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Arkanus III: El regreso de Ketzel
Arkanus III: El regreso de Ketzel
Arkanus III: El regreso de Ketzel
Libro electrónico376 páginas8 horas

Arkanus III: El regreso de Ketzel

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Información de este libro electrónico

En este tercer volumen, que finalliza la saga, los siete héroes avanzan dificultosamente hacia su encuentro final, en el que se les revelará el misterio del Arkanus. Cada uno, en su avance, corre variadas e increíbles aventuras, en que la magia y lo maravilloso están siempre presentes.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
ISBN9789561232914
Arkanus III: El regreso de Ketzel

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    Arkanus III - Carlos Miranda

    I.S.B.N. Edición impresa: 978–956–12–3187-0.

    I.S.B.N. Edición digital: 978-956-12-3291-4.

    1ª edición: junio de 2018.

    Editora General: Camila Domínguez Ureta.

    Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.

    Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

    Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

    © 2018 por Carlos Miranda Muñoz.

    Inscripción Nº 290.771. Santiago de Chile.

    Derechos reservados para todos los países.

    Derechos exclusivos de edición reservados

    por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.

    Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

    Teléfono (56-2) 2810 7400. Fax (56-2) 2810 7455.

    E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl

    Santiago de Chile.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO I

    LA GRIS EDAD

    En un lugar desconocido de la subtierra

    El Ladrón del Agua y su oasis

    Aeropuerto de Manaos, Brasil

    En las afueras de Manaos

    El artificio del desierto

    El video viral

    En las profundidades del Foso Negro

    El cónclave de la subtierra

    Los pasajes a África

    Valentina y Víctor arriban al Domo

    Constanza, voy por ti

    CAPÍTULO II

    EL PRIMER OXÍMORON: EL DESIERTO POBLADO

    Aluminicum

    Biotecnología

    El triángulo dentro del círculo

    Los druidas y el origen de la Leyenda

    La profecía del héroe tatuado

    Tras el templo del Arkanus

    El exilio de los héroes

    CAPÍTULO III

    AQUEL AL QUE MÁS TEMEN

    Salvador, el domador de tigres

    Rumbo al infierno

    Ángeles de la muerte

    La Princesa Blanca retorna al río

    La redención de Grillo

    Ana-grama y puzles

    Una visita inesperada

    Los tres amuletos

    La batalla del Domo

    El gato tuerto

    CAPÍTULO IV

    TRAS LA HUELLA DEL EXPLORADOR

    Elefantes negros

    Kongamato

    Atentado en Manaos

    La ruta de los exiliados

    El ritual del muérdago

    La Cámara de los Guerreros

    CAPÍTULO V

    EL POZO DE DARVAZA

    El retorno de los guerreros

    Estaban esperando

    El último druida

    El campo de batalla

    Andrés o Ketzel

    El último oxímoron

    CAPÍTULO VI

    EN BUSCA DE UNA ESPERANZA

    Parejas de combatientes

    La confesión

    El Todopoderoso Hidroeléctrico

    El regreso de Samantha

    PRÓLOGO

    Hace setenta mil años, durante la Primera Conflagración o el Gran Oscurecimiento, como también se conoció, el mundo habitado era mucho más pequeño de lo que es ahora.

    Siete imperios reinaron sobre la tierra. De cada uno de ellos surgieron los héroes legendarios que enfrentaron al mal que emergió desde las sombras. Fue un ejército de hombres virtuosos, capacitados para representar a la naturaleza y enfrentar al Señor del Abismo, el más poderoso de los enemigos, la materialización del petróleo, la energía abominable que corrompe a los hombres y desata feroces guerras...

    ...Y vencieron, los poderosos guerreros vencieron a un enemigo que parecía invulnerable, a la cruel aberración la derrotaron implacablemente. Pero a pesar de su épica victoria, no pudieron evitar que la vida como la conocemos estuviese a punto de desaparecer.

    Es una historia que los libros nunca registraron. Nadie quiso conocerla ni investigarla y fue encubierta tras un aparente desastre natural: la erupción catastrófica de un gigantesco volcán. El objetivo fue proteger el prestigio del hidrocarburo con el fin de ocultar la verdad de un mundo que por poco se extinguió, y para que nadie caiga en cuenta que hoy la humanidad lo está haciendo otra vez.

    Setenta mil años después los nóveles guerreros de la Leyenda permanecen divididos, fragmentados en un mundo demasiado grande para ellos. Sin embargo, un misterioso llamado los convoca a cada uno a la tierra donde todo comenzó, donde científicos antropólogos encontraron los restos más antiguos de los predecesores de la especie humana; a las tierras de Lucy¹, en el noreste de África. Allá deberán reunirse ellos, entre los miles de millones de habitantes que pueblan hoy el planeta, tratando de pasar inadvertidos, en un anonimato asfixiante, en una soledad abrumadora.

    Salvador lleva una semana en un aeropuerto de Brasil y se ve ante una encrucijada: no sabe adónde dirigirse, no sabe si debe ir por su hermano, su amada, su desaparecido padre o su líder. Constanza está en las garras de Morg, el comandante de la Gran Espada, que la conduce por cavernas sombrías de la subtierra hasta el mismo sumidero, para presentarla a su Señor. Andrés se recupera de sus heridas tras la contienda con el Talador en la morada de un viejo chamán, un sanador de las afueras de Manaos, adonde lo condujo Juanito Vainilla y donde se apresta a conocer una verdad perturbadora. Algo desconocido condujo a Valentina y a Víctor hacia las profundidades y Mark transporta al herido Kalaalit por cuevas desconocidas, sin notar que es guiado desde las sombras por los propios escaladores.

    Los chicos están desgastados. El agobio de una lucha secreta y sin tregua los ha fatigado al extremo; una lucha en la que la humanidad no se entromete, porque no es capaz de percibirla o porque simplemente la ignora y no la quiere ver. Los guerreros de la Leyenda están cansados, al punto que muchos comienzan a cuestionarse lo de ser héroes legendarios. El Arkanus no aparece por parte alguna y ya nadie comprende qué es definitivamente. Parecen ser solo retazos dispersos por toda la tierra, imposibles de integrar y que solo han servido para enfrentar las contingencias o confundirlos aún más. No les ha sido posible descifrar si el Arkanus es una leyenda o un lugar físico al cual arribar, o simplemente una vieja reliquia que la tradición oral, que siempre va modificando los acontecimientos, transformó en algo sobrevalorado.

    El Señor del Abismo ha sacrificado a uno de sus lacayos en el Amazonas como una pieza de un ajedrez macabro que se ofrenda en pos del jaque mate inminente, como una estrategia que procura dividir a los héroes para luego debilitarlos y exterminarlos. Entretanto, libera simultáneamente a tres Todopoderosos en una ofensiva que pretende ser contundente y final. Esta vez la táctica es llevar la lucha al plano de lo real, a mezclarse con la madeja intrincada de las sociedades. El Amo del Sumidero sabe que así desorientará a los héroes, que los confundirá hasta hacerlos visibles y doblegarlos, provocando que su lucha ignota y soterrada salga a la luz.

    Sin embargo, una esperanza yace en la complejidad de unos misteriosos acertijos conocidos como los oxímoron, en los tres elementos que el mal requiere para resurgir y en las enigmáticas siete profecías que los sabios de la subtierra comienzan a revelar. Tal vez estas señales puedan orientar la batalla final de Andrés, la cual el líder guerrero presiente que se avecina y para la que no se encuentra ni remotamente preparado. Los chicos, por su parte, no pueden encontrarse en un mundo tan vasto como el que habitan.

    Incomunicados, con una naturaleza agónica que no puede asistirlos; con niveles críticos de dióxido de carbono en la atmósfera, colapsándola al punto de hacer el aire irrespirable; con sequías feroces en diferentes partes del orbe; dantescos incendios forestales; islas que desaparecen bajo las aguas; desiertos avanzando inexorables y selvas que retroceden sin control... el cambio climático es un hecho indesmentible e inapelable, y el Señor del Abismo se prepara para su resurgimiento definitivo... Se ha iniciado una nueva era... la era de la grisedad: la Gris Edad.


    1 Lucy: Así llamaron a la Australopithecus afarensis encontrada en Etiopía en 1974, los restos más antiguos de nuestros ancestros homínidos de hace más de tres millones de años.

    CAPÍTULO I

    LA GRIS EDAD

    EN UN LUGAR DESCONOCIDO DE LA SUBTIERRA

    –Somos excavadores

    nacimos bajo la tierra

    el Ladrón del Agua

    y la Tercera Guerra.

    –Un oasis falso

    emerge en el desierto,

    vivir allí

    que me pillen muerto.

    –¡A aporrear, a aporrear,

    que el mundo se va a acabar!

    ¡Guajajajá!

    Cantaban y se daban golpes entre ellos. Y mientras más se golpeaban, más reían y caían al piso amontonados. Era una forma de hacerse fuertes, decían.

    Víctor comenzó a despertar lentamente, pero le costó un poco abrir los ojos en la penumbra. Veía unas figuras que se golpeaban entre sí y le pareció algo incomprensible.

    –¡Guajajajá, se despierta el bello durmiente! –dijo una de las figuras.

    –¡Guajajajá, así es, miren todos! –dijo otra–. ¡Paren, paren de aporrearse! –exclamó–. ¡Paren, estúpidos! –gritó después, ya que nadie le hacía caso–. ¡Para, Cuarentaycuatro! –Y le dio un golpazo en la espalda que lo dejó debajo de una mesa.

    Valentina también comenzó a despertar, ya bastante recuperada y descansada. El lugar, mal iluminado por unos hachones, era oscuro pero confortable, y tanto ella como su hermano estaban tendidos en unas cómodas literas.

    –¡Vaya, qué manera de dormir, parece que hubieran estado despiertos un año entero!

    –¿Qué es una año? –preguntó Cuarentaycuatro.

    –¡Un año, tarado! ¡Escucha bien! ¡Treinta días justos! –respondió el más grande de todos y lo empujó al centro de la caverna. Varios se lanzaron sobre él formando un montón de cuerpos.

    –¡Guajajajá! –gritaban y se tiraban sobre los seres amontonados como si se tratara de una piscina.

    –No se asusten, niños, este es el síndrome del entierro permanente; les pasa cuando salen a la superficie. El exceso de oxígeno los hiperventila, deben desahogarse un poco –explicó uno que parecía el más cuerdo de todos–. No siempre son así de locos.

    –¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? –preguntó Valentina. Ya estaba despierta del todo.

    –¡Cuarentaycuatro, ven y explícales a los niños quiénes somos y qué hacemos aquí! ¡Voy por vino! ¿Quieren vino?

    –No, gracias –respondió Valentina.

    –¿Y quiénes somos? –preguntó Cuarentaycuatro.

    Lo elevaron por los aires y le dieron otra paliza. Víctor reía al verlos tan chiflados y a Cuarentaycuatro que las recibía todas.

    –Ahora no se te olvidará quiénes somos, ¿verdad? –preguntó uno muy gordo.

    –¡Guajajajá! –respondió Cuarentaycuatro– ¡Somos excavadores!

    –¿Escaladores? –preguntó Valentina, que escuchó mal–. No parecen escaladores, son demasiado gordos.

    –¿Somos escaladores? –preguntó Cuarentaycuatro al grupo, y de nuevo le llegó una zurra.

    –Está bien –dijo el que parecía de mayor autoridad–. Yo les explicaré. Veo que con Cuarentaycuatro no llegaremos a ninguna parte.

    –¿Por qué le llaman Cuarentaycuatro? –preguntó Valentina.

    –¡Guajajajá! ¡Muchachos, la niña quiere saber por qué este tonto se llama Cuarentaycuatro! –dijo al grupo.

    Todos rieron de buena gana.

    –¡Porque su papá se llamaba Cuarentaytrés! –dijo uno.

    –¡Porque lo encontraron recién nacido en el retrete del cuarenta y cuatro! –opinó otro.

    –¡Porque se ha comido a cuarenta y cuatro niños... por eso su enorme barriga! –agregó un tercero, y todos rieron a carcajadas, menos Cuarentaycuatro, que se rascaba la cabeza, pues tampoco sabía por qué se llamaba así.

    –Están locos –comentó Valentina en voz baja a su hermano– pero son simpáticos. –Víctor sonrió, dándoles su aprobación.

    –Somos excavadores, no escaladores, aunque conocemos de sobra a esos debiluchos que se la llevan meditando todo el tiempo. ¿Qué hacemos aquí? Bueno, esta es nuestra casa, aquí vivimos. No subíamos hace tiempo a la superficie, hasta que se nos encomendó la misión de sabotear al Ladrón del Agua y su falso oasis, ya que está perforando el desierto. Luego nos hablaron de los héroes de la Leyenda y se nos confió el honor de rescatarlos. Ustedes son los héroes, ¿verdad? ¿Los héroes de la Leyenda? Teníamos que rescatarlos a todos, pero no pudimos, aunque un grupo de nosotros está tras los pasos de dos de ustedes que aún están extraviados en cavernas perdidas. ¡Fue una gran batalla la que tuvieron allá arriba!

    Valentina oyó y observó cuidadosamente a este nuevo ser subterráneo. Era claro que aún no conocían a todos los habitantes de la subtierra, pero estos eran distintos, vestidos con gruesos abrigos que los hacían verse más obesos de lo que ya eran, usaban unas enormes botas forradas y sus caras estaban cubiertas con mascarillas y gafas que apenas les dejaban ver los ojos.

    –¿Quién es el Ladrón del Agua? –preguntó Valentina.

    –¡Cuarentaycuatro, explícale a la niña quién es el Ladrón del Agua!

    –Pues, el que se roba el agua –dijo. Hasta a Valentina le dolió la tunda que le dieron tras la respuesta.

    –Es uno de los servidores del de allá abajo; uno muy poderoso que ha construido un oasis falso en pleno desierto, al que llaman el Domo, con el que se engaña a muchos que claman por el vital elemento –repuso el que parecía más cuerdo, luego que todo se calmara.

    Valentina sintió escalofríos al saber de un nuevo lacayo, de un nuevo Todopoderoso que se corporizaba.

    –La verdad es que teníamos que rescatar a siete héroes y solo recuperamos a dos. ¿Dónde están los otros? –preguntó el excavador.

    –Sí, ¿dónde están los otros? –inquirió Cuarentaycuatro, y recibió una nueva serie de golpes por repetir la pregunta.

    –¡Suficiente! –gritó uno que emergió desde la oscuridad de las cuevas, que parecía más grande que todos los demás y que logró que los golpes y empujones se acabaran como por arte de magia–. ¡Han fracasado, idiotas! ¡Su misión era rescatar a los siete héroes y llegaron apenas con dos! ¿Qué le diremos a Grillo ahora? ¡Está muy enfadado!

    –¿Grillo? –preguntó Valentina–. ¿Su jefe es un grillo? –La pequeña no caía en sí de asombro.

    –Grillo es un sabio de verdad –respondió el grandote–. Es nuestro líder. No se deja ver mucho porque es muy importante.

    –¿Podemos hablar con él? –preguntó la niña.

    –No todavía, está descansando y se demora varios días en ello –respondió Topo, que así se llamaba el grandulón.

    –Me parece que no quieres que lo veamos –dijo Valentina.

    –Algo así. Grillo es muy importante, incluso para héroes como ustedes. De todas formas le preguntaré. Nada pierdo.

    Al cabo de un largo rato el excavador regresó con buenas noticias: Grillo había accedido a verlos, aunque solo por unos minutos.

    Los hermanos fueron conducidos por cavernas cada vez más oscuras y húmedas, hasta que finalmente, bajo una tenue luz, encontraron a un extraño ser que tras gruesas gafas y pañuelos apenas dejaba ver su rostro. A Valentina le pareció antipático de solo mirarlo, pero le dio una oportunidad. Grillo los recibió con evidente desagrado, dándoles la espalda y continuando con la lectura de unos viejos y estropeados papiros.

    –Oiga, señor Grillo, ¿nos puede decir dónde estamos? –preguntó Valentina.

    –En la subtierra, pues, dónde más –respondió Grillo escuetamente.

    –¡Qué pesado! Me refería a en qué parte de la subtierra. ¿Por qué te dicen Grillo? No pareces uno.

    –Soy pequeño, astuto, sabio, y vivo bajo la tierra... qué más da. Así me llaman estos gorilas ignorantes –dijo, refiriéndose a los excavadores.

    –¿Por qué los tratas así? Parecen ser muy obedientes, se ve que te aprecian mucho. Tampoco es necesario que les permitas golpearse a cada rato. A mí no me gusta la violencia.

    –Así es acá abajo por la falta de aire. Y si te gusta, bueno; si no, bueno también –respondió Grillo con evidente fastidio.

    –¿Hasta cuándo nos tendrán aquí? –preguntó Valentina.

    –Ustedes no están prisioneros, nos enviaron a rescatarlos. Supuestamente, son unos héroes legendarios. Yo no lo creo así, además eran siete. ¡Ah, y por cierto, cuando quieran, pueden marcharse! –dijo Grillo.

    –Son ellos, Grillo, estamos seguros –dijo Topo a su jefe, quien no creía que esa pequeña impertinente fuera una heroína–. Presenciamos las luchas de allá arriba, son los verdaderos guerreros. Debemos llevarlos con los ancianos. Es nuestro deber –agregó.

    Víctor miró a Valentina. Le parecía que Grillo la estaba tratando con recelo y una falta de respeto que no correspondía a unos célebres guerreros, como eran ellos.

    –¿Dónde estamos? –volvió a preguntar Valentina–. Y me refiero a en qué parte del mundo, señor Grillo, si no es mucha la molestia.

    –Bajo el desierto –dijo Grillo–. Justo debajo del desierto más grande del planeta. Así es que si quieren irse, pueden hacerlo. No olviden llevar un poco de agua para el camino –agregó con sarcasmo.

    Valentina, ofendida, empujó el carrito de herramientas donde habían puesto a Víctor y se marchó por el túnel refunfuñando.

    –¡Usted es insufrible! ¡Prefiero los grillos que viven en el río! –Grillo se encogió de hombros y siguió leyendo un viejo libro que cogió de un mesón.

    –Gran Grillo, son los héroes, estoy seguro –dijo Topo en un último intento por convencer a su desconfiado líder de que aquel par de niños eran los guerreros que esperaban hacía miles de años.

    –Tal vez lo sean, pero ya nadie confía en ellos –respondió Grillo.

    –Quieren irse de aquí –dijo Topo.

    –¡Pues, que se vayan! –sentenció Grillo.

    –¿Al desierto? –preguntó Topo.

    –Llévalos entonces por el túnel secreto. Así al menos no morirán calcinados –repuso Grillo.

    –¿Adónde? ¿Al oasis falso? ¿Al Domo? –preguntó Topo con gran preocupación.

    –Si realmente son los héroes, podrán sobrevivir ahí –dijo Grillo.

    –Has sido severo con ellos –señaló Topo.

    –Falta que les hace; han cometido muchos errores, a lo mejor así aprenden algo. Si son los héroes, ya nadie quiere ayudarlos; si no lo son, a mí qué me importan. De cualquier modo, aquí abajo no le sirven a nadie.

    Dicho esto, la cueva se ensombreció extrañamente y a Topo le pareció que su jefe se desvanecía en la oscuridad, tal como la esperanza de estos seres que desde milenios esperaban bajo la tierra el retorno de los héroes del Arkanus. Dio media vuelta y regresó donde sus compañeros triste y decepcionado.

    EL LADRÓN DEL AGUA Y SU OASIS

    Un enorme agujero de unos ochenta metros de diámetro fue hallado por buscadores de petróleo en la península de Yamal, en la parte occidental de Siberia, específicamente en el océano Ártico, fenómeno aparentemente causado por la caída de un meteorito. Los primeros científicos que accedieron al sitio concluyeron que solo un bólido espacial podía ser el causante del curioso hecho, dadas las evidencias de escombros depositados en los bordes –leyó la periodista.

    –O tal vez empujados desde dentro, ¿no cree, señorita Livingstone? –interrumpió Charles Aldridge a su secretaria y asistente. Pero esta continuó leyendo la noticia desde su computadora a pesar de la interrupción del profesor.

    La profundidad del foso aún es un misterio, pero se piensa que es de varios centenares de metros.

    –¿Sabe usted, señorita Livingstone, lo que significa Yamal? Fin del mundo, pues, en la lengua de los nenets, sus habitantes nativos... –interrumpió de nuevo el profesor.

    La potencia de la explosión es comparable con el impacto de diez bombas atómicas –continuó la señorita Livingstone, sin siquiera mirarlo. Sabía que su jefe realizaba comentarios sarcásticos de vez en cuando, pero nunca dejaba de prestarles especial atención a noticias curiosas como esa.

    Aldridge, sin embargo, se sintió satisfecho con lo escuchado y miró complacido por la ventanilla del avión. Ya eran más que señales las que se estaban manifestando en toda la tierra desde hacía tiempo y esta parecía ser una de las más concluyentes, excepto por la que estaba por conocer y que había motivado aquel viaje imprevisto.

    Aldridge era uno de los redactores más importantes de la revista Rare World, especializada en temas misteriosos y sin mayor rigor científico. Un inglés en todo el sentido de la palabra: flemático, inalterable, aparentemente frío pero entusiasta, que gozaba investigando misterios extraños e historias bizarras. Era el fundador, editor y financista principal de esta revista que trataba de hechos insólitos y escabrosos. La buena situación económica en la que lo había dejado su padre, un banquero inglés de tradición, le permitía dedicarse a tiempo completo a su excéntrica obsesión, y no le faltaban lectores para sus reportajes, incluso ya se traducían a varios idiomas. Era un hombre de edad ya avanzada, pero bien conservado y atlético, alto y delgado. Samantha Livingstone, por su parte, fue su principal hallazgo. Alumna suya en la Universidad de Oxford, esta mujer escocesa de rasgos finos, tez pálida y figura elegante era nada menos que descendiente directa del mítico explorador de África David Livingstone, y amaba la aventura tal como su antepasado. Así, había preferido embarcarse en esta extraña empresa con su profesor de simbologías antiguas en lugar de ejercer el periodismo de forma tradicional en algún medio de comunicación dadas sus excelentes calificaciones y referencias. Ambos, apasionados por lo misterioso, se habían obsesionado con estos temas extravagantes ante la sorpresa de sus cercanos. Compartían el gusto por viajar a lugares insólitos en busca de mitos y leyendas perdidas tras la pista de algún misterio para nutrir su revista, que por mera casualidad había caído en manos de Andrés, lo que desató una serie de acontecimientos increíbles por todo el planeta. Esta particular pareja de investigadores se complementaba perfectamente: mientras Charles Aldridge representaba el entusiasmo y la pasión, Livingstone era el raciocinio y la mesura.

    Ahí estaban de nuevo, tras otro misterio. Pero esta vez era distinto: no era una historia de vampiros, zombis o alienígenas invasores, sino una particular leyenda que había llegado a sus manos hacía años, una muy compleja y antigua, pero actual a la vez, y muy apasionante; una leyenda confusa, llena de vericuetos, sustentada en la historia, aunque profundamente contemporánea, en la que el petróleo, la contaminación del planeta, los pueblos originarios y la naturaleza se entremezclaban en una madeja enredada que solo unos legendarios guerreros serían capaces de desenmarañar. Para el profesor esta historia tenía todos los ingredientes que le apasionaban: misterios, acertijos, símbolos que descifrar. Todo hacía presagiar a Aldridge que muchas de las señales mencionadas en esta leyenda, que llegó hasta él aquella vez en que viajó a Stonehenge tras la pista de avistamientos extraterrestres, comenzaban a aparecer por todo el planeta.

    –¿Qué dice la voz oficial? –preguntó el profesor.

    –Un agujero termogaseoso. Esta es una zona estratégica para Rusia. No permitirán que vayan curiosos. Algunos escépticos creen que tiene algo que ver con una antigua leyenda de los nenets y de un ser maligno que surgirá desde las sombras. ¿Usted cree en esa interpretación, profesor? –preguntó la señorita Livingstone, detrás de sus gafas de marco grueso, que resaltaban su rostro blanco y de delicadas formas.

    –No solo creo en ella, la haré creíble para todos –sentenció el profesor.

    *

    Al mismo tiempo, pero muy lejos de ahí, en la meseta del Djado, al norte de Níger, en pleno desierto del Sahara, la soledad arrolladora del desamparado páramo se vio interrumpida, de pronto, por un remolino de viento zigzagueante que levantaba un embudo de polvo reseco y gris. La girándula de arena se detuvo y concentró una cantidad inusual de material que comenzó a rotar y a cobrar forma repentinamente. Una figura humana empezó a conformarse y, pasados unos minutos, no cupo duda de que era un hombre de impecable traje oscuro, corbata, lustrosos zapatos y gafas. Apareciendo de la nada, ahí, en pleno desierto, en el lugar más apartado y recóndito, surgía uno más de los Todopoderosos, uno que, asistido por el Señor del Abismo, había revertido la maligna mutación, recobrado la forma humana de magnate petrolero y renacido en el mismo desierto, desde donde se extraía abundante la sangre de su amo. Sacudió un resto de polvo de su hombro, miró el horizonte con expresión rígida y avanzó por la arena como si pisara suelo firme. El Señor del Abismo liberaba así al cuarto Todopoderoso en una forma distinta, no ya como un monstruo repulsivo de rostro lacerado, sino como un ser capaz de inmiscuirse secretamente en los complejos sistemas del poder sin ser notado.

    *

    –Debemos ser cautos, señorita Livingstone –continuó luego Aldridge–. Un halo de misterio rodea a ese lugar. Definitivamente, no gustan de las visitas –agregó, refiriéndose al Domo.

    El profesor había conseguido casi por milagro, a través de fotografías satelitales, dar con el oasis secreto que se construía en el desierto y que coincidentemente aparecía en uno de los papiros druidas descubiertos por él. Después de muchas gestiones, surgió la posibilidad de obtener permiso para visitarlo y lograr una entrevista con uno de sus encargados. No contaba, eso sí, con autorización para filmar o sacar fotografías. Por esa razón se hacía acompañar de la señorita Livingstone, excelente dibujante y escritora.

    Luego de aterrizar en una pista abandonada que apenas podía distinguirse entre la arena, abordaron un viejo vehículo que los esperaba y los condujo desierto adentro.

    Fueron largas horas a bordo de la camioneta, las que Aldridge y Livingstone aprovecharon para repasar sus notas acerca de esta misteriosa leyenda.

    –Es un templo, Livingstone, el que debemos hallar; un templo oculto, probablemente enterrado bajo toneladas de arena. No será fácil dar con él.

    –¿Colapso ambiental, petróleo, fuerzas del abismo, héroes de la naturaleza, templos perdidos? Todo me parece demasiado confuso, profesor, deliberadamente confuso.

    –Ya lo discutimos, Livingstone, y no termina de convencerse. Que sea una leyenda tan compleja no la hace falsa; al contrario, la transforma en un reto aún más emocionante. Nuestro deber es integrar todas las evidencias, rearmar este rompecabezas. Además, esos papiros con ideogramas que encontramos cerca de Stonehenge fueron autenticados por expertos y son tan viejos como la humanidad misma.

    –Lo que aún no logro entender es qué relación existe entre la leyenda del Arkanus y esa extraña construcción en el desierto a la que vamos –preguntó la señorita Livingstone.

    El tercer lacayo traerá agua para los sedientos y comida para los hambrientos a cambio de esclavitud, para liberar la sangre de su amo –leyó Aldridge en su libreta de apuntes–. ¿Lo oye, Livingstone? Esto coincide con el gran movimiento de refugiados del agua hacia este oasis que surge en el desierto. Es probable que cerca del templo se encuentren otros que lo buscan –ecologistas, investigadores–, por eso concuerda la ubicación de esta construcción con la del templo perdido. Empezaremos por dilucidar lo del tercer lacayo.

    –¿Si habla de un tercer lacayo seguramente hubo otros dos? –interrogó la chica.

    –Se lo concedo, Livingstone. Es cierto, hay vacíos, lagunas, pero aunque se tratase de una leyenda falsa, no deja de ser curioso que un filántropo ofrezca agua y refugio a los desamparados del Cuerno de África en pleno despoblado, a los olvidados por todos, a los que no cuentan. Es una historia interesante, al menos, que no podemos darnos el lujo de ignorar.

    –¿Qué espera encontrar ahí, profesor? –preguntó Livingstone.

    –Pistas, mapas, escritos, lo que sea para hallar ese templo. El desierto esconde muchos secretos bajo sus arenas, es mucho más que pirámides y mastabas –señaló Aldridge mirando por la ventana de la camioneta e imaginándose que bajo esas interminables dunas marrones existían aún miles de misterios por resolver–. Estoy seguro, señorita, de que lo encontraremos –añadió.

    Livingstone sonrió. Amaba ese entusiasmo casi pueril del profesor. Le gustaba interrogarlo, ponerlo en aprietos, pero él siempre tenía una respuesta para todo; era un hombre de una sabiduría fascinante, tan vasta como el propio desierto que se extendía ante sus ojos.

    Siempre preferiré estar aquí antes que en una oficina frente a un computador, se dijo Livingstone, al mismo tiempo que el conductor del vehículo, en su lengua y con gestos vehementes, indicaba la cercanía de un profundo cañón.

    Lo que apareció ante sus ojos fue algo verdaderamente impresionante. Un oasis gigantesco oculto en un desfiladero del Sahara, con cursos de agua cristalina que lo surcaban en todas direcciones, plantaciones de las más diversas especies, construcciones impresionantes, y todo ello cubierto por una especie de gigantesco domo vidriado.

    –¡Esto no parece una obra humana! –exclamó Aldridge, atónito. Livingstone, por su parte, no podía sacar el habla.

    –¡Es demasiado grande! ¡Es extraordinario! –agregó el profesor, sin salir de su estupor.

    AEROPUERTO DE MANAOS, BRASIL

    –¡Ahí está el chico! ¡Ese es, sin duda! ¡Sí, es él! –exclamó entusiasmado el guardia mirando el monitor en la oficina de seguridad del aeropuerto internacional de Manaos–. Lleva un par de días deambulando solo en el terminal aéreo. Come de los

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