La batalla de Zama señaló el final de la segunda guerra púnica y el inicio del declive de Cartago como gran potencia mediterránea, humillada por el triunfo de Roma.
LA CHISPA QUE PRENDIÓ EL CONFLICTO
La derrota cartaginesa en la primera guerra púnica sirvió para alentar el sentimiento de revancha entre los vencidos mientras Roma se consolidaba como un estado poderoso en el Mediterráneo. El conflicto sirvió a esta última para afianzar su identidad sobre una península itálica unificada que había adquirido la experiencia política y militar necesaria para poder enfrentarse a sus enemigos. Sin embargo, la victoria no selló una paz definitiva en la que solo confiaban los más ingenuos.
Roma observaba con recelo cada uno de los movimientos de su rival. Los cartagineses habían asimilado la derrota como una humillación que la familia de los Barca asumió como una cuestión personal. Amílcar, padre de Aníbal, había estado al frente de las fuerzas cartaginesas derrotadas en la primera guerra púnica y transmitió a su hijo el deseo de venganza. Las elevadas compensaciones de guerra exigidas por Roma perjudicaron al comercio cartaginés y sus dirigentes, presionados por las grandes familias mercantiles, estaban decididos a recuperar su papel hegemónico en el norte de África. Tan solo necesitaban un casus belli que justificase la intervención militar que todos esperaban.
En los años previos al inicio de la segunda guerra púnica Cartago había aumentado su presencia en la península ibérica, sometiendo por la fuerza o mediante alianzas a las diferentes tribus. En su expansión por el territorio, los cartagineses fueron demasiado lejos en su desafío cuando Aníbal asedió y conquistó Sagunto, ciudad que estaba bajo la protección directa de Roma. En principio, la República romana reaccionó tibiamente. Al fin y al cabo,