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La Iliada y la Odisea
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La Iliada y la Odisea
Libro electrónico164 páginas3 horas

La Iliada y la Odisea

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Bellamente ilustrada, no te pierdas la más vieja y conocida historia sobre la guerra de Troya y las peripecias de Odiseo para regresar a casa.
En la antigüedad cada trovador narraba anécdotas a su manera. El más grande fue Homero, uno de los principales narradores de todos los tiempos, y el primero cuyo nombre ha pasado a la historia.
La Ilíada es
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
La Iliada y la Odisea
Autor

Enrique Martínez Blanco

Nació en Cuba en 1947 y empezó a ilustrar libros para niños hace tanto, pero tanto tiempo, que ya no recuerda qué fue lo que lo motivó a escoger esa profesión. En la actualidad, y después de tropezar con muchas piedras durante cuarenta años, le ha tomado el gusto a manchar y emborronar papeles y, luego de haber ilustrado más de trescientos libros, considera que le sería difícil encontrar un trabajo tan divertido como el que tiene. Para Enrique Martínez, la ilustración de esta primera aplicación mexicana del emblemático cuento infantil “Caperucita Roja”, resultó todo un reto de la modernidad tecnológica. Sin embargo, afirma, “fue una prueba superada”.

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    La Iliada y la Odisea - Enrique Martínez Blanco

    El trovador y su mundo

    Un día, hace poco menos de tres mil años, una nave pintada con brillantes colores arribó a un puerto del territorio que ahora se llama Grecia.

    En la cubierta de la nave se hallaba un hombre acuclillado y envuelto en un tosco manto de lana de cabra. Bajo el manto, sostenía una lira hermosamente tallada. Esto era lo más precioso que poseía el hombre, pues era un trovador ambulante. Viajaba de un lugar a otro, entonando canciones que narraban las anécdotas de grandes héroes y valientes hazañas.

    La noticia de la llegada del trovador se extendió rápidamente. Los primeros en enterarse fueron los pescadores que remendaban sus redes en la costa. A toda prisa, enviaron a un muchacho por el sendero que conducía a las ciudades situadas en las colinas. Éste gritó a los centinelas que se hallaban en las murallas alrededor de las ciudades.

    —¡Ha llegado un trovador! —dijo—. ¡Acaba de llegar en este momento en una rápida nave procedente de Esmirna!

    Los centinelas transmitieron la noticia a las atestadas calles. Delante de la entrada de sus chozas de piedra, los artesanos que trabajaban la piel y el metal sonrieron mientras usaban sus agujas y martillos y a su vez, transmitieron la noticia a los comerciantes y campesinos que se hallaban en la ancha plaza del mercado situada en el centro de la ciudad.

    Reunidos en la plaza del mercado ese día, para decidir sobre algunas leyes, se hallaban los líderes de la ciudad, los hombres que poseían tierra. Ellos también se enteraron de la llegada del trovador.

    Ansiosamente, se dirigieron al rey de la ciudad, quien se hallaba sentado en su banco de piedra tallada.

    No mucho después, el rey anunció que daría un banquete en el palacio situado en la cima de la colina. Todo el mundo estaba invitado a participar en el festín y a escuchar el canto del trovador.

    La comida para el banquete fue preparada por esclavos, o sea, la gente de ciudades capturadas, o las esposas e hijos de guerreros enemigos muertos en batalla. Asaron carne en asadores giratorios, llenaron los cestos de pan y mezclaron vino con agua y especias.

    Cuando todo estuvo listo, se le asignó un lugar de honor al rey —un asiento tapizado con una alfombra suave y gruesa—. Después del banquete, el trovador afinó las cuerdas de su lira y comenzó sus canciones: eran anécdotas verdaderamente extensas de hombres y dioses, de guerras y aventuras, de sucesos extraños y maravillosos de la historia y la leyenda.

    Aun entonces, las anécdotas ya eran viejas. Nunca se habían escrito, pues en aquellos días no había libros. Pero un trovador aprendía las anécdotas de otro, y de esta forma se mantenían vivas durante cientos de años.

    En estas anécdotas, los dioses eran tan importantes como los hombres. La gente de la antigüedad vivía en estrecho contacto con la naturaleza, y creía que todo lo que existía era obra de dioses con forma humana. Los árboles, las corrientes, los vientos, los mares, incluso la propia tierra, todo tenía sus dioses.

    Los dioses eran gobernados por Zeus, el dios del cielo. Él era el padre de los dioses, y hablaba con voz de trueno. En su palacio, en el monte Olimpo rodeado de nubes, los dioses se reunían para celebrar sus banquetes, como la gente de la ciudad se reunía en el palacio de su rey.

    Zeus tenía una esposa celosa, Hera, y muchos hijos. Entre ellos se hallaba Apolo, dios del Sol, y su tímida hermana, Artemisa, diosa de la Luna. Ambos podían matar a las personas al dispararles flechas portadoras de enfermedades. Otros dioses eran Atenea, la más sabia y grande de las diosas; el inteligente e inválido Hefestos; Deméter, diosa de la Tierra; y Poseidón, dios de los mares.

    Los dioses no podían morir nunca. Podían volar por el aire, cambiar sus formas e incluso hacerse invisibles. Pero, igual que la naturaleza es variable, así eran los dioses. Un dios podía ayudar a un hombre un día, y volverse contra él al siguiente. Y por eso, la gente construía altares y templos en cada ciudad, y oraba y hacía sacrificios a los dioses. Y los trovadores nunca dejaban de mencionar en sus anécdotas las hazañas de los dioses.

    Cada trovador narraba sus anécdotas a su manera. El más grande fue Homero, uno de los principales narradores de todos los tiempos, y el primero cuyo nombre ha pasado a la historia.

    Incontables personas de muchas naciones han disfrutado de los relatos de Homero. Al leer La Ilíada, que trata de la guerra de Troya, pueden oír el sonido metálico de las armaduras, sentir el polvo de la batalla, y ver a grandes guerreros luchar entre sí hasta la muerte. Al leer La Odisea, comparten las aventuras de Odiseo, un hombre valiente y poderoso que se enfrentó intrépidamente a los terrores que encontró en la tierra y en el mar.

    En la actualidad, siglos después que Homero cantara acompañado de su lira, La Ilíada y La Odisea son aún dos de los relatos más grandes y maravillosos narrados jamás.

    La guerra de Troya

    Hace cientos y cientos de años —quizás 3500 años— había una orgullosa ciudad comercial llamada Ilión o Troya.

    Ahora bien, a través del mar Egeo, en el territorio que llamamos Grecia, y en muchas de las islas dispersas en ese pequeño mar, había otras ciudades y pueblos cuyos hombres también comerciaban por mar. Durante muchos años existió rivalidad entre estas ciudades y Troya. Por último, hubo una larga y terrible guerra.

    Según antiguas leyendas, así fue como tuvo lugar la guerra. El rey Príamo de Troya y su esposa la reina Hécuba tenían muchos hijos e hijas. Pero cuando uno de estos niños estaba a punto de nacer, la reina soñó que el mismo crecería para convertirse en una llameante antorcha y que destruiría la ciudad. En aquellos días la gente creía mucho en los sueños, por lo que el padre y la madre, entristecidos, al nacerles un hermoso varón, decidieron abandonarlo en las laderas del cercano monte Ida para que muriera, y así salvar la ciudad que amaban.

    Confiaron la triste tarea a un pastor. Pero el pastor era un hombre bondadoso, y no tenía hijos, por lo que se quedó con el niño y lo crió como si fuera suyo.

    Al niño se le llamó Paris, y cuando creció se convirtió en un fuerte y hermoso pastor, sin imaginar que era hijo del rey. Pero el destino, así pensaban las personas en aquellos días, era algo de lo que no se podía escapar. Y por lo tanto, el destino del joven Paris se cumplió por fin.En lo alto del monte Olimpo, donde los inmortales dioses decidían el destino de los hombres, tres diosas tuvieron una discusión un día. Eran Hera, reina de los dioses; Atenea, la diosa de la sabiduría; y Afrodita, la diosa de la belleza. Discutían para saber cuál de ellas era la más hermosa, y determinaron que fuera un mortal quien decidiera.

    Descendieron las tres a las laderas del monte Ida, y a quién debían encontrar allí sino Paris, que atendía tranquilamente sus ovejas. Las diosas le pidieron que eligiera entre ellas pero entonces, de una forma bastante injusta, según nos parece, comenzaron a ofrecerle regalos. Hera le ofreció el poder sobre ejércitos y hombres, si la elegía a ella; Atenea le ofreció todo el conocimiento; Afrodita le ofreció darle la mujer más hermosa del mundo como esposa, si la elegía a ella, y así lo hizo él.

    Desde este momento Paris ya no se sintió satisfecho con su tranquila vida en la ladera del monte, y fue a la ciudad de Troya a buscar la fortuna que la diosa le había prometido. Allí, el encanto de su rostro y modales, y su destreza en los juegos pronto lo llevaron a la corte del rey. No pasó mucho tiempo antes que se revelara su historia, y sus felices padres, dejando a un lado sus temores, saludaron el regreso de su hijo. Pronto, Paris fue enviado con una flota propia a comerciar y ver el mundo.

    Entonces surgió el problema. Paris no había olvidado la promesa que había hecho la diosa, y dondequiera que iba buscaba la hermosa mujer que se le había prometido.

    Pronto se enteró de que había una mujer que estaba considerada la más hermosa del mundo: Helena de Esparta. Decidió ir a Esparta, y encontró que los relatos eran ciertos. Paris se enamoró de Helena enseguida, y cuando partió en las naves se la llevó consigo a Troya para que fuera su esposa.

    Todo esto hubiera estado muy bien, a no ser por el hecho de que Helena ya estaba casada. Su esposo era el rubio rey espartano Menelao. Y estaba tan furioso cuanto puede imaginarse cuando su mujer se fue a Troya.

    Menelao fue enseguida a ver a su hermano, Agamenón, rey de la dorada Micenas, y juntos planearon su venganza. De una isla a otra, de un pueblo a otro, visitaron todas las ciudades del estado de Grecia para formar un ejército y una flota de naves con que rescatar a Helena y castigar a Troya.

    Por último, vararon las naves en la costa troyana. Entonces, formando una curva alrededor de sus naves, edificaron una gran muralla de tierra como refugio para su campamento. Detrás de esta muralla, cerca de las naves de elevada proa, se construyeron chozas; y las

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