existencia del maniqueísmo. Razas enteras habían desaparecido bajo esta monstruosidad, tal era el poder del terror que había hecho su aparición desde el otro lado de los vacíos del infinito.

    Después de muchos años de innumerables estudios y comprobaciones, cuando ya ostentaban la certeza de aquel descubrimiento, aquellos sabios se reunieron en privado con el rey y sus hombres de confianza para poder darles los detalles de tan preciada certeza, la cual era fundamental encontrar de inmediato, puesto que esa búsqueda —no les cabía la menor duda— podía poner fin a esta despiadada guerra que arrasaba el universo y el alma de casi todos sus habitantes, y que cada día que pasaba se decantaba un poco más por el bando siniestro, logrando que las fuerzas aliadas retrocediesen en gran medida; pero aún faltaba mucho, demasiado en realidad para poder decantarse por uno u otro bando. Las fuerzas estaban bastante parejas, por lo que si querían ganar, sus enemigos deberían mancharse de sangre hasta más arriba del cuello. Por un lado, se encontraba Ornarkos, el ser salido del mismísimo infierno, un poder imposible de ser igualado por sus enemigos, al menos en estado normal. Sin embargo, existía otra criatura en el bando del Reino Galáctico, una criatura que escondía un terrible secreto y una fuerza interior capaz de rivalizar con aquel ser de pesadilla. El único gran problema era que ese ser no sabía controlar el inmenso poder del que gozaba, un poder que bien se podía torcer contra sus propios amigos, y eso no era un secreto para los nigromantes que fabricaron e imaginaron cómo debía ser Ornarkos desde el otro lado de los vacíos del infinito.

    Aquellos nigromantes, mediante no se sabe qué experimentos, parecían conocer a su enemigo demasiado bien, mucho mejor que los de sus propias filas, y ese era otro misterio sin resolver, un misterio que podía aniquilarlos a todos, ya que esa fuerza oculta que detentaba Verderk podía utilizarse para el mal, y si eso llegaba a pasar, si esos nigromantes por mediación de Ornarkos eran capaces de controlar el poder oculto de Verderk, entonces toda esperanza de salvación desaparecería para siempre. Pero las cosas todavía no habían llegado hasta tal extremo. Por lo que lo mejor era volver al presente. Una vez la historia contrastada, los sabios y eruditos del Reino Galáctico pidieron audiencia para una necesaria y pronta reunión con los grandes poderes de su bando, incluido el rey. La noticia no podía esperar más, era demasiado importante.

    Cuando la gran sala donde se discutían los hechos más relevantes del universo se llenó, los sabios comenzaron con su dilucidación sobre lo que ya tenían por una verdad absoluta. Un grupo de eruditos representado por Astristaminos y unos cuantos colegas suyos expusieron aquellos hechos en dicha reunión.

    Todo se basaba y estaba relacionado con un suceso acontecido hacía millones de años, un suceso de una importancia vital para todos los pueblos libres del universo. Empezaron contando las pistas que les habían llevado hasta dicha conclusión, pistas que aparecían en antiguos lugares abandonados, en piedras perdidas por el vasto universo y que parecían ser vestigios de antiguos planetas anteriormente habitados. Les explicaron cómo estas pistas casi desaparecen dejándolos a merced de una guerra con una más que difícil conclusión.

    ¿Pero de qué se trataba? ¿Qué tenían esas nuevas de tan interesante como para reunir a la plana mayor del reino?

    Al notar la apatía con la que varios de aquellos importantes personajes se tomaban la nueva noticia, Astristaminos no se anduvo con rodeos y fue directo al grano.

    —Señores, me encantaría que me prestaran un poco de su tiempo. Debo informarles sobre una noticia que no podemos dejar de lado —les explicó el erudito ante la atenta mirada de todos los allí reunidos.

    Y es que si se miraba bien el plantel de los personajes que se encontraban en aquella sala, se podría haber dicho que esta era la reunión con más nombres gloriosos de todos los tiempos. Los más importantes generales del mundo de Arbanar se encontraban en dicha sala. Nombres como Zarit-Tearom, Lascor-Kinerraz, Kiani-Vilcolla, Eirk-Obrav, Vanya-Arual, Kiani-Agarci, Jeragech-Maberi, Petrici-Arorat, Clanda-Yoonch, Zoxtram-Lalaoan, Xemla-Belline, Sankio-Euiri, Setmon-Conde, la flor y nata de los guerreros de Arbanar, a los que gracias a su estatus de héroes de guerra les era permitido utilizar el apellido de su casa de armas en compensación por los grandes logros y victorias épicas que consiguieron a lo largo de su vida.

    Así funcionaban las distinciones en Arbanar, cuando alguien conseguía un acto de bravura, este no era condecorado con innumerables medallas como lo pudiese haber sido en nuestro planeta. Aquí lo que sucedía era que el héroe en cuestión era recompensado junto a toda su genealogía por los servicios prestados y así podía perpetrar en el muro de los paladines su apellido, enorgulleciendo a toda su familia. Pero en esta reunión no solo se encontraban los grandes generales, sino también el rey Alexio, quien no necesitaba apellido, ya que siempre que alguien reinaba en este mundo escogía el nombre de Alexio. También destacaban generales más jóvenes y no tan importantes como los ya mencionados, pero protegidos bajo el amparo de sus benefactores, ya fuesen Vanya-Arual, mano derecha del rey, Felthan, hermano de Verderk, o hasta el mismísimo Alexio.

    Aquellos generales más jóvenes, pero que empezaban a demostrar una valentía sin igual, se hacían llamar Eoptomel, Mancloneo, Sardiar, Plextner, Gromer, Guzniar, Tanduim, Plectomac, Zaltgon, Torsen, Macnat, Suilgelan y el único escogido bajo la tutela de Verderk, un jovencísimo general cuyo nombre era Ixtik. Aunque el inmenso mundo de Arbanar se hallaba poblado por miles de criaturas diferentes, las que realmente entraban en liza cuando había que batallar pertenecían únicamente a la raza humana, una de las más extendidas a lo largo del universo. Otra pregunta que valía la pena responder era por qué razón tanto Felthan como Verderk no poseían apellidos, siendo el uno un poderosísimo guerrero y el otro el humano más importante de todos los allá reunidos. Pero la explicación era bien lógica: ninguno de ellos dos pertenecían al mundo de Arbanar; eran yedobbitas pertenecientes al planeta Yedobbai y los dos más poderosos guerreros que se encontraban en aquella reunión, aunque la diferencia de fuerzas entre uno y otro era abismal. En realidad, nadie sabía de dónde provenían los inmensos poderes de Verderk, nadie en absoluto. Su persona era un auténtico misterio, y su transformación, un enigma envuelto dentro de una incógnita; y todo ello tapado por una espesa bruma de arcana turbación. Este era el selecto elenco reunido por petición de Astristaminos para que pudiesen escuchar su aclaración sobre los hechos que tantos quebraderos de cabeza le habían otorgado.

    —Adelante, Astristaminos —le animó su rey—. Explícanos un poco qué es lo que has encontrado tan importante para reunir a nuestros más poderosos guerreros.

    —Sí, mi rey —respondió el sabio—. Por lo que hemos podido llegar a comprender después de largos y arduos años de investigación, hemos dado con una verdad que podría revolucionar toda esta guerra.

    —¿Y cuál es esa verdad? —preguntó Felthan.

    —Todo se basa en una serie de pistas que debíamos seguir y que nos fueron marcadas por antiguos vestigios de otras culturas que con el paso de eones de tiempo desaparecieron.

    Se hizo el silencio. Las primeras palabras del erudito parecían haber interesado a todos los reunidos, por lo que Astristaminos siguió con su dilucidación sobre tales hechos.

    —Según estos estudios, han aparecido diversas pruebas irrefutables sobre la existencia de unos misteriosos y muy antiguos objetos de una importancia y trascendencia sin igual —les informó el sabio—. Parece ser que sin estos la guerra en la que todos estamos embarcados jamás podrá ser ganada por nuestro bando.

    Estalló una pequeña interrupción que fue rápidamente callada por el rey, quien quería, al igual que Verderk, seguir escuchando esas hipótesis.

    —Sigue, Astristaminos, por favor. No te detengas —le animó el rey.

    —Según la opinión de nuestros numerosos sabios, científicos y eruditos, si no nos concentramos en buscar dichos objetos, nuestra causa está perdida de antemano, puesto que el poder que nos acecha se vuelve cada día que pasa mucho mayor.

    —¡Tonterías! —recalcó el general Zarit-Tearom—. Con Verderk de nuestro lado las fuerzas están muy parejas y eso el enemigo lo sabe.

    Verderk no dijo nada, se limitaba a escuchar todo lo que se decía en aquella reunión.

    —No es ninguna tontería, general —le recalcó Astristaminos—. Solo estoy exponiendo todos nuestros estudios sobre dichos objetos y antiguas leyendas que pasaron a ser mitos, mal que nos pese.

    —Sigue, Astristaminos —le animó Verderk, quien no había abierto la boca hasta entonces. Solo el oírle hablar bastó para que todos los reunidos callaran de inmediato, tal era el respeto y la admiración que le tenían.

    —Gracias —le contestó Astristaminos—. Nuestros estudios, diatribas, conversaciones y averiguaciones nos llevan a comprender que sin la ayuda de esos objetos toda esperanza de victoria es nula. Aunque hay que reconocer que, por ahora, nuestras fuerzas se encuentran bastante igualadas, llegará el momento en que no podamos vencer si no concentramos parte de nuestras energías en la búsqueda de dichos objetos. En resumidas cuentas, estamos condenados a perder si no damos con ellos.

    Verderk no le quitaba ojo al sabio y nadie se atrevía ya a interrumpirlo.

    —Según nuestras conclusiones, solo cabe una esperanza de triunfo sobre nuestros enemigos y esa pasa por estos extraños objetos. Aun teniendo entre nuestras filas a poderosísimos guerreros tales como los aquí presentes, llegará el día en el cual ni siquiera Verderk podrá hacer frente a nuestro mayor enemigo si consigue lo que sabemos anda buscando.

    —¿Qué anda buscando Ornarkos? —le preguntó de nuevo Verderk. Aunque no fuese el rey, parecía ser el verdadero líder del Reino Galáctico.

    —Un poder, un poder como nunca antes se ha visto. Un poder encerrado desde hace ya millones de años, y que lo volvería omnipotente y totalmente incapaz de ser siquiera herido.

    —¿¡Entonces por qué no atacamos con todas nuestras fuerzas su fortaleza y lo derrotamos antes de que consiga eso que parece ansiar tanto!? Verderk, tu poder puede rivalizar con el suyo, y si atacamos todos a la vez a ese ser, destruiremos la moral de sus tropas y ganaremos la guerra —advirtió el general Kiani-Agarci.

    —Eso es imposible —le advirtió Verderk.

    —¿Por qué? —preguntó Clanda-Yoonch.

    —Sabéis perfectamente lo que ocurriría —les advirtió a todos mientras repasaba sus caras—. Para enfrentarme a ese ser debería hacer algo que intento evitar a toda costa, ya que no sabemos si podría controlarlo. Además, nadie nos asegura que con ese poder pueda medirme a ese monstruo —concluyó Verderk.

    —No seas modesto, Verderk —le apuntó la general Vanya-Arual.

    —No lo soy, Vanya, en absoluto —le respondió Verderk—. Pero dime, Astristaminos: ¿de qué objetos estamos hablando?

    Era verdad, hasta el momento nadie sabía en qué consistían aquellos objetos.

    —Básicamente se trata de un plano o carta astral y de cuatro gemas de diferentes colores.

    —¿Y qué representan?

    —Todo, Verderk, absolutamente todo. Si queremos vencer, debemos encontrarlos para frenar ese mal que nos acecha.

    —No podrías ser un poco más concreto —insistió Verderk—. Creo que todos los aquí presentes estamos esperando una mejor explicación.

    —Te lo podría decir de otra manera: si juntamos los objetos, ganaremos la guerra, pero si no damos con ellos, nuestras oportunidades de vencer son escasísimas, por no decir nulas. Aunque no lo queramos ver, cada año que pasa perdemos un poco de terreno en pos de nuestros enemigos, y si al final Ornarkos encuentra lo que busca, entonces sí que podremos decirle adiós a la victoria, pues ese poder lo convertirá en alguien invencible para cualquier guerrero de nuestro reino.

    Y era cierto, aquel mal aumentaba a cada instante que pasaba. Se volvía cada vez más poderoso, cada vez más difícil de batir. Y a la larga, si no se lograba pararlo de alguna manera, terminaría triunfando sobre todo lo pacífico y benigno que atesoraban cantidades innumerables de galaxias habitadas por los mundos que poblaban nuestro universo. Los ejércitos de Ornarkos no cesaban de crecer a cada paso, a cada instante, a cada momento.

    Al ritmo en que se desarrollaban todos aquellos nuevos y malévolos acontecimientos, algo quedaba bien claro para dichos eruditos, y ese algo era que esta prueba sobre una verdad fehaciente que hablaba de unos importantísimos objetos necesarios para la batalla final era la única oportunidad de vencer. El universo en toda su magnitud y extensión abarcaba muchos sistemas ocultos, mucho espacio que recorrer y muchas galaxias que conquistar. Estaba claro que en una guerra de tal magnitud se necesitarían decenas o quizás cientos de años de batallas y conquistas para terminar con semejante baño de sangre.

    Aquello se había convertido en una razón bastante más que importante, pues el tiempo apremiaba para acabar con esa monstruosidad que no cesaba de agrandar horizontes y llevar la desolación a mundos totalmente fuera de lugar y pacíficos.

    Una cosa estaba bien clara: no podían dejar que el bando adverso se saliese con la suya. Todo lo que se avecinaba sobre las nuevas civilizaciones que vivían pacíficamente a lo largo del universo, y que o bien se hallaban del lado del Reino Galáctico, o bien eran planetas y galaxias aún no descubiertos, no era sino la más absoluta de todas las oscuridades. Muchos planetas —entre los que nos hallábamos nosotros, los terrestres— no eran capaces de poder adivinar la enorme amenaza que se cernía. Se hallaban totalmente encubiertos por la gran y bendita gentileza que la ignorancia otorga a todo aquel que cree ser el centro del universo y, por tanto, la única forma de vida predominante. Cuán lejos de la realidad se encontraban todos esos planetas. El credo por el que, por ejemplo, nosotros nos creíamos solos en un tan vasto universo era de una simpleza que rayaba la estupidez, pero que desgraciadamente siempre nos hizo sentirnos mucho más seguros con respecto a la inmensidad de nuestro universo, del que pretendíamos ser los dueños. Cuánto optimismo y seguridad sobre nuestros logros. Demasiada para nuestras pequeñas mentes, las cuales no parecían conocer nada en absoluto.

    Cuando aquella reunión sobre muchos aspectos de un lejano pasado se dio por finalizada, el rey y sus allegados, en un total acuerdo y ante la insistencia y las pruebas irrefutables brindadas por su consejo de sabios y eruditos, se comprometieron a encontrar aquellos tan misteriosos objetos que parecían ser el epicentro de la guerra. Los científicos solo pudieron dar con el escondite donde seguramente se hallaba el más importante objeto de todos ellos, el que los llevaría hasta los otros cuatro, las no menos primordiales cuatro gemas de diferentes colores. Pero por el momento el único objeto que importaba y del que se podían adueñar no era otro que una extraña carta astral. Los sabios, debido a sus largas pesquisas e investigaciones, dedujeron a ciencia cierta que esta se hallaba oculta en el planeta Tsulamen, un planeta rocoso y seco, totalmente carente de vida indígena, y que pertenecía a la galaxia de Pracmandor.

    Por el momento, no sabían nada más sobre el asunto, solo la existencia de esos cinco objetos, pero desconocían por completo su historia y todo el misterio que atesoraban. Aunque algo les decía que si daban con el plano astral, mucha más información les sería revelada. Hasta ahora solo habían sido avisos, pero unos avisos de una precisión y clarividencia que solo podían llegar de fuerzas desconocidas.

    Y terminada la reunión, empezó el parlamento. Muchas cosas se debatieron en aquella sala. Un gran número de hipótesis se barajaron, hipótesis que no gustaban en absoluto a Verderk.

    Debido a su lealtad hacia su rey, Verderk se propuso voluntario para trasladarse a aquel desolado planeta junto a un pequeño grupo de rastreo, de manera que no llamara demasiado la atención, puesto que albergaba cierta desconfianza que no quería compartir con nadie hasta llegado su momento idóneo. Pero su hermano Felthan, totalmente opuesto en carácter y sabiduría, se opuso categóricamente a aquella idea. Felthan se decantaba más por enviar un gran contingente para terminar una guerra que se había desatado en un planeta próximo y, a la vez, poder rastrear aquel planeta lo más rápido posible y descubrir aquellas misteriosas ruinas de aquella no menos misteriosa civilización. Al terminar la discusión, el rey Alexio se decantó por el plan del hermano de Verderk y se formó un contingente de unos trescientos mil guerreros comandados por el mismísimo rey y Felthan, hecho que no fue para nada del gusto de Verderk, quien avisó al rey y a su hermano sobre la peligrosidad de aquella decisión. Los tuvo que advertir de que no se encontraba para nada de acuerdo con esa decisión, ya que desconfiaba de posibles filtraciones que pudiesen darse en tan gran contingente. No sustentaba ninguna prueba con firmeza, pero algo en su interior le decía que, por muy imposible que pudiese parecer, al menos un traidor se hallaba entre sus filas. Había ido dejando migajas de pan, pero aquel agente doble no se dejaba atrapar así como así, era muy escurridizo. Sin embargo, por ciertos hechos que solo él pudo contemplar, se encontraba totalmente convencido de sus elucubraciones. Estaba seguro de que alguien o algunos habían sido capaces de engañar a la que hasta entonces era una prueba imposible de burlar. Se trataba de un juramento en pos del Reino Galáctico y su rey, por el que absolutamente todos los guerreros que querían pertenecer a las fuerzas de Arbanar y a sus aliados debían pasar. La prueba en sí trataba de sostener una de diez piedras mientras se profesaba el juramento. Si la piedra le abrasaba a uno la mano, es que aquel ser solo podía ser un traidor o espía infiltrado, por lo que era rápidamente descubierto.

    Hasta ahora, nunca jamás nadie había logrado burlar semejante prueba. Se suponía que era imposible mentir o engañar a esas piedras tan extrañas como mágicas, aunque Verderk estaba seguro de que —no sabía mediante qué artimaña— alguien o algunos pudieron lograrlo. Por mucho que le dijeran de la imposibilidad de tal acción, la mente de Verderk dudaba.

    Había llegado a encontrar demasiadas pruebas de traición muy bien camufladas como para fiarse de aquella argumentación que se basaba en algo que él no compartía, y menos aún ahora que Ornarkos era el verdadero enemigo. Para Verderk todo se podía manipular, y más aún para alguien con el poder de su contrincante.

    ¿Quién conocía las fuerzas mágicas ocultas de los nigromantes que crearon a este ser en otra dimensión, o el poder que estos les regalaron para lograr lo que nadie antes había podido?

    Por supuesto, toda aquella tropa con dirección a Tsulamen se preparó fuera de los límites del Reino Galáctico de Arbanar, ya que este era uno de los mayores secretos jamás guardados por el universo, escondido a ojos de posibles invasiones, en un territorio al que nadie podía tener acceso a menos que no pasara aquella prueba. Además, si algún no arbaniano era invitado al planeta, este ya no podría abandonarlo hasta el fin de la guerra; tales eran las medidas de seguridad en estos tiempos tan difíciles.

    Nadie salía de aquel sistema, nadie excepto el rey y sus más poderosos guerreros de confianza. Así, evitaban que si alguien era capturado por las fuerzas enemigas, desvelara la tan misteriosa ubicación del sistema de Arbanar, hecho que no podía ocurrir bajo ningún concepto. Si, por lo que fuese, algún planeta era destruido, y sus habitantes, condenados a vagar sin destino, entonces las puertas de la sede del Reino Galáctico se abrían de par en par para acoger a todo aquel que fuera un refugiado, con la única condición de que no podrían abandonar el reino hasta que la guerra que asolaba el universo finalizase por completo y Ornarkos fuese derrotado. Un acto que llevaría tiempo, mucho tiempo.

    El Reino Galáctico mantenía en la reserva a su propio y enorme ejército; pero este solo servía para la defensa de Arbanar. Ningún soldado abandonaba aquel sistema, al menos no desde que la oscuridad fue adueñándose poco a poco del universo. Todos los ejércitos de ataque, batalla o defensa de cualquier otro mundo, sistema solar o galaxia se formaban en los demás planetas de la alianza que pertenecían al Reino Galáctico, pero que no conocían su posición entre la vastedad del cosmos. Mientras, el rey Alexio —junto a Felthan— se embarcaba en busca de aquel misterioso y tan preciado objeto con un nada despreciable contingente de unos trescientos mil hombres.

    Demasiados como para no llamar la atención, según les explicó Verderk a ambos, al mismo tiempo que los previno de tener mucho cuidado con toda esa enorme tropa, ahora sabedora de sus investigaciones; y todas estas le llevaban a sospechar de alguien dentro de su bando, alguien que pudo vencer y pasar sin muchos problemas la prueba de la Piedra de la Verdad. Por ello, debían ser muy cautelosos, ya que de ser así, el espía esperaría el momento perfecto para dar un golpe de efecto mediante una monstruosa traición.

    Verderk, a su vez, al frente de un ejército compuesto por más de tres millones de guerreros, se dirigió en defensa del planeta Gavonealth que se encontraba en la galaxia Krintomar, y que se hallaba asediado por los ejércitos de las fuerzas enemigas. No podía dejar que aquel planeta cayese en manos de sus enemigos, por lo que se dirigió en su dirección para intentar salvar aquel mundo de la oscura invasión que se cernía sobre ellos. Le acompañaban un gran número de generales allí presentes, entre los que se encontraban Kiani-Vilcolla, Sankio-Euiri, Petrici-Arorat, Vanya-Arual, su protegido Ixtik, Suilgelan y Torsen.

    Capítulo III

    El universo.

    Desde la aparición del ser llamado Ornarkos, el universo había dado un vuelco completo. Enseguida se formaron dos bandos antagónicos, uno luchaba por la paz y el otro por el dominio sobre toda forma de vida existente. Pero, desgraciadamente, en una guerra ¿cuándo se puede decir que exista la paz? Las cruentas batallas que se desarrollaban habían causado verdaderos destrozos y genocidios en ambos bandos, ya que, aunque se luche por una causa buena, ¿quién nos dice que podremos escapar a difíciles situaciones y, aún más, a difíciles decisiones? Nadie puede saberlo, puesto que en el fragor de la batalla un guerrero puede llegar a perder toda cordura y convertirse en una auténtica máquina de matar. Sí, una máquina de matar a la que no importa cuáles puedan ser sus víctimas.

    Pero volviendo a Ornarkos —el causante de la división de un universo que parecía mantener cierto grado de equilibrio, aunque no faltaran pequeños conflictos que eran rápidamente zanjados por el Reino Galáctico—, ¿de dónde provenía aquel monstruoso ser?

    Muchos pensaban que se trataba de una antiquísima criatura despertada. Sin embargo, aquello distaba mucho de la auténtica naturaleza de Ornarkos. En estos tiempos no se sabía con certitud de dónde provenía aquel ser, aunque eran muchos los que imaginaban su verdadero origen. Entre sus primeras y más monstruosas acciones se contaron las de desintegrar planetas y sistemas enteros para dejar bien clara la llegada de una nueva fuerza contra la que les sería muy difícil una posible victoria. Existía un secreto que nadie conocía: entre todos aquellos mundos, galaxias y sistemas destruidos se encontraba el sistema Blasfraim, al cual pertenecían Verderk y Felthan. Aquel monstruoso ser se presentó en la galaxia Barnur, lugar donde se hallaba el mencionado sistema y lo borró de la faz del universo junto al planeta Yedobbai y sus dos vecinos llamados Tenarioi y Nach-Tomka, aniquilando toda forma de vida.

    Una vez pasadas sus ansias de destrucción, comenzó a reclutar un gigantesco ejército con el que declarar la guerra al universo entero. Mundos enteros se postraban a sus pies, unos obligados si no querían ser erradicados, y otros ansiosos, como si estuviesen a la espera de la llegada de aquel monstruoso ser. La desaparición de todos esos sistemas y galaxias en un principio pasó desapercibida para el Reino Galáctico, al estar estos muy alejados. Para cuando quisieron darse cuenta, Ornarkos ya disponía de un ejército capaz de plantar cara al del Reino Galáctico.

    En un principio, toda esa destrucción se le atribuyó a dicho ser, pero en realidad era un hecho que no podía ser contrastado, puesto que no quedó ningún superviviente para contarlo. Aquel era el caso del sistema Blasfraim y su estrella enferma, convertida en una supernova y que bien podría haber sido la causante de la desintegración de todo el sistema, visto el tamaño que esta constituía. En otros casos pudo ser el choque entre galaxias, pero aquello ya era diferente, puesto que el tiempo en ese caso debería de haber sido demasiado largo —no todos los días se asistía a la destrucción y choque de dos galaxias— o, al menos, eso es lo que en la Tierra se creía. Aquel ser llamado Ornarkos no precisaba de nave alguna, pues podía desplazarse por el espacio del universo al igual que unas cuantas criaturas más a las que no les era necesario el menester de respirar. La gravedad tampoco le suponía ningún impedimento, no se trataba de un problema, ya que sus poderes lo convertían en algo que se encontraba por encima de esa ley, al no verse afectado en absoluto por ella, fuese de la magnitud que fuese. Al comienzo parecía saber a la perfección cuáles eran los planetas y sistemas que más le interesaban, y se dirigía a ellos para reclutar a los peores y más despiadados habitantes de las galaxias. Por muy extraño que pareciese, conocía perfectamente dónde hallar grandes y poderosos aliados, quienes pronto se unieron a su causa, que no era otra que la de aportar la más oscura de las tinieblas al universo, empezando por esclavizar todos los sistemas, aniquilando así cualquier rastro de resistencia posible. Aquel ser encarnaba el mal absoluto, el peor de los terrores. Parecía como si un oscuro universo hubiese creado al ser perfecto para aniquilar o esclavizar todo tipo de vida a lo largo y ancho de nuestro

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