FLORENCE NIGHTINGALE EL ÁNGEL DE SCUTARI
Scutari es un suburbio de Constantinopla situado en la orilla asiática de la capital otomana. Sus acantilados proporcionan un mirador privilegiado para contemplar una perspectiva única de la urbe. Desde allí se alcanza a ver la magnitud del trasiego por el estuario que divide la ciudad en dos continentes y el estrecho que la conecta al mar Negro. La vista gana en belleza al atardecer, cuan do el mar parece una alfombra de plata y las cúpulas y minaretes se recortan sobre el fulgor del horizonte. En el otoño de 1854, en esa misma estampa llama la atención la frecuencia con la que arriban a Scutari navíos atestados de soldados heridos. Vienen de la península de Crimea, donde el mundo está en guerra.
Cerca de los acantilados hay varios cuarteles turcos que el ejército británico ha habilitado como hospitales. El principal es una mole rectangular de tres plantas con una torre en cada ángulo. La hermosa panorámica que desde allí se tiene de Constantinopla y el Bósforo contrasta con la fatalidad y desidia que colman sus pabellones, abarrotados de hombres sobre sucios jergones de paja, donde el hedor de las heces y el sudor de la fiebre han creado una atmósfera tan insufrible como el coro de lamentos de quienes, al borde de la muerte, esperan un último consue- lo. No hay nadie para ofrecerlo, porque el poco personal que asiste a los pacientes está desbordado. A la escasez de efectivos se suma la falta de medicamentos, sábanas y ropa limpia. El jabón apenas alcanza para asear a diario a una treintena de hombres, cuando son más de
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