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La leyenda de los seis elementos
La leyenda de los seis elementos
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Libro electrónico244 páginas3 horas

La leyenda de los seis elementos

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Es un mundo de magos, bestias y hombres, de fantasía donde la magia resuelve muchos problemas. Un mundo completamente nuevo con una historia única y propia; inexistente y ficticio de inicio a fin, habitado por criaturas irreales y de existencias imposibles, pero que al mismo tiempo es tan parecido al nuestro que no será difícil identificarnos y adentrarnos en esta historia, que apenas comienza.
Este mundo es regido por la naturaleza y sus elementos. Es un mundo lleno de rencores, traiciones, intolerancia e ignorancia. Es un mundo amplio y enorme, pero poco explorado o conocido… este mundo, está por cambiar.
Cuando el joven Arthar se entera de su pasado, el mundo al que llamaba hogar es sacudido, por una tragedia nunca antes vista que llevará a la comunidad mágica a enfrentar a seres inimaginables y despiadados que sólo tienen un objetivo: la aniquilación de todos. El director de la escuela, corazón del mundo mágico, considerado como el ser más poderoso y capaz de todos los magos, está lejos de su gente. La única esperanza que les queda a los magos es trabajar en equipo lo mejor posible para lograr sobrevivir. Así es como inicia una aventura llena de acción, suspenso, drama, amor y comedia en la que acompañaremos a Arthar y a sus amigos a enfrentar los paradigmas que los rigen y que nos llevarán de la mano a crecer junto con ellos para sufrir y disfrutar lo que la vida les tiene preparado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 feb 2023
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    La leyenda de los seis elementos - Ramón Arturo Kobashi Margáin

    LAS SEMILLAS DEL MAL

    CAPÍTULO

    1

    No muy lejos de la ciudad más grande e impresionante de todo el mundo, hacia el extremo suroccidental del mismo, en las profundidades del bosque más grande y oscuro que existe, y al que todo hombre, mujer, niño o niña tiene prohibido entrar, una mujer con su niño recién nacido en sus brazos corría desesperadamente, intentando huir de un grupo de truhanes que parecía tener toda la intención de acabar con la vida tanto de la señora como con la de su retoño.

    No había muchos lugares en donde refugiarse y aquella señora estaba ya cansada. Espesos árboles rodeaban todo posible lugar al que ella volteara para buscar algo de ayuda o un escondite; sin embargo todo era inútil. Su suerte ya estaba echada y los asesinos no tardaron en darle alcance.

    Entre golpes, risas, insultos y gritos, aquellos seres tan despreciables le quitaron a la criatura de sus brazos. A la señora la tiraron al suelo y con palos y piedras le arrebataron la vida.

    Risas y festejos se escuchaban entre aquellos malnacidos que después de asesinar a su primer víctima, voltearon a ver con malicia al recién nacido. Una maligna y terrible sonrisa se esbozó en sus rostros y quien lo sostenía, arrojó a la criatura con todas sus fuerzas hacia uno de los troncos más gruesos que tenía cerca para matarlo igualmente de un sólo golpe. El bebé salió volando, llorando a todo pulmón sin nada que se interpusiese entre él y su terrible muerte; mas la criatura no alcanzó a llegar al árbol. Se detuvo a tan sólo unos cuantos centímetros de distancia de él, flotando en el aire sin dañarse un solo cabello.

    —¡¿Qué?!

    Al instante, una ráfaga de viento salió por detrás del niño y acabó inmediatamente con la vida de 4 de los 7 asesinos que eran. Los otros tres no intentaron dilucidar lo que había pasado; sin pensarlo dos veces, corrieron por sus vidas y desaparecieron del lugar en cuestión de segundos, como los verdaderos cobardes que eran en realidad. El lugar de los hechos quedó vacío. Sólo quedaban en él aquella criatura flotando frente a un árbol, y el cuerpo sin vida de su madre en el suelo.

    —El mundo está cada vez peor —dijo un hombre alto, vestido con una túnica negra que cubría otro tipo de ropa de color café, que salió de detrás del tronco y, dejando recargado en el árbol su bastón mágico que medía aún más que él, se acercó al niño y lo sostuvo en sus brazos.

    La criatura estaba llorando con todas sus fuerzas y parecía que nada la pudiera tranquilizar.

    —Y me temo, pequeño hombrecito, que no podré regresarte con los tuyos. Tú eres muy especial para este mundo; algún día lo serás. Vivirás como nosotros y te criarás como nosotros. Haré de ti el mago más poderoso que el mundo haya visto desde el tiempo de los grandes maestros magos y llegarás a ser aquel joven que la leyenda nos tiene prometido, Arthar.

    El niño se fue calmando lentamente hasta que finalmente se quedó dormido en los brazos de aquel mago quien se hincó para recoger algo justo debajo de donde el pequeño se había mantenido flotando y luego, juntos, se adentraron aún más en el bosque en cuya espesura, al cabo de unos segundos, se perdieron.

    14 años más tarde,

    —El mundo ha cambiado. Al parecer, el hombre ha demostrado que ha logrado evolucionar; mas aún, debemos preguntarnos algunas cosas, como por ejemplo, ¿cuáles han cambiado?

    Como siempre sucede dentro de un salón de clases, todos los alumnos se mantuvieron en silencio tras la pregunta de su profesor. Nadie quería participar por temor a ser considerado inteligente o matadito, estúpido o ignorante, o simplemente para no romper aquel pacto silencioso que mantienen la mayoría de los alumnos: no participar a menos de que te pregunten directamente.

    —¿Y bien, alguien quiere decir lo que piensa? —insistía el profesor; mas al notar que nadie se ofrecería, decidió escogerlo él, y escogió al mismo estudiante que siempre escogía.

    —Perfecto, entonces tú —dijo señalando a un jovencito que ciertamente era más grande que los demás, pero no en edad, sino en estructura física.

    Esto no quiere decir que estaba gordo; pero aquel joven parecía ser el más fuerte de todos los de su clase y, según se veía, podría aguantar cualquier esfuerzo físico con mayor facilidad que el resto de sus compañeros. Tenía el cabello completamente negro y ojos de color café; no era un galanazo, pero tampoco era un esperpento.

    —Pues… —e hizo una pausa para pensar su respuesta aquel jovencito—, ¿sí, sí podemos confiar en ellos? —respondió.

    —¿Me estás respondiendo o me estás preguntando? —(típica respuesta/pregunta de un maestro cuyo único propósito es hacer a los alumnos dudar aún más o, lo que es peor, hacerlos quedar mal).

    —No, le estoy respondiendo.

    —Pues el hombre nunca nos ha dado razón para que desconfiemos de ellos, ¿o sí? —le respondió el profesor sarcásticamente a su alumno.

    —Pues, de hecho, no.

    —De veras que nunca ponen atención; ¡claro que no son de confianza! Ellos nos corrieron de nuestras tierras y llevaron al planeta al borde de la destrucción —terminó diciendo el maestro en un arranque que a todos alarmó.

    —Bueno, profesor, lo que yo entendía era que, bueno, yo siempre creí que nosotros tuvimos que ver en eso de la destrucción todas las razas, ¿no? —le retó su alumno como tratando de justificar su respuesta.

    Ante eso, todo el salón se quedó completa y absolutamente callado. El maestro dejó ver su nerviosismo y la vena de su frente parecía saltarle. La sangre le hervía y no pudo aguantarse las ganas de gritarle a tan insolente y atrevido joven mago.

    —¡¿Acaso crees que nosotros, los magos, tuvimos alguna vez el cerebro tan pequeño como el de un humano?; ¿acaso crees que no pudimos ver más allá de nuestras narices y que fuimos tan egoístas y miedosos como ellos al grado de provocar el desastre del planeta?!

    Para este momento, el salón entero estaba más despierto que nunca y atendiendo con suma atención a la clase, cosa que de por sí era algo extraordinario de lograr incluso para un mago.

    —Pues, sí.

    Un gran suspiro se escuchó por parte de todos los alumnos al momento de la respuesta. El maestro sintió como si aquel atrevimiento hubiese sido un insulto a su persona por lo que se olvidó de todo y lanzó un hechizo con su varita al joven que se encontraba de pie respondiendo semejantes cosas, dejándolo petrificado, incapaz de mover un solo músculo.

    —¡Estás…, reprobado! Y si tengo problemas con tu papá, verás el lío que se te arma, ¡¿me entendiste?!

    —Sí, maestro —le respondió con dificultad el joven por el hechizo.

    —Ahora, ¡siéntate! —le ordenó el profesor liberándolo del conjuro, y sin más argumentos, Arthar se sentó en su lugar, ante la cara de estupefacción de todos sus compañeros.

    Después de aquel incidente, la clase (que por cierto era de ética, irónico, ¿no?) siguió sin mayores novedades hasta el recreo.

    —Para ser un tonto, eres bastante valiente, Art.

    —Sí, el burro atrevido.

    —¡Ja, ja, ja!

    Sus mismos compañeros le hacían burla sin importar qué sucediera o no sucediera en clases. Arthar había estado con ellos desde que era un bebé; pero su padre nunca le había dicho la verdad de su pasado; y el problema que enfrentaba aquel joven era que nunca, en todos sus años de estudio, había podido conjurar el más mínimo hechizo. Claro que al principio esto no había representado ningún problema, pues incluso a muchos de sus compañeros no les salían los hechizos; pero ahora que ya tenía más de 6 años estudiando magia y que todos aquellos con quienes compartió clases ya dominaban cada vez más y más hechizos, bueno, pues su problema ya era algo grave y por supuesto sus amigos no perdonaban que cada vez que aprendían un hechizo nuevo, Arthar fracasaba al intentar realizarlo.

    —No les hagas caso.

    —Sí, ya sé —le respondió tristemente Arthar a su único amigo en toda aquella escuela.

    —Además, me pareció que tu respuesta fue muy buena. Algo ingenua, según yo; pero al final buena. Muy utópica, claro, pero buena al fin y al cabo, sí, buena,

    —¿Qué, el hecho de que los magos también fuimos los malos?, ¿estás de mi lado en esto, Hal?

    —Pues creo que para que las cosas se complicaran tanto, todos debimos haber contribuido un poco, ¿no crees?

    Haldred Falthrond fue el primer niño que Arthar conoció y con quien más se llevó durante toda su infancia. Sus padres los mantuvieron juntos todo el tiempo, ya sea intencionalmente o no, y desde que tenían como cuatro años los dos habían sido inseparables, razón por la cual Hal había tenido que soportar parte de las burlas de los demás hacia Art. A Hal no le importaba esto en lo más mínimo; él se sentía a gusto estando con su amigo, y es que juntos y a lo largo de su vida, pasaron muy buenos momentos.

    —De todas formas, no quería que sonara como un insulto a nuestra gente.

    —Pues la reacción del maestro fue muy exagerada; yo no lo sentí ofensivo.

    —Pues claro que no, si eres una ¡mula! —le gritó desde lejos una niña que estaba escuchando a medias la conversación que llevaban a cabo los dos.

    —Igual y algunas ¡vacas! se sintieron aludidas, pero nada más —respondió Hal al insulto y la niña se volteó muy enojada hacia su grupito de amigas quienes se alejaron del lugar murmurando, obviamente.

    —¡Ja!, siempre sabiendo qué decir, ¿eh?

    —Es que a veces es muy evidente qué responder —le dijo Hal a su amigo señalando y haciendo hincapié en lo gorda que estaba aquella niña.

    —Ya casi es hora de volver a clases; y sigue la peor de todas —dijo con evidente desánimo el joven incomprendido.

    —¿Hechizos 6?... —le preguntó asombrado Hal, pues tanto él como el resto de la generación adoraban esa clase, ya que era en la que aprendían nuevos trucos—. ¡Ah!, ya, déjate de tonterías, es la mejor clase; y además, ya pronto te comenzarán a salir los hechizos; después de todo, ningún mago es incapaz de hacer magia.

    Art hizo una cara medio extraña por lo que Hal lo abrazó del cuello y lo arrastró al salón tratando de levantarle el ánimo. Cuando finalmente lo soltó, en la puerta del salón, Hal entró primero y cuando Art estaba a punto de pasar, los demás compañeros llegaron empujándolo del camino impidiéndole el paso, muchos de ellos criticándolo y diciéndole que mejor ni se molestara en entrar a la clase.

    —Hal tiene razón —pensó en voz alta—,igual y entonces no soy en realidad un mago —y con la cabeza muy hacia abajo, Art entró a una clase más en la que volvió a sentirse completamente humillado por el resto de sus compañeros al no poder realizar un solo hechizo de los que durante la misma se estuvieron repasando.

    Ya en la noche, en la casa de Art, y mientras cenaba toda la familia, su padre platicaba sobre cómo todo iba mejorando en la escuela y que las cosas seguirían mejorando poco a poco para los magos; decía que cada vez tenían un mejor programa de estudios y maestros mejor preparados. Obviamente, la plática de su papá hizo que Art se sintiera aún peor de lo que de por sí ya se sentía.

    —¿Y a ti cómo te fue hoy, hijo?

    —Pues… —y por más que quiso evitar el contarle lo sucedido a su padre, le fue imposible.

    En la casa sólo eran tres personas: el papá, la mamá y Arthar, así que la conversación entera se centraba en el jovencito. Obviamente, la pequeña pelea con el profesor salió a flote y su papá comenzó a enojarse con aquel maestro de mente tan minúscula.

    —Pues, ¿para qué pregunta si no va a aceptar las respuestas que le den?

    —Pero no te enojes, papá, no quiero problemas con ese profesor.

    —¿Cómo de que no?, ¿acaso crees que como director de la escuela puedo darme el lujo de pasar por alto tan poca ética en un maestro?

    —No, papá, es que me dijo que si tenía problemas contigo, me las vería con él.

    —¡Ah!, hasta te amenazó. Esta sí que no se la va a acabar. Desde mañana pierde su puesto en la escuela y…

    —¿Ves?, por eso no quería decírtelo.

    —Hijo, entiende que tu padre es el director y no puede permitir que haya maestros así —le respondió su madre, tratando de intervenir en lo que ya sabía se convertiría en un pleito entre los dos.

    —¿Y te pones de su lado?; ¡como siempre!

    Art se levantó bruscamente de la mesa y salió corriendo de la casa.

    —¡Art! —le gritó su mamá.

    —Déjalo, cariño.

    —¿Cómo lo voy a dejar?

    —Volvió a fallar en los hechizos

    —¡Ah!, pobre.

    —No creo que podamos seguir ocultándole la verdad por mucho más tiempo.

    —Creo que tienes razón. ¿Tendrá mi bebé la cabeza para soportar la verdad? —dijo la mamá dando un suspiro.

    —Pues más vale. Esto simplemente no puede seguir así.

    Estúpidos padres, estúpido maestro, estúpidos compañeros, estúpida vida, pensaba Art mientras estaba sentado en uno de los lugares más altos de todo lo que era el reino mágico: el techo de la escuela.

    La comunidad de los magos vivía humildemente. No tenían grandes construcciones ni grandes casas; todos vivían en chozas de un material resistente al viento y a la lluvia, pero que parecía ser madera quebradiza. La única construcción que destacaba era la escuela, que era una construcción muy parecida a una escuela humana, pero algo más grande de lo normal. Una de las razones por las que no podían tener edificios grandes y ostentosos era el pequeño espacio en el que vivían. Toda la zona habitada por magos estaba rodeada por un oscuro y peligroso bosque. Aquel bosque servía como límite entre el mundo de los hombres y el de los magos. Claro que los magos habían salido perdiendo en la repartición, pues su parte era considerablemente más pequeña que la de los humanos, razón por la que muchos los odiaban.

    Otro pequeño inconveniente era que en el terrible bosque habitaban criaturas muy peligrosas que no respondían a ningún llamado más que al propio. De esta forma, quien entraba podía quedar atrapado en la maraña de guerras entre las mismas bestias y salir lastimado, o quedar como víctima de ellas; y a lo largo de los años, las bestias habían demostrado ser bastante ágiles para evadir los hechizos mágicos. Así que los magos no podían aumentar la extensión de su dominio con mano firme. Construyeron sus casas notablemente más pequeñas para evitar así problemas de espacio. Aún con todo esto, consideraron que si en algo no debían minimizar recursos era en construir el templo de educación de sus jóvenes sucesores, así que la escuela era una construcción enorme: 4 pisos de altura más la planta baja y un terreno considerable para que tuvieran sus prácticas al aire libre y para que realizaran deportes (cosa que a ningún mago le agradaba, lo cual era muy diferente en el caso de los hombres, que adoraban los deportes) o para que tuvieran su recreo.

    Las bestias que habitaban en el bosque habían representado un peligro latente para toda la comunidad mágica desde un principio, así que cuando llegaron a esa tierra hacía ya miles de años, los grandes magos líderes unieron sus fuerzas y crearon un campo de fuerza que mantuvo a las bestias en el bosque mientras que ellos, dentro del campo, vivían seguros día a día, año tras año, esperando que algún día pudieran salir de ahí y negociar algún cambio de terreno.

    Tampoco era que los magos tuvieran un espacio muy chico. Era suficiente para que una comunidad entera tuviera de todo y más, pues tampoco estaban en completo hacinamiento. Incluso había lugar para mantener a una familia lejos de las demás; se trataba de una casa alejada, cerca del límite al oriente del mundo mágico: la casa de los Drend. Aquella familia había causado un gran problema en la escuela sólo por querer convencer a la población estudiantil de que tenían que salir de su mundito y llegar al mundo de los humanos y reclamar lo que por derecho les pertenecía: la mayor parte de la tierra. Fue precisamente el papá de Art, el entonces maestro de hechizos, Branthar Garlent, quien logró apaciguar al cuerpo estudiantil y expulsar a los Drend del recinto escolar. La batalla que hubo con los señores Drend no fue sencilla de terminar; pero Branthar lo había logrado de la noche a la mañana de una forma muy misteriosa pero que a todos beneficiaba, razón por la que su hazaña le trajo a él el título de director y a los Drend, el desprecio del resto de su especie. Sin embargo, tampoco era justo que aquella familia se enfrentara a su propia suerte en el bosque, así que los dejaron vivir bajo la protección del campo de fuerza, aunque muy cerca del límite del bosque.

    Pero bueno, regresando un poco a nuestro jovencito, Arthar se encontraba triste, llorando en el techo de la escuela, viendo hacia el horizonte; hacia la profundidad del bosque que delimitaba su mundo y pensaba que toda su vida era un desastre, que no tenía razón ni propósito y que era un verdadero inútil y un fracaso como mago.

    —Sabía que te iba a encontrar aquí —le dijo tranquilamente

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