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Exilio de Príncipes
Exilio de Príncipes
Exilio de Príncipes
Libro electrónico365 páginas4 horas

Exilio de Príncipes

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Información de este libro electrónico

El mismo día del nacimiento de su primogénito, Thorenphen Alafneir, el rey de Elfaica, se enfrenta a su hermano, Régneton Cursen, quien fue sentenciado por él mismo. Este toma su venganza al atacar al infante en brazos de su madre, Fanney. Su única esperanza es escapar al mundo de Gaia, donde se encontrarán con el mejor amigo de Thoren, Oraphen Endel, y otros rostros no tan amistosos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9788419137753
Exilio de Príncipes
Autor

Guido F. Manzano

Guido F. Manzano es un escritor, traductor e ilustrador mexicano, nacido en Cananea (Sonora). Se presenta en el mundo de la edición tradicional con su novela Exilio de príncipes, primera parte de la serie Terror de reyes.

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    Exilio de Príncipes - Guido F. Manzano

    Agradecimientos

    Primero que nada, quiero agradecerle a quien me enseñó a leer y a escribir y, sobre todo, a amar las letras: mi amá, Griselda. Pero, también, me disculpo por tardar demasiado. Ahora sé que la vida no espera a nadie.

    A mi padre, mi jefe, Guido, quien no ha dejado de creer, a pesar de saber perfectamente como soy. Gracias por preguntar siempre si estoy en la chinga.

    A la Diose, por su paciencia, y al Luis, por los regaños.

    Pero a ti, Alex, no sé ni cómo empezar a agradecerte la fe que me has tenido y el apoyo que me has brindado en todos estos años.

    ¡Bendiciones, todas, para ustedes!

    Presentación

    Me lo dijo una y otra vez, «siéntete orgulloso de tu hijo, yo no te abandonaría ni renegaría de ti, nunca». Y nunca lo hizo, hasta el final creyó en mí. Pero los hijos crecen sin darnos cuenta y el segundo me ayudó a darle la vida que merece al primero.

    Para quienes alguna vez leyeron El Exilio del Príncipe, se sentirán muy cómodos al darse cuenta de que la historia que tienen en sus manos es la que debieron encontrarse primero.

    Es un placer entregarles la historia que me ha hecho reír y llorar, y la que me ha empujado a seguir adelante, a pesar de las adversidades de este caótico mundo.

    Espero que la disfruten y enriquezca sus vidas, tanto como ha transformado la mía.

    Prólogo

    Las leyendas cuentan que un antiguo dios creó el mundo de Fernet bajo la luz de la paz absoluta, un mundo paradisíaco en todo sentido.

    El proceso tomó miles de millones de años, la mayoría de ellos fue el tiempo para que el planeta se enfriara. No era ni siquiera un suspiro para su Creador, si acaso.

    Tomó su semilla de la estrella que nutriría a Fernet, Tebetdys, una supernova que era parte de un sistema estelar binario.

    Su núcleo era un gigante trozo de metal abrasador, al que manipuló para crear los elementos que constituirían el planeta; dio forma a esa bola de hierro incandescente y la corteza la unió en un único continente.

    Luego llegó la larga lluvia, que enfrió el planeta y formó una robusta atmósfera, que evitó que Tebetdys quemara por completo su faz y evaporara el océano.

    Solo entonces se dio a la tarea de guiar el nacimiento y la evolución de plantas y árboles, a partir de seres microscópicos, de bacterias. De ellas nacieron incontables especies, hasta que Fernet fue un continente rico y verde.

    Qué vista para contemplar. Un mundo hermoso no estaba completo sin alguien que lo disfrutara. Sería una pena, un desperdicio.

    Lo pensó por mucho tiempo. Pasaron milenios hasta que decidió por dónde empezar.

    Dado que era una creación perfecta, era difícil decidir a quién poner a cargo de protegerla.

    Pero, tras meditarlo con cautela, al final dio a luz a seis razas inteligentes, diferentes, para vivir en él, incluso cuando la primera hubiera sido más que suficiente. Pero eso hubiera mantenido a Fernet solitario y aburrido.

    * * *

    Los primeros fueron los Elenphaii, a quienes se les concedió la vida eterna, pero no la inmortalidad.

    Eran las criaturas más bellas de Fernet, graciosas, nobles y hábiles.

    Su cabello era negro y liso como una cascada, sus caras eran delgadas y su piel blanca, lo suficientemente clara como para hacer que sus ojos azul zafiro fueran un atributo aún más notable.

    Eran de estatura media, aunque algunos sobrepasaban los dos metros, casos muy raros, pero los había.

    Eran criaturas justas, los Elenphaii, y también inteligentes, ya que son los primeros hijos.

    El Creador les enseñó todo sobre los asuntos de gestión del planeta, uno con recursos ilimitados. El primer hijo aprendió directamente del Creador y era su deber como patriarca enseñar a su linaje a mantener la paz y la prosperidad en Fernet.

    Construyeron su asentamiento en el centro del continente y tomaron lo menos que pudieron del planeta. Además, su territorio era minúsculo en comparación, pero mantuvieron su rango como la nación más poderosa.

    * * *

    Había un solo océano, pero varios mares, y a los principales los Elenphaii los llamaron Norsis, al del norte; Sersis, al del sur; Eresis, al del este, y Otarsis, al del oeste.

    La segunda raza creada fue la de los Edrestor desconocidos para los demás habitantes de Fernet, ya que vivían en una isla alejada de las costas de Otarsis. Eran magníficos corceles con cola y crin en llamas, bestias nobles e inteligentes.

    Al Creador le gustaba pasar el tiempo allí después de enseñar a los Elenphaii, principalmente jugando con el patriarca, Asteroth. Era un poderoso caballo blanco con llamas naranja como crin y cola.

    Al lado del Creador, Asteroth se comportaba como un mero potro, aun así, sus hijos no se burlarían de él jamás.

    Pasó mucho tiempo hasta que el primer Elenphaii llegó a la isla para domesticar a un Edrestor como prueba para convertirse en rey.

    El primer hijo poco sabía que encontrarían a estas criaturas cuando partió a conocer el mundo y, cuando vio la isla a lo lejos, decidió aventurarse para completar el mapa de Fernet. No era la primera, pero sí la más grande y, para su fortuna, la última que quedaba por descubrir.

    Fue ahí donde se reencontró con el Creador después de tanto tiempo.

    Los Edrestor son criaturas orgullosas y poderosas, y no son anfitriones amigables, como los Elenphaii, pero el primer hijo de estos últimos era curioso y también orgulloso.

    Miró a Asteroth y supo, por instinto, que no debía meterse con el corcel. Pero trató de montar al primer hijo del patriarca. Era solo un potrillo, de vello castaño y llamas plateadas como crin y cola. Débil no era, incluso siendo joven. Trató de tirar al Elenphaii al suelo, pero el primer hijo no debilitó su agarre.

    El potro se movió violentamente, incluso se tiró sobre su espalda, pero el Elenphaii esquivó el golpe y volvió a montarlo en un solo movimiento. El primer hijo aguantó hasta que sometió al corcel, luego bajó de él y tocó suavemente su melena.

    Este llevó al corcel con él de regreso a su asentamiento, donde lo reconocieron como el primer Vhelenn, su rey.

    Su amistad duró hasta el final de sus vidas.

    * * *

    Mucho después de que los Elenphaii comenzaran su reino en comunión con la naturaleza, ya que respetaban tanto como podían el lugar donde vivían, los Heleneeann llegaron a la existencia.

    El Creador los concibió como los más grandes entre las razas de Fernet. Pelirrojos, con barba roja tupida, la mayoría de las veces desordenada.

    Tenían ojos de color verde esmeralda y piel blanca, no tan clara como la de los Elenphaii.

    Eran fuertes, robustos y altos, y les encantaba el trabajo duro y también la lucha.

    Pero este era un mundo para la paz y ellos atesoraron eso, así que aprendieron a amar más el trabajo duro. Tenían un amor por la tala de árboles, con los que hacían todas sus casas.

    Adoraban al fuego y hacer fogatas, y cantar y bailar a su alrededor era la alegría suprema de sus vidas.

    Establecieron sus asentamientos en la costa noreste del continente al principio, pero eran nómadas, leñadores que buscaban cada vez más trabajo por hacer.

    Extrañaban el mar mientras se movían hacia el oeste, pero las bacanales frente al fuego y el trabajo duro los distraía de luchar entre sí, la mayoría de las veces…

    En un par de docenas de generaciones terminaron en el centro norte del continente y, cuando llegaron al centro, donde vivían los Elenphaii, se dieron cuenta de que no estaban solos.

    No se habían encontrado antes, pues después de completar el mapa del mundo, los Elenphaii se dedicaron a proteger el territorio donde vivían, causando el menor impacto ambiental posible. Eran inteligentes y aprendieron el idioma Heleneeann rápidamente.

    Supieron entonces de dónde venían y qué hicieron durante todas estas generaciones.

    Fue una catástrofe. Los Elenphaii sabían de la desertificación cerca de su territorio, pero nunca encontraron la causa. La mayor parte de Fernet tenía una curiosa especie de árbol, el Feanire. Cuando los cortan, vuelven a crecer por la noche. Solo si alguien los saca de raíz no lo harán.

    Los Heleneeann no tenían este hábito, aunque tuvieran una constante necesidad de espacio para hacer sus asentamientos nómadas y sus bacanales alrededor del fuego.

    Los Elenphaii se sintieron tristes por la destrucción que los Heleneeann hicieron, pero se dieron cuenta de que no fue a propósito. Estaba en su naturaleza.

    Hasta el día de hoy, los Heleneeann no sabían que los Feanire podían volver a crecer por la noche, ya que nunca fueron testigos de tal milagro.

    La razón era simple. El metal con el que hicieron sus hachas envenenó a los Feanire.

    Descubrieron que también era peligroso para los Elenphaii. A veces podían matarlos instantáneamente, sin la oportunidad de recuperarse de las heridas venenosas que llegaban a sufrir.

    Los Elenphaii desearon haber descubierto antes a esta nueva raza y estudiaron durante años cómo revivir el desierto, pero estaba muy lejos ya de la recuperación.

    Enseñaron a los Heleneeann a cuidar el lugar que habitarían e incluso les ayudaron a construir asentamientos e hicieron parcelas de cultivo, por lo que dejaron de ser nómadas.

    Los pelirrojos establecieron ciudades de clanes en todo el lado noroeste del continente.

    Eran de carácter fuerte, para bien y para mal, fáciles para hacer amigos, fáciles para hacer enemigos, fáciles para reconciliarse; también entusiastas del vino y la comida, celebraciones y canciones. Podían festejar durante semanas e invitaban a sus vecinos, los Elenphaii, a menudo.

    * * *

    La cuarta raza eran los Zarafi, de piel negra, cabello oscuro y grandes como los Heleneeann, con profundos ojos negros. Gruesos como puedan ser sus dedos, son hábiles constructores y artesanos.

    Otros se quejarían del destino que tuvieron que encontrar cuando vinieron a este mundo, pero no los Zarafi, la más resistente de las razas de Fernet, ya que el desierto es implacable en todo sentido.

    Se cuenta que nacieron de la arena.

    Perfeccionaron sus habilidades gracias a la adversidad, el desierto los forjó.

    Cuando conocieron a los Elenphaii y a los Heleneeann, sus hermanos mayores se disculparon con ellos, ya que no pudieron proteger el lugar donde estaría su hogar.

    Pero el primer hijo de los Zarafi, Medane Lodstor, el único eterno entre ellos, creó un fuerte vínculo con ellos y les dijo que no se preocuparan, ya que así es como debía ser.

    Estaban orgullosos de ser fuertes para conquistar el desierto y estaban agradecidos por todo lo que su padre les enseñó. Recibieron a los Zarafi con alegría y desde entonces les ayudaron a mejorar su vida en la naturaleza.

    * * *

    En el sur del mundo, la nieve es todo lo que se puede ver en todas direcciones.

    Allí vivieron los Rothedrin.

    Eran pálidos y rubios, con rostros graciosos y delicados. Se parecían a los Elenphaii. Tenían ojos cerúleos, algunos incluso plateados, los de aquellos de la realeza.

    Al igual que los Zarafi, eran personas rudas. Soportaron el castigo de la naturaleza. Al contrario que sus vecinos del norte, el frío los hizo fuertes.

    Vinieron al mundo justo después de que lo hicieran los Zarafi, pero pasaron cientos de años antes de que se encontraran con sus hermanos mayores, los Elenphaii.

    Como a los primeros les gustaba el clima cálido del centro del planeta, apenas se aventuraron hacia el sur.

    Además, el sur del continente es la parte más extensa del mismo y es difícil de explorar, incluso para los Rothedrin, que están acostumbrados al gélido lugar.

    No tuvieron tiempo de pelear entre ellos. Pudieron, pero hubiera sido un suicidio no unirse para sobrevivir en un lugar donde la comida es demasiado escasa y el calor del fuego era difícil de conseguir.

    Aunque tuvieron suerte. Descubrieron que los Feanire pueden volver a crecer si no los arrancas de raíz. Se dieron cuenta al hacerlo solo una vez y honran el lugar donde aprendieron esto.

    Atesoran los árboles más que nada y durante generaciones no hicieron espacio para construir sus casas; solo lo hicieron en claros naturales. Regularmente vivían en casas comunales como clanes.

    * * *

    Los Ninsei, los últimos en ser creados, llegaron un par de años después que los Rothedrin, pero conocieron a los Elenphaii siglos antes que ellos.

    Vivían al este del asentamiento de los Elenphaii y eran tímidos y asustadizos al principio, pero se enamoraron de todas las enseñanzas que sus hermanos mayores tenían para darles.

    Son de piel bronceada y ojos negros, pero sus gobernantes tienen los ojos rojos, todos ellos.

    No son altos como los de otras razas, pero son rápidos e inteligentes.

    Son curiosos por naturaleza; encontraron muchas hierbas medicinales y venenos por ensayo y fracaso. También encontraron casi todos los antídotos de esta manera, fue un trabajo arduo y peligroso, que les llevó más de cien generaciones.

    La enfermedad era algo casi inexistente en Fernet gracias a ellos.

    Debido a sus formas de encontrar la verdad, se sacrificó a muchos de ellos. Los llamaban asesinos, pero eso no era del todo cierto al principio.

    Eran pequeños, e incluso cuando Fernet estaba en paz, sabían lo agresiva que puede ser la naturaleza, por lo que se prepararon para el peligro con conocimiento y entrenando su única fortaleza: su velocidad.

    También crearon artefactos mágicos, como lo son unas máscaras hechas con piedras volcánicas negras y una mezcla de hierbas.

    Estas les dieron la capacidad de predecir los movimientos de sus oponentes.

    Con sus conocimientos médicos podían decir quién sería compatible con el poder de las máscaras. No todos los Ninsei las usaban, eran solo para los que entrenaban como asesinos, quienes eran llamados Nilensei, los Sin Nombre.

    Hicieron un ritual para los niños que reciben tal honor y sacrificio, ya que entregarían su rostro, su identidad, para proteger al Imperio.

    Las máscaras serían su rostro desde entonces, ya que las conectaban a su cuerpo, al igual que sus espadas. De esa manera reaccionarían naturalmente a la capacidad de previsión.

    A los Elenphaii no les gustaban las formas del Imperio, pero respetaban su derecho a desarrollarse como civilización autónoma.

    * * *

    Después de que cada raza se asentó en sus territorios y habiendo adoptado sus idiosincrasias, el Creador, satisfecho con su determinación de mantener la paz en Fernet, se marchó, prometiendo que volvería para disfrutar del mundo que tenían para mostrar.

    Esta fue la única vez que las otras razas supieron acerca del Creador, ya que él les dijo esto dentro de su mente. Los únicos que conocieron su rostro fueron los Primeros Hijos de cada raza.

    Desde que el Creador dejó en sus manos la hazaña de proteger su hogar, muchos portales naturales aparecieron en lugares aleatorios en su despedida.

    Únicamente hubo un incidente en Fernet que casi podrían llamar guerra. Pero los Elenphaii y Heleneeann respondieron instantáneamente y contuvieron el portal.

    Desde entonces llamaron a estos portales dimensionales naturales Emphest Oscuras.

    Aprendieron a manipular algunos de ellos y a hacer marcos a su alrededor para poder usarlos a voluntad, pero todavía quedan algunos por allí en la naturaleza.

    * * *

    Así es como decidieron organizarse en sus propios territorios. De esa manera podrían unir fuerzas para explorar la localización de estos portales y contener cualquier amenaza a Fernet.

    Formaron siete naciones, una para cada raza, ya que apareció una nueva entre los Elenphaii, por casualidad, si cabe decirlo así.

    Los Elenphaii construyeron Elfaica en el centro del continente; administraron y nutrieron a las otras naciones con su sabiduría y bondad.

    Nadie se atrevió a desafiarlos desde el principio.

    Los Heleneeann formaron clanes. Luchaban entre sí de vez en cuando, tomando la guerra más como un deporte: sabían que eran fuertes y les gustaba presumir.

    Uno vino, Escordento Endel, el más fuerte de todos, incluso después de pasados los milenios, y los unificó bajo el glorioso Reino de Escordia, al noroeste de Elfaica.

    Llaman a su gobernante Kenkstad, un término de su antiguo idioma que significa «el más fuerte», pues solo este puede liderar a personas robustas y tercas.

    Los clanes antiguos todavía existen, pero son leales a su rey, siendo Vikon Endel el actual.

    Escordia es la vanguardia de Elfaica en caso de guerra, algo absurdo en Fernet, pero no en otros mundos.

    Los Zarafi hacían honor a su nombre, significaba Conquistadores del Desierto.

    Crearon ciudades con palacios majestuosos y las poblaron bastante rápido. Lo hicieron posible gracias a que Elfaica y Escordia les ayudaron con recursos para crear oasis artificiales.

    Estos últimos querían redimir sus errores contra sus hermanos menores. No quisieron dañarlos intencionalmente, solo seguían sus impulsos naturales, después de todo.

    Estaban agradecidos con los Elenphaii y los ayudaron con su fuerza y habilidad a edificar el mismísimo Palacio del Cielo.

    Eran más de naturaleza tribal y eran una nación unida. Su jefe era Medane, un poderoso guerrero y hombre de cultura, quien amaba las matemáticas y la alquimia.

    Se alió con los Elenphaii desde que los conoció. Es el primogénito entre los Zarafi y sus leyendas lo afirman inmortal y sabio.

    Construyó Hanasaram, la ciudad capital en medio del desierto y el nombre por el que todos conocen a la Nación Negra, como algunas personas todavía la llaman.

    Los Rothedrin, por su parte, estaban muy acostumbrados al frío del sur; allí hicieron su reino, llamado Amrosth.

    No se acostumbraron a reunirse con las otras naciones, uno podría pensar que es porque salir de Amrosth es un esfuerzo sobresaliente. Pero, siendo los últimos en unirse a los demás en las campañas de defensa mundial, eran una nación ermitaña y era la única manera de vivir que conocían y amaban.

    Son honestos al respecto, la mayoría de ellos son más duros de lo que parecen, y ¡cuán orgullosos pueden llegar a ser!

    Construyen sus famosos Castillos de Hielo, donde la misma familia gobierna desde el principio, los Fenilheim, siendo su actual reina Arhenda Iertha Fenilheim.

    Los Ninsei formaron el Imperio de Mordant, al este de Elfaica. Llamaron a su gobernante Nessar y fueron conocidos por generaciones como el Imperio de los Asesinos, ya que eran hábiles en el arte de matar rápidamente y sin dolor.

    Obtuvieron este conocimiento de la medicina, eran extraordinarios herbolarios y anatomistas. Incluso crearon un veneno, por accidente, por supuesto, que hizo que los Elenphaii perdieran su Othomerión, la esencia que les da la vida eterna.

    Escondieron la receta del veneno en cuanto cayó la primera víctima y así es como la nueva raza nació de los Elenphaii mortales, los Olvido.

    Solo uno existió durante miles de años, pero los eventos desafortunados fuera de Fernet obligaron a toda una generación de los Elenphaii a renunciar a su Othomerión.

    El difunto Herrero Maestro, Pederanth Schimdt, tomó a este pueblo y lo protegió bajo la bandera de una nueva nación, al oeste de Elfaica.

    Llamaron al lugar Schimdt Forth, ya que era el Cuarto Fuerte desde el Palacio del Cielo hasta la costa de Otarsis, pero era un principado de Elfaica, aunque llamaban rey a Pederanth.

    Más allá de los mares del oeste hay una isla colosal con ricos prados, altas montañas y un extraño y enorme cráter en el centro de esta, a la que los Elenphaii llamaron Oskarthiienn.

    Allí viven los Edrestor, los corceles llameantes, liderados por su patriarca, Asteroth, la Estrella de los Mares. Es un formidable caballo blanco con llamas naranjas como su melena y cola, como se dijo antes.

    Los Elenphaii se aventuraron a esta tierra por las enseñanzas de su padre, el Creador.

    El candidato a rey necesitaba probarse a sí mismo domesticando a un corcel desde la victoria del Primer Hijo, era una tradición. El nuevo Vhelenn solo puede regresar al Palacio del Cielo a lomos de un Edrestor.

    Asteroth ya no vive en los prados de Oskarthiienn. Dicen que eligió al anterior rey de Elfaica para ser el gobernante de Fernet.

    El corcel incluso lo invitó a montar sobre su espalda, arrodillado felizmente.

    Pocos fueron testigos de este milagro, ya que todos los Edrestor son demasiado orgullosos y salvajes, y Asteroth más que ninguno.

    Tal Vhelenn reunió a todas las razas de Fernet en una comunidad, y la paz era la forma de vivir de todas ellas. Pero como esta persona se aventuró en una búsqueda personal, el corcel lo espera en el Palacio del Cielo, hasta el día de hoy.

    La armonía y la tranquilidad reinaban en todos los rincones del mundo. Todas las naciones eran prósperas, en profundo entendimiento entre sí y en unidad.

    Fue así desde el principio y duró mucho tiempo, eones si acaso. Amaban la paz de Fernet, pero aprendieron sobre la guerra y cómo defenderse de ser necesario.

    Esta fue la razón por la que cada nación confió en el consejo y la ayuda de Elfaica, incluso después de que su rey más sabio tuvo que dejarlos.

    * * *

    El Palacio del Cielo, ubicado en el centro del Sagrado Reino de Elfaica, se convirtió en la capital del país y del mundo entero, pues brinda a cada reino los recursos que necesitan para crecer, llámense naturales, académicos o humanos.

    Dado que sus necesidades son diferentes, debido a la naturaleza geográfica y cultural de cada nación, los gobernantes de Elfaica deben ser sabios y justos.

    Los otros países, satisfechos y agradecidos con Elfaica por su forma impecable de administrar los recursos del planeta, respetaron el tratado oral de paz.

    Los miembros Elenphaii de la familia real heredaron las enseñanzas directas del Creador, desde el primer hijo.

    Ocho años pasaron desde que el anterior rey partió en su búsqueda. El hombre responsable del equilibrio de poder en el planeta abdicó del trono justo antes de irse.

    Confió el destino del mundo en manos de los siete Enkishi, los hombres más sabios de cada nación, y desde entonces no escucharon palabra de él ni de su paradero.

    Desafortunadamente, cuando se fue lanzó un hechizo para que todos en el mundo olvidaran su nombre y apariencia, y solo recordaran su existencia.

    Desde este día, todos los que sabían sobre el

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