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El mundo de Yesod - Aire: El mundo de Yesod, #1
El mundo de Yesod - Aire: El mundo de Yesod, #1
El mundo de Yesod - Aire: El mundo de Yesod, #1
Libro electrónico172 páginas2 horas

El mundo de Yesod - Aire: El mundo de Yesod, #1

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Yesod es un mundo formado por cuatro reinos que toman su nombre y se caracterizan por cada uno de los cuatro elementos principales: Aire, Tierra, Agua y Fuego. Cuatro reinos al borde de una guerra fratricida por culpa de la desaparición del antiguo Poder, la magia que los mantenía unidos, robado por un Enemigo al que ya abatieron, pero al que no derrotaron definitivamente. Cuatro jóvenes elegidos, uno por cada reino, tendrán que partir en busca de las Llaves del Poder, los legendarios talismanes que les permitirán abrir las puertas de la fortaleza de Ataf, donde se custodiaba el Poder, que ahora yace cerrada y apagada. Avir, Karka, Mayim y Esh, entre aventuras y peligros, vivirán un recorrido de entrenamiento, aprenderán a conocerse y entenderán que la victoria y la salvación se consiguen con la unión de las fuerzas y las diferencias.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento30 oct 2020
ISBN9781547588862
El mundo de Yesod - Aire: El mundo de Yesod, #1

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    El mundo de Yesod - Aire - Marzia Bosoni

    A Sara,

    que de Yesod fue el origen

    y del reino de Aire es la guardiana:

    libertad, tempestad y poesía.

    Capítulo 1 - Un antiguo Poder

    La fortaleza de Ataf estaba envuelta en la niebla matutina que siempre llegaba desde el sudeste, de los reinos de Tierra y de Agua, antes de que, con el alba, el viento del reino de Aire llegase del norte para dispersarla, mientras que el calor del reino de Fuego al oeste la secaba.

    La niebla siempre señalaba el paso entre el esplendor nocturno de Ataf, cuando las imponentes murallas de roca de la fortaleza relucían en la oscuridad como lenguas altas de fuego, y el encanto diurno de la ciudadela, cuando las murallas del palacio se volvían transparentes como el aire y el suelo y las paredes temblaban con cada paso como la superficie de un lago agitado por el viento.

    Todos los viajeros se quedaban boquiabiertos ante Ataf, la capital de la tierra de Yesod, y en los primeros siglos después de la Gran Alianza todos iban al menos una vez en la vida a la fortaleza, para lo cual tenían que emprender un largo viaje y llevar regalos para los Guardianes del Poder. En aquellos tiempos había siempre gente fuera de las murallas en cualquier época del año, sobre todo eran pobres que sabían que podían contar con la generosidad de aquellos que llegaban para ver Ataf, pero también había otras personas, llamadas Zalyan, que elegían vivir durante cierto tiempo a los pies de la fortaleza para nutrirse de la belleza y la magia del lugar. En cualquier momento del día emanaba de Ataf una gran magia que, como una ola de energía, atravesaba personas, animales y objetos.

    Se trataba del Poder, el antiguo y misterioso tesoro alrededor del cual se había construido la fortaleza, vigilado por los Cuatro Guardianes y protegido por barreras insuperables.

    Por desgracia, con el pasar de los siglos el recuerdo de la antigua Alianza se iba desvaneciendo de las mentes de los habitantes de los cuatro reinos. Cada vez menos personas iban a ver Ataf, los pobres de las murallas se fueron yendo a otro sitio, y los Zalyan, cada vez menos numerosos, abandonaban el lugar para recorrer los cuatro reinos.

    Así, la región alrededor de Ataf se volvió salvaje e intransitable, desalentando aún más a los pocos que querían llegar al corazón de la tierra de Yesod. Cada reino había dejado que la zona que limitaba con Ataf se volviera lo más inhóspita que uno pudiera imaginar. No se hizo a propósito, sino por descuido y por el «letargo» que con el tiempo parecía haber contagiado a todos los habitantes. Ya nadie se preocupaba de lo que se custodiaba en Ataf ni del camino para llegar a la fortaleza. El Poder estaba allí desde siempre, y allí siempre permanecería. Ya nadie se preguntaba sobre su origen y su naturaleza. Como el sol que cada mañana se eleva y cada tarde se pone, el Poder existiría para siempre.

    Y así fue el principio del fin.

    Los Guardianes nunca se podían alejar de Ataf, pero habían enviado varias veces mensajes y súplicas a los Gobernadores de los cuatro reinos, y hasta los Zalyan más ancianos, que gracias a la gran exposición a la magia del Poder vivían mucho más que el resto de los hombres, habían intentado advertir a los habitantes de los reinos. Desafortunadamente, nadie escucha lo que no quiere oír.

    Los cuatro reinos todavía vivían en paz y, al menos en teoría, los hombres podían ir libremente de un reino a otro, pero el espíritu de unidad que había llevado a la Gran Alianza había muerto en el corazón de la mayor parte de las personas. Se miraba a los extranjeros con sospecha y solo se toleraban porque la ley lo imponía, pero en las zonas limítrofes la diversidad de los pueblos, agravadas por la pobreza y las dificultades del día a día, se convirtieron en un motivo de desprecio abierto y, a veces, también de conflictos, sobre todo entre los jóvenes.

    Las historias del pasado aún se contaban alrededor de un fuego, de una fuente, sentados bajo un árbol o se cantaban al viento, dependiendo de las tradiciones de los pueblos, pero hasta los ancianos que se las contaban a los niños ya no creían en lo que decían. Eran historias, simples fábulas para hacer felices a los más pequeños o para explicarles una tradición o enseñarles las leyes.

    Pero cuando las primeras funestas señales atravesaron la tierra de Yesod, se contaron y creyeron otras historias, historias que ya no hablaban de la amistad entre los pueblos, sino de una rivalidad mucho más antigua, de sospechas que ahora parecían confirmarse.

    ¿Quiénes podían hacer llover tanto en el reino de Fuego, donde solo llovía como mucho cinco días al año, sino los habitantes del reino de Agua?

    ¿Y qué podía provocar la sequía en el reino de Tierra sino el calor del reino de Fuego?

    El reino de Aire siempre había estado rodeado de agradables colinas donde el viento acariciaba la hierba, pero ahora estas crecían un metro al año, arriesgándose a sofocarlo, ¿y de dónde provenía tal magia sino del reino de Tierra?

    Además, en el reino de Agua los inviernos eran cada vez más largos debido a un viento helado que soplaba desde el norte y atrasaba cada vez más el deshielo.

    No podían ser coincidencias, y la antigua rivalidad entre los pueblos encontró una vez más terreno fértil para crecer y difundirse.

    En este clima de sospecha y resentimiento, la noticia de la desaparición del Poder dio el mejor de los argumentos a cuantos diseminaban el odio entre los pueblos.

    Las noticias, incompletas y a menudo contradictorias, llegaban con lentitud debido al aislamiento en el que los cuatro reinos habían relegado a Ataf y a su preciado contenido.

    La magia de la fortaleza de Ataf se había apagado. Las cuatro barreras que protegían el Poder no fueron suficientes. Las murallas de la fortaleza ya no mostraban ninguna puerta de entrada, y los cuatro Guardianes yacían muertos en el exterior, portando encima las huellas de una dura pero inútil batalla.

    Capítulo 2 - Esh del Fuego

    El joven Esh se levantó muy pronto, sin embargo, su madre no se sorprendió por ello. El chico era el penúltimo de sus cinco hijos, pero era de lejos el más inquieto y todos los días se levantaba antes de que saliera el sol, preparaba el desayuno para él y el resto y después salía fuera como si lo que le esperase no fuesen las tareas cotidianas habituales, sino la aventura más grande. A su madre le costaba tenerlo en casa hasta cuando se ponía enfermo, sus hermanos mayores lo consideraban el cazador de problemas perfecto, mientras su hermanita, que ayudaba a su madre en casa, había aprendido de ella a resoplar y a sacudir la cabeza cada vez que Esh pasaba corriendo. Pero ese día era normal que Esh se levantase incluso antes, pues era el primer día de la Fiesta de la Alianza y el chico no se iba a perder ni un momento de los preparativos y del ambiente de feliz emoción que recorría el pueblo como una sacudida.

    De hecho, a pesar de que en los últimos años el pueblo de Esh estuviese triste por los largos días de lluvia, como el resto del reino de Fuego, todos los habitantes esperaban con ansia la semana de la fiesta más importante de los cuatro reinos. Durante siete días y siete noches, las plazas secundarias del país albergarían grandes hogueras que iluminarían a diario hasta las noches más oscuras, mientras que en la gran plaza central se desarrollaría la gran feria. En los campos de alrededor del pueblo tendrían lugar las famosas Carreras de la Alianza, que, ciertamente, era lo que más le interesaba a Esh y a sus coetáneos.

    Esh no tenía ni la más mínima idea de por qué se llamaban así, y cualquier persona de su tierra le respondería simplemente que «siempre se habían llamado de la misma manera».

    Su pueblo, Stir, se levantaba en el corazón del reino de Fuego, a diez días de viaje de la capital, Lentofuego, y a los juegos que se hacían siempre venían personas hasta de los pueblos cercanos. A Esh le encantaba asistir a las carreras tanto como participar en ellas, pero según el reglamento no escrito de las carretas tendría que esperar dos años más. Los hombres y las mujeres tenían acceso a las competiciones a partir de los quince años, y el chico miraba con envidia a sus hermanos, que podían participar.

    En la mañana del primer día de fiesta, el chico se encontraba con sus amigos en la plaza grande, donde deambulaban entre los mostradores y carpas de la feria hasta que un mercader más irritable que el resto los sacaba. Luego se dirigían hacia los confines del pueblo, donde empezaban a llegar los primeros corredores de las otras localidades.

    Sin embargo, esa mañana Esh se dio cuenta de repente que algo no iba bien. En cuanto abrió los ojos saltó de la cama como siempre, pero una dolorosa punzada en la frente lo echó hacia atrás. Con los ojos cerrados se masajeó la cabeza y el dolor desapareció enseguida. Primero llegó a la plaza grande e, incapaz de estarse quieto, se puso a correr por allí y por allá mientras esperaba a sus amigos. Los mercaderes que preparaban los mostradores lo miraban entre la sorpresa y la duda y alguno se puso a reír con nerviosismo. Esh, irascible por naturaleza, empezó a sentirse molesto por aquel comportamiento tan incomprensible. Por suerte, en ese momento vio llegar a algunos de sus amigos y corrió a su encuentro.

    Los tres chicos se pararon de golpe cuando estuvieron cerca.

    —¿Qué es lo que tienes en la cabeza? —preguntó el primero cuando pudo recuperar el habla.

    —Es la Fiesta de la Alianza, ¡no la Fiesta del Fuego Enmascarado! —añadió el segundo mirándolo con lástima.

    —Ridículo —dijo riéndose a carcajadas el tercero.

    Esh, nervioso por el comportamiento de los mercaderes, no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre el que se había reído, golpeándolo repetidas veces. Los otros dos amigos intervinieron para separarlos, pero Esh también los atacó y en pocos minutos eran un enredo de brazos, piernas y pelos rubios llenos de polvo.

    Al final, dos mercaderes decidieron intervenir porque el polvo que habían levantado los cuatro chicos estaba ensuciando sus mercancías.

    Bloqueado por uno de los mercaderes, Esh gritó con rabia a sus amigos:

    —¿Se puede saber por qué me estáis mirando todos?

    A modo de respuesta, uno de los otros chicos sacó del bolsillo un trozo de espejo y se lo lanzó.

    —¿Te has mirado esta mañana?

    Todavía enfurecido, Esh cogió el espejo, se miró y a duras penas aguantó un grito. Al pensar que era una mancha en el espejo, intentó limpiarlo con los pantalones, pero cuando se miró de nuevo se rindió ante la evidencia. En el centro de la frente, justo donde había sentido la punzada de dolor cuando se despertó, había una pequeña llama roja, una señal que todos conocían: el símbolo del reino de Fuego. Esh se pasó una mano por la frente, pero la señal se quedó

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