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El mundo de Yesod - Ataf: El mundo de Yesod, #5
El mundo de Yesod - Ataf: El mundo de Yesod, #5
El mundo de Yesod - Ataf: El mundo de Yesod, #5
Libro electrónico223 páginas2 horas

El mundo de Yesod - Ataf: El mundo de Yesod, #5

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Se han recuperado las Llaves del Poder, pero la misión todavía no ha terminado y llega ahora a su momento más dramático. Más que nunca, los elegidos son conscientes de que todo lo que han vivido y afrontado puede ser en vano y que la profecía podría pedirles un último sacrificio extremo.

La fortaleza de Ataf custodia los secretos que los elegidos tendrán que desvelar antes de traer de vuelta la vida a su mundo moribundo, y el Enemigo hará todo lo posible para obstaculizarlos. A través de los reinos del sueño, en la frontera entre la vida y la muerte, Avir encontrará las respuestas que buscaba, mientras que sus amigos tendrán que enfrentarse a un viejo enemigo que busca una horrible venganza. Una venganza que dará a Avir de lleno y que podría arrancarlo para siempre del amor de sus amigos.

El Errante tendrá que decidir, una vez más, qué papel jugar en la última y decisiva batalla. Junto a él tendrá al noble Se’ara «Ojos que ríen» y la gran sabiduría de un pueblo olvidado hasta en las leyendas, los alados de las montañas.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781071578902
El mundo de Yesod - Ataf: El mundo de Yesod, #5

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    El mundo de Yesod - Ataf - Marzia Bosoni

    Capítulo 1 - Antiguos rencores, nuevas trampas

    El hombre paseaba despacio de un lado a otro. Sus años parecían pesarle como nunca antes. Había estado muy cerca del éxito y, de repente, la victoria se le había escapado de las manos por culpa de cuatro chiquillos ignorantes.

    Aun así, no los había infravalorado ni siquiera un instante desde su primer encuentro. El frágil chico de Aire, completamente inconsciente de su gran poder, era un adversario peligroso porque su vínculo con el Poder era mucho más profundo de lo que él mismo suponía. ¡Y la elegida de Agua! Reconoció en ella al instante a la hija de Leli, ¡por eso el soberbio y presuntuoso Rani había fallado de nuevo!

    Los otros dos elegidos no eran en apariencia tan peligrosos, pero el hombre estaba seguro de que, si el Poder los había llamado, ellos también albergaban la antigua magia que ya había prevalecido mil años antes.

    No obstante, a diferencia de aquella primera vez, ahora sabía qué esperarse. Ahora conocía el nombre de la fuerza que había derrotado al Enemigo en el lejano pasado y no le pillaría desprevenido. Pero si esa magia se repitiera, no podría hacer nada para detenerla, pues su poder iba más allá de cualquier conocimiento y capacidad que poseía, por lo que era necesario detener a los elegidos o impedirles que lo supieran.

    El primer intento perpetrado en Rocantigua había sido una especie de ensayo para probar la capacidad de los campeones elegidos por el Poder sin exponerse demasiado, pero las cosas se habían precipitado más allá de sus expectativas.

    Cuando ordenó de nuevo a Rani que fuera tras la chica de Agua, le advirtió que no volviera a fallar. Rani era un Zalyan poderoso, pero demasiado seguro de sí mismo y, sobre todo, demasiado propenso a las venganzas personales. Por ese motivo, el fracaso no le había sorprendido tanto. Por lo que sabía, al menos había podido matar a Leli antes de que los elegidos lo eliminaran.

    Sin embargo, lo que más le ardía era el fracaso de su astuto plan para corromper el poder de la Llave de Fuego. Engañar a Argash, el hermano mayor del elegido de Fuego, no había sido demasiado difícil, pero le había llevado tiempo y recursos para organizar todos los detalles de la puesta en escena. Estaba seguro de que la noticia de que el padre seguía vivo desencadenaría en Argash una obsesión ciega que le forzaría a no investigar demasiado la veracidad de tal posibilidad remota. Pero también había contado con que el gran afecto que sentía por el padre y, sobre todo, el sentimiento de culpa que todavía devoraba al joven Esh, le hubiesen llevado a hacer caso a su hermano y liberar a su padre con la ayuda de la Llave de Fuego.

    En ese momento, el poder de la Llave se habría corrompido y desvirtuado y no le habría costado mucho controlarlo y doblegarlo a su voluntad. Pero en el corazón del elegido de Fuego, desgarrado por la duda, al final había prevalecido la lealtad al Poder y su hábil estratagema de empoderarse de la Llave había fracasado estrepitosamente.

    Y ahora las cuatro Llaves reunidas viajaban a Ataf.

    El hombre se detuvo y una sonrisa pálida apareció en su rostro. A los elegidos todavía les faltaba algo, pero no lo sabían, y mientras lo ignorasen no podrían derrotar al Enemigo.

    Nokel se encaminó con paso seguro al patio. Durante muchos años había sido un respetado consejero del Gobernador de Tierra y había sabido maniobrar en la sombra para fomentar la rivalidad entre su reino y el resto y obtener cada vez más poder. Pero tras la fuga de la Compañía de los Buscadores de la capital de Tierra, cayó rápidamente en desgracia hasta el punto de tener que abandonar Rocantigua a toda prisa para refugiarse en un lugar seguro en el que proseguir su tarea. Sin embargo, antes de irse, llevó a cabo una pequeña venganza personal y mató al débil y ya inútil Gobernador Erden, hundiendo en el pánico a la sólida capital del reino de Tierra.

    Luego encontró refugio en una gran casa aislada justo pasada la frontera con el reino de Aire, propiedad de fieles aliados. Los sirvientes del Enemigo eran más numerosos que en el pasado, pero con la desaparición del Poder deberían haber aumentado rápidamente. En cambio, por culpa de los elegidos mucha gente desesperada y que ya había dejado de resistirse había vuelto a esperar y creer en el Poder y en el futuro. Pero más que el progresivo éxito de la misión, lo que infundió nuevamente estas esperanzas fue el comportamiento de los cuatro chicos. Aquellos que se habían encontrado con ellos se quedaron tan impresionados que cambiaron profundamente. Quienes habían dejado de luchar, recobraron valentía. Quienes se habían abandonado al inevitable destino, levantaron la mirada en busca de soluciones. Quienes arrastraban sin ganas una vida difícil, encontraron la energía para empezar de nuevo. Y, sobre todo en los pueblos fronterizos entre los reinos, la gente redescubría la colaboración.

    Una mueca de disgusto apareció en el rostro de Nokel. Había visto con sus propios ojos a gente de un pueblo de Tierra a poca distancia de la frontera ir a las montañas y utilizar la fuerza de la vibración para hacer derrumbar las cimas de los montes y permitir que el viento llegara de nuevo a los agotados pueblos de Aire.

    «¡Necios!», pensó con desprecio. «Débiles criaturas que no merecen servir a mi amo».

    Sin embargo, saber del inesperado efecto que el paso de los elegidos tenía en la población irritaba al exconsejero, que había visto a muchos de sus partidarios en Rocantigua traicionarle en defensa de los cuatro chiquillos.

    Retomó el paso y llegó al patio interno, donde le esperaban dos hombres de aire cansado y sucio. Nokel los observó un instante, luego les hizo un gesto rápido.

    Los dos hicieron una reverencia torpe, pero se quedaron en silencio.

    Impaciente, el hombre resopló:

    —¿Entonces? ¿Qué noticias me traéis?

    El joven se aclaró la voz:

    —Han recuperado la Llave de Fuego.

    —¡Eso ya lo sabía, inútil! Y si pensabas añadir que la trampa de la cueva ha fracasado, ¡piénsatelo! Tiraré tu lengua insolente a los depredadores.

    El otro hombre echó al primero a un lado y se apresuró a hacer otra reverencia:

    —Cabalgan hacia Ataf.

    —Muy bien —comentó Nokel con tono seco—. Tenemos que estar listos para cuando dejen Ataf.

    Los dos hombres se intercambiaron miradas evidentemente confusas, luego el más anciano, con los ojos fijos en el suelo, se atrevió a contestar:

    —Pero… mi amo, ¡si los dejamos llegar a Ataf será demasiado tarde! Tenemos que detenerlos antes.

    La mirada de Nokel estaba perdida en la lejanía:

    —No. Partirán de Ataf confusos y ligeramente desmoralizados y se irán al único lugar donde pensarán que podrán encontrar respuestas. Bajarán la guardia porque sus pensamientos estarán ocupados en otro lugar y serán una presa fácil.

    —Pero, mi amo…

    La voz del hombre se interrumpió abruptamente bajo la mirada repentinamente gélida y cruel de Nokel.

    —¿Osas poner en duda mis palabras? Yo ejecuto las órdenes del amo, pero si crees que me estoy equivocando, puedes decírselo. ¿Quieres que te lleve a él?

    Los dos hombres temblaron con violencia e hicieron una reverencia hasta casi arrodillarse. El hombre que había hablado se apresuró a responder:

    —¡No, no, mi amo! Perdóname. Obedezco tus órdenes. He hablado sin pensar, ¡no volverá a pasar!

    Nokel posó una mano en el hombro del anciano hombre tembloroso y una sonrisa acompañó a sus palabras:

    —Sé bien que no volverá a pasar.

    Hizo un gesto a otros hombres que cuidaban los caballos y, mientras estos sujetaban al desgraciado por los brazos, dijo:

    —Dadles de comer su lengua a las águilas y haced que asista al almuerzo.

    Se alejó sin importarle los gritos desesperados del hombre y se puso a pasear por el amplio patio repasando los detalles del plan. Raptarían a uno de los elegidos, pues la muerte de uno solo de ellos significaría el fracaso de la misión. El impertinente chiquillo que lo había ridiculizado fingiendo hábilmente que le entregaba la Llave pagaría con su vida la ofensa. Avir de Aire moriría en pocos días. Y los otros lo seguirían.

    Capítulo 2 - Tierras desoladas

    El chico se despertó presa de una gran agitación. Su cuerpo cubierto de sudor temblaba sin razón y su corazón latía con furia en los oídos. Cerró los ojos para intentar deshacerse de las imágenes que lo atormentaban. Sabía bien lo que había visto porque no era la primera vez que ese sueño lo visitaba. Desde hacía más de una semana, el sueño volvía a obsesionarlo cada noche con nuevos detalles. Al principio solo veía muerte y destrucción, luego llegaron las luces solitarias que el Enemigo había ignorado. En los sueños siguientes, otras luces se unieron a las primeras y ahora las veía dirigirse claramente hacia un lugar demasiado conocido: Ataf.

    Las imágenes no eran extrañas para el chico, sabía que el sueño hablaba de lo que había sucedido mil años antes, cuando el Poder llegó a Yesod por primera vez y derrotó al Enemigo, pero, ¿qué eran esas luces? Y, sobre todo, ¿por qué le atormentaban esas visiones todas las noches como si tuvieran un mensaje para él?

    Quería encontrar respuestas y solo pudo pensar en un lugar donde podría obtenerlas, pero antes tenía que terminar lo que había empezado.

    La Compañía de los Buscadores cabalgaba incansable junto al Errante hacía más de una semana.

    Dos noches antes habían visto a los lejos, al sur, los brillos rojos provenientes de la capital, Lentofuego, y se quedaron observándolos largo y tendido antes de dormirse. No tenían nada que temer del Gobernador de Fuego o del consejo de la capital, ya que les habían acogido como amigos pocas semanas antes, y ahora que habían recuperado la cuarta y última Llave se les aclamaría como héroes, pero decidieron ir directos a Ataf sin desviarse.

    Tenían las cuatro Llaves y sentían que la misión llegaba a su fin, sin embargo, estaban atentos y tensos, cada uno por razones diferentes.

    Mayim le daba vueltas a menudo a las palabras de la segunda profecía, en la que se decía que los elegidos podrían pagar con la vida el éxito de la misión. Aunque Avir dijera que no creía que ese fuera el significado real, la chica seguía sintiendo un atractivo siniestro en las palabras de la profecía. Además, no estaba segura de querer descubrir lo que sucedería tras el regreso del Poder, cuando todos volvieran a su casa.

    Lanzó una mirada a Esh, que cabalgaba a su lado, pero los sentidos del elegido de Fuego estaban concentrados en captar cualquier señal de peligro. La horrible trampa de la que habían huido pocos días antes los hizo ser conscientes de la presencia de un temible adversario, uno que conocía demasiado bien su misión. Por eso, Esh permanecía alerta sabiendo que no estarían a salvo hasta que llegaran a Ataf.

    Avir cabalgaba a la cabeza del grupo y en su rostro pálido las oscuras sombras bajo los ojos se resaltaban todavía más, evidenciando su cansancio y su inquietud. Sentía que las respuestas que perseguía desde hacía mucho tiempo se escapaban como la arena entre los dedos, y cuanto más se acercaban a Ataf, más advertía la urgencia de algo a lo que no sabía dar nombre.

    Karka escuchaba el latir lento de su corazón y cada pulsación le traía el eco de los pensamientos de sus amigos. Sentía que a la misión todavía le faltaba algo, aunque no quería detenerse en el pensamiento de qué ocurriría después de llevar las Llaves a Ataf y, al mismo tiempo, sentía una presencia maligna a su alrededor.

    Detrás de ella, Khor permanecía en silencio. El Errante todavía tenía un papel que desempeñar antes de que la misión concluyera.

    Cuando se construyó Ataf mil años antes, los cuatro reinos acordaron ceder una pequeña parte de su territorio alrededor de la fortaleza. El nombre de Ataf se diseñó por la zona que, a lo largo de unos kilómetros, se extendía desde la mágica fortaleza hasta los reinos circundantes. Puesto que Ataf era el centro y el corazón de su mundo, todos los pueblos se ocupaban de ese territorio que florecía, tanto en verano como en invierno, con los dones más generosos de los cuatro reinos. Las zonas fronterizas se cuidaban con pasión para que los viajeros pudieran llegar a Ataf rápidamente.

    Por desgracia, en los siglos oscuros que envolvieron Yesod, se abandonaron y olvidaron rápidamente esas tierras, dejando que las zarzas y los animales salvajes llegaran. El valle florido que había sido Ataf hacía un tiempo era ahora una llanura apagada en la que la vida crecía de forma desordenada mientras las regiones fronterizas con el corazón de Yesod estaban aisladas y eran hostiles, casi como si quisieran descorazonar a los viajeros. Pero de los viajeros que iban a Ataf ya no había ni rastro.

    Tras superar los brillos nocturnos de Lentofuego, los chicos empezaron a adentrarse en la tierra desolada. Encontraron lo que quedaba de un camino amplio que, siglos atrás, tendría que haber sido la vía principal que conducía a Ataf y que ahora yacía en total abandono. Se detuvieron en silencio para admirar el esplendor del pasado. El camino se había construido con grandes bloques de piedra de lava negra en la que hábiles manos habían grabado innumerables escenas que se referían a los cuatro reinos. A los lados de la carretera había estatuas de obsidiana, granate y mármol con vetas amarillas. De vez en cuando, las posadas y otras construcciones permitían a los viajeros descansar por la noche.

    Los elegidos observaron un buen rato el abandono del presente. Muchos bloques estaban arrancados y destrozados y las escenas bellamente decoradas estaban casi borradas por la furia del tiempo. En algunos puntos, el camino prácticamente no existía, interrumpido por densos arbustos espinosos y altos árboles que hacían añicos los grandes bloques con sus raíces nudosas. Y entre los bloques que quedaban en su sitio crecían aquí y allá matojos de agudinas peligrosas y otras hierbas extrañas que crecían en la piedra. De las estatuas que decoraban el camino solo se podía adivinar el recuerdo por las bases antiguas invadidas por las hierbas y tristes trozos diseminados al azar y erosionados por el tiempo: una mano, una cabeza, algún ave rapaz…

    Los edificios que hospedaban a los viajeros eran cúmulos de escombros viejos recubiertos de vegetación. Todo hablaba de olvido y desesperación, y parecía que el

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