El mundo de Yesod - Agua: El mundo de Yesod, #3
Por Marzia Bosoni
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La verdad sobre la desaparición del Poder y la identidad del Enemigo es un puzle que cada día tiene más piezas, pero que Avir y sus amigos todavía no pueden resolver. Mientras las predicciones del Zalyan de Aireplata parecen hacerse verdad, los Elegidos se enfrentan a las dificultades que podrían provocar la definitiva disolución de la Compañía de los Buscadores. La llegada de una figura legendaria, el Errante, podría ser un punto de inflexión en la misión, pero también hace que surjan nuevas preguntas sobre su naturaleza. Desde los pantanos inexplorados y salvajes del reino de Tierra a las aguas profundas e insondables del Gran Lago Dulce, la Llave del reino de Agua espera a que Mayim se enfrente a su prueba más difícil: la verdad.
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El mundo de Yesod - Agua - Marzia Bosoni
A Simone,
que es guardián del reino de Agua
y es una corriente que fluye en la música
y un mar de misterio desconocido.
Capítulo 1 - Diez mil esmeraldas
Las colinas de Dorim ocupaban un territorio muy grande del reino de Tierra y se extendían hasta casi la frontera con el reino de Agua. En la parte central había una serie de cimas más o menos elevadas que se alternaban con valles frondosos, mientras las ramas septentrionales se elevaban hacia las altas cimas de las montañas de Thoram, conocidas por los frecuentes terremotos que sacaban a la luz yacimientos ricos de piedras preciosas. En cambio, al sur las colinas bajaban despacio y terminaban en un territorio parcialmente inexplorado, cuyos pocos habitantes llevaban una vida más bien aislada del resto del reino.
Lo único que Karka recordaba con seguridad de su pueblo en las colinas era que estaba a orillas de un río de aguas espumosas. Antes de dejar definitivamente el pueblo de Hierblana, los chicos se informaron sobre un río que formaba saltos y cascadas.
Después de algunos intentos fallidos, un viejo les habló del río Esmeralda, que en un lugar formaba muchas cascadas debido a un terremoto de hace mucho tiempo que había creado un desnivel en el terreno.
—Bueno, hoy las cascadas ya casi no se ven —añadió el hombre—. Hasta hace unos meses, el agua todavía creaba saltos y remolinos, pero ahora la gente de los pueblos apenas puede sobrevivir.
Pero a pesar de ello, Karka sintió renacer en su interior una esperanza a la que había renunciado hacía años. El nombre del río, Esmeralda, hizo que volvieran a ella recuerdos lejanos y borrosos, pero la niña estaba casi segura de que se trataba del río a cuya orilla estaba su pueblo.
El río Esmeralda recorría la parte más céntrica de las colinas de Dorim, a pocos días de distancia de Hierblana, y su nombre se debía a una antigua leyenda del lugar.
Siglos atrás, no existía ningún río y la gente de los pueblos tenía que hacer viajes largos para conseguir agua. En uno de estos pueblos vivía, junto a su padre, una chica muy guapa de ojos verdes vivaces. Un día, un chico rico de Rocantigua pasó por casualidad por las colinas y se enamoró de la joven, cuyo nombre era Silia. Durante un período corto de tiempo, el chico dio infinidad de excusas para quedarse en las colinas y volver a verla, y con el paso de los meses Silia también correspondió a su amor.
Pero cuando el joven Alon pidió permiso al padre de la chica para casarse, este lo rechazó categóricamente, a menos que el chico ofreciera a cambio algo igual de bonito que los espléndidos ojos de su hija.
Alon, cuya familia era muy rica, no tuvo problemas para ofrecer al hombre dinero y joyas, pero el padre de Silia las rechazó con desdén:
—¿Acaso te parece que estas cosas se parecen a los ojos esmeralda de Silia? Si esto es todo lo que tienes que ofrecer, olvida a mi hija y vuelve a Rocantigua.
El chico no se dio por vencido, y como había oído hablar a menudo de las fabulosas minas de Thoram, pensó en ir personalmente a las montañas del norte para encontrar algo que el padre de Silia no pudiese rechazar.
Tras largos meses de ausencia, Alon volvió al pueblo seguido por carros repletos de las piedras más bonitas que se habían visto nunca. El chico mandó descargar diez mil esmeraldas puras en un campo que había en el pueblo para que todos pudieran admirarlas.
Silia y todos los habitantes del lugar estaban abrumados por tanto esplendor, pero el padre de la chica se mostró de nuevo enfadado y decepcionado.
—Estas piedras están frías y muertas. ¡De su verde nunca nacerá vida! ¿Cómo puedes compararlas con los ojos de mi hija?
Tras la ausencia y los largos meses que pasó en las minas de Thoram, este nuevo rechazo mortificó profundamente a Alon y disipó su determinación:
—Nunca encontraré nada que satisfaga a tu padre, pues no quiere que me case contigo.
Frustrados por el dolor y el desánimo, los dos chicos se abrazaron y empezaron a llorar sobre el enorme montón de esmeraldas. Sus lágrimas cálidas y saladas cayeron sobre las piedras y poco a poco las erosionaban y las disolvían. Lloraron juntos durante toda la noche, desesperados por la idea de su inminente separación, y las piedras siguieron disolviéndose y fundiéndose en un reguero verde.
Por la mañana, cuando el sol empezó a subir en el cielo y los habitantes del pueblo se preparaban para el largo viaje para ir a por agua, un joven riachuelo de aguas verdes vivaces hacía cabriolas entre las rocas y fluía con energía cruzando la aldea.
Atraído por las exclamaciones de sorpresa de la gente, el padre de Silia también corrió hacia el riachuelo de esmeralda, y cuando vio a los dos chicos abrazados en un pequeño charco verde, entendió el origen de aquellas aguas.
Cuando los dos jóvenes se despertaron, se encontraron frente al rostro sonriente del hombre:
—Este río llevará vida y esperanza a personas y animales. Albergará peces que podremos pescar y nos refrescará en los días cálidos del verano. Ahora el verde de las piedras es vivo y bonito como los ojos de mi hija.
Entonces, Alon y Silia se pudieron casar y se quedaron en el pueblo, junto a su río, donde criaron a sus hijos y nietos. Y al río se le llamó Esmeralda.
Karka recordó esta leyenda el día después de dejar Hierblana mientras cabalgaban hacia el sur, en la dirección que les indicó el viejo.
—Creo que me la contó mi tío al llevarme a Rocantigua —dijo Karka con voz insegura—. Sin embargo, es gracioso, nunca he recordado nada de ese viaje.
—Quizás —supuso Avir—, volver al lugar donde naciste despertará en ti los recuerdos que has perdido.
A pesar de los caballos, el viaje continuó despacio porque los bosques eran densos y los animales y sus jinetes apenas podían reconocer el camino.
En esa estación, las colinas deberían estar en su máximo esplendor: bosques exuberantes donde las ramas y las lianas se entrelazaban en una telaraña aérea que proyectaba diseños extraños en el suelo, arroyos pequeños que atravesaban allí y allá el sendero regalando frescura a plantas y animales, conciertos ruidosos de pájaros de muchos colores y un ir y venir continuo de animales pequeños que se movían atareados o descansaban perezosos a la sombra de una roca.
Pero la sequía también había dejado su huella en las colinas verdes y salvajes de Dorim, drenando los riachuelos, secando los prados, provocando incendios peligrosos que devastaban grandes zonas de bosque y que solo se podían tener bajo control con gran esfuerzo. Por supuesto, la actividad de los animales y el canto alegre de los pájaros también se vieron afectados por la difícil situación, y las colinas se habían vuelto mucho más silenciosas y solitarias.
No obstante, a pesar de la sequía mortal, la región que atravesaron los chicos les reveló una belleza sin parangón.
Entre el laberinto de troncos y arbustos, salían de vez en cuando grandes rocas de piedra dura, casi blanca, como centinelas espectrales del bosque. Estas rocas enormes ocultaban a menudo agujeros naturales profundos que solo eran visibles cuando se tenían prácticamente debajo. Además, las piedras más grandes tenían extraños agujeros circulares que parecían haberse creado de forma artificial.
Karka explicó a sus amigos que eran madrigueras de muchos animales pequeños del bosque, pero que el único responsable de los agujeros redondos perfectos era un insecto o, mejor dicho, una colonia entera de insectos minúsculos.
—¿Y se comen la piedra? —preguntó Mayim asombrada.
Karka se encogió de hombros:
—No lo sé exactamente, pero me parece que utilizan el polvo de piedra para digerir a sus presas, sin embargo... no me preguntéis cuáles son las presas, ni qué aspecto tienen estos insectos.
En algunos lugares, donde el sendero lleno de hierbas y hongos se curvaba entre los árboles y no parecía haber nada más que plantas y rocas blancas, una grieta alta revelaba de repente una cueva amplia pero poco profunda que albergaba cientos de murciélagos grises pequeños.
Aunque nada les indicase la posible presencia de silvanos, los chicos ya no se detenían para dormir en las cuevas porque el recuerdo horrible de la aventura vivida en las montañas fronterizas con el reino de Aire todavía estaba demasiado vivo en sus mentes. Sin embargo, como viajar de noche por esos bosques densos donde se abrían agujeros oscuros repentinos en el suelo era peligroso, los chicos siempre se paraban para descansar poco antes de la puesta de sol, para partir después a las primeras luces del alba.
Les llevó más tiempo de lo previsto, pero después de cuatro días de viaje el bosque empezó a despejarse y desveló ante sus ojos maravillados un valle pequeño y estrecho que serpenteaba a orillas de un río casi seco, pero cuyas aguas escasas conservaban todavía su color esmeralda.
Capítulo 2 - Una bonita sorpresa
Una vez fuera del bosque, fue más fácil localizar el sendero, aunque estuviese claro que ninguno lo recorría desde hacía mucho tiempo.
En un cruce de caminos, un cartel destartalado y apenas legible señalaba dos pueblos, uno en el margen derecho río arriba desde el lugar en el que se encontraban y el otro en la orilla izquierda situado más en el valle: Silia y Saltarríos.
—¿Lo habéis visto? —preguntó Avir—. ¡Ese pueblo lleva el nombre de la chica de la leyenda! ¿Será justo esa aldea donde vivieron los protagonistas?
—Me temo que tendrás que preguntártelo de nuevo porque no puede ser esa la aldea que buscamos. Karka ha dicho que el nombre de su pueblo tenía que ver con el río.
La voz de Mayim era inusualmente lejana, como si su mente estuviera en otra parte. En efecto, la chica estaba preocupada por Karka, que en su habitual silencio miraba a su alrededor buscando un recuerdo mientras su cara expresaba toda su perturbación.
También Sus, que en el bosque había encontrado su verdadera casa, sacaba el hocico del bolsillo de la niña y la miraba con inquietud. Su corazón latía al mismo ritmo que el de Karka, y el pequeño susiq entendía exactamente lo que estaba sintiendo. De hecho, en los días anteriores había tenido la ocasión de ver algunos susiq y se había sentido muy indeciso. Por un lado, sentía la alegría inesperada de encontrarse por fin en su ambiente, en medio de otras criaturas como él, después de tanto tiempo pasado en lugares extraños y desconocidos, pero también sentía temor, una sensación indefinida y muy triste de no pertenecer ya a ese mundo, precisamente por el tiempo pasado en otros lugares.
Sus sabía que Karka también sentía esas sensaciones. En toda su breve existencia, había deseado volver a esos lugares, volver a ver el pueblo y a sus habitantes, y ahora que quizás se encontraba a un paso de casa, descubría que ya nunca podría ser su hogar porque ella misma se había convertido en una extraña.
Mayim le tocó el hombro con suavidad y la niña salió de su ensimismamiento.
—Karka, ¿va todo bien?
—Eso creo... me parece recordar algo. Saltarríos, sí, me parece que es justamente ese nombre.
—Venga, ánimo. ¡No tiene que estar muy lejos! —exclamó Esh espoleando el caballo.
Karka se quedó atrás para mirar el bosque del que acababan de salir. Le dio la sensación de que dejaba las sombras inseguras de su pasado para resurgir y dar luz por fin a su vida. Sin embargo, de repente ya no estaba segura de querer enfrentarse a esa luz despiadada y volver a descubrir, junto a sus recuerdos, los fantasmas de quienes la habían abandonado para siempre.
Cuando llegó con sus amigos, Esh se puso a su lado:
—Sea lo que sea que encontremos allí, lo afrontaremos juntos, como siempre. Y juntos seguiremos nuestro camino.
Karka correspondió a la sonrisa de su amigo y sintió renacer en su interior un poco de valentía.
Prosiguieron a caballo por el camino mientras el sol descendía a su derecha tras el denso bosque y extendía sus rayos sobre la poca agua que quedaba en el río.
Llegaron a Saltarríos a la mañana siguiente. Debido a la sequía, podrían haber atravesado el río por cualquier punto, pero cuando todavía estaban bastante lejos, vieron a un hombre inmóvil delante del puente solitario que conducía al pueblo.
—Podría ser un guardia —supuso Esh.
Avir sacudió la cabeza sin estar muy convencido:
—¿Un guardia en este pueblo pequeño de campesinos y granjeros? Más bien parece que esté esperando a alguien...
—Esperemos que no sea a nosotros —resopló Mayim, que a pesar de la ayuda recibida recordaba con incomodidad el encuentro con la vieja Zalyan.
Cabalgaron un tramo, luego desmontaron y continuaron a pie hasta que estuvieron lo bastante cerca como para descubrir que, a pesar de la esperanza de Mayim, les estaba esperando a ellos.
El hombre era muy alto y delgado, vestía una túnica larga azul que, a pesar del calor, lo cubría casi por completo. Una especie de turbante azul le recogía el largo pelo negro y una expresión de sorpresa feliz le iluminaba la cara mientras extendía los brazos hacia los chicos.
Esh puso la mano sobre la empuñadura de la espada y Mayim se aferró al puñal que llevaba en la cintura mientras los cuatro se acercaban despacio.
—¡Mirad! —exclamó Karka—. ¡Es un hombre de Aire!
La piel de las manos y del rostro, las únicas partes descubiertas, delataba en efecto el origen del hombre, pues era blanca y fina como la de Avir.
De repente, Esh se bloqueó:
—Por el Gran Volcán Tush, ¡es el vidente de Cienvientos!
En ese momento, Avir también lo reconoció:
—¡Pelekh!
Sin embargo, aunque la sorpresa de los chicos fuese grande, Pelekh parecía todavía más estupefacto:
—¡Sois los chicos de Cienvientos! Sois vosotros. ¡Nunca me habría imaginado que se refería a vosotros!
Aunque estaban felizmente sorprendidos por aquel encuentro, la última frase los alarmó un poco.
—¿Qué es lo que se refiere a nosotros? —preguntó Esh enseguida.
Sin dejar de mirar con incredulidad a los chicos, Pelekh hizo un gesto vago:
—Una premonición. Sentí que iba a ocurrir algo, que alguien llegaría por este camino, pero no sabía quién. Hace ya una semana que todas las mañanas espero en esta parte del puente, pero nunca habría creído que la premonición se refiriera a vosotros. Me alegro de haber convencido a Cometierra para quedarnos un poco más de tiempo.
—¿Cometierra está aquí? —preguntó Mayim con asombro.
Pelekh se dio con la mano en la frente:
—Perdonad, la he llamado Cometierra durante tanto tiempo que a veces lo sigo haciendo, ¡aunque ya haya encontrado su verdadero nombre! Pero me conoce y no se enfada.
—¿Ha encontrado su nombre? ¿Entonces cómo se llama? ¿Ha encontrado también a su familia?
—Creo que le corresponde a ella contaros todo. Estoy seguro de que estará muy contenta de volver a veros, sobre todo a ti, Mayim.
Pelekh iba a retomar el camino hacia el pueblo, pero Esh lo detuvo:
—Espera. Antes de nada, queremos darte las gracias. Hemos estado en el pueblo de Nin, cerca de la frontera, y puedo asegurarte que todos han saldado su deuda. En cuanto a