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Sangre de los Mehrat
Sangre de los Mehrat
Sangre de los Mehrat
Libro electrónico472 páginas6 horas

Sangre de los Mehrat

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Son hermanos... Amigos... La razón del otro... Son la esperanza de la humanidad...

La Confederación Internacional de Repúblicas, tras una cruenta guerra, expandió su dominio más allá de Feera, su mundo natal. Y puso su mirada en las estrellas.

Gracias a la mayor corporación de la humanidad, conocida como El Astillero, la nave-ciudad Antares atraviesa el sistema Chandria y logra asentarse en Isna, un planeta virgen y lleno de posibilidades. Millones de ciudadanos dela CIR viajaban en busca de un nuevo futuro, nuevas oportunidades y el siguiente escalón en la colonización de la humanidad.

Entre ellos, los gemelos Cassia y Loxar Mehrat, desoyendo las palabras directas del gobernador, son los primeros en salir de la ciudad. Apenas se posa, ambos pisan la suave hierba del nuevo mundo. Pero lo que en un principio resulta ser una inocente escapada, pronto se convertirá en un encuentro que cambiará completamente su forma de pensar, su sangre y sus vidas.

¿Quién es el Gris? ¿Quiénes son los nativos? ¿Son amigos? ¿Quiénes son los verdaderos enemigos?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento24 abr 2018
ISBN9788417164898
Sangre de los Mehrat
Autor

Jorge Sánchez Lorenzo

Jorge Sánchez Lorenzo (Avilés, 1988) cursó sus primeros estudios en el colegio público Poeta Juan Ochoa. Con diez años fue nominado al Mejor Cuento del colegio y, posteriormente, galardonado. No sintió un interés especial por las clases de Lenguaje y Literatura, pero desde pequeño sintió predilección por las historias de fantasía y ciencia ficción. Durante su infancia tímida y solitaria, solía pasar cada momento libre leyendo a referentes del género como Dan Abnett, Asimov, Abercrombie, J.K. Rowling o Marianne Curley. A los diecisiete, sin un horizonte laboral claro, escribió su primer libro, Leyr. Finalizado bachiller, optó por la formación superior, bajo el atento consejo de sus padres. En plena formación como electricista, publicó La Matriz, el primero de una saga de ocho volúmenes. En plena crisis se convirtió en un prolífico novelista. Alcanzó los veinticinco años entre trabajos precarios y acumulando quince obras, entre las que destaca la premiada Investigaciones Waltdorf. A día de hoy continúa viviendo en su ciudad natal, compaginando su trabajo, sus estudios universitarios y su pasión por la ciencia ficción, avalada por dieciocho novelas.

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    Sangre de los Mehrat - Jorge Sánchez Lorenzo

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Sangre de los Mehrat

    Primera edición: abril 2018

    ISBN: 9788417234072

    ISBN eBook: 9788417164898

    © del texto:

    Jorge Sánchez Lorenzo

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Para Atria Quesada Rodríguez,

    sobresaliente vital.

    Me da igual cómo seas. Tus creencias, tu fe, tu color, tu origen o tus ideas. Por dentro eres rojo, como yo y como todos.

    CASSIA MEHRAT

    Prólogo

    Feera fue el planeta que nos vio nacer. Desde hacía mucho tiempo, la humanidad había mirado al espacio insondable, preguntándose qué habría más allá de la noche eterna.

    Fue necesario sobreponerse al horror de las guerras y a la destrucción del planeta que trajeron consigo. La naturaleza nos dió la opción de elegir: que nosotros, como especie, tuviéramos fecha de caducidad o que la tuviese el mundo.

    Se tomaron medidas. Las dos mayores potencias, las únicas que quedaban, buscaron con desesperación otro lugar habitable más allá de Feera. La Confederación Internacional de Repúblicas (CIR) había luchado tanto tiempo contra el Frente de Naciones Libres (FNL), que el desastre alcanzó la luna. Las armas destruyeron lo que habría sido un nuevo comienzo para todos.

    En la batalla —que más tarde sería conocida como la Guerra del Impacto—, las fuerzas del FNL escindieron una importante cantidad de masa de Ialia, nuestro propio satélite.

    Los viejos aun lo describen como «el grito de la Diosa acallando la locura». Sólo una suerte incierta nos salvó a nosotros porque cuando las partes rotas de la luna cayeron, ésta orbitaba del lado del FNL. Millones murieron cuando chocaron contra Feera. Los destrozos que causaron fueron tan grandes que sepultaron naciones enteras.

    La naturaleza puso fin al gran conflicto, pero a cambio hubo que pagar un precio terrible. La Lluvia de Ialia, como se conocería a partir de entonces, provocó erupciones descontroladas por el este, hogar del FNL. El polvo y los residuos del magma se elevaron y cubrieron gran parte del cielo de todo nuestro mundo. Pasaron años antes de que se volviera a ver nuestra estrella.

    La guerra dio paso al hambre. La vida del planeta dependía del sol. Sin él, todo el ecosistema cambió. Las plantas nacían débiles, los animales enfermaban con mayor frecuencia y también los humanos. Los ancianos cuentan que fueron tiempos muy duros. No querría pensar cómo lo pasaron fuera de la CIR.

    Entonces, la mirada de la Confederación se dirigió a las estrellas.

    Se descubrió Chandria. Se halló la solución.

    El sistema vecino tenía las mismas condiciones que nuestra Feera natal. Chandria tenía al menos cuatro planetas habitables, tres de ellos mantenían tipos de vida similar al nuestro, aire limpio y, lo que más necesitábamos: una estrella que nos ofreciera su energía.

    Fueron necesarias dos décadas de esfuerzo continuo para construir las Colonizadoras, enormes astrociudades autosuficientes que se asentarían en diferentes puntos de Vergel, nuestra primera parada.

    Pocos, muy pocos quedan que puedan hablar de lo que supuso encontrar ese nuevo mundo. De la abundancia de comida, de salud, de esperanza y de futuro. Todavía hoy se les empañan los ojos de agradecimiento.

    Avanzamos, crecimos y mejoramos. La CIR se convirtió en la primera potencia de colonos humanos. Pero nuestra ambición no se sació con ese logro. Los ojos de la pasada generación miraron a Isna, la siguiente frontera que explorar…

    Supongo que ahí comienza nuestra historia.

    Diario de Cassia Mehrat, 27.21.80.

    Aterrizaje en Isna

    —Cass… —Susurré.

    Mi hermana era, con seguridad, la chica más brillante de toda la nave-colonia Antares. Seríamos la primera ciudad de la CIR que se asentase en el nuevo planeta, después de veinte años de sondas y registros de prácticamente todo tipo. Cassia había superado cada examen práctico de formación física sin perder el primer puesto. Era fuerte, valiente e intrépida. Apenas había tenido un momento de tranquilidad en el interior de la nave, en gran parte por su forma de ser. Nuestro padre se pondría hecho una furia si supiera en todos los líos que se había metido. Ingobernable por naturaleza. Simplemente, no se podía esperar que mostrara interés en algo que no le apasionara, como era el caso.

    La última semana de clases, sumada al hecho de que por fin sentíamos la atracción gravitatoria de Isna, nos alteraba a todos en mayor o menor medida. Y eso sin tener en cuenta el poder que ejercían sobre nosotros las lunas gemelas. Habíamos vivido en Vergel hasta que Adam Mehrat terminó la colonización del planeta, apenas un par de meses antes de embarcarnos hacia un nuevo mundo.

    Mi intención era representar a esa ciudad. Nuestro padre siempre decía que sólo allí donde hay leyes, hay sociedad. La CIR prosperaría en aquel lugar y yo contribuiría a su desarrollo. Ansiaba ver hasta dónde podría llegar nuestra Confederación y nuestra especie. Me encargaría de ello.

    A mi hermana, sin embargo, no parecía importarle tanto como a mí.

    Estaba distraída, como tantas otras veces, admirando a mi lado la enorme esfera azul y verde bajo nosotros. Cierto que la vista era impresionante, pero deseaba que se centrara, aunque sólo fuera un poco.

    —Loxar, deja de susurrarle y dile tan solo que, como instructora, requiero su atención.

    El resto de la clase se echó a reír hasta que ella dirigió la mirada a cada rincón. A pesar de ser gemelos, éramos muy diferentes. Todos a nuestro alrededor insistían en que debíamos aprender algo el uno del otro. ¿Por qué? Lo suponía: ella era valiente, agresiva, siempre con ganas de explorar y tremendamente decidida. Por el contrario, yo nunca hacía nada sin pensar y analizaba cada paso a seguir. Algo que creía fundamental en la vida que esperaba conseguir pero que otros, en especial mi hermana, no veían bien.

    —¿Algún problema? —preguntó Cassia con un tono de voz frío como el hielo.

    En ese momento cesaron las risas. Los últimos dos meses habían sido una declaración continua de su poder y sus habilidades día tras día. Cientos de nuevos colonos habían sido escogidos de Vergel para asentarse en Isna, traídos de todos los sitios del planeta, pero no había nadie como mi hermana. Los entrenamientos eran obligatorios para todos dado el mundo hostil que nos esperaba, pero Cassia era un modelo a seguir para quienes soñaban con la exploración. Aquello dio pie a que chicos y chicas de nuestra edad la alabaran como una reina. Ella hacía oídos sordos a todos ellos. Sólo le interesaba explorar, igual que a nuestro padre. Ambos eran incorregibles.

    No la envidiaba. Me sentía orgulloso de su talento, pero me hubiera gustado que no sólo tuviera animales y plantas en la cabeza.

    —Le estaba preguntando cuántas horas tiene el día en Isna, —repitió la instructora.

    Mi hermana arqueó una ceja fina y oscura. Su cabello negro y liso contrastaba con una nariz levemente curvada del color de la nieve, exactamente igual que la mía. En Vergel llovía casi todos los días y lo que los ancianos llamaban «tomar el sol» resultaba realmente difícil.

    Señalé una parte de mi lámina electromagnética (lem), con todo el disimulo que pude. Ella se aclaró la garganta y dijo:

    —Veinte horas.

    La maestra frunció el ceño y únicamente contestó:

    —Gracias, Loxar.

    Algunos sonrieron de forma aislada. Cass volvió a mirar por la ventana, ajena a todo. La mujer siguió explicando, pero cada vez le costaba más captar la atención de los estudiantes.

    Mi compañera de pupitre sonrió.

    —Ya empieza.

    Le pregunté con la mirada antes de sentir un hormigueo en el estómago. Sentí cómo vibraba cada uno de mis huesos y finalmente, el escalofrío que precede a una caída.

    —¡Esto es un aviso para todos los colonos! —gritó nuestro padre a través del sistema de comunicaciones de la Antares. —¡Vamos a entrar a la atmósfera de Isna! ¡Proceded según los simulacros!

    Cassia fue la primera en levantarse.

    —¡Señorita Mehrat!

    Se limitó a sonreír. Abrió una de las ventanas del centro de enseñanza y dio un salto impresionante hasta agarrarse a una de las ramas de un árbol cercano. Todos corrieron a mi lado para verla en acción. Fue sorprendente. Observé la cúpula de la ciudad-colonia perfectamente estable y eché un último vistazo a mi hermana, encaramándose a una valla y saltándola limpiamente. Recibió un aplauso.

    Recogí sus cosas junto a las mías. Salí según dictaban los protocolos y, en apenas tres minutos, sentí cómo los impresionantes rotores impedían que chocásemos contra el suelo. La tecnología magnetrónica que nuestra madre había desarrollado fue lo que permitió que el viaje espacial se convirtiera en una realidad.

    Llegué a las cabinas de nuestro apartamento, en el segundo anillo de Antares, en el momento en que mi hermana activaba el modo estanco para evitar la colisión.

    —¡Rápido! —Exclamó. Apenas podía contenerse— ¡Ah, gracias por traer mis cosas!

    Me las quitó de las manos y las dejó encima de la mesa. Las vainas de sujeción hacían las funciones de sillón en el primer anillo, donde vivían las personas más importantes de la Antares. Estábamos allí gracias a nuestro padre, general de la CIR y Gobernador de la colonia.

    Un holograma de su cabeza apareció sobre la mesa.

    —¿Estáis bien?

    Cassia me empujó con suavidad hacia mi propia vaina y activó un electroimán con forma de pentagrama a la altura de mi pecho. Inmediatamente, otras cinco bandas se unieron a él.

    —¿Sabes que puedo yo solo? —le pregunté, un poco molesto.

    —Eres mi hermano pequeño —respondió ella con su coletilla de siempre. La escotilla bajó y mi propio asiento se elevó levemente, como si flotara.

    —Sólo eres dos minutos mayor que yo. —Objeté. No me hizo el menor caso. Se encerró en su propia vaina y se colocó los anclajes con soltura.

    —¡Ya estamos! —sonrió ella— ¿Te has cortado el pelo, papá?

    —Sí —admitió. Apenas tenía canas, y llevaba el pelo cortado al estilo militar. Sus ojos, profundos y grises, le otorgaban una mirada experimentada y dura. —Volveré a casa en cuanto pueda…

    Siempre decía lo mismo. Su puesto le exigía mucho tiempo, sobre todo, los últimos dos meses del viaje. Había tenido que coordinar prácticamente todo él solo. Eso se traducía en que algunos días ni siquiera salía de su despacho. Al igual que mi hermana, prefería llenarse de barro hasta la cintura, ver qué había más allá de la siguiente colina y medirse con la naturaleza antes que realizar labores administrativas, pero su cargo era demasiado importante para delegarlo en otras personas.

    —Bien. Tened cuidado y no salgáis de casa hasta que nos hayamos asentado, ¿de acuerdo?

    —Sí.

    —Sí.

    —¿De acuerdo, Cassia? —La observó sin darle opción a réplica.

    —¡Oh, está bien, papá! —Dejó vagar los ojos negros por el techo— No iré a ningún lado hasta que asientes la Antares.

    —De acuerdo. Os veo en la cena —concluyó, cortando la conexión.

    En su vaina, Cassia sonreía. Eso no era buena señal.

    —No vas a hacer caso a papá, ¿verdad?

    —¡Por supuesto que sí! —exclamó ella, haciéndose la ofendida. La conocía demasiado como para que me pudiera engañar. —Simplemente tengo que esperar a que toquemos tierra…

    —¡Oh, no! ¿Vas a salir antes de que la cúpula nos eleve? ¿Sabes lo peligroso que va a ser después evitar los sensores de la ciudad?

    Se encogió de hombros y sonrió.

    —¡Por favor, Cass! ¡Entra en razón!

    Se oyó un estruendo fortísimo y controlado. Apenas nos movimos gracias a las cápsulas, pero ella no tardó en desabrocharse cuanto llevaba encima y salir corriendo. Cogió el disparador y la espada látigo de la armería de nuestro padre y echó a correr. Tardé un poco más en hacer lo mismo y salir tras ella.

    —¡Cass! —grité— ¡Al menos coge una máscara!

    Me dirigió una sonrisa traviesa y continuó corriendo hasta las libélulas del sótano, naves biplaza sin ruedas parecidas a las extintas motocicletas.

    —Eres lento —me espetó mientras arrancaba la de nuestro padre, una voluminosa Vespen con carenado solar. Desde la colonización de Vergel, los motores fósiles no existían. No había petróleo fuera de Feera—. ¡Vamos!

    Me quedé de pie junto al deslizador.

    —¡No sabes si el aire es respirable! —Intenté hacerla desistir.

    —¡Oh, por favor! —Gimió— ¡Estos dos meses de viaje tú mismo me has explicado cien veces la cantidad de estudios que existen sobre la atmósfera de Isna! ¡Sube!

    —Pero…

    —Sube o me iré sin ti.

    Papá quería que fuera una buena influencia para ella. Pero mucho me temía que siempre era al revés.

    —Al menos deberías ponerte un equipo táctico…

    —¿Qué? ¡Ni hablar! ¡El conjunto académico es lo único bueno que he conseguido tras dos meses encerrada!

    La Vespen se elevó veinte centímetros con la suavidad de la tecnología magnetrónica. Ella me tendió la mano.

    —Cass, por favor… ¿Y si es peligroso?

    Arqueó una ceja. La estaba perdiendo.

    —Voy a salir. En tres, dos, uno…

    —¡Está bien, está bien! —Subí tras ella—. No quiero ni pensar en todo el papeleo que va a tener que hacer papá para…

    Con un impulso del acelerador, salimos disparados hacia el exterior. Desactivó la limitación de altura y ascendimos cada vez más arriba. La barrera de la ciudad, como una pompa de jabón, comenzaba a abrirse para renovar el aire tras el tiempo de viaje. Sentí la brisa de Isna. Olía igual que Vergel.

    Pero eso no fue suficiente para ella. Empujó el manillar hacia abajo, cruzamos uno de los huecos de la gigantesca pantalla y descendimos sobrevolando el claro en el que se había asentado la Antares.

    —¡Deberíamos volver! —le grité por encima del sonido del viento.

    —¿Ahora? —Se quejó ella—. ¡Si ni siquiera hemos visto nada! ¡Vamos a descender!

    —¿Qué? —pregunté con una nota de pánico— ¿Y si hay fauna autóctona? ¿Depredadores? ¿Animales hostiles?

    Se echó a reír.

    —¡Claro que los habrá, Lox!

    Se aseguró de tener el sable látigo en la funda y continuó sobrevolando las copas de los árboles hasta encontrar una zona despejada.

    —¿Cass?

    Me ignoró y descendió con suavidad. Se le daba bien conducir esa monstruosidad de más de trescientos kilos.

    —Aún no me has dicho por qué quieres estar aquí, en medio de ninguna parte.

    Me observó con una mueca graciosa, frunciendo los labios.

    —Te iba a dejar ser el primero humano en pisar este mundo, pero creo que no apreciarías el honor, así que…

    Dio un salto y dejó sus huellas sobre la tierra húmeda al lado de un río.

    —Venga, Lox. —Sonrió, tendiéndome una mano— Al menos, tendrás el honor de ser el primer hombre en pisar Isna.

    —Qué honor…

    A pesar de todo, sentí un cosquilleo en el estómago difícil de explicar. Iba a ser pionero en la colonización de un mundo nuevo, algo que no se daba todos los días.

    Mi huella, igual que la de mi hermana, intentaba cerrar un círculo asimétrico entre nuestros pies.

    —¿Ves? ¿A que no ha sido para tanto?

    Contuve una mala contestación y en su lugar respondí:

    —La burbuja de la ciudad tiene sondas. Papá sabrá que hemos salido al exterior…

    Se encogió de hombros.

    —Apuesto a que él habría hecho lo mismo de haber tenido ocasión.

    Lo triste era que la creía. Totalmente. Ella vagó por aquí y por allá, por fortuna siempre cerca del transporte, cuando descubrió que estábamos al pie de un gran árbol frutal.

    —¡Mira, Lox! ¡Un Cítrico! ¿Probamos puntería?

    —No.

    —Porque siempre pierdes… —Dejó caer.

    —Si lo hago, ¿volveremos a casa?

    —Si ganas, sí.

    Las tenía todas en mi contra, pero no me daría por perdido. Saqué mi propia espada látigo y admiré cada uno de sus segmentos. Como una caña de pescar, la llevé por encima del hombro y tiré de la maneta que hacía las funciones de guardamanos para que se extendiera cinco metros en un vuelo elegante. El último de los segmentos, la punta de la espada, atravesó parte del tronco. Necesité tres intentos para destrabarla y que se recogiera sola.

    —Así no, Lox —Explicó ella. Sonaba increíblemente condescendiente, pero sabía que no lo hacía a propósito— Mira:

    Sacó la suya de la funda con un floreo muy fluido. Apretó la maneta en el momento justo, trazando un arco ascendente que llegó hasta la unión entre la fruta y el árbol. En el momento oportuno, dio un tirón. El latigazo impidió que los segmentos se quedaran enganchados.

    Iba a felicitarla, pero no se paró ahí. El cítrico saltó describiendo un arco que ella aprovechó. Al soltar la palanca del guardamanos, se recogió sola para volver a ser una simple hoja de nuevo, pero dio una estocada justo frente a ella. Los eslabones del arma surcaron el aire una vez más y atravesó la fruta antes de que cayese. Otro latigazo y se recogió en su mano.

    Era impresionante.

    —¿Y bien? —preguntó ella, ofreciéndome la mitad del cítrico.

    —Presumida…

    Se echó a reír. Sonreí con ella. Comí en silencio en interior de esa fruta roja como la sangre, madura y jugosa, mientras mi hermana observaba su disparador. Junto con el sable, conformaba el equipo de armas estándar de un explorador. Prácticamente hacía lo mismo que un microondas, canalizando las ondas en un haz que quemaba cualquier cosa en un par de centímetros de diámetro, alimentando un magnetrón con electricidad. También servía para encender fuego.

    —Muy bien. —Concedí— Hemos comido, has demostrado ser infinitamente mejor que yo con la espada látigo y estoy casi convencido de que quieres dispararle a algo. Podemos volver ya, ¿por favor?

    Me miró con resignación, pero aceptó.

    —De acuerdo, dejaré que vuelvas a tus libros, a tu ciudad y tu deseo de ayudar a unos inútiles a corromper otro mundo.

    —Cass…

    —¡No! —Explotó ella, enfadada— ¡Sabes que tengo razón! ¡Los humanos apenas han estado veinte años en Vergel y han destrozado un cuarto del planeta! Y todo ¿por qué?

    —Porque vinieron refugiados de la CIR…

    —¡No! ¡Porque son unos malditos especuladores! —Protestó ella— ¿No has leído a Baikal? ¡La humanidad consume mundos!

    —¡Baikal es un pesimista! —Protesté— ¡Es un instigador y debería haber pasado más tiempo en la cárcel que nosotros vivos! ¡Sólo salió con lo de proteger la naturaleza cuando se vio sin otra opción que la de aparentar ser un preso político! ¡No habría salido de no ser así!

    —¡Mentira! ¡Y no me importaría si hubiera empezado a darse cuenta de que necesitamos la naturaleza para existir justo en la cárcel! ¿Acaso es mentira? ¡Ialia fue la prueba de ello!

    —¡Ialia se rompió porque el FNL la escindió con un arma de destrucción masiva! ¡Además, no soy yo el que está enamorado de un activista que le dobla la edad!

    Abrió la boca, pero después la cerró y miró hacia otro lado. Sus mejillas estaban teñidas de rojo.

    —Sólo pienso que es un gran hombre. —Lo defendió sin ninguna convicción en sus palabras.

    —Sí, claro… —Nos calmamos—. ¿Podemos volver ya a la ciudad?

    Suspiró durante unos segundos, pero al final accedió. No entendía cómo podía estar tan contenta en medio de la nada. Yo sólo oía crujidos, aullidos y el canto de alguna argenta. Ella sacó su lem y tomó una imagen de nuestras pisadas. La devolvió al bolsillo y me hizo un gesto para subir.

    En el momento en que se activaba, sin embargo, un dragón terrestre salió a la carrera a nuestro encuentro. Como la mayoría de animales de ese sistema, esta especie de un negro insondable tenía tres ojos. Dos poderosas patas terminadas en garras destrozaban el suelo y rasgaban la tierra a su paso.

    La voz de Cassia cambió de forma radical:

    —¡Detrás de mí, ya!

    La obedecí. Aún estaba a cincuenta metros, pero no perdió un segundo en alzar el disparador.

    El monstruo emitió un aullido gutural.

    Y cayó antes de que disparase.

    El dragón terrestre, el segundo más grande de todos los reptiles del sistema Chandria, poseía unos brazos demasiado pequeños para utilizarlos como pie de apoyo. Sus largos dientes y la cola eran todo lo que necesitaba para mantenerse erguido. Pero en aquel momento intentaba utilizar todo cuanto tuviera a su alcance para volver a la lucha. Se debatía entre aullidos nasales y rugidos graves.

    —Eso es… ¿normal?

    —No —susurró Cass, con la pistola en una mano y la espada en la otra. Utilizaba la muñeca del mango para sujetar el arma de fuego sin temblar, al estilo de los Cazadores expertos. —Mantente alerta.

    También yo preparé el disparador. Mis manos temblaban. Cassia, por el contrario, mantenía la firmeza de una estatua.

    Con un último gruñido ronco, el dragón terrestre dejó de respirar. Al acercarnos vi las heridas, la sangre y varios agujeros llenos de costras rojas.

    —Algo lo ha perforado.

    —¡Cuidado, Cass!

    Levantó la vista y vimos una figura humanoide de piel gris y tres ojos rojos. Tenía cinco dedos terminados en pequeñas garras sobre las que se apoyaba. Incluso el meñique, de aspecto frágil, también terminaba en punta. Las patas de atrás eran como las nuestras hasta las rodillas, donde se decoloraban y escamaban hasta los dedos, parecidos a los de un halcón. Las de delante eran casi completamente iguales a nuestros brazos.

    No supe por qué, las facciones de su rostro me recordaron a una chica salvaje.

    Pero lo más extraño era que utilizaba un gran trozo de cuero sobre los hombros y la cabeza. Casi parecía… ropa. Piel arrancada de algún animal con un burdo agujero alrededor del cuello.

    Se irguió sobre los pies y nos evaluó.

    —¿Qué es eso? —pregunté.

    —Si da un paso más, no será otra cosa que pedacitos de carne —aseguró mi hermana.

    Continuó observándonos. El ojo de su frente resultaba perturbador. Avanzó un par de pasos hasta nosotros. Pestañeaba más despacio con el tercer ojo.

    —¿Será una nueva forma de vida que aún no ha sido catalogada? —pregunté.

    —Tú eres el que se dedica a esas cosas… —susurró.

    A pesar del momento, me lo tomé mal:

    —¡No me dedico a esas cosas! —Protesté en voz baja— ¡Intento que la humanidad avance…!

    Pero hizo un gesto para que dejase de hablar. Aquella cosa no sería más alta que una persona normal, pero me daban escalofríos con sólo mirarla. Tampoco parecía tener pelaje de ningún tipo. El trozo de la piel que vestía también actuaba como capucha.

    Abrió la boca. Quizás para rugir o adquirir una posición territorial. Muchas bestias enseñaban los dientes con ese fin. La criatura emitió un silbido suave a través de sus muchos dientes pequeños y fuertes.

    —Va a atacarnos. —Aseguró Cassia.

    —Yo creo… que intenta decirnos algo. —Me aclaré la voz y di un paso al lado de mi hermana que parecía perpleja. Si no me paró en ese momento fue, sin duda, por el shock de verme tomar la iniciativa ante un monstruo desconocido—. ¿Perdón? ¿Tienes nombre…?

    Estiró la cabeza y volvió a parpadear. Cuando el tercer ojo, más lento, volvió a abrirse, se puso a cuatro patas y caminó hacia nosotros.

    —¿Eres estúpido? —me soltó ella a bocajarro. —¡Fíjate en sus dientes! ¡Todos esos incisivos y colmillos! ¿Crees que los necesita para pastar?

    —¡Tiene ropa, Cass! ¡Eso es civilización! ¿Te das cuenta del hallazgo que representa? —pregunté, emocionado—. ¡Esto sí es trascendental! —Dirigí mi atención hacia la criatura: —Ven, vamos…

    Se acercaba poco a poco.

    —¡Esto es de locos! —susurró Cassia, sin dejar de apuntarle.

    Me arrodillé en el suelo. Me parecía irónico que mi hermana, quien había hecho tantas tonterías que las úlceras de nuestro padre llevaban su nombre, dijera eso.

    —Es inteligente —contesté. Me aclaré la voz y dije: —Soy Loxar, de la Antares. ¿Y tú?

    —¡Oh, por favor…!

    —No me ayudas, Cass.

    Aquel ser caminaba más despacio conforme avanzaba. A unos cinco metros, se paró definitivamente y pareció buscar algo con su mirada.

    Abrió aún más el ojo de la frente. Una leve contracción precedió a la calamidad. Algo parecía juntarse en su interior. No creí que fuera un órgano común en absoluto.

    —¡Cuidado, Lox!

    Cassia me empujó hacia un lado al tiempo que describía un arco con la espada látigo. La criatura era ágil y saltó hacia atrás sin demasiada dificultad. Su actitud se volvió hostil al momento.

    —¿Por qué has hecho eso? —Protesté, furioso. —¡No me iba a hacer daño!

    —¡Despierta de una vez, estúpido! —respondió, encendida. —¡Está intentando matarte!

    —¡Lo has asustado! —Volví a aclararme la garganta— ¡Atrás, da un paso atrás! No temas, soy Loxar ¿Y tú?

    —¡Estás soñando si piensas que te voy a dejar a merced de una cosa llena de colmillos!

    —¡Cass, por favor!

    Pero el ser estaba en tensión. Sus músculos se marcaban más que antes, los tres ojos estaban levemente cerrados, apuntándonos. Enseñaba más dientes que antes, con unos labios finos y humanos retirados hacia arriba y abajo.

    Echó la cabeza hacia atrás, cerró el ojo superior y lo abrió en el momento en que la llevó hacia adelante. Un chorro de sangre roja salió disparado contra Cass, pero lo esquivó con un giro elegante y contraatacó con un latigazo. Se enterró a los pies del enemigo, pero no acertó por poco. Saltó y volvió a disparar. Mi hermana hizo lo mismo y evaporó el fluido con una ráfaga de calor.

    —¿A qué esperas? —me gritó. —¡Ataca!

    Tenía razón. Por muy atractiva que fuese la idea de contactar con otra especie, mi hermana siempre sería lo primero. Mis manos aún temblaban cuando levanté el disparador en dirección a esa cosa.

    Con una estocada, atravesó la ropa del animal. Éste emitió un aullido de sorpresa y dolor antes de apretarse el costado con una garra. Quiso abalanzarse sobre ella, pero Cass había tomado distancia suficiente y en ese momento abrasaba la hierba describiendo una línea entre ellos.

    —Un paso más y te cocinaré —prometió ella.

    No creí que la hubiera entendido. Gruñía a causa de la herida y no parecía estar satisfecha con el resultado del combate, pero ocurrió algo más.

    Abrió la boca y emitió un chillido, que quedó apagado en el momento que sus cuerdas vocales se llenaron de sangre. Ninguno de nosotros lo esperaba. Ella se cubrió los ojos, pero no pudo evitar que salpicara el resto de su cabeza, ropa, manos y armas.

    —¿Piensas que correré asustada porque me escupas?

    Levantó la mano de la pistola.

    Empezó a temblar. Le sobrevinieron unas arcadas terribles, cayó de rodillas y trató de tomar aire.

    —¡Cass!

    Corrí hacia ella. La limpié con las manos enguantadas lo mejor que pude. Quizás la sangre de esa criatura contuviera una toxina liposoluble, pero en ese momento sólo recuperar a mi hermana como fuera.

    —¡Por favor, por favor, Cass!

    Se estaba poniendo roja por momentos, cada vez más. El ser gris permanecía impasible, observando cómo mi mejor amiga se ponía violeta.

    —¿Qué le has hecho? —grité.

    Con las manos temblorosas, observé el interior de su boca. Estaba terriblemente inflamada. El miedo se instaló en mi corazón y empecé a llorar por la suerte de mi hermana. Un par de lágrimas cayeron al suelo antes de que tomara una decisión. Cogí la punta de mi arma.

    —No te muevas, Cass…

    No me quedaban opciones. Palpé su garganta hasta sentir los anillos de la tráquea. Agarré la hoja aún con más fuerza. No sentí el corte ni el fluir de mi propia sangre. No importaba nada más que ella.

    Pinché entre dos de los segmentos y pedí a la Diosa no aumentar sus heridas. En el momento en que saqué el filo del cuello de mi hermana, oí cómo el aire empezaba a entrar.

    Me derrumbé a su lado y continué llorando. No tenía el kit de primeros auxilios con qué mantener un canal de aire abierto, así que tuve que improvisar cortando la pajita del uniforme de exploración que llevaba mi hermana. Ella me miró y pestañeó un par de veces.

    —¡Eres tonta! —La reprendí, secándome los ojos—. ¿Tanto te hubiera costado equiparte con algo más que el uniforme de clase?

    Ella intentó gruñir algo, pero al no poder hablar, señaló hacia un punto. Me apresuré a ver si la criatura esperaba para atacar y agarré la pistola con mi única mano sana. Al levantarla yo, sin embargo, no pareció demasiado preocupada.

    Se acercó hasta mí. Nos rodeó un par de veces como lo haría un tiburón, pero en vez de atacar, simplemente observó la escena. Había dejado de sangrar y movía el tercer ojo de forma extraña, pero esta vez haría caso a mi hermana y quemaría toda Isna antes de que algo malo se le volviera a acercar.

    Los tres ojos se abrieron. Parecía sorprendida. Me aferraba a mi hermana, protector, con el disparador a punto.

    —No quiero hacerte daño, pero como intentes algo, te mataré.

    No me entendió o no le pareció suficiente amenaza. Abrió la boca una vez más, pero algo me ocurría. También comenzaba a temblar. Apenas podía sujetar mi único medio de protección. Observé todo a mi alrededor y reparé en que estaba tocando el cuello de mi hermana con una herida abierta en la palma de mi mano. Sufriría lo mismo que ella.

    Mataría a aquella cosa antes. No dejaría a mi hermana indefensa ante un monstruo.

    —Lox…

    —Tranquila, Cass.

    Mis temblores se habían convertidos en auténticos espasmos. Respiré hondo por última vez y traté de disparar.

    Una garra la apartó de forma desganada. Mi respiración se hacía entrecortada, pero no podía hacer otra cosa más que acusar la falta de oxígeno.

    Caí al suelo, resollando. Cassia buscó mi mano y la agarró con fuerza. Recordaría ese gesto toda mi vida.

    El ser también parecía interesado en nuestra muerte, de una forma más científica que morbosa. Con movimientos calculados, se apretó el ojo de la frente y éste cayó. Creí estar sufriendo alucinaciones, pero cuando la capa de sangre y venas que parecía protegerlo lo dejó a la vista, descubrí que no tenía terminaciones nerviosas o ningún otro tipo de conexión más allá de la película. Una esfera de color rosa pálido brillaba en su palma. Su frente, vacía, parecía volver a rellenar el hueco con sangre coagulándose tras los párpados cerrados. Una pequeña protuberancia se hinchaba allí donde había estado la esfera rosa que creía latir en su palma.

    Sin ningún miramiento la cortó en dos con uno de sus afilados dedos. La primera parte la llevó al cuello de mi hermana.

    —¡No…! ¡Atrás…!

    No me hizo el menor caso. Exprimió esa cosa como un cítrico. Inmediatamente después, hizo lo mismo con la otra mitad en mi mano herida. Puede sonar ridículo, pero sentí reconocimiento cuando esa criatura apretó su mano contra la mía.

    Cerré los ojos durante unos segundos. Al volver a abrirlos, sin embargo, vi cómo mi hermana se quitaba la pajita con grandes arcadas.

    —¡Oh, por la Diosa! —Gruñó entre jadeos. Reparó en mí. —¡Lox! ¿Cómo estás?

    Hice un gesto con la cabeza. Recordé el extraño ser de tres ojos y pregunté:

    —¿Y la criatura?

    —Fue lo primero que traté de buscar, pero no estaba aquí cuando desperté.

    Durante un par de minutos, nadie dijo nada. Empezaba a atardecer, y la cálida brisa que nos había acompañado en la salida de la Antares se estaba volviendo un viento gélido.

    —Volvamos. —Sentenció ella.

    Suspiré con alivio.

    —En cuanto a la criatura…

    —No diremos nada —ordenó, tajante.

    —¡No me lo puedo creer! —Protesté—. ¿Te das cuenta del hallazgo…? Además… ¡parece poder desarrollar un medicamento natural a partir de la cavidad…!

    —¡No! ¡No es un hallazgo ni un medicamento!¡Esa cosa es un peligro! ¡Nos escupió y faltó muy poco para que terminásemos convertidos en su merienda!

    —Pero… ¡Esa cosa en su frente podría ser un milagro! ¡Revolucionaría la farmacéutica!

    Nos subimos a la Vespen. Con un latigazo del pelo, no supe si intencionado o no, explicó:

    —Si la gente piensa en Isna como en algo más que un mundo a colonizar, lo que ya es malo de por sí, cazarán a esas cosas y experimentarán con ellas. ¿No has sido tú el que ha dicho que podrían ser seres inteligentes?

    —Sí, claro que lo he dicho…

    —¿Qué crees que pasará, entonces, si lo decimos?

    No me fue difícil prever la naturaleza humana en todo ello.

    —Los convertiremos en nuestros enemigos… —concluí con un largo suspiro.

    —Eso es —Bajó la mirada un segundo antes de elevar el transporte. —Por favor, Lox, deja en paz a este mundo el máximo tiempo posible, antes de que se contamine…

    —Vale, Cass.

    —Bien. Y… ¿Lox?

    —Dime.

    —Gracias por salvarme la vida, y eso.

    Me agarré a su cintura y dejé que me llevara de vuelta a una más que probable bronca de nuestro padre en la Antares.

    —Te quiero, tonta.

    —También yo, bobo…

    Voces

    La bronca de Adam Mehrat se pudo oír en cualquier lugar del anillo principal, lo que sumado al dolor de cabeza y el cansancio hizo que apenas

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