Mujeres influyentes, mujeres sojuzgadas
La dinastía Julio-Claudia está recorrida de arriba abajo por mujeres excepcionales que ejercieron un verdadero poder en la sombra y tuvieron una influencia capital en el desarrollo de los primeros casi cien años del Imperio romano. La historiografía clásica las ha encasillado en dos estereotipos: depredadoras sexuales, que provocan la perdición de los hombres, o envenenadoras capaces de determinar el curso de una dinastía quitando de en medio a emperadores y herederos sin dejar rastro. Por supuesto, de ambas cosas hubo –cada cual utilizaba los medios que tenía a su alcance–, pero esta concepción tiene mucho que ver también con la misoginia de la época y el testimonio de escritores –Tácito, Dion Casio y otros– que, en el contexto del paso de la República al Imperio, explicaban así una influencia femenina en los asuntos públicos que consideraban indeseable.
La primera de estas mujeres no pertenece a Roma ni a ninguna de sus familias, pero ocupó un lugar destacado en las luchas que desembocaron en la creación del Imperio. Se trata de Cleopatra VII, última reina de Egipto, un Estado que para Roma tenía una importancia estratégica fundamental como reserva inagotable de cereales y riquezas. Además de por su afición al lujo, Cleopatra ha pasado a los anales de la historia por haber seducido a dos prohombres romanos: Julio César y Marco Antonio. Su enfrentamiento con un tercero, Octavio –futuro emperador Augusto–, fue el fin de su reinado.
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos