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El mundo de Yesod - Tierra: El mundo de Yesod, #2
El mundo de Yesod - Tierra: El mundo de Yesod, #2
El mundo de Yesod - Tierra: El mundo de Yesod, #2
Libro electrónico251 páginas2 horas

El mundo de Yesod - Tierra: El mundo de Yesod, #2

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Información de este libro electrónico

Continúa el viaje de Avir, Karka, Esh y Mayim, que tras afrontar los peligros del reino de Aire se encuentran ahora atravesando una tierra árida y desolada. El fértil y floreciente reino de Tierra está a punto de sucumbir a la sequía que ha causado el Enemigo, que tal vez espere a los jóvenes elegidos en la misma capital, Rocantigua. Desde las inestables colinas fronterizas y el subsuelo de la capital hasta llegar por fin a las lejanas Colinas de Dorim, los chicos seguirán la búsqueda de la legendaria Llave de Tierra a través de peligros y misterios, pero también sacarán a la luz algunas verdades sobre el pasado de todo Yesod.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento4 nov 2020
ISBN9781071518175
El mundo de Yesod - Tierra: El mundo de Yesod, #2

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    El mundo de Yesod - Tierra - Marzia Bosoni

    El mundo de Yesod - Tierra

    Marzia Bosoni

    ––––––––

    Traducido por Isabel Mª Garrido Bayano 

    El mundo de Yesod - Tierra

    Escrito por Marzia Bosoni

    Copyright © 2019 Marzia Bosoni

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Isabel Mª Garrido Bayano

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Tabla de Contenido

    Título

    Derechos de Autor

    El mundo de Yesod - Tierra

    Capítulo 1 - Opiniones diferentes

    Capítulo 2 - De nuevo en camino

    Capítulo 3 - Un descubrimiento importante

    Capítulo 4 - La frontera

    Capítulo 5 - ¡Prisioneros!

    Capítulo 6 - Una idea explosiva

    Capítulo 7 - ¡Tierra!

    Capítulo 8 - Algo que aprender

    Capítulo 9 - Un encuentro peligroso

    Capítulo 10 - Pelekh

    Capítulo 11 - Hacia Rocantigua

    Capítulo 12 - Un despertar brusco

    Capítulo 13 - La capital de Tierra

    Capítulo 14 - Engaños

    Capítulo 15 - ¡Todo está perdido!

    Capítulo 16 - Un regalo para Esh

    Capítulo 17 - Nuevos enigmas

    Capítulo 18 - Pistas y peligros

    Capítulo 19 - Cien puertas

    Capítulo 20 - En la Biblioteca de Tierra

    Capítulo 21 - El mapa de Tierra

    Capítulo 22 - ¡Falsa!

    Capítulo 23 - Una fuga precipitada

    Capítulo 24 - Este

    Capítulo 25 - Un encuentro extraño

    Capítulo 26 - La historia de Khor

    Capítulo 27 - La Montaña Pétrea

    Capítulo 28 - El cofre

    Capítulo 29 - Un peligro en la oscuridad

    Capítulo 30 - Recuerdos lejanos

    Tus comentarios y recomendaciones son fundamentales

    A David,

    paciente como un árbol antiguo

    e inquieto como una roca joven:

    guardián del reino de Tierra y de sus historias.

    Capítulo 1 - Opiniones diferentes

    A la Gran Sala de las Congregaciones del Palacio del Gobernador de Aireplata se la conocía también como la Sala de los Mil Remolinos, pues las innumerables columnas de mármol blanco estaban trabajadas con patrones que se perseguían unos a otros hacia arriba para crear el efecto de los remolinos de viento blancos.

    En la parte superior de las columnas había agujeros y aberturas que eran invisibles desde abajo, pero que estaban estudiados y realizados con la máxima precisión y justificaban también el nombre popular por el que se conocía la Gran Sala: el Órgano.

    De hecho, antes de que el Enemigo regresara a la tierra de Yesod, cuando el viento soplaba a través de las delgadas ventanas ojivales que se abrían en las paredes de la sala, el aire pasaba a través de las aberturas de las columnas y, gracias a las cavidades más o menos grandes que se hacían dentro de los remolinos de mármol, producía una melodía melancólica y sutil que reverberaba entre las altas bóvedas como si se tratara de un órgano. Un órgano con mil tubos de mármol.

    Pero aunque el viento soplara impetuosamente, la música no habría podido superar la confusión de voces que llenaba la Gran Sala de las Congregaciones después de la partida de la Compañía de los Buscadores.

    Mientras Avir, Karka, Mayim y Esh cabalgaban hacia el norte siguiendo el mapa que los llevaría a recuperar la primera Llave de la Llanura del Viento, los representantes de los reinos se habían quedado en Aireplata para hablar sobre la misión.

    —Es absurdo haber confiado a cuatro niños una tarea tan importante —gritó un embajador de Fuego.

    —Si los talismanes, o las Llaves, pueden de verdad defender a los reinos, quizás sería mejor dejarlas donde están —sugirió un prudente consejero de Aire.

    —Estas Llaves no nos han protegido en el pasado y no podrán hacer nada en el futuro. Las leyendas son solo cuentos de hadas para niños —dijo otro corresponsal de Fuego.

    —¡Y se ha enviado a unos niños! —ironizó un sabio de Agua.

    Al fondo de la sala, de pie junto a una columna, el viejo Zalyan escuchaba a las distintas facciones y negaba con la cabeza sin intervenir.

    Desde hacía días, las eminencias de los reinos que habían venido a Aireplata con los elegidos y sus familias habían estado debatiendo sin llegar a ninguna conclusión. Algunos pensaban que era una locura confiar la misión de la que dependía el futuro de todo Yesod a cuatro chicos sin preparación alguna. Otros no daban ninguna importancia a la leyenda de las Llaves y, por lo tanto, también consideraban la misión de los elegidos una cuestión sin sentido.

    Sin embargo, otros habían escuchado las palabras del Zalyan y, por convicción o desesperación, habían depositado sus esperanzas en ese pequeño y menudo grupo al que habían visto marchar. Por suerte, esta era la facción que se imponía a los demás, gracias sobre todo a las palabras y a las repetidas intervenciones del embajador Virn de Rocantigua, tío de Karka.

    De hecho, el hombre había estudiado durante años los volúmenes de su preciada biblioteca personal, los mismos volúmenes que su sobrina había consultado en secreto, y sabía que las palabras del Zalyan se encontraban en algunos textos antiguos.

    —Os lo ruego, señores. En mi opinión, solo hay dos posibilidades: o bien la leyenda es todo un invento y la misión no tiene sentido, o bien todo es cierto. Ahora bien, si la leyenda fuera solo una historia sin fundamento, no ganaríamos nada, pero tampoco perderíamos. Quienes apoyan esta idea no tienen por qué no entregar el mapa a los elegidos cuando lleguen a las otras capitales. Si, en cambio, la leyenda dice la verdad, correríamos un terrible riesgo al oponernos a ella.

    —Pero estos elegidos no son más que niños —le interrumpió un delegado de Agua—. ¿No tienen razón quienes dicen que sería más apropiado confiar la misión y los talismanes a hombres expertos, a sabios o al menos a soldados que sepan cómo enfrentarse mejor a los peligros?

    Algunas voces se alzaron para aprobar la intervención y Virn esperó con paciencia a que volviera el silencio.

    —A una batalla deben ir los soldados, un reino debe dejarse guiar por los sabios, pero una misión como esta, de la cual ignoramos casi todo, ¿quién puede decir a quién debe confiarse? Si tengo que explorar las vastas Montañas de Thoram, pediré la ayuda de un águila desde las cumbres, pero si tengo que llevar un mensaje a través de un bosque, ¡un pequeño gorrión es claramente más adecuado! El Poder ha enviado señales inequívocas para indicar quién debe cumplir esta misión. Confiemos, pues, en él, que durante siglos nos ha protegido en nuestra total indiferencia, y aceptemos las sabias palabras del Zalyan, que tal vez puedan herir nuestro orgullo, pero nos abren los ojos.

    Unos nuevos murmullos se elevaron en la sala y el viejo Zalyan se dio la vuelta para irse. El embajador de Tierra había logrado convencer a sus tercos compañeros y él tenía otras preocupaciones que abordar.

    Una vez de vuelta en Rocantigua, Virn y el resto de representantes de Tierra le contaron todo al Gobernador, cada uno dando su propia interpretación personal de los hechos. A pesar del gran respeto que sentía el Gobernador por Virn, a quien conocía desde hacía décadas, y de la insistencia del embajador, que casi lo convenció de que se ciñera a las palabras del Zalyan, uno de los asesores superiores intervino con énfasis:

    —¡Es mentira! Gobernador Erden, no debes hacer lo que dicen en Aireplata.

    Virn, que nunca había tenido gran simpatía por el hombre y lo consideraba un oportunista furtivo, dijo con fuerza:

    —¿Alguien me acusa de ser un mentiroso? ¿O de conspirar contra nuestro propio reino?

    El consejero Nokel continuó en un tono meloso:

    —Embajador Virn, nadie podría cuestionar su lealtad y yo mismo me encargaría de encarcelar el primero a cualquiera que se atreviera a afirmar lo contrario.

    El hombre hizo una pausa y sonrió tenuemente a Virn, quien le devolvió una mirada despectiva, y luego siguió alzando la voz para que todos lo oyeran:

    —Estoy seguro de tu buena fe, pero te han engañado. Os han engañado a todos. ¿No te has preguntado por qué, de todos los habitantes fuertes y talentosos de Tierra, han elegido a tu propia sobrina? ¡Tu sobrina! Una increíble coincidencia, ¿no? Lo han hecho expresamente para engañarte, para convencerte de que las palabras del Zalyan eran sinceras y para inducirnos a todos a entregar el precioso mapa que indica la ubicación del talismán de Tierra. Con el Poder desaparecido, la Llave es lo único que mantiene vivo al reino, ¡entregarla a esos niños es como entregarla al Enemigo!

    Virn luchó por contener su indignación:

    —¡Pero esto es absurdo! Si los chicos vienen aquí, y espero de todo corazón que suceda pronto, significará que ya han recuperado la Llave de Aire y, por lo tanto, habrán demostrado estar a la altura de la misión. Debemos encontrar el mapa y dárselo para que la segunda profecía se haga realidad.

    Con esas palabras, una luz siniestra resplandeció en los ojos del consejero, que, sin embargo, seguía hablando con tono irónico:

    —La segunda profecía, sí. ¿La has visto, embajador Virn? ¿Alguno de los que estaban contigo la ha visto? No, por supuesto que no. Porque no existe, es solo un truco para que entreguemos la Llave de Tierra a nuestros enemigos.

    —¿Enemigos? —aunque contenida, la voz de Virn reveló la gran ira que sentía—. ¿Pero de verdad no entiendes lo que está pasando? Los únicos enemigos de nuestro reino somos nosotros mismos permitiendo que todo esto suceda, ¡olvidando a Ataf, el Poder y las antiguas alianzas!

    El consejero Nokel pareció no esperar nada más y habló con voz lenta y persuasiva:

    —Embajador, ¿no ves el engaño en tus propias palabras? Seríamos enemigos de nuestro pueblo y amigos serían los otros reinos que nunca han hecho nada para ayudarnos... Y como somos la causa de todos nuestros problemas, entonces deberíamos estar de acuerdo con entregar el talismán de Tierra a unos niños que no pueden hacer nada para defenderla. ¿Y todo esto sería por el bien supremo del reino y de toda la tierra de Yesod?

    Nokel miró a su alrededor y en ese momento Virn se dio cuenta de que toda la Cámara del Consejo y el propio Gobernador estaban presenciando en silencio su disputa, sin saber qué posición tomar. Virn esperaba que la voz del consejero resultara exagerada y no le escucharan, pero en ese momento comprendió que había subestimado a su oponente y no había jugado sus cartas con la debida atención.

    Aprovechando las silenciosas reflexiones de Virn, que muchos de los presentes entendieron que era por falta de argumentos para responder a las declaraciones del consejero, Nokel continuó dirigiéndose al Gobernador con una voz falsamente atractiva:

    —Gobernador, no culpo al embajador Virn por creer en las falsas esperanzas que ofrece Aireplata, porque a todos nos gustaría aferrarnos al espejismo de una profecía que nos devolverá el Poder gracias al coraje de cuatro niños inocentes, pero tú que tienes más que todos nosotros la responsabilidad de proteger el reino y guiar sabiamente a nuestro pueblo, no puedes escuchar las historias de un anciano. El mapa de la Llave de Tierra no debe salir de Rocantigua. Si los muchachos vienen alguna vez aquí, y yo también espero sinceramente que esto suceda —añadió haciendo una reverencia a Virn—, los recibiremos con alegría y los ayudaremos en todo, pero no podemos darles el último talismán del reino.

    El Gobernador asintió con seriedad, pero Virn lo detuvo antes de que pudiera hablar:

    —Gobernador, si el Poder no regresa, la Llave por sí sola no servirá de nada. Y si no permitimos que los elegidos completen la misión, destruiremos la única esperanza que queda y condenaremos a muerte a todo Yesod. Hemos tenido muchos años para descubrir un remedio a la sequía que está matando al reino, pero no me parece que nadie haya encontrado nunca una manera de curar a Tierra, ni siquiera el sabio y prudente consejero Nokel. Si los elegidos vienen aquí con la Llave de Aire, ¿por qué dudar de su capacidad de defender la Llave de Tierra igual de bien?

    Virn se dio cuenta demasiado tarde del error que había sido referirse siempre a los elegidos como niños, porque ahora todos los consejeros y el Gobernador pensaban en ellos solo como niños y no como la Compañía de los Buscadores a la que el Poder había llamado en socorro extremo.

    Y las preocupaciones que había expresado el consejero Nokel habían afectado profundamente a la ya débil confianza que el gobernador de Tierra tenía en las peticiones que venían del reino de Aire.

    —El Consejo ha escuchado el relato de los que han estado en Aireplata, el sincero llamamiento del embajador Virn y las legítimas dudas del consejero Nokel. Ahora nos retiraremos para debatir e intentar llegar a una decisión sabia y justa.

    Las palabras del Gobernador pusieron fin a la controversia y Virn solo pudo inclinar la cabeza y salir con los otros embajadores, seguido por la sonrisa satisfecha de Nokel, que esperaba con ansia ver llegar pronto a los cuatro elegidos y la Llave de Aire.

    En un par de días, los peores temores del embajador Virn resultaron ser ciertos. Por orden del Gobernador, el mapa no se entregaría a los elegidos y ni siquiera debería buscarse. Dondequiera que estuviera, permanecería a salvo en la vasta Biblioteca de Rocantigua.

    Virn intentó varias veces conseguir una entrevista privada con el Gobernador, como había sucedido a menudo en el pasado, pero ahora parecía que el consejero Nokel se había convertido en la sombra inseparable del jefe del reino de Tierra, e incluso cuando por fin el embajador se las arregló para reunirse con el Gobernador a solas, se dio cuenta de que ahora estaba hablando con las mismas palabras que el consejero:

    —Virn, sé que estás sinceramente preocupado por el reino y también por tu sobrina, pero estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que dar a esos chicos el mapa del cofre sería como abrir las puertas del reino a todos nuestros enemigos.

    —¿Enemigos? Gobernador, durante años hemos acusado al reino de Fuego de ser la causa de la sequía que nos está destruyendo, mientras que el reino de Aire nos acusa de haber transformado sus colinas en altas montañas que sofocan su viento...

    —¡Tonterías! ¡Nunca hemos hecho nada contra el reino de Aire!

    —¡Así es, mi señor! ¡Igual que el reino de Fuego nunca ha hecho nada contra nosotros! No hay enemigos que traten de destruirnos, ¡excepto el gran Enemigo que quiere aniquilar todo Yesod!

    Con un gesto despiadado de la mano, el Gobernador impuso silencio:

    —El Consejo ha tomado su decisión, Embajador, y este no es el lugar para cuestionarla. En cualquier caso, no

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